Sábado de la III Semana de Pascua

Hch 9, 31-42

En la primera lectura de hoy vemos a Pedro haciendo milagros, curando a un enfermo e, incluso, resucitando a un muerto.  Es el tipo de cosas que estamos acostumbrados a ver que Jesús hace en el Evangelio.  En efecto, bien podríamos sustituir el nombre de Pedro por el de Jesús en la primera lectura, y ésta nos hubiera sonado mucho muy parecida a un evangelio narrativo, a no ser por un elemento importante: Jesús obraba milagros en su propio nombre y por su propio poder.  San Pedro hacía milagros, pero sólo en el nombre de Jesús y con su poder.  Notemos con qué claridad san Pedro afirma este punto cuando le dice a Eneas, el paralítico: «Eneas, Jesucristo te da la salud».

Jn 6, 60-69

El evangelio cierra el capítulo 6 de Juan. Veo en este epílogo un movimiento en cuatro tiempos:

Primer tiempo: reacción increyente de los discípulos. La reacción de muchos discípulos ante las palabras de Jesús se parece mucho a nuestra reacción: Este modo de hablar es duro. ¿No es esta la impresión que a veces tenemos y tienen otras personas con respecto al Evangelio y, sobre todo, con respecto a algunas enseñanzas de la Iglesia?

Segundo tiempo: respuesta de Jesús. Las palabras, por sí mismas, no significan nada. El Espíritu es quien da vida… Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.

Tercer tiempo: pregunta de Jesús. Cuando experimentamos el desconcierto, el cansancio, la dificultad de un compromiso sostenido, cuando se nos hace dura la fidelidad, podemos sentir dirigidas a nosotros las palabras de Jesús: ¿También ustedes quieren dejarme?

Cuarto tiempo: reacción creyente de los discípulos. La experiencia del día a día se impone a las angustias de los momentos de crisis. Pedro personaliza al creyente que somos cada uno cuando nos dejamos vivificar por el Espíritu: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes Palabras de vida eterna.

La dureza de la fe puede llevarnos al cansancio y al abandono. Son muchos los bautizados que han optado por marcharse, por buscar caminos más sencillos, por no “comprometerse”. ¿Qué creyente no ha vivido alguna vez esta tentación? Aquí vale, aunque parezca un poco irreverente, el mensaje publicitario del que abusan los fabricantes de detergentes: Busque, compare, y si encuentra algo mejor… Un creyente de hoy es el que, por más que lo intenta, no encuentra nada mejor que Jesús. Y se le nota. A veces, hasta es conveniente que corra alguna aventura de alejamiento, para que comprenda mejor el tesoro insondable que es Dios.

Sábado de la III Semana de Pascua

Hch. 9, 31-42; Juan 6, 61-70

La primera Lectura empieza: «En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo». Tiempo de paz. Y la Iglesia crece. La Iglesia está tranquila, tiene el consuelo del Espíritu Santo, está consolada. Tiempos buenos… Sigue la curación de Eneas, y luego Pedro resucita a Gacela, Tabita…, cosas que se hacen en paz.

 
Pero hay tiempos no de paz, en la Iglesia primitiva: tiempos de persecuciones, tiempos difíciles, tiempos que ponen en crisis a los creyentes. Tiempos de crisis. Y un tiempo de crisis es el que nos cuenta hoy El Evangelio de Juan. Este pasaje del Evangelio es el fin de todo un seguimiento que comenzó con la multiplicación de los panes, cuando querían hacer rey a Jesús, Jesús se va a rezar, ellos al día siguiente no lo encuentran, van a buscarlo, y Jesús les reprocha que lo buscan porque da de comer y no por las palabras de vida eterna… Y toda esa historia acaba aquí. Le dicen: “Danos de ese pan”, y Jesús explica que el pan que dará es su propio cuerpo y su propia sangre.

 
«En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Jesús había dicho que quien no comiese su cuerpo y su sangre no tendría vida eterna. Jesús decía también: “Si coméis mi cuerpo y mi sangre, resucitaréis en el último día”. Esas son las cosas que decía Jesús. «¡Duras son estas palabras!». “Es demasiado duro. Algo aquí no funciona. Este hombre se ha pasado varios pueblos”. Y este es un momento de crisis. Había momentos de paz y momentos de crisis. Jesús sabía que los discípulos murmuraban. Aquí hay una distinción entre los discípulos y los apóstoles: los discípulos eran unos 72 o más, los apóstoles eran los Doce. «Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar». Y ante esa crisis, les recuerda: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Vuelve a hablar de aquel ser atraídos por el Padre: el Padre nos atrae a Jesús. Y así es como se resuelve la crisis.

