Viernes de la III Semana de Cuaresma

Os 14, 2-10

El profeta Oseas decía: “Ya no tendré más ídolos en mí”. Es necesario aprender a no tener más ídolos en nosotros; hacer que nuestra conciencia se vea plena y solamente iluminada por Dios nuestro Señor, que ningún otro ídolo marque el camino de nuestra conciencia.

Podría ser que en nuestra vida, en ese camino de aprendizaje personal, no tomásemos como criterio de comportamiento a Dios nuestro Señor, sino como dirá el Profeta Oseas: “a las obras de nuestras manos”. Y Dios dice: “No vuelvas a llamar Dios tuyo a las obras de tus manos; no vuelvas a hacer que tu Dios sean las obras de tus manos”. Abre tu conciencia, abre tu corazón a ese Dios que se convierte en tu alma en el único Señor.

Sin embargo, cada vez que entramos en nosotros mismos, cada vez que tenemos que tomar decisiones de tipo moral en nuestra vida, cada vez que tenemos que ilustrar nuestra existencia, nos encontramos como «dios nuestro» a la obras de nuestras manos: a nuestro juicio y a nuestro criterio. Cuántas veces no hacemos de nuestro criterio la única luz que ilumina nuestro comportamiento, y aunque sabemos que es posible que Dios piense de una forma diferente, continuamos actuando con las obras de nuestras manos como si fueran Dios, continuamos teniendo ídolos dentro de nuestro corazón.

Mc 12, 28-34

¿Quién es mi prójimo? No nos compliquemos investigando quién es nuestro prójimo. ¿Será aquél que nos encontramos en la calle, el pobre, el sucio…? Sí, él es nuestro prójimo. Pero también recordemos que prójimo es sinónimo de próximo. Algunas veces nos cuesta trabajo amar verdaderamente a nuestro prójimo que está más cercano a nosotros, en el trabajo, en la escuela. Aquella persona con la que tengo contacto personal cotidiana y que a veces humanamente me es difícil convivir, que es una cosa muy normal, pero en esos momentos es donde verdaderamente entra el verdadero amor a nuestro prójimo.

“No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? Muchas ocasiones, ¿verdad?, ¿No nos parece que se queda un poco corta? Es un poco pasiva, indiferente. Le falta algo. ¡Es un poco seca!

Cambiémosla a alguna frase más activa, más dinámica, que nos mueva a realizar algo y que nos ayude a quedarnos en el “no hagas a los demás”. Sería mejor decir: “haz a los demás lo que quieras que te hicieran a ti”. Interpretándola de forma correcta, no esperando en realidad que por nuestros actos tenemos que recibir el mismo pago. O esta otra que dice hacer el bien sin mirar a quien. Pero aquí en lugar del “sin mirar a quién” veamos a Cristo representado en mi prójimo.

Viernes de la III Semana de Cuaresma

Os 14, 2-10

La amorosa invitación a la conversión que hemos escuchado cierra el libro de Oseas.

Todas las acciones de Dios para su pueblo y que han sido tan mal correspondidas, llevan a una llamada a la conversión que desemboca en la confiada oración: «perdona todas nuestras maldades, acepta nuestro arrepentimiento sincero…»

El profeta brinda, de parte de Dios, el perdón restaurador.

Tal vez nos dimos cuenta de las imágenes vegetales que usó el profeta.  Tengamos en cuenta que está  hablando en una región desértica, donde el agua está gritando: vida.  Nos habló del rocío que florecerá en lirios, de humedad que se manifestará en álamos, olivos, cedros y cipreses, de feracidad que aparecerá en trigales y viñedos.  ¿No son una muy buena imagen de los dones de Dios y de cómo nos requiere para que se manifiesten en nosotros en obras de salvación para los demás?

Mc 12, 28-34

El evangelista Marcos nos presenta una serie de «acercamientos» al Señor, de dirigentes del pueblo de Israel: los sumos sacerdotes, los ancianos, fariseos, herodianos, saduceos, y, por fin, el escriba de hoy; pero su recurso al Señor no es en apertura y disponibilidad sino que es reclamación, para sorprenderlo, objetarlo; la respuesta a la pregunta que hizo el escriba es totalmente obvia.  Aún hoy los judíos piadosos recitan varias veces al día la profesión de fe: «Shemá Israel…».  Preguntar cuál es el principal mandamiento a un rabí es como preguntar ¿cuánto es dos por tres? a un buen matemático.  Pero Jesús aprovecha para unir al mandamiento del amor a Dios el mandato del amor al prójimo.  «No estás lejos del Reino de Dios», dice Jesús al escriba que repitió la afirmación.

