Viernes de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario

Lucas 12, 1-7

El miedo se ha ido adueñando de muchos espacios de nuestra sociedad.  Tenemos miedo al futuro, tenemos miedo a las enfermedades, tenemos miedo a la violencia. Y no es que no sea sano tener un sano temor, pues está basado en ese instinto de sobrevivencia que nos protege de los peligros.  Lo grave se presenta cuando este miedo nos paraliza, nos coloca en una situación de pánico y nos impide actuar con la debida prudencia.

Jesús habla muy claro de evitar la hipocresía.  ¿Qué hacen los hipócritas? Se maquillan, se maquillan de buenos: ponen cara de estampita, rezan mirando al cielo, se muestran, se consideran más justos que los demás, desprecian a los otros. La hipocresía es el miedo a descubrir nuestro interior ante los demás, el aparentar una cosa y vivir otra.

El desprestigio brotado de nuestras incoherencias no debería impedirnos actuar, y no es que Jesús nos invite a ir pregonando nuestras intimidades por todos lados, lo que Jesús exige es una coherencia entre la vida y la palabra.

Somos humano y comentemos errores, pero no es cristiano llevar una doble vida.  Pero además, Jesús nos invita llena de esperanza y de confianza.  No podemos vivir en el temor.

Muchos de nuestros temores se basan en complejos que no nos permiten desarrollar nuestras capacidades; otros temores están basados en creernos superiores y descubrir que somos débiles.

Jesús nos invita a que nuestra confianza la pongamos en Dios Padre que cuida de nosotros.  El gran ejemplo se nos presenta en el mismo Jesús, Él es la Palabra, pero la Palabra hecha carne, la Palabra que se hace verdad, que se puede tocar.  Así deberíamos ser nosotros, consecuentes con lo que hablamos.  Pero además Jesús se reconoce perseguido, en peligro y acosado, sin embargo se mantiene firme en la búsqueda de su Reino y se descubre siempre en manos de su Padre Dios.

Creo que es el mejor ejemplo para cada uno de nosotros, no podemos encerrarnos en casa, no podemos callar antes las injusticias y los desenfrenos, no podemos ser cómplices con nuestro silencio del mal que nos está cercando. 

Tenemos que ser, como dirá Jesús en otra ocasión, sencillos como palomas, pero astutos como serpientes.  Sabernos pequeños y frágiles, pero estar dispuestos a afrontar los más grandes riesgos porque estamos en manos del Señor.  Si el Señor estar con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros?

Viernes de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 12, 1-7

Es curioso que en esta época donde más se defienden los derechos humanos, donde se ha alcanzado un confort y seguridad grande, donde se hace hincapié en el valor de la persona, encontremos más y más personas que se encuentran angustiadas, estresadas y sin ganas de vivir, como si no valieran nada.  Cada día se multiplican los intentos de suicidio que ya han alcanzado un porcentaje alto entre las causas de muerte.  Parecería una contradicción, pero las personas se sienten menos valoradas.

Las lecturas de este día nos invitan a reflexionar sobre el verdadero valor de cada uno de nosotros, para que nos entusiasmemos a llevar una vida en plenitud. 

Bellas palabras de san Pablo alentando a los Efesios: “con Cristo somos herederos también nosotros, para esto estábamos destinados.  Vosotros habéis sido marcados con el Espíritu Santo prometido” Si reflexionáramos estas palabras tendríamos motivos más que suficientes para sentirnos orgullosos de nuestros orígenes, de la dignidad de nuestra persona marcada por el Espíritu y de nuestro futuro como herederos junto con Cristo.  No somos basura y no podemos quedarnos atrapados por el pecado y la maldad.

Es cierto que somos débiles, pero estamos llamados a una vida con el Señor Jesús, nuestro hermano y nuestro Salvador.

Ya el mismo Jesús, en el Evangelio de hoy, se encarga también de levantar el ánimo a sus discípulos que ciertamente tendrían muchos motivos para preocuparse frente a las acusaciones y descalificaciones que de ellos hacían los fariseos, aquellos que se sentían conocedores de la Ley y muy cercanos a la justificación, acusaban y acosaban a los discípulos, con grandes descalificaciones.  Jesús les pide discernir aquellas descalificaciones y poner su confianza en un Padre amoroso que no permite que se destruyan sus pequeños.

Si se tiene el amor del Padre, ¿qué importan los ataques y las descalificaciones de los hipócritas?  La fuerza del discípulo está en el amor que nos tiene nuestro Padre Dios, por eso no temáis a los que matan el cuerpo y después no puede hacer nada más.

Para nosotros son también estas palabras en estos tiempos de violencia e inseguridad en el mundo.

Que nos acojamos a la Providencia y protección de nuestro Padre amoroso.