Sábado de la III Semana del Tiempo Ordinario

Mc. 4, 35-41.

Jesús es Dios-con-nosotros. ¿Creemos realmente esto? Si es así entonces no podemos tener miedo ni aunque se levante una tempestad tormentosa que quisiera acabar con nosotros.

Al proclamar el Evangelio del Señor tratamos, como instrumentos del Espíritu Santo que habita en nosotros, de suscitar la fe en Jesús. Tal vez este anuncio sea acompañado de señales que ayuden a comprender que no vamos en nombre propio, sino en Nombre de Dios.

Pero finalmente esas señales no son tan importantes cuanto sí lo ha de ser el lograr la finalidad del Evangelio: Que Jesús sea reconocido como Dios y como el único Salvador de la humanidad.

Vivamos confiados en Dios y dejémonos conducir por su Espíritu para que al anunciar su Nombre a los demás no queramos hacer nuestra obra, sino la obra de Dios para que todos encuentren en Cristo el camino que nos conduce al Padre.

Sábado de la III Semana del Tiempo Ordinario

Mc 4, 35-41

Hay personas que saben perfectamente lo que “debe ser”, pero no lo hacen.  Hay neuróticos que sabe perfectamente la explicación de sus males, pero no pueden salir de ellos.  No basta con saber las cosas para que éstas se realicen o cambien.  Es necesaria una intervención deliberada y muchas veces un largo proceso de aprendizaje.

La fe es un don de Dios, pero requiere de una respuesta humana que va desarrollándose dentro de la comunidad-Igleisa.  Podemos ser conscientes de las grandes necesidades de nuestro mundo y del egoísmo que está en su raíz, pero no basta para cambiar los males.  La fe no es una virtud pasiva sino activa.  Y nosotros vamos en ese largo proceso de caminar en la fe.

Ante las dificultades del mundo muchas veces nos paraliza el miedo, como cuando los apóstoles estaban en el mar.  Pero Jesús llega a nuestra barca-Iglesia para reclamarnos nuestra falta de fe, precisamente cuando celebramos el “sacramento de nuestra fe”