Martes de la XI Semana Ordinaria

2Cor 8, 1-9

De nuevo san Pablo nos recuerda que el amor no es una cosa irreal sino concreto y que se manifiesta con acciones concretas. En esta ocasión se refiere a la ayuda económica en favor de los pobres y más necesitados de las comunidades cristianas. Decía un sacerdote: «Cuando el evangelio llega a tu bolsillo, puedes estar seguro que ya pasó por tu corazón». Y es que mientras el evangelio se queda en la cabeza y no desciende hasta el corazón todo se va quedando en bonitos pensamientos, en grandes discursos, pero en poca vida.

En medio de este mundo materialista y consumista, en donde somos con frecuencia presas del egoísmo que nos lleva a atesorar, la vida del Espíritu nos libera para que los dones que Dios ha creado y de los cuales nos ha hecho administradores, puedan llegar a todos los hombres.

Recordemos siempre que no hay nadie tan pobre que no tenga algo que compartir con los demás. El dinero solo tiene valor cuando produce bienestar, y cuando este bienestar es recibido por los más necesitados, se convierte en bendición.

Mt 5, 43-48

La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: “Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará” (Lc 17, 33)».

Es importante respetar a los demás y hacer ver que, en tu vida, el encuentro con Jesucristo ha significado algo importante, decisivo. De otra manera, todo sería inútil. Si un hombre tiene fe, debe vivir según la fe».

«Amén a sus enemigos» es la indicación que Jesús nos da hoy en el Evangelio. No es fácil. Implica seguir su ejemplo: «Sean, pues, perfectos, como perfecto es su Padre celestial». Hace falta conocer a Jesús y hacer la experiencia de Él.

Es bastante peligroso trabajar o amar «para» recibir algo a cambio. Hay que trabajar o amar «porque» se debe trabajar o amar, pero no porque nos lo vayan a agradecer. Qué paz y qué alegría nos da el saber que Dios lo ve y lo sabe todo. Él recompensará nuestra generosidad. Perdonemos. Comprendamos. Sepamos salir al encuentro de aquellos que peor nos caen. Amemos al que siempre nos riñe, al que se burla de nosotros… así, seremos verdaderos testigos del amor de Dios a los hombres. «Miren cómo se aman». Ésta era la definición de los primeros cristianos. Sembremos amor. Tarde o temprano, cosecharemos un mundo mejor, más cristiano, más humano, más lleno de amigos y, entonces, nadie será nuestro enemigo.

Lunes de la XI Semana Ordinaria

2 Cor 6, 1-10

Una de las cosas que más daño hace a la Iglesia es el mal testimonio que sus hijos dan, pues desgraciadamente no dice: «Que mal se porta esa persona», sino que dice: «Fíjate, ese es uno que se dice cristiano, y mira cómo vive igual que los que no conocen a Dios».

Es triste encontrarse hermanos en espectáculos a los cuales un cristiano no puede asistir; participando en conversación impropias para aquellos que se dicen seguidores del Señor; bebiendo en modo inmoderado, que lo hacen comportarse en un modo que pone en ridículo a su familia y sobre
todo a Cristo que vive en él. Por ello Pablo, buscaba que toda su vida se
asemejara a la de Cristo, y aun sabiéndose débil y pecador dice: «A nadie damos motivo de escalado, para que no se burlen de nuestro ministerio».

Nosotros también, en medio de nuestras debilidades, busquemos que nuestra vida dé testimonio de nuestro ser cristiano, y evitemos a toda costa ser un elemento de escándalo para la Iglesia y para el Evangelio.

Mt 5, 38-42

Perdonar es una de los más nobles trabajos de la naturaleza humana. Pero cuando se dice noble no quiere decir que sea extraordinaria. En un hombre, lo que sale de un alma limpia, es el perdón. La venganza sólo puede salir de lo que tenemos de bruto. La primera de las virtudes es saber convivir.

Un hombre bueno o un santo son como el fuego: se definen por la luz y el calor que difunden. Un fuego es aquello a lo que la gente se acerca en invierno, algo junto a lo que se está bien. El generoso olvida el mal. O al menos hace lo posible para olvidarlo. Cuando la gente pregunta, ¿por qué el Papa está siempre feliz? La respuesta es muy simple: porque se siente querido por muchas personas, pero sobre todo por Dios. Porque nunca se ha sentido abandonado. Porque experimenta su ternura incluso en la oscuridad y en el dolor.

