Viernes de la XXIV Semana Ordinaria

1 Tim 6, 2-12

Cuanta verdad tiene la palabra del Apóstol dirigidas a Timoteo: «El afán de dinero es la raíz de todos los males». Es por dinero que el hombre llega no solo a cometer los crímenes más terribles, sino que es incluso capaz de renunciar a su propia identidad como persona.

Decía un amigo: «Conozco gente tan pobre, tan pobre que lo único que tiene es dinero». El afán de atesorar nos vacía y aísla en nuestro mundo privado, roba poco a poco la paz del corazón y nos sume en la tristeza y la soledad. Y no es que el dinero sea malo en sí mismo, sino que es, como bien dice el Apóstol, una trampa para hacerle perder al hombre el sentido de los auténticos valores como son la familia, los amigos, el descanso, etc.

Si no queremos perder el sentido de la vida y con ello la felicidad debemos aprehender a compartir, a reconocer, como dice Jesús, que hay más felicidad en dar que en recibir. No permitas que el dinero te posea… sé señor del dinero y haz buen uso de lo que Dios te ha dado.

Lc 8, 1-3

Se ha dicho que el evangelio de Lucas, mucho más que los otros, destaca a la mujer. Lucas dice: «lo acompañaban los Doce»  y añade inmediatamente  «y algunas mujeres».  Los rabinos excluían a las mujeres de su círculo inmediato.  Para la oración pública se necesitaba un mínimo de diez personas, pero éstas deberían ser varones, la mujer no contaba.

La Palabra de Dios no está encadenada; no está restringida para un grupo de personas selectas; abre sus puertas y acoge todos los corazones sedientos de verdad, ¡y qué más sensible que el corazón de una mujer!

La mujer por su misma estructura corporal está preparada para acoger la vida; para ser donación al otro; para escuchar y meditar todo lo que por ella pasa. La sensibilidad femenina cuando se entrega al amor, capta y penetra hasta lo hondo derramando su afecto en mil detalles que el varón difícilmente sabría ponerle vida.

En la conversión al evangelio ya no hay hombre o mujer, esclavo y libre, porque todos son uno en Cristo Jesús; pero resaltar el valor de la mujer en el seguimiento de Jesús es algo que a todos enriquece y a la Iglesia embellece de singular manera.

Jesús, asoció su obra redentora a María su madre, y no despreció la ayuda de otras mujeres en la extensión del Reino, pidamos por todas las mujeres que aún viven bajo el yugo de la servidumbre, para que reconocida su dignidad puedan vivir la felicidad de la Buena Nueva que Jesús nos trajo.

Viernes de la XXIV Semana Ordinaria

1 Cor 15, 12-20

Hay algunos cristianos de Corinto que no creen en la resurrección de los muertos.  Pablo reacciona muy fuertemente contra esta convicción.  Estos son sus argumentos:

«Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó».  Cristo no ha resucitado sólo como individuo, sino como la primicia, la cabeza de una innumerable multitud.

«Si Cristo no resucitó, nuestra predicación es vana».   Este es el centro del mensaje proclamado.  Esta es la función de los apóstoles, ser testigos de la resurrección de Cristo (Hech 1,22).  Si Cristo no hubiera resucitado, los apóstoles serían unos falsos testigos.

«Si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es vana»,  es decir, no hay salvación, no hay remisión de pecados, no hay vida futura, los seres amados difuntos están definitivamente perdidos.

Y Pablo termina diciendo con absoluta convicción: «pero no es así, porque Cristo resucitó y resucitó como la primicia de todos los muertos».

Lc 8, 1-3

Se ha dicho que el evangelio de Lucas, mucho más que los otros, destaca a la mujer.

Lucas dice: «lo acompañaban los Doce»  y añade inmediatamente  «y algunas mujeres».  Los rabinos excluían a las mujeres de su círculo inmediato.  Para la oración pública se necesitaba un mínimo de diez personas, pero éstas deberían ser varones, la mujer no contaba.

El evangelio decía de estas mujeres que «habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades».  La salvación del Señor es para todo ser humano, sin exclusión de raza u otra cosa.  Sólo la fe cuenta.

Estas mujeres  -oímos citar a María Magdalena, a Juana y a Susana, pero lo oímos, había otras mujeres-  «los ayudaban con sus propios bienes».  No nos imaginamos que se haya tratado sólo de ayuda económica, sino de todo lo que la delicadeza, la intuición y la acción propia femeninas podía dar a aquellos predicadores.  Podemos imaginarnos igualmente las palabras, los testimonios, el ejemplo que sobre la Buena Nueva podían dar estas mujeres, y el influjo que podían tener, especialmente sobre otras mujeres.

A la luz de esta palabra vivamos nuestra celebración de hoy.

Viernes de la XXIV Semana Ordinaria

Lc 8, 1-3

Qué bonita la mirada, la contemplación y la invitación que nos hace este evangelio.

Una maravillosa invitación a caminar juntos con Jesús de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo para predicar la buena noticia, la alegría que el reino de Dios está entre nosotros.

Y lo mejor descubrir cómo Jesús sin discriminar a la mujer la une a los doce apóstoles para llevar juntos la Palabra de Dios.

Jesús no deja en un segundo plano a la mujer, ya vemos como María Magdalena tiene la primicia en el anuncio a los apóstoles de que Jesús al resucitado. Tenemos también a Juana mujer de Cuso, que llena de alegría a congela Madre de Jesús en su casa y a María de Alfeo. Esta la valentía de Susana que prefiere morir antes que pecar y negar su amor por Cristo. Y otras muchas mujeres discípulas de Jesús, que gozaban de buena posición y le siguen ayudándole económica y materialmente.

La palabra de Dios se hace inmensa en su grandeza, es un regalo que se nos da para hacerla vida y Verdad.

Quizá a veces se nos pueda hacer difícil de comprender la palabra de Jesús, el mensaje que nos quiere transmitir pero es una inmensa riqueza poder alimentarte de la contemplación, profundización y mensaje que otros predicadores nos regalan, dándonos una luz nueva a la Palabra de Jesús.

Jesús con su Palabra nos acompañará para ir caminando juntos y predicar, trasmitir, compartir, contagiar la alegría de la vida.