Sábado de la XXI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 25, 14-30

Hoy hemos escuchado la parábola de los talentos.  El talento era una «moneda»,   o más bien, una medida de peso de metales preciosos.  Un talento era casi 35 kilos.  Nuestra traducción pone, en vez de talento, «millón».  Es notable que en el lenguaje popular la palabra «talento»,  por influjo de la parábola, quiere decir hoy «capacidad», «dotes naturales», «habilidad», «aptitud».

¿Cuál debe ser nuestra actitud ante los «talentos» que hemos recibido de Dios?

Primero, reconocerlos.  No es contra la humildad o la modestia pues son dones de Dios, no son propios nuestros.

Segundo, trabajarlos.  Es decir, profundizarlos, desarrollarlos, cultivarlos.

Y tercero, ponerlos a disposición de los demás ya que no son un tesoro para ser enterrado, para que permanezca improductivo, sino para servir de impulso para buscar el mejoramiento y servicio.

Actuemos lo que la Palabra nos ha iluminado con la fuerza del Sacramento en el que vamos a participar.

Sábado de la XXI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 25, 14-30

La parábola que nos relata el Evangelio insiste en que utilicemos bien los talentos que tenemos, por la principal razón de que los talentos los hemos recibido gratuitamente del Señor.

Conviene advertir que el hombre de la parábola llamó a sus servidores de confianza y les entregó la riqueza de él: no era un pago, sino un regalo.  Cuando olvidamos quién nos ha hecho un regalo, estamos cometiendo un error gravísimo.  La humanidad no tiene nada de qué presumir ante Dios.

De todo lo dicho se deduce que ningún cristiano, sea cual fuere su condición, debe tener complejo de inferioridad, porque Dios nos ha dado el mayor don posible: nos ha dado la vida en Cristo Jesús y lo ha hecho nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención.

Por eso, a los ojos de Dios todos somos “personas muy importantes”