 
Y «desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él». Tomaron distancias. “Este hombre es un poco peligroso… Y esa doctrina… Sí, es un hombre bueno, predica y cura, pero cuando llega a esas cosas raras… Por favor, vámonos”. Y lo mismo hicieron los discípulos de Emaús, la mañana de la resurrección: “Pues sí, algo extraño: las mujeres dicen que el sepulcro… Pero esto huele raro –decían–, vámonos pronto porque vendrán los soldados y nos crucificarán”. Y lo mismo los soldados que protegían el sepulcro: vieron la verdad, pero prefirieron vender su secreto: “Vamos a lo seguro: no nos metamos en esas historias, que son peligrosas”.

 
Un momento de crisis es un momento de elección, es un momento que nos pone ante las decisiones que debemos tomar. Todos, en la vida, hemos tenido y tendremos momentos de crisis: crisis familiares, crisis matrimoniales, crisis sociales, crisis en el trabajo, muchas crisis…

 
¿Cómo reaccionar en el momento de crisis? «Desde entonces, muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él». Jesús decide preguntar a los apóstoles: «Entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?». ¡Tomad una decisión! Y Pedro hace la segunda confesión: «Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios». Pedro confiesa, en nombre de los Doce, que Jesús es el Santo de Dios, el Hijo de Dios. La primera confesión –“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”– y enseguida, cuando Jesús empezó a explicar la pasión que vendría, él lo para: “¡No, no, Señor, eso no!”, y Jesús le regaña. Pero Pedro ha madurado un poco, y aquí no protesta. No entiende lo que Jesús dice, eso de “comer la carne y beber la sangre”, no lo comprende, pero se fía del Maestro. Se fía. Y hace esta segunda confesión: “¿Pero a quién iremos?, por favor. Tú tienes palabras de vida eterna”.

 
Esto nos ayuda a todos a vivir los momentos de crisis. Hay un proverbio que dice: “cuando vas a caballo y debes atravesar un río, por favor, no cambies de caballo en medio del río”. En los momentos de crisis, ser muy firmes en la convicción de la fe. Esos que se fueron, “cambiaron de caballo”, buscaron otro maestro que no fuese tan “duro”, como decían de Él. En el momento de crisis está la perseverancia, el silencio; permanecer donde estamos, firmes. No es el momento de hacer cambios. Es el momento de la fidelidad, fidelidad a Dios, fidelidad a las decisiones tomadas antes. Es también el momento de la conversión, porque esa fidelidad nos inspirará algún cambio para bien, no para alejarnos del bien.

 
Momentos de paz y momentos de crisis. Los cristianos debemos aprender a manejar ambas. Ambas. Algún padre espiritual dice que el momento de crisis es como pasar por el fuego para hacerte fuerte. Que el Señor nos envíe el Espíritu Santo para saber resistir las tentaciones en los momentos de crisis, para saber ser fieles a las primeras palabras, con la esperanza de vivir después momentos de paz. Pensemos en nuestras crisis: las crisis de familia, las crisis del barrio, las crisis en el trabajo, las crisis sociales del mundo, del país… Tantas crisis, tantas crisis. Que el Señor nos dé la fuerza –en los momentos de crisis– de no vender la fe.

Sábado de la III Semana de Pascua

Jn 6, 60-69

El evangelio cierra el capítulo 6 de Juan. Veo en este epílogo un movimiento en cuatro tiempos:

Primer tiempo: reacción increyente de los discípulos. La reacción de muchos discípulos ante las palabras de Jesús se parece mucho a nuestra reacción: Este modo de hablar es duro. ¿No es esta la impresión que a veces tenemos y tienen otras personas con respecto al Evangelio y, sobre todo, con respecto a algunas enseñanzas de la Iglesia?

Segundo tiempo: respuesta de Jesús. Las palabras, por sí mismas, no significan nada. El Espíritu es quien da vida… Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.

