Viernes de la XI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 6, 19-23

Hay expresiones en nuestro mundo que encajan perfectamente con el pensamiento judío que muestran los evangelios.  Cuando una persona no es sincera, que es hipócrita o se deja llevar por la ambición, lo expresamos diciendo que camina con doble corazón.  Así expresan también el dolor y la intranquilidad que esto ocasiona.

Al contrario, cuando alguien es sincero y está contento, se le dice que tiene un solo corazón.

¿Cómo puede alguien ser feliz con un corazón apegado a las riquezas?  “Donde está tu tesoro ahí está tu corazón”, dice el Señor.  Esto contradice y está fuera de lugar del pensamiento y deseo actual que supone que con las riquezas llega la felicidad, pero es una clara aclaración de que el corazón humano no está hecho para permanecer esclavo de las cosas, sino para ser su dueño y señor.

El hombre fue creado para parecerse a Dios, que es dueño y Señor, que da vida y sostiene, que con generosidad y gratuitamente da a todos sus dones.

Cuando miramos a través del cristal del dinero, todo se cambia y pierde su sentido.  Si miramos a las personas con el signo de Euros, les quitamos su dignidad.  Si las riquezas prevalecen sobre la verdad, los engaños y los fraudes destruyen las relaciones.  Si importa más el negocio y las ganancias que la justicia, se rompen todos los lazos de la fraternidad y nos hacemos unos esclavos de los otros.

Todos experimentamos esta grave tentación del dinero, del bienestar y todo lo que traen las riquezas y buscamos justificar su posesión.  Pero hoy dejemos entrar estas palabras de Jesús en nuestro corazón y miremos si no han invadido las riquezas, como un cáncer, nuestro corazón.  No es necesario tener grandes riquezas para decir que nuestro corazón es esclavo de las riquezas.  El dinero también esclaviza y hace egoísta a los pobres.

Miremos nuestra relación con el dinero y los problemas que esto nos ocasiona, por ejemplo, en la misma familia, entre los amigos, entre los compañeros.  Muchas veces una amistad termina por la ambición de una de las partes.

Pidamos al Señor que tengamos un corazón libre, generoso, dispuesto al amor, que busquemos la verdadera libertad de nuestro corazón para seguir el camino del Señor.

Viernes de la XI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 6, 19-23

En este pasaje evangélico, Jesús quiere enseñarnos la manera de cómo debemos actuar en este mundo para ganarnos el cielo, que es con obras que produzcan buen fruto y también purificando nuestro corazón para amarle a Él en vez del mundo y sus placeres.

Las cosas que hagamos en esta tierra deben estar hechas según Dios, siguiendo sus designios y quereres. No es lo mismo hacer una gran obra de caridad o un muy buen servicio a alguien con el mero objeto de aparecer como el hombre más caritativo o servicial ante los demás, a realizar estos mismos actos con la intención de ser visto sólo por Dios sin querer recibir alabanzas o elogios de parte de los hombres sino con la actitud de darle gloria y agradarle con esas acciones.

La pureza de intención es necesaria para que nuestras obras tengan valor ante los ojos de Dios. Y Él nos dará nuestro justo pago por esas buenas acciones. Nada de lo que hagamos quedará sin recompensa. Sea bueno o malo. Y esa recompensa la recibiremos sea aquí en la tierra o en el cielo.

Para obrar así se requiere que nuestro corazón esté atento a las oportunidades que se nos presentan. Es verdad lo que Cristo dice acerca del corazón. Por ejemplo, está el testimonio de muchos santos que pusieron todo su corazón en los bienes del cielo y obraron de acuerdo a ello. Porque el cielo y Dios era su tesoro. Y así ganaron la eterna compañía de Dios porque toda su persona y su corazón estaban fijos en el cielo.

Purifiquemos, pues, nuestro corazón para que Cristo sea nuestro único tesoro por el cual lo demos todo.