Sábado de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 8, 3-15

Jesús iba caminando y al pasar por los pueblos se le juntaba mucha gente que le seguía y, en ese contexto, según nos refiere San Lucas, es cuando les dice la parábola del sembrador, en la que según donde se esparce la semilla, el fruto que da es distinto. Al finalizar la misma lo hace con la muletilla “el que tenga oídos para oír, que oiga” como animándolos a que cada uno se examine y valore a qué tipo de terreno corresponde.

Los discípulos, al finalizar la enseñanza, se atreven a preguntarle qué significado tenía la parábola, Jesús les detalla a que corresponde cada uno de los terrenos en que cae la semilla. Los que escuchan la Palabra de Dios, pero no la interiorizan, sólo oyen; los que la escuchan con interés, pero no dejan que se enraíce en ellos, por lo que enseguida la olvidan; los que la escuchan, la sumen, pero se dejan arrastrar por los placeres de la vida, son inconstantes y acaban por preferir lo cómodo y agradable, por lo menos aparentemente; por último aquellos que tienen un alma dispuesta con un corazón generoso, y consiguen que la Palabra fructifique y, perseverando, dan hasta un ciento por uno.

Estas palabras de Jesús de hace 2000 años, son de una tremenda actualidad, parece que el terreno bueno es cada vez más escaso, predominan aquellas situaciones que carecen de constancia e interés, hasta los poderes del estado luchan para que el hombre se convierta en un ser intrascendente, que exista solo predominio de lo material y, que todo lo demás, carezca de valor.

Esforcémonos, pues, en convertirnos en terreno bueno y preparado, para que la Palabra fructifique en nosotros y seamos capaces de transmitir a los que nos rodean la alegría de la fe.

Cuando en el credo decimos que creemos en la resurrección de los muertos ¿realmente lo creemos?

¿Somos meros oyentes de la Palabra o realmente estamos dispuestos a asumirla?

¿Irradiamos la alegría de la fe?

Sábado de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc. 8, 4-15.

Dios espera de nosotros un corazón bueno y bien dispuesto, que nos haga dar fruto por nuestra constancia. Ya en una ocasión el Señor nos había anunciado: Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié. Dios no quiere que seamos terrenos estériles, ni que sólo nos conformemos con aceptar por momentos sus Palabra; Él nos quiere totalmente comprometidos con su Evangelio, de tal forma que, sin importar las persecuciones, manifestemos que esa Palabra es la única capaz de salvarnos y de darle un nuevo rumbo a la historia. Siempre estará el maligno acechando a la puerta de la vida de los creyentes para hacerlos tropezar, pues no quiere que creamos ni nos salvemos; al igual podrá entrar en nosotros el desaliento cuando ante las persecuciones perdamos el ánimo para no comprometernos y evitar el riesgo de ser señalados, perseguidos e incluso asesinados por el Nombre de Dios; finalmente los afanes, las riquezas y placeres de la vida nos pueden embotar de tal forma que, tal vez seamos personas que acuden constantemente a la celebración litúrgica, pero sin el compromiso, sin renovar la alianza que nos hace entrar en comunión con el Señor y nos hace fecundos en buenas obras. Permanezcamos firmemente anclados en el Señor, de tal forma que, no nosotros, sino su Espíritu en nosotros, nos haga tener la misma fecundidad salvífica que procede de Dios y que hace de su Iglesia una comunidad donde abunda la Justicia, la verdad, el amor fraterno, la paz y la alegría, fruto del Espíritu de Dios que actúa en nosotros.

Sábado de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 8, 3-15

Esta parábola del Sembrador ya la oímos este año en otra ocasión.  Esta parábola nos presenta los distintos terrenos y los distintos resultados, luego la pregunta de los discípulos: «¿Qué significa esta parábola?»  Y, por último, la explicación de Jesús.

«La semilla es la palabra de Dios»

De nuevo se nos propone la pregunta: ¿Yo, qué clase de terreno soy?  ¿Está la Palabra produciendo fruto en mí?

Los terrenos de la parábola difícilmente podían cambiar: una tierra dura, apisonada por la gente que pasa una y otra vez, el terreno lleno de piedras con muy poca o ninguna tierra húmeda, el terreno lleno de maleza.

Pero nuestro corazón puede cambiar.  Esto es fundamentalmente un don de Dios que debemos pedir siempre.  Pero el Señor insiste en nuestra apertura a su don, en nuestra puesta en obras de sus mandamientos y ejemplos, en una lucha continua contra el Malo y contra el mal, en la perseverancia, en la lucha contra los ataques y las tentaciones.

Hoy, sábado, podemos recordar el elogio que se hizo a María: «Dichosa tú que has creído porque se cumplirá todo lo que el Señor te prometió».

Con la fuerza del sacramento seamos buen terreno para que la Palabra dé óptimos frutos de caridad.