El Evangelio de hoy es lo que algunos llamarían «una auténtica revolución del amor». «Han oído que se dijo… Pero yo les digo…» Jesús rompe los esquemas calculadores y nos traza el camino de la caridad y del perdón. No lo hizo sólo con sus palabras. Lo demostró con su ejemplo y con su vida. Al soldado que le abofeteó, le puso la mejilla derecha también; dejó no sólo su túnica, que después echaron a suertes, sino todas sus vestiduras antes de subir a la cruz; le pedimos que nos acompañara una milla y se quedó caminando con nosotros hasta el final de los tiempos en la Eucaristía. Ojalá que este pasaje nos lleve a revisar nuestra vida. Que obre en nosotros una «una auténtica revolución de amor» en nuestro corazón. Todo ello, como fruto de ese sabernos amados por Dios y por tantos y tantos hermanos nuestros en el Señor.

Sábado de la X Semana Ordinaria

2 Cor 5, 14-21;

Miren qué amor tan grande nos ha tenido el Señor. Sentados a su mesa donde nos ha servido con tan grandes manjares hemos de considerar cuál ha de ser nuestra respuesta, pues hemos de responder en la misma forma en que nosotros hemos sido alimentados.

Dios nos ha amado sin ponerle fronteras a su amor. Cristo clavado en la cruz, habiendo cargado sobre sí nuestros propios pecados, habiéndonos unido a Él como se unen las ramas al tronco para que en Él participemos de la misma vida que Él recibe del Padre, nos ha manifestado el inmenso amor que nos tiene.

Este amor nos apremia a amar como nosotros hemos sido amados por Cristo, de tal forma que viviendo para Aquel que por nosotros murió y resucitó, y transformados en Él seamos embajadores del Señor, que nos envía a hacer un fuerte llamado a la conversión y a la reconciliación con Dios. Nosotros mismos hemos de ser un signo creíble de esa reconciliación.

Si decimos vivir unidos a Cristo y sólo nos conformamos con hablar bellamente sobre la necesidad de volver a Dios, mientras nosotros mismos somos ocasión de división, de sufrimiento, de persecución y de muerte para nuestro prójimo, la verdad no está en nosotros, pues en lugar de ser embajadores de Cristo, seríamos embajadores del autor del pecado y de la muerte, de la rebeldía y del alejamiento del amor que Dios ha depositado en nuestros corazones.

Mt 5, 33-37

La sabiduría popular dice: “al pan, pan y al vino, vino” o “las cosas claras y el chocolate espeso”. Y es que la sabiduría popular tiene mucho de verdadero, pues no hay persona que a uno más le repulse que esas que se guardan las cartas debajo del tapete.

Digamos sí a Dios y no al mal; esto es a lo que se refiere Cristo con las palabras del evangelio. Decir no al pecado, a todo aquello que nos separa de Dios, de su divina gracia, pues si realmente entendemos que Dios es lo más grande que podemos tener en nuestro interior, jamás se nos pasará por la mente el ofenderlo, y mucho menos aún negarlo con nuestras obras.

Pero no seamos negativos; mejor digamos siempre sí a todo aquello que sea bueno, a todo lo que nos acerque a Cristo; porque si comprendemos que estar con Dios nos da la felicidad completa, no buscaremos entonces el no ofenderlo, sino más bien, el hacer todo lo posible por su amor.

“Hágase en mí según tu palabra”; esta es la actitud, que como María, debemos de tener. ¿Cuál es tu voluntad Señor? Pues heme aquí, presente para cumplirla. Sí Señor, yo quiero como María amarte en la vida ordinaria de Nazaret, cuando haga el bien a los demás como en Caná o en el sufrimiento de la cruz. Sí, Señor, cuenta conmigo.

Viernes de la X Semana Ordinaria

2 Cor 4, 6-15

Una de las cosas que más sorprende al mundo es el hecho de que Dios pueda habitarnos; el hecho de que en este cuerpo de barro tan frágil pueda estar contenida toda la fuerza y la gloria de Dios.

Es por ello que podemos enfrentar cada día las dificultades de nuestra vida con un espíritu alegre y tenaz; que podemos mostrar al mundo un nuevo camino de amor y de paz, que ellos no conocen.

