Viernes de la V Semana de Cuaresma

Jer 20, 10-13

Ciertamente Jeremías tenía muchos enemigos que se oponían a su predicación, y con ello a que se realizara la voluntad de Dios. Hoy nosotros podríamos decir que tenemos un solo enemigo y es nuestro pecado… es todo aquello que, como en tiempos del profeta, se opone a que el Reino de los cielos se establezca primeramente en nuestro corazón y después en todo nuestro entorno.

Es una lucha iniciada en el paraíso y que continúa en nosotros hasta el último de nuestros días. Sin embargo, a diferencia del caso de Jeremías, nuestro enemigo ha sido ya vencido por Cristo. Si todavía tiene poder en nuestra vida y en nuestra sociedad es porque muchas veces nuestra adhesión a Cristo es solo parcial y no total. Aprópiate de la victoria de Cristo. Esta es la única oportunidad de que vencido nuestro enemigo, vivamos en la paz y la alegría de Dios.

Jn 10, 31-42

Una de las cosas que causan más asombro en la vida de Jesús es que haya sido tanta la gente que lo rechazó.  Jesús es la personificación de todo lo que es bueno, santo y deseable, y lo que Él desea es atraer a todos los hombres hacia sí, para hacer de ellos seres perfectos y eternamente felices.  No solamente predicó la bondad y el amor de su Padre para con los hombres, sino que Él mismo reveló esta bondad y este amor con sus acciones. 

Cuando los judíos cogieron piedras para apedrearlo, Él les dijo en tono de protesta: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”.  Entonces lo acusaron de blasfemia, porque pretendía ser Dios, y sin embargo, solo les estaba diciendo la verdad, y sus afirmaciones de que era un ser divino, estaban confirmadas por señales y milagros.

Sorprende que Jesús, lo mismo que muchos otros profetas de Israel, haya sido rechazado por un número tan grande de gente, si no hacía más que decir la verdad.  ¿Por qué se le repudiaba?  Eran muchas las razones y muy complicadas, pero una de ellas es que la verdad puede incomodar. 

Cuando la verdad nos coloca frente a nuestros fracasos e incapacidades, el camino más fácil para escapar a nuestras responsabilidades y a la necesidad de tener que cambiar es ignorar o negar la verdad.  Cuando un maestro notifica a los padres consentidores e irresponsables, que su hijo es un problema en la escuela, tanto en los estudios como en la disciplina, el juicio del maestro es, al mismo tiempo, una evaluación del joven estudiante y de sus padres.  Pero éstos, antes de hacer frente a sus propias faltas y a la necesidad de actuar, escogen el camino más fácil y se niegan a aceptar el informe del maestro.

La verdad puede incomodar, aun la verdad predicada por Jesús.  La verdad de Jesucristo nos exige que seamos diferentes de los demás; nos pide que aceptemos el sufrimiento y la auto-renuncia, que abandonemos nuestro egoísmo y que seamos generosos en nuestro amor y nuestro servicio a los demás.  Oremos en esta Misa para que nunca tomemos la salida fácil de rechazar a Jesús y su verdad.

Viernes de la V Semana de Cuaresma

Jer 20, 10-13

Hoy encontramos al profeta Jeremías, con un texto del final del capítulo 20 que ha sido llamado «las confesiones».  Jeremías vive un drama muy intenso: se siente llamado por Dios para ser su portavoz.  Él dice: «Me has seducido, Señor, y me dejé seducir».  Su misión lo lleva a enfrentar una serie de enormes obstáculos.  El no quiso unirse al grupo de los «profetas oficiales»  cuyos oráculos siempre iban según los gustos del rey y de los poderosos.  Los oráculos de Jeremías, en cambio, muchas veces eran vistos como negativos, como antipatrióticos y se reaccionaba negativamente a ellos.  Esta es la razón del grito de angustia del profeta que se sentía acosado.  Pero luego este lamento se transformó en grito de confianza, en oración suplicante y en alabanza agradecida: «Canten y alaben al Señor, porque Él ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados».

Jn 10, 31-42

Ayer oíamos a Jesús aplicarse a sí mismo el nombre personal de Dios: «Yo soy».  Por esto, los judíos, horrorizados ante lo que les parecía una gran blasfemia, lo quieren apedrear.

Jesús en una forma que parecía irónica los cuestiona: «¿Por cuál de mis buenas obras me quieren apedrear?».  Los judíos habían sido testigos de los hechos maravillosos operados por Cristo, hechos que no podían tener su origen sino en Dios, que con ellos apoyaba y confirmaba las palabras de Jesús.

