VII DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Jn 1, 1-18

Rico, muy rico en verdades sublimes este conocido prólogo del evangelio de San Juan. Destaquemos algunas de ellas. La primera y principal, de la que parten las demás, es que la Palabra, Jesús, ha venido hasta nuestra tierra. Todo un Dios que viene hasta nosotros y nos ofrece lo que más necesita nuestra persona. “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Vida y luz, una luz que disipa nuestras tinieblas. Lo pasamos mal cuando no vemos claro, cuando las oscuridades prevalecen sobre las claridades. Dios nos ha dotado a los hombres de libertad y usando de ella podemos cometer el enorme error de rechazar a Jesús y la vida y la luz que nos brinda. Pero a cuantos le reciben, y nosotros queremos recibirle “les da el poder de ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.  Enorme el amor que Jesús nos tiene que le lleva a hacernos hijos de Dios. Dios para nosotros no es en primer lugar el Omnipotente, el Altísimo, sino nuestro Padre, el que nos ama y cuida de nosotros, y al que podemos dirigirnos sin temor, sin miedo porque es nuestro Padre. Toda la vida es distinta y mejor si Dios es nuestro Padre entrañable.

VII DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD (MISA MATUTINA)

Jn 1, 1-18

Jesús es el renuevo, es humilde, es manso, y vino para los humildes, para los mansos, a traer la salvación a los enfermos, a los pobres, a los oprimidos, como Él mismo dice en el cuarto capítulo de san Lucas al visitar la sinagoga de Nazaret.

Jesús vino precisamente para los marginados: Él se margina, no considera un valor innegociable ser igual a Dios. En efecto, se humilló a sí mismo, se anonadó. Él se marginó, se humilló para darnos el misterio del Padre y el suyo.

No se puede recibir esta revelación fuera, al margen, del modo como la trae Jesús: en humildad, abajándose a sí mismo». Nunca se puede olvidar que el Verbo se hizo carne, se marginó para traer la salvación a los marginados.

Resulta evidente que la grandeza del misterio de Dios sólo se conoce en el misterio de Jesús, y el misterio de Jesús es precisamente un misterio de abajarse, de anonadarse, de humillarse, y trae la salvación a los pobres, a quienes son aniquilados por muchas enfermedades, pecados y situaciones difíciles.

Fuera de este marco no se puede comprender el misterio de Jesús, no se puede comprender esta unción del Espíritu Santo que lo hace gozar…

Pidamos la gracia al Señor de acercarnos más, más, más a su misterio, y de hacerlo por el camino que Él quiere que recorramos: la senda de la humildad, la senda de la mansedumbre, la senda de la pobreza, la senda de sentirnos pecadores. Porque es así como Él viene a salvarnos, a liberarnos.

VII DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Jn 1, 1-18

Nuestro año termina con este bellísimo prólogo del Evangelio de san Juan en el cual nos dice que el mundo no recibió a Cristo, pero a aquellos que lo recibieron les concedió el llegar a ser hijos de Dios.

Estamos terminando ya otro año.  Este hecho nos recuerda que un día se nos acabará el tiempo, pero no la vida. Jesucristo, la Palabra de Dios, nos ha dado la capacidad de convertirnos en Hijos de Dios.

Mañana iniciaremos un nuevo año y con ello se nos abre una nueva oportunidad de dar más espacio a Jesús en nuestra vida, para que nuestra filiación divina crezca y se fortalezca, y también de ser el instrumento, como lo fue san Juan Bautista, para que la luz de Cristo y de su evangelio sea conocida y aceptada por todos.

Démosle más espacio a Cristo en nuestra vida, en nuestros medios de trabajo, en nuestra misma familia; dejemos que el Evangelio impregne todas las áreas de nuestra vida para que podamos gozar de verdadera paz, de auténtico gozo, de felicidad duradera; en fin para que la justicia, tan necesaria sobre todo en nuestra patria, llegue a ser realidad y todos podamos vivir como verdaderos hijos de Dios.