La fuerza de Dios, su gloria y su gracia hace del cristiano una persona
diferente que va esparciendo por donde camina, «el grato aroma de Cristo» esto es, la paz, la armonía, la justicia.

No permitas, que la fragilidad de tu barro, oscurezca esta fuerza de Dios, sino que por el contrario, siéntete orgulloso de, a pesar de tu debilidad, sé portador del amor de Dios en tu vida y responde con generosidad a ello.

Mt 5, 27-32

En este pasaje Mateo une dos enseñanzas: una sobre el pecado y otra sobre el adulterio de manera que aprovecha la enseñanza sobre el pecado en general para advertir sobre el pecado de adulterio.

Centramos entonces nuestra atención en la enseñanza del pecado que está a la base de esta enseñanza, pues la del adulterio resulta evidente. El ejemplo que pone Jesús de arrancarse un ojo o una mano, desde luego que no debe ser tomado al pie de la letra pues está ejemplificando la importancia y lo doloroso que a veces puede resultar el apartarse de las ocasiones de pecado.

Compara el dolor y la perdida sustancial de uno de nuestros miembros, que podríamos decir vital, a la del dejar aquello que sabemos que nos lleva al pecado.

Con esto en mente podemos entender que es mejor dejar o alejarse de un amigo(a), de un lugar, de un trabajo, etc., con todo el dolor y la perdida que esto significa, si este amigo(a), lugar, trabajo etc., están siendo la ocasión de pecar.

Ésta quizás es la enseñanza más fuerte y explícita de las consecuencias del pecado y de la lucha y lo doloroso que representa una conversión profunda y total a Jesús como Señor.

Por lo tanto si alguna cosa, persona o lugar te son ocasión de pecar.. ¡Aléjalas de ti!, pues es mejor no tenerlas o mantenerlas, que perder la vida en Cristo.

Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

Jn 17, 1-2. 9. 14-26

Celebramos hoy en la Iglesia la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.

Por una tradición que se pierde en el tiempo, el primer jueves después de Pentecostés se celebra en la Iglesia la función sacerdotal de Cristo, quien ofreciéndose a sí mismo se constituye en Sumo y Eterno Sacerdote.

Es verdad que Cristo nunca se proclamó a sí mismo como sacerdote, no tenía ningún título y no ejerció en el Templo de Jerusalén, pero también es verdad que todas las funciones del sacerdocio las realizó de una manera plena con su vida y con su palabra: Santificar, ofrecer sacrificio, purificar.

Es muy clara su función de santificar, que es la de todo sacerdote durante todo su ministerio, desde la unción en la sinagoga hasta la muerte en cruz, con los mensajes de paz que nos ofrece el resucitado. 

Jesús ofrece el sacrificio pleno de presentarse a sí mismo como víctima y sacerdote.  Establece la Alianza que une en comunión a los hombres con Dios y que realiza perfectamente la misión del sacerdote: ser puente entre los hombres y Dios, y establecer esa relación entre la humanidad y su Señor.

No son los sacrificios rituales que a menudo se ofrecían en el Templo y que terminaban perdiendo su sentido al convertirse en puros ritos sin interioridad.  Es la vida ofrecida en sacrificio.  Un sacrificio que otorga perdón, reconciliación y vida nueva.

Jesús en la última cena, aparece como el sacerdote de la Nueva Alianza, sellada con su sangre para la salvación de todos.

Hoy podemos contemplar, alabar y agradecer  Jesús por ser sacerdote.  Pero también es un día muy propicio para descubrir en cada uno de nosotros, cómo por el bautismo fuimos constituidos sacerdotes en unión con Jesús.

También nosotros tenemos la misión de llevar todas las cosas a su perfección y a su santidad; también nosotros debemos ofrecer el sacrificio de reconciliación y de vida.

Que este día, todos y cada uno de nosotros, recordemos esa misión a la que nos invita a participar Jesús: ser sacerdotes juntamente con Él.

San Bernabé, apóstol

Mc 5, 17-19

El mandado de Jesús es claro: «Id, predicad, haced discípulos». Pero, ¿qué significa de verdad evangelizar? Hoy, que la Iglesia celebra la fiesta del apóstol Bernabé, podríamos decir que la evangelización tiene como tres dimensiones fundamentales: el anuncio, el servicio y la gratuidad.