«Pretendes ser Dios»,  es una de las afirmaciones más fuertes dirigidas a Jesús.  Él contesta: Si todos pueden ser llamados hijos de Dios, Él, el consagrado, el santificado, el enviado, con mayor razón ha de ser llamado Hijo de Dios pues lo es.  Las obras lo comprueban.  Jesús habla de la íntima unión entre el Padre y Él con una fórmula única: «El Padre está en mí y yo en el Padre».

Jesús tiene que escapar y se va a Transjordania, al lugar de los orígenes de su ministerio, donde Juan el Bautista había dado testimonio de Él.  De allá no regresará sino para resucitar a Lázaro y para iniciar su pasión.  «Vayamos también nosotros y muramos con Él», dirán los discípulos.

Viernes de la V Semana de Cuaresma

Jn 10, 31-42

Una de las cosas que causan más asombro en la vida de Jesús es que haya sido tanta la gente que lo rechazó.  Jesús es la personificación de todo lo que es bueno, santo y deseable, y lo que Él desea es atraer a todos los hombres hacia sí, para hacer de ellos seres perfectos y eternamente felices.  No solamente predicó la bondad y el amor de su Padre para con los hombres, sino que Él mismo reveló esta bondad y este amor con sus acciones. 

Cuando los judíos cogieron piedras para apedrearlo, Él les dijo en tono de protesta: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”.  Entonces lo acusaron de blasfemia, porque pretendía ser Dios, y sin embargo, solo les estaba diciendo la verdad, y sus afirmaciones de que era un ser divino, estaban confirmadas por señales y milagros.

Sorprende que Jesús, lo mismo que muchos otros profetas de Israel, haya sido rechazado por un número tan grande de gente, si no hacía más que decir la verdad.  ¿Por qué se le repudiaba?  Eran muchas las razones y muy complicadas, pero una de ellas es que la verdad puede incomodar. 

Cuando la verdad nos coloca frente a nuestros fracasos e incapacidades, el camino más fácil para escapar a nuestras responsabilidades y a la necesidad de tener que cambiar es ignorar o negar la verdad.  Cuando un maestro notifica a los padres consentidores e irresponsables, que su hijo es un problema en la escuela, tanto en los estudios como en la disciplina, el juicio del maestro es, al mismo tiempo, una evaluación del joven estudiante y de sus padres.  Pero éstos, antes de hacer frente a sus propias faltas y a la necesidad de actuar, escogen el camino más fácil y se niegan a aceptar el informe del maestro.

La verdad puede incomodar, aun la verdad predicada por Jesús.  La verdad de Jesucristo nos exige que seamos diferentes de los demás; nos pide que aceptemos el sufrimiento y la auto-renuncia, que abandonemos nuestro egoísmo y que seamos generosos en nuestro amor y nuestro servicio a los demás.  Oremos en esta Misa para que nunca tomemos la salida fácil de rechazar a Jesús y su verdad.

Viernes de la V Semana de Cuaresma

Jn 10,31-42

Este Viernes de Pasión, la Iglesia recuerda los dolores de María, la Dolorosa. Desde hace siglos viene esta veneración del pueblo de Dios. Se han escrito himnos en honor de la Dolorosa: estaba al pie de la cruz y la contemplan allí, sufriendo. La piedad cristiana ha recogido los dolores de la Virgen y habla de los “siete dolores”. El primero, apenas 40 días después del nacimiento de Jesús, la profecía de Simeón que habla de una espada que le traspasará el corazón. El segundo dolor en la huida a Egipto, para salvar la vida del Hijo. El tercer dolor, aquellos tres días de angustia cuando el niño se quedó en el templo. El cuarto dolor, cuando la Virgen se encuentra con Jesús camino del Calvario. El quinto dolor de la Virgen es la muerte de Jesús, ver al Hijo allí, crucificado, desnudo, muriendo. El sexto dolor, el descendimiento de Jesús de la cruz, muerto, y lo toma entre sus manos como lo tuvo en sus manos más de 30 años antes en Belén. El séptimo dolor es la sepultura de Jesús. Y así, la piedad cristiana recorre ese camino de la Virgen que acompaña a Jesús.

