Viernes de la III Semana de Pascua

Hech 9, 1-20

Este hermoso y ya conocido pasaje de la conversión de san Pablo, nos presenta diversos elementos para nuestra reflexión.

Uno de ellos es la reacción contraria de Ananías a bautizar a san Pablo y la obediencia total a la propuesta de Dios. Es importante el reflexionar en ello pues con frecuencia ocurren este tipo de situaciones en nuestra vida en las cuales nosotros, humanamente, pensaríamos que las cosas debían ser o hacerse de una determinada manera, sin embargo Dios puede tener una forma distinta de reaccionar.

Esto sobre todo ocurre cuando, como en el caso de Pablo, es necesario trabajar, cooperar, convivir con alguien que por su conducta o actitud hacia nosotros o hacia nuestras personas queridas, no ha sido correcta.

Recordemos que todos hemos sido llamados a crecer en el amor y que muchas veces una sonrisa, el tender la mano, simplemente el saludar, puede ser el elemento por el cual Dios pueda acercarse a quien hasta ahora, por su ceguera espiritual, lo ha rechazado.

Seamos dóciles a la voz del Espíritu.

Jn 6, 52-59

El amor lleva a darse. Cuando se trata de un amor como el de Jesús, se llega hasta los extremos más insospechados, hasta el “invento” de la Eucaristía.

Cristo tiene que marcharse de este mundo pero “inventa” el modo de quedarse para siempre entre nosotros verdadera, real y substancialmente.

Todos nosotros hemos tenido alguna vez esa experiencia, tan humana, de una despedida. Y sobre todo, si se trata de dos personas que se quieren, su deseo sería el de continuar juntos sin separarse, pero no se puede.

El amor del hombre, por muy grande que sea es limitado. Pero lo que nosotros no podemos, lo puede Jesucristo. Él, perfecto Dios y perfecto Hombre, se tiene que ir pero al mismo tiempo se queda, se perdura, se eterniza en este mundo.

Cristo sabe que en muchos sagrarios donde Él mora estará solo la mayor parte del día, experimentando la soledad. Más Cristo se ha quedado por nosotros, como prisionero por nuestro amor. Siempre esperando. Te está esperando, me está esperando. Espera a todos y cada uno de los hombres, para demostrarnos y desenmascararnos su amor.

¿Cómo no pagar tanto Amor con amor?

Viernes de la III Semana de Pascua

Hech 9, 1-20

Hoy escuchamos la primera narración de la conversión de Saulo.

Este encuentro personal con Cristo le revela algo fundamental en su futura predicación: Cristo Jesús se identifica como cabeza con su cuerpo que es la Iglesia.

«¿Por qué me persigues?»  dice el Señor; «Yo soy Jesús a quien tú persigues».  Pablo hubiera podido replicar: «Yo no te persigo; a quien voy persiguiendo es a un grupo de personas que están rompiendo la unidad de nuestra tradición y están metiendo ideas subversivas».

La condición básica del apostolado, «haber visto al Resucitado y ser enviado por El», se da ahora en Pablo.  Pero esta llamada de Cristo tiene que ser confirmada por la Iglesia; por esto es enviado con Ananías, quien le abre los ojos material y espiritualmente, y lo bautiza.

Pablo comienza a dar su testimonio del Resucitado.

Jn 6, 52-59

Hoy escuchamos la enseñanza explícitamente sacramental del «sermón del Pan de Vida».

Carne y sangre en la mentalidad judía son la expresión del doble elemento del hombre, el material y el espiritual, lo físico y visible, y lo interno y motor.  Los dos forman la totalidad humana vital.  Comer y beber son los dos elementos de la alimentación que da vida.

«Tomen, coman, es mi Cuerpo que se entrega», «tomen, beban, es el cáliz de mi Sangre».

San Juan señala los efectos de la Eucaristía:

-La resurrección y la vida eterna: «Yo lo resucitaré».

-La identificación con Cristo: «permanece en mí y Yo en él».

-La vida por y para Cristo: «el que me come vivirá por mí».

Hagamos verdad y vida lo que hemos escuchado y lo que vamos a realizar.