Partiendo de las lecturas de la misa de hoy queda claro que el Espíritu Santo es el auténtico protagonista del anuncio, y que no se trata de una simple prédica o de la trasmisión de unas ideas, sino que es un movimiento dinámico capaz de cambiar los corazones gracias a la labor del Espíritu. Hemos visto planes pastorales bien hechos, perfectos, pero que no eran instrumentos de evangelización, porque simplemente estaban enfocados en sí mismos, incapaces de cambiar los corazones. No es una actitud “empresarial” la que Jesús nos manda hacer, no. Es con el Espíritu Santo. Dice la primera lectura: «Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado». ¡Ese es el valor! La verdadera valentía de la evangelización no es una terquedad humana. No. Es el Espíritu quien te da el valor y te lleva adelante.

La segunda dimensión de la evangelización es la del servicio, ofrecido hasta en las cosas pequeñas. Nos dice el Evangelio: «Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios». Es equivocada la presunción de querer ser servidos después de haber hecho carrera, en la Iglesia o en la sociedad: “trepar” en la Iglesia es señal de que no se sabe qué es la evangelización: «el que manda debe ser como el que sirve», advierte el Señor en otro momento. Nosotros podemos anunciar cosas buenas, pero sin servicio no sería anuncio; lo parece, pero no lo es. Porque el Espíritu no solo te lleva adelante para proclamar las verdades del Señor y la vida del Señor, sino que te lleva también a los hermanos y hermanas para servirles. ¡El servicio! También en las cosas pequeñas. Es malo encontrar evangelizadores que se dejan servir y viven para dejarse servir. ¡Qué feo! ¡Se creen los príncipes de la evangelización!

Finalmente, la gratuidad, porque nadie puede redimirse gracias a sus propios méritos. «Lo que habéis recibido gratis –nos recuerda el Señor–, dadlo gratis». Todos hemos sido salvados gratuitamente por Jesucristo y, por tanto, debemos dar gratuitamente.

Así pues, los agentes pastorales de la evangelización deben aprender esto: su vida debe ser gratuita, para el servicio, para el anuncio, y llevados por el Espíritu. Su propia pobreza les empuja a abrirse al Espíritu.

Martes de la X Semana Ordinaria

2Cor 1, 18-22

Algo que llama la atención es el hecho de que algunos hermanos puedan decir: “yo hago con mi vida lo que quiero”. Y llama la atención por el hecho de que la vida no es nuestra, mucho menos si hemos sido bautizados, ya que Jesús pagó con su propia sangre por nosotros, de manera que le pertenecemos.

Por esta razón Pablo dice que “hemos sido marcados y hemos recibido el Espíritu santo”. Esta señal hecha en nuestro Corazón nos identifica como cristianos y como propiedad de Cristo. Es más, no sólo nos marcó, sino que nos “dio el Espíritu Santo” para que toda nuestra vida sea conducida por Él mismo.

De manera que lo que hacemos siempre debe ser para dar gloria a Dios, de la misma manera que lo hizo Jesús.

Cuida tu vida, no la expongas ni al daño físico, ni al daño espiritual, has de
ella una verdadera ofrenda y alabanza al Señor, a quien perteneces en el amor.

Mt 5, 13-16

¡Cuántas veces ponemos sal a los alimentos para darles más sabor! Jesucristo usa los hechos de la vida común para darnos una enseñanza. En esta ocasión, Jesús habla con comparaciones a sus seguidores. Los compara con la sal y con la luz.

Ser sal es dar sabor, es cambiar el gusto a las cosas que normalmente pasan o que no podemos evitar, como el dolor físico o moral. Cosas que a veces hasta nos hunden en un vacío de amargura tan desabrido como la sal que ha perdido su sabor. Darle sabor a la vida es cambiar el vinagre en vino dulce.

Cuando el sufrimiento nos aflige debemos ponerle un poco de esa sal que cambia ese mal rato en algo mejor. La sal es el amor. Sólo el amor tiene las cualidades de la sal que da sabor a nuestras angustias más íntimas. El amor pone sabor a todo. Amor que es la característica del cristiano. Amor que se traduce en caridad, perdón, servicialidad con mi prójimo.

La luz y la oscuridad nunca se juntan, es imposible unir el día con la noche. Debemos ser para los demás, alzándonos del polvo de la tierra que son la concupiscencia de la carne y la soberbia del espíritu. Debemos levantar la antorcha de luz, nuestra fe. Sin miedo, orgullosos de ser cristianos. El que lleva la luz de la fe no puede ir con la cabeza agachada, sino con una sonrisa en el rostro. La alegría de ser sal y ser luz para el mundo está en Cristo que murió y resucitó por cada uno de nosotros.

