Viernes de la V Semana del Tiempo Ordinario

Mc 7, 31-37

Encontramos hoy en el pasaje de San Marcos a un sordo y tartamudo de la región de la Decápolis. La curación de este enfermo pagano subraya la participación de los paganos en el banquete de la salvación que Jesús ofrece, pues su incapacidad para escuchar y alabar a Dios simboliza plenamente la situación del mundo pagano que Jesús viene a liberar con su palabra.

Si pensamos en nuestra actualidad encontraremos que hay muchas personas que no pueden hablar y que no pueden escuchar, y no precisamente por enfermedades físicas, sino porque nuestro mundo no les da voz y no tienen derechos.

Si el mundo judío discriminaba y despreciaba a los pueblos vecinos y nos les concedían el derecho de participar de los bienes y la bendición prometida por Yahvé, hoy también encontramos que quedan muchos pueblos, naciones y personas a las que no se les permite acercarse a la mesa y participar de los regalos que Dios ofrece.

Parecería que en nuestro mundo tan exigente en cuanto a derechos de la persona y garantías individuales, nadie podría quedar mudo o sordo, para acceder a los bienes de la creación. Sin embargo no es así, teniendo “teóricamente” el derecho de hablar, nadie escucha su voz, nadie les hace caso y sus peticiones quedan olvidadas. Teniendo el derecho de escuchar y ser tomado en cuenta como persona, se le cierran los espacios y oportunidades para obtener una información cierta, no manipulada, se le satura de anuncios y noticias dudosas, y no se les concede la oportunidad de oír y apreciar la buena nueva.

Hoy pidamos al Señor Jesús que nos aparte a un lado de este ruidoso mundo, que nos conceda la intimidad con Él para escuchar su Palabra, que toque nuestros labios, nuestros oídos y nuestro corazón para que podamos restituir en nosotros la imagen de Dios, juntamente con nuestros hermanos. Que hoy también nosotros podamos escuchar: ¡Effetá! ¡Ábrete!

Viernes de la V Semana del Tiempo Ordinario

Mc 7, 31-37

Todo lo ha hecho bien. Con estas palabras reaccionó la multitud cuando se dio cuenta de que Jesús había curado al sordomudo. Son muchos, por lo demás, los textos evangélicos que relatan las obras buenas de Jesús en favor del hombre. De modo que san Pedro dirá de Jesús, en uno de sus discursos a los primeros cristianos, que «pasó haciendo el bien».

Juan Pablo II nos dice que «la caridad de los cristianos es la prolongación de la presencia de Cristo que se da a sí mismo». Sí, Cristo desea seguir haciendo el bien entre nosotros y en nuestros días mediante los cristianos. Cristo desea seguir liberando al hombre de las necesidades materiales, de las enfermedades, de las calamidades naturales, de los males espirituales mediante los cristianos.

De verdad que es hermoso constatar la generosidad de tantos millones de cristianos para socorrer en cualquier parte del mundo a los más necesitados. De verdad que Cristo debe estar contento porque puede continuar haciendo el bien en la historia de los hombres mediante los cristianos. Al mismo tiempo, como creyentes cristianos, hemos de hacernos algunas preguntas: ¿Hago yo personalmente todo el bien que puedo hacer? ¿Busco que otros, singular o comunitariamente, hagan el bien? ¿Cuál es el tipo de bien que más me gusta hacer: el material, el espiritual o ambos a la vez? ¿Estoy convencido de que a través de mí, Cristo glorioso continúa presente entre los hombres haciendo el bien? Y no olvidemos que hacer el bien desinteresadamente a los hombres es una manera estupenda de liberarlos.