Viernes de la III Semana de Pascua

Jn 6, 52-59

Jesús reprocha a las personas de su tiempo que repiten la misma actitud insensata de los contemporáneos de Noé y de Lot: “comían, bebían, se casaban, compraban”, y se reían de Noé por sus previsiones y provisiones. También nosotros tenemos la tentación de entregarnos a la vida como si fuéramos eternos habitantes de este mundo. A este respecto san Palo aconseja tomar conciencia de la provisionalidad del tiempo presente: “Los que compran como si no poseyesen, los que gozan del mundo como si no disfrutasen, porque este mundo que contemplamos está para acabar”.

No se trata de amargarnos la existencia pensando siempre en la muerte. Un rasgo del cristiano es la alegría. Jesús nos da la razón suprema: “voy a prepararos el lugar para que estéis donde yo estoy”. Esto pone alegría en la vida, porque despeja el interrogante: “¿qué será de mí después de la muerte?” que, por lo menos de forma inconsciente, atormenta al que no tiene esperanza.

Además, somos unos privilegiados por saber el tema del examen final. Jesús señala que se nos preguntará: Estuve hambriento, desnudo, encarcelado, sin trabajo… ¿me tendiste la mano, saliste al paso de mi sufrimiento? “En el atardecer de la vida se nos examinará del amor”. Saber el tema del examen y no aprobar sería una negligencia imperdonable. En esto nos va la vida eterna.

El futuro glorioso se genera viviendo con sentido de entrega. El que guarde su vida para sí, la perderá; el que la entregue con generosidad, la acumulará. De ahí la importancia de vivir cada día como si fuera el último, con responsabilidad y alegría.

Viernes de la III Semana de Pascua

Juan 6, 52-59

«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado»: Jesús recuerda que ya los profetas habían anunciado esto: «Serán todos discípulos de Dios». Es Dios quien atrae al conocimiento del Hijo. Sin eso no se puede conocer a Jesús. Sí, se puede estudiar, también estudiar la Biblia, y conocer cómo nació, qué hizo: eso sí. Pero conocerlo por dentro, conocer el misterio de Cristo es solo para los que son atraídos por el Padre.

Eso es lo que le pasó a este ministro de economía de la reina de Etiopía. Se ve que era un hombre piadoso y que se tomó tiempo, entre sus muchos asuntos, para ir a adorar a Dios. Un creyente. Y volvía a su patria leyendo al profeta Isaías. El Señor llama a Felipe, lo envía a aquel sitio y le dice: «Acércate y pégate a la carroza», y oye al ministro que está leyendo a Isaías. Se acerca y le hace una pregunta: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». «Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía?», y pregunta: «¿De quién dice esto el profeta?». “Te ruego, sube a la carroza”, y durante el viaje –no sé cuánto tiempo, yo pienso que al menos un par de horas– Felipe le anunció a Jesús.

Esa inquietud que tenía este señor en la lectura del profeta Isaías era precisamente del Padre, que atraía a Jesús: lo había preparado, lo había llevado desde Etiopía a Jerusalén para adorar a Dios y luego, con esa lectura, preparó su corazón para revelarle a Jesús, hasta el punto de que, en cuanto vio agua, dijo: «Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?». Y creyó.

Y esto –que nadie puede conocer a Jesús sin que el Padre lo atraiga – es válido para nuestro apostolado, para nuestra misión apostólica como cristianos. Pienso también en las misiones. “¿Qué vas a hacer en las misiones?” – “Yo, a convertir a la gente”“Quieto, ¡tú no convertirás a nadie! Será el Padre quien atraiga esos corazones para reconocer a Jesús”. Ir en misión es dar testimonio de la propia fe; sin testimonio no harás nada. Ir en misión –¡y son buenos los misioneros!– no significa hacer granes estructuras, cosas… y quedarse así. No: las estructuras deben ser testimonios. Puedes hacer una estructura hospitalaria, educativa de gran perfección, de gran desarrollo, pero si esa estructura no da testimonio cristiano, tu trabajo allí no será una labor de testigo, una labor de auténtica predicación de Jesús: será una sociedad de beneficencia, muy buena –¡muy buena!–, pero nada más.

Si quiero ir en misión, y esto lo digo si quiero hacer apostolado, debo ir con la disponibilidad de que el Padre atraiga a la gente a Jesús, y eso lo hace el testimonio. Jesús mismo se lo dijo a Pedro, cuando confiesa que Él es el Mesías: “Bienaventurado eres, Simón Pedro, porque eso te lo ha revelado el Padre”. Es el Padre quien atrae, y atrae también con nuestro testimonio. “Haré tantas obras, aquí, acá, allá, de educación, de esto, de lo otro…”, pero sin testimonio son cosas buenas, pero no son el anuncio del Evangelio, no son sitios que den la posibilidad de que el Padre atraiga al conocimiento de Jesús. Trabajo y testimonio.