Tercer tiempo: pregunta de Jesús. Cuando experimentamos el desconcierto, el cansancio, la dificultad de un compromiso sostenido, cuando se nos hace dura la fidelidad, podemos sentir dirigidas a nosotros las palabras de Jesús: ¿También ustedes quieren dejarme?

Cuarto tiempo: reacción creyente de los discípulos. La experiencia del día a día se impone a las angustias de los momentos de crisis. Pedro personaliza al creyente que somos cada uno cuando nos dejamos vivificar por el Espíritu: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes Palabras de vida eterna.

La dureza de la fe puede llevarnos al cansancio y al abandono. Son muchos los bautizados que han optado por marcharse, por buscar caminos más sencillos, por no “comprometerse”. ¿Qué creyente no ha vivido alguna vez esta tentación? Aquí vale, aunque parezca un poco irreverente, el mensaje publicitario del que abusan los fabricantes de detergentes: Busque, compare, y si encuentra algo mejor… Un creyente de hoy es el que, por más que lo intenta, no encuentra nada mejor que Jesús. Y se le nota. A veces, hasta es conveniente que corra alguna aventura de alejamiento, para que comprenda mejor el tesoro insondable que es Dios.

Sábado de la III Semana de Pascua

Hch. 9, 31-42; Juan 6, 61-70

La primera Lectura empieza: «En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo». Tiempo de paz. Y la Iglesia crece. La Iglesia está tranquila, tiene el consuelo del Espíritu Santo, está consolada. Tiempos buenos… Sigue la curación de Eneas, y luego Pedro resucita a Gacela, Tabita…, cosas que se hacen en paz.

Pero hay tiempos no de paz, en la Iglesia primitiva: tiempos de persecuciones, tiempos difíciles, tiempos que ponen en crisis a los creyentes. Tiempos de crisis. Y un tiempo de crisis es el que nos cuenta hoy El Evangelio de Juan. Este pasaje del Evangelio es el fin de todo un seguimiento que comenzó con la multiplicación de los panes, cuando querían hacer rey a Jesús, Jesús se va a rezar, ellos al día siguiente no lo encuentran, van a buscarlo, y Jesús les reprocha que lo buscan porque da de comer y no por las palabras de vida eterna… Y toda esa historia acaba aquí. Le dicen: “Danos de ese pan”, y Jesús explica que el pan que dará es su propio cuerpo y su propia sangre.

«En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Jesús había dicho que quien no comiese su cuerpo y su sangre no tendría vida eterna. Jesús decía también: “Si coméis mi cuerpo y mi sangre, resucitaréis en el último día”. Esas son las cosas que decía Jesús. «¡Duras son estas palabras!». “Es demasiado duro. Algo aquí no funciona. Este hombre se ha pasado varios pueblos”. Y este es un momento de crisis. Había momentos de paz y momentos de crisis. Jesús sabía que los discípulos murmuraban. Aquí hay una distinción entre los discípulos y los apóstoles: los discípulos eran unos 72 o más, los apóstoles eran los Doce. «Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar». Y ante esa crisis, les recuerda: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Vuelve a hablar de aquel ser atraídos por el Padre: el Padre nos atrae a Jesús. Y así es como se resuelve la crisis.

Y «desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él». Tomaron distancias. “Este hombre es un poco peligroso… Y esa doctrina… Sí, es un hombre bueno, predica y cura, pero cuando llega a esas cosas raras… Por favor, vámonos”. Y lo mismo hicieron los discípulos de Emaús, la mañana de la resurrección: “Pues sí, algo extraño: las mujeres dicen que el sepulcro… Pero esto huele raro –decían–, vámonos pronto porque vendrán los soldados y nos crucificarán”. Y lo mismo los soldados que protegían el sepulcro: vieron la verdad, pero prefirieron vender su secreto: “Vamos a lo seguro: no nos metamos en esas historias, que son peligrosas”.