La Virgen nunca pidió nada para Ella, jamás. Sí para los demás: pensemos en Caná, cuando va a hablar con Jesús. Nunca dijo: “Yo soy la madre, miradme: seré la reina madre”. Jamás lo dijo. Tampoco pidió nada importante para Ella en el colegio apostólico. Solo acepta ser Madre. Acompañó a Jesús como discípula, porque el Evangelio muestra que seguía a Jesús: con las amigas, mujeres piadosas, seguía a Jesús, escuchaba a Jesús. Una vez alguien la reconoció: “Eh, que es su madre”, “Tu madre está aquí”. Seguía a Jesús. Hasta el Calvario. Y allí, de pie… la gente seguramente decía: “Pobre mujer, como sufrirá”, y los malos seguramente decían: “Bueno, también Ella tiene la culpa, porque si lo hubiese educado bien esto no habría acabado así”. Estaba allí, con el Hijo, con la humillación del Hijo.

Honrar a la Virgen y decir: “Esta es mi Madre”, porque Ella es Madre. Y ese es el título que recibió de Jesús, precisamente allí, en el momento de la Cruz. Tus hijos, tú eres Madre. No la hizo primero ministro o le dio títulos de “funcionalidad”. Solo “Madre”. Y luego, los Hechos de los Apóstoles la muestran en oración con los apóstoles como Madre. La Virgen no quiso quitar a Jesús ningún título; recibió el don de ser Madre de Él y el deber de acompañarnos como Madre, de ser nuestra Madre. No pidió para Ella ser una casi-redentora o una co-redentora: no. El Redentor es uno solo y ese título no se desdobla. Solo discípula y Madre. Y así, como Madre debemos pensarla, debemos buscarla, debemos rezarle. Es la Madre en la Iglesia Madre. En la maternidad de la Virgen vemos la maternidad de la Iglesia que recibe a todos, buenos y malos: a todos.

Hoy nos vendrá bien pararnos un poco y pensar en el dolor y en los dolores de la Virgen. Es nuestra Madre. Y cómo los llevó, lo bien que los llevó, con fuerza, con llanto: no era un llanto simulado, era el corazón destruido de dolor. Nos vendrá bien detenernos un poco y decir a la Virgen: “Gracias por haber aceptado ser Madre cuando el Ángel te lo dijo, y gracias por haber aceptado ser Madre cuando Jesús te lo dijo”.

Viernes de la V Semana de Cuaresma

Jn 10, 31-42

Una de las cosas que causan más asombro en la vida de Jesús es que haya sido tanta la gente que lo rechazó.  Jesús es la personificación de todo lo que es bueno, santo y deseable, y lo que Él desea es atraer a todos los hombres hacia sí, para hacer de ellos seres perfectos y eternamente felices.  No solamente predicó la bondad y el amor de su Padre para con los hombres, sino que Él mismo reveló esta bondad y este amor con sus acciones. 

Cuando los judíos cogieron piedras para apedrearlo, Él les dijo en tono de protesta: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”.  Entonces lo acusaron de blasfemia, porque pretendía ser Dios, y sin embargo, solo les estaba diciendo la verdad, y sus afirmaciones de que era un ser divino, estaban confirmadas por señales y milagros.

Sorprende que Jesús, lo mismo que muchos otros profetas de Israel, haya sido rechazado por un número tan grande de gente, si no hacía más que decir la verdad.  ¿Por qué se le repudiaba?  Eran muchas las razones y muy complicadas, pero una de ellas es que la verdad puede incomodar. 

Cuando la verdad nos coloca frente a nuestros fracasos e incapacidades, el camino más fácil para escapar a nuestras responsabilidades y a la necesidad de tener que cambiar es ignorar o negar la verdad.  Cuando un maestro notifica a los padres consentidores e irresponsables, que su hijo es un problema en la escuela, tanto en los estudios como en la disciplina, el juicio del maestro es, al mismo tiempo, una evaluación del joven estudiante y de sus padres.  Pero éstos, antes de hacer frente a sus propias faltas y a la necesidad de actuar, escogen el camino más fácil y se niegan a aceptar el informe del maestro.

La verdad puede incomodar, aun la verdad predicada por Jesús.  La verdad de Jesucristo nos exige que seamos diferentes de los demás; nos pide que aceptemos el sufrimiento y la auto-renuncia, que abandonemos nuestro egoísmo y que seamos generosos en nuestro amor y nuestro servicio a los demás.  Oremos en esta Misa para que nunca tomemos la salida fácil de rechazar a Jesús y su verdad.