¿Y qué puedo hacer para que el Padre se preocupe de atraer a esa gente? La oración. Y esa es la oración para las misiones: rezar para que el Padre atraiga a la gente a Jesús. Testimonio y oración van juntos. Sin testimonio y oración no se puede hacer predicación apostólica, no se puede hacer el anuncio. Darás una bonita prédica moral, harás tantas cosas buenas, todas buenas. Pero el Padre no tendrá la posibilidad de atraer a la gente a Jesús. Y ese es el centro, el centro de nuestro apostolado, que el Padre pueda atraer  a la gente a Jesús. Nuestro testimonio abre las puertas a la gente y nuestra oración abre las puertas al corazón del Padre para que atraiga a la gente. Testimonio y oración. Y esto no es solo para las misiones, es también para nuestra labor como cristianos. ¿Doy testimonio de vida cristiana, de verdad, con mi estilo de vida? ¿Rezo para que el Padre atraiga a la gente a Jesús?

Esta es la gran regla para nuestro apostolado, siempre, y de modo especial para las misiones. Ir en misión no es hacer proselitismo. Una vez, una señora –buena, se veía que tenía buena voluntad– se me acercó con dos chicos, un chico y una chica, y me dijo: “Este chico, Padre, era protestante y se ha convertido: yo lo he convencido. Y esta chica era animista, “y la he convertido”. Y la señora era buena, buena. Pero se equivocaba. Yo le dije: “Mira, tú no has convertido a nadie: es Dios quien toca el corazón de la gente. Y no te olvides: testimonio, sí; proselitismo, no”.

Pidamos al Señor la gracia de vivir nuestra labor con testimonio y con oración, para que Él, el Padre, pueda atraer a la gente a Jesús.

Viernes de la III Semana de Pascua

Jn 6, 52-59

Si pensamos en la posibilidad de unión de dos cuerpos, no encontraremos una unión tan profunda como el alimento que se convierte en parte de quien lo come.  Con los procesos digestivos y con la maravillosa dinámica de la integración, el alimento da vida, sostiene y viene a integrarse a un cuerpo vivo.

Quizás por esto Jesús se quiere quedar como un pan, como alimento, para demostrarnos que su amor es tan grande que viene a ser parte de nosotros mismos.

Para sus oyentes es señal de una locura que no son capaces de aceptar, pero para Jesús es la manifestación más grande de amor: hacerse parte de nosotros.  Y es que comer a Jesús no implica solamente tomar el alimento sino que con sus palabras, Jesús nos manifiesta la necesidad de escucharlo, dispuestos a aceptar su mensaje y a dejarnos transformar por Él y en Él.

Comer y beber el Cuerpo y la Sangre de Jesús es aceptar a Jesús en todas sus dimensiones y en todos sus proyectos.  No es el alimento superficial que se desecha después de haberlo comido.  Es aceptar que Jesús se mete en nuestro interior y en nuestras entrañas y nos transforma desde dentro.  Más que convertirse el alimento en nosotros, nosotros nos convertimos en Cristo.

Las experiencias más sublimes pasan por las apariencias más pequeñas.  Así es con Jesús, viene a nosotros como insignificante, para transformarnos en su misma vida.  Si meditásemos esto cada vez que escuchamos su Palabra y cada vez que comulgamos su Cuerpo tendríamos una fuente de vida en nuestro interior que brotaría espontáneamente y se manifestaría en un amor constante hacia los hermanos.

El Cristo encarnado se hace cada día más carne en cada uno de nosotros y dignifica y libera a todas las personas.  Las palabras de Jesús son provocativas y nos lleva a lo máximo de la revelación de sí mismo.  Aquel que ha bajado de cielo es el Pan de la vida porque es el crucificado.

Por eso comer el Pan es creer en el muerto y resucitado, es insertarse en esa dinámica de liberación y de salvación para la que Cristo fue enviado.

¿Nos atreveremos nosotros a alimentarnos de ese Pan de vida?  ¿Dejaremos nosotros transformar nuestra vida por este alimento que se nos da cada día?