Viernes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lucas 21, 29-33

Nos interesan mucho los pronósticos. Ponemos atención al reporte del clima para saber si saldremos o no al campo. A los aficionados, el de la Liga de fútbol. A los empresarios, el de la Bolsa de valores. ¡Qué previsores! Nos gusta saber todo con antelación para estar preparados.  Jesucristo ya lo había constatado hace más de 2000 años, cuando no había ni telediarios, no existía el fútbol, ni mucho menos la Bolsa de Valores. Pero los hombres de entonces, ya sabían cuándo se acercaba el verano, porque veían los brotes en los árboles.

A veces nos cuesta mucho entender las parábolas del Señor porque hemos perdido el contacto con la naturaleza, porque nos hemos encerrado en fortalezas de cemento.  Muchos no sabemos cómo son los brotes de la higuera, no somos capaces de distinguir los periodos de la luna, nos hemos olvidado de las estaciones del año y pasamos indiferentes de una estación a otra.

Quizás percibimos el frío o el calor, pero pronto nos sumergimos en nuestros climas artificiales y nos olvidamos de los ciclos del tiempo.  Pero lo más triste es que hemos dejado de percibir la presencia del Señor.  Nos hemos llenado de trabajo, preocupaciones y prisas, nos hemos protegido tanto que nos quedamos encerrados en nuestras protecciones que llegan a convertirse en verdaderas cárceles.

Hemos creado en nuestro entorno un clima artificial, pero hemos caído en la trampa y nos convertimos también nosotros en artificiales.

El Reino de Dios es silencioso, crece dentro. Lo hace crecer el Espíritu Santo con nuestra disponibilidad, en nuestra tierra, que nosotros debemos preparar.

Después, también para el Reino llegará el momento de la manifestación de la fuerza, pero será sólo al final de los tiempos.

El día que hará ruido, lo hará como el rayo, chispeando, que se desliza de un lado al otro del cielo. Así será el Hijo del hombre en su día, el día que hará ruido.

Y cuando uno piensa en la perseverancia de tantos cristianos, que llevan adelante su familia, hombres, mujeres, que se ocupan de sus hijos, cuidan a los abuelos y llegan a fin de mes sólo con medio euro, pero rezan. Ahí está el Reino de Dios, escondido, en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días.

Porque el Reino de Dios no está lejos de nosotros, ¡está cerca! Ésta es una de sus características: cercanía de todos los días.

Pidamos hoy, que sepamos descubrir las señales de la presencia de Dios.  Que este día, en el encuentro con cada hermano, en el rayito de luz que llega hasta nosotros, podamos percibir la inmensidad de tu amor.

Que cada momento podamos sentir tu caricia, tu presencia, tu cercanía.  No nos dejes fríos, impasibles, indiferentes.

Que hoy descubramos al Señor, que su palabra no se escurra entre nuestras preocupaciones.  No puede pasar la palabra de Jesús sin dejar sus semillas de esperanza en nuestro corazón.

Que experimentemos hoy tu presencia amable y protectora.

Viernes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 21, 29-33

Los grandes inventos, las diferentes oportunidades, los adelantos de cada día nos han acostumbrado, cada vez más, a que muchas cosas funcionen de un modo automático y esto tiene muchísimas ventajas porque ya las mismas máquinas, los mismos aparatos nos van anunciando cuando se necesita un servicio, que líquidos les faltan, que tiempo se necesita. 

Nos atenemos a lo que nos van anunciando y nos volvemos descuidados.  Es más ya no sabemos hacer las cosas si no tenemos los aparatos necesarios.  Es común que algún niño de secundaria ya no sepa resolver problemas matemáticos sencillos si no tiene a la mano su calculadora o su ordenador en sus muy diferentes posibilidades.

Pero esto no ha llevado también a descuidar las señales de la vida que aparecen cada día y nos hemos vuelto incapaces de descubrir la vida misma.

Hoy Jesús nos llama la atención, no tenemos ningún ordenador que nos indique el nivel de amor que tenemos, no hay un medidor de nuestra vida espiritual y tampoco hay una máquina que nos precise con toda seguridad el término de nuestra vida.

Jesús nos dice que así como tenemos señales que nos van indicando las diferentes etapas y estaciones, pongamos atención también a la señal de la venida del Reino de Dios.

Antiguamente los campesinos lograban pronosticar  los tiempos, las tormentas y las sequías contemplando el cielo, las aves, las temperaturas y el viento.  Hemos perdido esa sensibilidad y ahora nos atenemos al pronóstico del tiempo, a los centros meteorológicos y a muchas técnicas que nos auxilian, pero Jesús insiste en que también debemos ser capaces de descubrir el sentido del tiempo, la razón de vivir y la fragilidad del ser humano.  Un día está este hombre o esta mujer y al día siguiente han desaparecido.

A estas previsiones y a estas lecturas del verdadero sentido del tiempo, ya no sabemos cómo responder, hasta ahí las máquinas no nos pueden ayudar. ¿Cómo es el sentido de mi vida? ¿Hacia dónde la estoy dirigiendo? ¿Cómo hago presente en mi ambiente, en mi vida, en mi trabajo el Reino de Dios?

Ojalá hoy nos hagamos y nos respondamos estas preguntas y delante de Jesús las tomemos muy enserio. ¿Cuál es el sentido de mi vida?