VI DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Lc. 2, 36-40.

Podemos imaginar a esta pequeña familia, en medio de tanta gente, en los grandes patios del templo. No salta a la vista, no se distingue… Y, sin embargo, no pasa desapercibida.

Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y empiezan a alabar a Dios por ese niño en el que reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel.

Es un momento sencillo, pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos, llenos de alegría y fe por la gracia del Señor y dos ancianos, ellos también llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quien hace que se encuentren?: Jesús. Es Jesús quien hace que se encuentren los jóvenes y los ancianos.

Jesús es Aquel que acerca a las generaciones. Es la fuente de ese amor que une a las familias y a las personas, venciendo cualquier desconfianza, cualquier aislamiento, cualquier lejanía…

La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisiva para el camino de la comunidad civil y eclesial. Y mirando a estos dos ancianos, a estos dos abuelos, a Simeón y a Ana saludamos desde aquí con un aplauso a todos los abuelos del mundo.

El mensaje que procede de la Sagrada Familia es ante todo un mensaje de fe… Por eso la Familia de Nazaret es santa, porque está centrada en Jesús.

Cuando los padres y los hijos respiran juntos este clima de fe tienen una energía que les permite hacer frente a pruebas difíciles como demuestra la experiencia de la Sagrada Familia… en el evento dramático de la huida a Egipto.

El Niño Jesús con su madre María y con san José son un icono familiar tan sencillo como luminoso. La luz que despide la Sagrada Familia nos alienta a ofrecer calor humano en las situaciones familiares en las que, por varios motivos, falta la paz, falta la armonía, falta el perdón.

¡Que no falte nuestra solidaridad concreta sobre todo con esas familias que atraviesan por situaciones difíciles como las enfermedades, la falta de trabajo, la discriminación, la necesidad de emigrar!

VI Día de la infraoctava de Navidad

Lc. 2, 36-40.

Ana sirve al Señor con ayunos y oraciones. Constantemente está en la presencia del Señor. Conocer al Señor le lleva a uno a saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica. A partir de esa Palabra que va tomando cuerpo en nosotros, podemos reconocer al Señor que se hace presente en nuestra vida. Hablar del Señor a los demás no es sólo dedicarnos a evangelizar con los labios, sino contribuir con nuestras buenas obras a que todos vayan creciendo y fortaleciéndose en el Señor, a que se llenen de sabiduría y a que la gracia de Dios esté en ellos.

La vida sencilla y pobre de Jesús en Nazaret en su familia no da a entender que Dios no hace acepción de personas, sino que estará siempre junto a aquellos que, siendo hombres de buena voluntad, estén dispuestos a dejarse conducir por su Espíritu. Tratemos de vivir siempre en la presencia del Señor, no sólo cuando oramos en el templo, sino convirtiendo toda nuestra vida en una continua alabanza de su santo Nombre.

Nosotros nos hemos presentado ante el Señor para conocerlo y reconocerlo en nuestra propia vida. Él, consagrado a Dios su Padre totalmente, vivió haciendo en todo su voluntad. Él nos habló del amor que el Padre nos tiene. Y lo hizo desde su propia experiencia de Hijo: Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Nosotros hemos venido a esta Eucaristía para conocer el amor de nuestro Padre Dios, manifestado a nosotros por medio de Jesús, su Hijo.

Al conocer el amor de Dios no podemos guardarnos, de modo egoísta ese mensaje de Salvación, sino que lo hemos de llevar a todos para que todos encuentren en Cristo el Camino de Salvación que nos conduce al Padre. Que Dios nos haga fuertes por medio de su Espíritu Santo para que no volvamos a dejarnos esclavizar por el pecado, sino que, guiados por Él podamos anunciar el Nombre del Señor asumiendo todos los riesgos que por ese motivo pudiesen venírsenos encima.