Viernes de la IV Semana de Cuaresma

Sab 2, 1. 12-22

Este hermoso pasaje referido sin lugar a dudas a Cristo, es perfectamente aplicable a todos lo que como Jesús buscan vivir de acuerdo al proyecto de Dios. Y es que un cristiano que vive de acuerdo al Evangelio, será siempre contestado y rechazado por los demás, ya que su manera de vivir los pone en evidencia.

La manera en que concibe la justicia, el amor, la verdad hace que los que viven de acuerdo a este mundo se sientan agredidos y en muchas ocasiones, hasta descubiertos en sus malas acciones. Por ello, los rechazan, los segregan de sus grupos sociales, y los tienen por menos. Este rechazo del mundo es de alguna manera la prueba sustancial de nuestra pertenencia a Cristo y ésta pertenencia es la que hace que la vida de los discípulos del Señor sea plena, recibiendo de Él, el amor, la consolación y la paz perdurable.

No te dejes engañar por los criterios de este mundo que te ofrecen felicidad pasajera y placer que solo corrompe. Sé fiel al Señor y Él te mostrara la gloria y producirá en tu corazón el gozo y la paz que no pasan nunca.

Jn 7, 1-2. 10.25-30

Es increíble la sencillez de Jesús. Primero viene al mundo en un pesebre. Luego pasa 30 años de su vida en la “sombra”, en un pueblo de Galilea. Por lo visto nadie de su pueblo se da cuenta de que el hijo del carpintero era alguien importante. Porque más tarde nos cuenta el evangelista que quieren tirarle por un barranco por creerse un profeta.

 Todos dicen: “…pero, ¿éste, no es el hijo de José? … ¿de dónde le viene pues todo eso? …es un blasfemo”.

Muchos se asombran en Israel de las palabras y obras de Cristo. Y es que su aspecto es normal: es un hombre. Pero su autoridad es divina. Les cuesta creer que Él es el Hijo de Dios. Claro, Cristo no se las da de grande como Herodes, Pilatos o un faraón.

Tampoco quiere que los discípulos, ni los enfermos curados, cuenten que ha sido Él o que revelen quién es. Y es lógico, porque no necesita el aplauso de la gente. A pesar de todo, al final realmente ¡qué pocas personas le son fieles hasta su muerte! Pero no le importa. Él ha cumplido la misión que el Padre le había encomendado. Ha salvado a los hombres; ha dado a conocer el infinito amor de Dios a la humanidad. Algo parecido pasa cuando una madre ama a su hijo: tampoco le importa que el hijo le corresponda. Su instinto materno le hace amarle pase lo que pase y cueste lo que cueste. El amor de Dios no conoce límites. ¿Qué tanto transparentas a Cristo en tu vida diaria?

Viernes de la IV Semana de Cuaresma

Sabiduría 2,1.12-22

Aunque históricamente los malvados de que habló la primera lectura son judíos de Alejandría que han asimilado una mentalidad materialista y hedonista (de amor a los placeres), el texto es una palabra profética que se aplica completamente a Cristo y también a sus seguidores.

Esto nos ayuda a tratar de profundizar en su pasión y muerte, en sus penas físicas, pero, sobre todo, en sus penas internas: la experiencia del rechazo, de su aislamiento, la experiencia del mal que lo rodea y lo asalta, y a pesar de todo eso, Él  es solidario con esa humanidad pecadora para salvarla, es el Santo en contacto con el pecado: asco y misericordia, acercamiento salvífico a lo que le es repelente.  Lo que experimentó Cristo lo experimentará el que lo siga.

Jn 7, 1-2. 10. 25-30

La fiesta de los Campamentos o de las Tiendas, caía en septiembre y recordaba el tiempo de la peregrinación por el desierto y también era fiesta de agradecimiento por la terminación de las cosechas.

El problema de la mesianidad de Jesús: «¿de dónde viene?»

Había una creencia en la época sobre el origen misterioso del Mesías: «nosotros sabemos de dónde viene éste».  Sí conocían su lugar de origen, conocían a sus parientes, pero no conocían lo más profundo.

«Yo vengo del Padre»,  es la afirmación contundente de Jesús.  Jesús es la Palabra eterna del Padre.  Jesús es el testigo del Padre.

Vivamos nuestra Eucaristía a la luz de este testimonio.

Viernes de la IV Semana de Cuaresma

Jn 7, 1-2. 10.25-30

Hay sentencias en nuestro pueblo llenas de sabiduría, pero a veces parecen también llenas de fatalismo. Si alguien se libró de un fuerte peligro y logró salir con vida, decimos: “Es que aún no le había llegado su hora”; por el contrario, si alguien aparentemente estaba libre del peligro, pero a pesar de todo fallece, afirmamos: “Es que nadie puede pasar de la raya que le tienen señalada”. 

Son formas de hablar en las que se entremezcla la libertad y la responsabilidad de la persona y el sentido de la providencia y de la dependencia de Dios que tenemos todos los hombres y los acontecimientos.

Hoy San Juan nos habla de la “hora de Jesús”. Pero no lo habla en el sentido determinista y que no tiene escapatoria. Habla en el sentido de una entrega plena, consciente y libre para ponerse en manos de su Padre y entregarse al sufrimiento por amor a los hombres.