No olvidemos que no basta conocer el mandamiento y anunciarlo, hay que vivirlo.  «El que diga que ama a Dios y no ama a su prójimo, es un mentiroso».

Nuestro camino de conversión a Dios que es la Cuaresma, exige igualmente nuestra conversión al prójimo.

Viernes de la III Semana de Cuaresma

Mc 12, 28-34

En este dialogo de Jesús con el escriba, hace el escríbase una pregunta, una pregunta existencial, que, con frecuencia nos la hacemos todos, como algo normal. Para un judío, con muchísimas leyes y preceptos, era una pregunta fundamental. Quería saber cuál es lo decisivo para vivir con sentido la vida. Nosotros cuando la hacemos buscamos dar un sentido a nuestra vida y saber lo fundamental para nuestra realización.

Lo más importante del dialogo es la respuesta. Respuesta, que todo judío sabía de memoria, que recitaba todos los días y era lo que le daba sentido a su vida, lo que le ayudaba a realizarse como persona, pero no sabiéndolo solamente, sino sobre todo cumpliéndolo. Las palabras de ánimo de Jesús “has respondido sensatamente” es una invitación a que lo viva, lo practique.

La respuesta al escriba inquieto, nos estimula a descubrir y buscar la verdad en nuestra actuación diaria y en nuestra misión. Llamados como somos a vivir con Jesús y desde Él, su proyecto de hacer el Reino de Dios, es muy importante la coherencia de vida. Somos muy sabios en normas y preceptos, los tenemos, y nos cuesta más el ser sabios en el actuar desde los valores evangélicos y desde las enseñanzas de Jesús.

El amor a Dios y el amor a los demás es una tarea diaria, es la mejor fórmula y manera de lograr nuestra identidad como personas. Dios nos ama, nos acompaña, confía en nosotros y esto nos exige correspondencia de amor a Él. El amor a los demás, aunque nos cuesta, es tan necesario como el amor a Dios, pues les necesitamos, con su actuación nos protegen y nos ayudan. Cumpliendo este mandato nos realizamos como personas.

Viernes de la III Semana de Cuaresma

Mc 12, 28-34

Cuando el profeta Oseas sugiere al pueblo de Israel su conversión, le pide que ya no llamen dioses a las obras de sus manos.  Y si revisamos un poco la historia, nos encontramos que Israel había puesto su confianza más en el poder de Asiria, en su ejército y en sus propias fuerzas que en el Señor.  No se refiere, pues,  literalmente a otros dioses, sino que hay cosas que están ocupando el lugar de Dios.

Actualmente muchos pueblos se definen a sí mismos como religiosos, no idólatras, pero en su diario actuar confían más en su poder, en su dinero y en miles de pequeñeces que llenan su corazón.

El hombre moderno se ha aficionado a tantas comodidades, a tantas dependencias que se ha convertido en verdaderos dioses, con sus ritos, con sus defensores y sus sacerdotes.  Basta mirar los nuevos espectáculos, los deportes, los negocios y la política.  No podemos decir que no ocupa verdaderamente el corazón de la persona.

Después también encontramos las ambiciones y anhelos personales o de grupo, se adueñan del corazón y tiranizan toda su vida.

El evangelio de este día quiere que retomemos el fin esencial del hombre: amar a Dios y amar al prójimo.  Alguien decía que deberíamos decir más que amar a Dios, el dejarse amar por Dios, permitirse experimentar el amor de Dios.  Y es verdad, porque quien se sabe amado por Dios, se siente en las manos de Dios, buscará espontáneamente responder con el mismo amor y también procurará manifestar en la práctica este amor dándolo a sus  hermanos que son así mismo amados de Dios.

No es tanto un mandamiento sino una experiencia.  Cada día que nace, cada instante que vivimos, cada belleza y aún cada fracaso lo podremos vivir como una manifestación del amor de Dios.  Entonces nuestro corazón encontrará la verdadera paz y podrá ponerse a disposición para servir a los hermanos.  Si el corazón se llena de ambición nunca encontrará la paz y verá en cada hermano un opositor y se defenderá de él o lo utilizará como peldaño.

Pidamos al Señor que podamos experimentar en cada instante el gran amor que Dios Padre nos regala.