Un momento de crisis es un momento de elección, es un momento que nos pone ante las decisiones que debemos tomar. Todos, en la vida, hemos tenido y tendremos momentos de crisis: crisis familiares, crisis matrimoniales, crisis sociales, crisis en el trabajo, muchas crisis…

¿Cómo reaccionar en el momento de crisis? «Desde entonces, muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él». Jesús decide preguntar a los apóstoles: «Entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?». ¡Tomad una decisión! Y Pedro hace la segunda confesión: «Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios». Pedro confiesa, en nombre de los Doce, que Jesús es el Santo de Dios, el Hijo de Dios. La primera confesión –“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”– y enseguida, cuando Jesús empezó a explicar la pasión que vendría, él lo para: “¡No, no, Señor, eso no!”, y Jesús le regaña. Pero Pedro ha madurado un poco, y aquí no protesta. No entiende lo que Jesús dice, eso de “comer la carne y beber la sangre”, no lo comprende, pero se fía del Maestro. Se fía. Y hace esta segunda confesión: “¿Pero a quién iremos?, por favor. Tú tienes palabras de vida eterna”.

Esto nos ayuda a todos a vivir los momentos de crisis. Hay un proverbio que dice: “cuando vas a caballo y debes atravesar un río, por favor, no cambies de caballo en medio del río”. En los momentos de crisis, ser muy firmes en la convicción de la fe. Esos que se fueron, “cambiaron de caballo”, buscaron otro maestro que no fuese tan “duro”, como decían de Él. En el momento de crisis está la perseverancia, el silencio; permanecer donde estamos, firmes. No es el momento de hacer cambios. Es el momento de la fidelidad, fidelidad a Dios, fidelidad a las decisiones tomadas antes. Es también el momento de la conversión, porque esa fidelidad nos inspirará algún cambio para bien, no para alejarnos del bien.

Momentos de paz y momentos de crisis. Los cristianos debemos aprender a manejar ambas. Ambas. Algún padre espiritual dice que el momento de crisis es como pasar por el fuego para hacerte fuerte. Que el Señor nos envíe el Espíritu Santo para saber resistir las tentaciones en los momentos de crisis, para saber ser fieles a las primeras palabras, con la esperanza de vivir después momentos de paz. Pensemos en nuestras crisis: las crisis de familia, las crisis del barrio, las crisis en el trabajo, las crisis sociales del mundo, del país… Tantas crisis, tantas crisis. Que el Señor nos dé la fuerza –en los momentos de crisis– de no vender la fe.

Sábado de la III Semana de Pascua

Hech 9, 31-42; Jn 6, 61-70

En la primera lectura de hoy vemos a Pedro haciendo milagros, curando a un enfermo e, incluso, resucitando a un muerto.  Es el tipo de cosas que estamos acostumbrados a ver que Jesús hace en el Evangelio.  En efecto, bien podríamos sustituir el nombre de Pedro por el de Jesús en la primera lectura, y ésta nos hubiera sonado mucho muy parecida a un evangelio narrativo, a no ser por un elemento importante: Jesús obraba milagros en su propio nombre y por su propio poder.  San Pedro hacía milagros, pero sólo en el nombre de Jesús y con su poder.  Notemos con qué claridad san Pedro afirma este punto cuando le dice a Eneas, el paralítico: «Eneas, Jesucristo te da la salud».

Este poder de Jesucristo está todavía con nosotros en la Iglesia, sobre todo en la Sagrada Eucaristía.  En realidad, Jesús hizo de la fe en su presencia eucarística la prueba definitiva del verdadero discipulado.  Como hemos venido escuchando estos últimos días, Jesús dijo de manera inequívoca, que el pan que iba a dar era su carne para que el mundo tuviera vida.  En el evangelio de hoy vemos la reacción de numerosos discípulos que protestaron por aquellas palabras «intolerables» de Jesús.  Pero Jesús insistió en su doctrina y muchos se echaron para atrás y ya no quisieron andar con El.  Jesús no los llamó para que regresaran.  En ningún momento dijo: «Esperen, no me han entendido.  Yo no estoy hablando literalmente; lo digo en sentido figurado».  No, El dejó que se fueran, porque la fe en la Eucaristía es el punto crítico para ser un verdadero discípulo.  Jesús puso a prueba incluso a los Doce: «¿También ustedes quieren dejarme?»  El día en el que Jesús prometió la Eucaristía, fue el día de la decisión.

Demos gracias a Dios porque nosotros hemos respondido al don de la fe por el que creemos en la Eucaristía.  Hoy debemos reconocer lo central que la Eucaristía es para nuestra fe y lo necesario que es para nosotros no titubear jamás en la estima que debemos tener del gran regalo del cuerpo y de la sangre de Jesucristo.