Es curioso la forma en que lo hace San Juan: la hora de Jesús, aun en los peores sufrimientos, aparece como una hora de glorificación y de reconocimiento. Así une la entrega y la glorificación.

La fiesta de los Tabernáculos o de los Campamentos, es una de las más populares que se celebraban en Jerusalén y recordaba el paso del pueblo de Israel por el desierto. Jesús se presenta en la fiesta, aunque ya iniciada la fiesta y con una prudencia lógica frente a las hostilidades de los judíos. Pero Jesús no se calla sino que predica abiertamente escudado en la multitud que lo escucha y lo atiende.

No se arriesga imprudentemente pero tampoco elude sus compromisos. Se muestra abiertamente como el enviado del Padre aunque los judíos afirmen que no saben de dónde viene. Así es Jesús libre y profético. Así nos enseña también no sólo su misión sino también la actitud prudente pero comprometida.

No es el miedo a lo que han de decir, pero tampoco son las bravuconerías o los riesgos innecesarios. Es saber que cada momento y cada instante se debe vivir plenamente en presencia del Padre pero sin hacer los alardes providencialistas que a nada llevan.

Descubramos hoy también nuestro tiempo como la hora y el momento que Dios nos regala para  con esperanza y responsabilidad llenarlo de sentido.

Viernes de la IV Semana de Cuaresma

Jn 7,1-2.10.25-30

La primera Lectura (Sb 2,1.12-22) es como la crónica anunciada de lo que le pasará a Jesús. Es una crónica anticipada, una profecía. Parece una descripción histórica de lo que sucedió después. ¿Qué dicen los impíos? «Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida; presume de conocer a Dios y se llama a sí mismo hijo de Dios. Es un reproche contra nuestros criterios, su sola presencia nos resulta insoportable. Lleva una vida distinta de los demás, y va por caminos diferentes. Nos considera moneda falsa y nos esquiva como a impuros. Proclama dichoso el destino de los justos, y presume de tener por padre a Dios. Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos». Pensemos en lo que decían a Jesús en la Cruz: “Si eres el Hijo de Dios, baja; que venga Él a salvarte”. Y luego, el plan de acción: pongámoslo a prueba, «lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia. Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según dice, Dios lo salvará». Es una profecía de lo que pasó. Y los judíos intentaban matarlo, dice el Evangelio: «Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora».

Esta profecía es muy detallada; el plan de acción de esa gente malvada es muy detallado, no se ahorra nada: ponerlo a prueba con violencia y tormentos y comprobar su espíritu de resistencia, tenderle insidias, ponerle trampas para ver si cae… Esto no es un simple odio, no es un plan de acción maligno –ciertamente– de un partido contra el otro: esto es otra cosa. Esto se llama ensañamiento: cuando el demonio, que está siempre detrás de cada inquina, intenta destruir y no ahorra en medios. Pensemos en el inicio del Libro de Job, que es profético de esto: Dios está satisfecho del modo de vivir de Job, y el diablo le dice: “Sí, porque tiene de todo, no pasa dificultades. ¡Ponlo a prueba!”. Y primero el diablo le quita los bienes, luego le quita la salud y Job nunca, jamás se apartó de Dios. El diablo se ensaña siempre. Detrás de cada inquina está el demonio, para destruir la obra de Dios. Detrás de una discusión o una enemistad, puede que esté el demonio, pero de lejos, con las tentaciones normales. Pero cuando hay ensañamiento, no lo dudemos: está la presencia del demonio. Y el ensañamiento es sutil, sutil. Pensemos cómo el demonio se ensañó no solo contra Jesús, sino también en las persecuciones de los cristianos; cómo buscó los medios más sofisticados para llevarles a la apostasía, a alejarse de Dios. Esto es, como decimos en el lenguaje ordinario, eso es diabólico: sí; inteligencia diabólica.

¿Y qué se hace en el momento del ensañamiento? Se pueden hacer solo dos cosas: discutir con esa gente no es posible porque tienen sus propias ideas, ideas fijas, ideas que el diablo ha sembrado en su corazón. Hemos oído cuál es su plan de acción. ¿Qué se puede hacer? Lo que hizo Jesús: callar. Sorprende, cuando leemos en el Evangelio, que ante todas las acusaciones, ante todas esas cosas, Jesús callaba. Ante el espíritu de ensañamiento, solo el silencio, nunca la justificación. Jamás. Jesús habló, explicó… Pero cuando comprendió que ya no había palabras, el silencio. Y en silencio Jesús sufrió la Pasión. Es el silencio del justo ante el ensañamiento. Y esto es válido también para –llamémoslo así– los pequeños ensañamientos diarios, cuando alguno siente que hay una murmuración contra él, y se dicen cosas, pero luego no hay nada… ¡estar callado! Silencio. Padecer y tolerar el ensañamiento del chismorreo. El chisme es también un ensañamiento, una inquina social: en la sociedad, en el barrio, en el lugar de trabajo, pero siempre contra él. Es un ensañamiento no tan fuerte como este, pero es ensañamiento, para destruir al otro, porque se ve que el otro estorba, molesta.

Pidamos al Señor la gracia de luchar contra el mal espíritu, de discutir cuando debemos discutir; pero ante el espíritu de ensañamiento, tener la valentía de callar y dejar que los otros hablen. Lo mismo ante este pequeño ensañamiento diario que es la murmuración: dejar hablar. En silencio, delante de Dios.