
Hech 5, 34-42
Este pasaje nos permite destacar dos elementos importantes para nuestra vida.
El primero, y que es en esencia la tesis que continuamente presenta Lucas en su libro, es el hecho de que el proyecto de Dios, la extensión del Reino, se realiza a pesar de todos los obstáculos humanos que se van presentando. Por ello nuestra cooperación a su propagación consiste en permanecer fieles y obedientes a la palabra de Dios. De manera que las oposiciones que a veces se presentan en nuestros centros de trabajo o de estudio no hacen otra cosa que confirmar la palabra de Jesús: «Serán perseguidos por mi causa».
La segunda enseñanza, que se deriva precisamente de ésta, es el hecho de que los apóstoles tomaron como un honor el haber padecido todo esto por el nombre de Jesús. Ahora si pueden estar seguros que son «bienaventurados» y que les pertenece el Reino de los cielos.
Por ello, cuando te persigan, te desprecien, te traten mal por portarte, vivir o pensar como un cristiano, agradécele a tu agresor la oportunidad que te dio de «padecer por Cristo» y siente agradecido al Señor que te consideró digno de este honor.
Jn 6, 1-15
Entre los personajes que intervienen en la escena evangélica, además del Maestro, los apóstoles y la multitud, el muchacho de los panes y los peces pasa muy desapercibido en el relato. Apenas se menciona, pero su presencia y generosidad fueron claves para que Jesús obrara el milagro.
De hecho, cuando Felipe le señala, bien hubiera podido decir: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero no sé si quiera entregarlos y, de cualquier modo, ¿qué es eso para tantos?»
Todos los milagros de Jesús requirieron de la fe de quienes los pedían. Éste, además, requirió de la generosidad de aquel muchacho. Como si quisiera decirnos con ello el evangelista, que para obtener el milagro de la propia conversión o del propio progreso espiritual y humano, siempre se requiere generosidad. Darlo todo, y darlo de corazón.
Igualmente, cuando se trata de la ayuda a los demás, muchas veces tenemos en nuestras canastas los cinco panes y dos peces que necesita nuestro prójimo. A veces es una limosna, a veces es ceder el paso en la calle o una simple sonrisa que devuelva la confianza a nuestros hijos o compañeros de trabajo, después de que hemos sufrido algún percance.
Los cinco panes son, sin duda, una representación de los talentos que Dios nos ha regalado. Sólo en la medida en que los demos a los demás, fructifican y rinden todo cuanto pueden. Si los guardamos para nosotros mismos, pueden echarse a perder. Hay que recordar que el milagro comienza cuando aquel muchacho cedió al Maestro sus panes, para que diera de comer a toda una multitud…