Sábado de la VII Semana de Pascua

Hech 28, 16-20. 30-31

Nuevamente antes que nadie más el pueblo de las elecciones. A ellos hay que anunciar en primer lugar el cumplimiento de las promesas divinas en Cristo Jesús. Pablo ama entrañablemente a los de su raza y por ellos, con tal de salvarlos, estaría dispuesto incluso a ser un anatema, separado de Cristo. Y esto porque, se pregunta Pablo: ¿Habrán tropezado los israelitas de manera que caigan definitivamente? ¡De ninguna manera! Por el contrario, con su caída ha llegado la salvación a los paganos provocando así los celos de Israel. Y si su caída y su fracaso se han convertido en riqueza para el mundo y para los paganos, ¿qué no sucederá cuando lleguen a la plenitud? Pablo, preso, anuncia a los Judíos, residentes en Roma, que él lleva esas cadenas a causa de la esperanza de Israel, llegada a su fiel cumplimiento en Jesús.

Con absoluta libertad hace este anuncio, durante dos años, ante un auditorio más benigno y más capaz de abrir su corazón a la fe en Jesús. De Pablo aprendemos el ejemplo de amar entrañablemente a nuestro prójimo, de tal forma que podamos, junto con Cristo decir comprometidos: Padre, eran tuyos, tú los pusiste en mis manos; y yo no voy a perder nada de lo que tú me encomendaste.

No defraudemos la confianza que Dios nos ha tenido; proclamemos su Nombre de tal manera que sea cada día más conocido, más amado y más testificado por las buenas obras de todos, hasta que su Reino alcance el corazón de todas las personas.

Jn 21, 20-25

Sígueme. En la fidelidad al Evangelio uno es el que importa. En el anuncio del Evangelio el que importa es el prójimo, que, además de recibir el anuncio de salvación, se ve fortalecido con el testimonio del enviado. Sígueme. No condiciones tu seguimiento del Señor a la respuesta de los demás. Cada uno es responsable de sí mismo ante Dios. Ante los demás nuestra única responsabilidad es el anuncio fiel del Evangelio. Pablo nos ha dicho en estos días: yo no soy responsable de la suerte de nadie, porque no les he ocultado nada y les he revelado en su totalidad el plan de Dios. Si alguien se opone a la verdad, ese mismo dará cuenta de su actuación a Dios. ¿Qué será de los demás? Eso sólo lo sabe Dios. ¿Qué será de nosotros mismos? Eso lo vislumbramos por nuestra fidelidad, o por nuestra infidelidad a Dios; por nuestro amor o por nuestra falta de Él. ¿Hacia dónde se encamina nuestra vida? Ojalá y permanezcamos en el amor hasta que Él vuelva, siendo así sus discípulos amados.

En la Eucaristía Dios ha incoado en nosotros la vida eterna. Su presencia en nosotros es para seguir las huellas de su Hijo. Dios no sólo nos encomienda el anuncio del Evangelio. Antes que nada nos pide que lo sigamos. Si no lo conocemos y aceptamos personalmente en nuestra vida, pronunciaremos tal vez muy hermosos discursos, armados magistralmente, pero no seremos sus testigos por no conocerlo, por no tenerlo, por no estar comprometidos personalmente con Él

Viernes de la VII Semana de Pascua

Hech 25, 13-21

Pablo ha pedido ver al «César», es decir ha pedido ver al máximo gobernante para exponerle la fe en Cristo, como se lo pidió el mismo Señor.

Que importante es que nuestros gobernantes, no solo conozcan a Jesús, sino que busquen vivir de acuerdo a su evangelio. Recientemente se estuvo promoviendo en México la posibilidad de despenalizar el aborto, cosa que en un país cuyo censo revela que el 96 % de la población es «cristiana» no debería haber existido ni siquiera como iniciativa de ley. Si esto ocurre es porque muchos de los gobernantes (no solo en México sino en la mayoría de los países) no han sido profundamente evangelizados.

Ciertamente no es fácil llegar a esas cúpulas, pero es deber de nosotros procurar los medios (aunque sea con nuestra oración diaria), para que el Evangelio toque sus corazones y así evitar todas las injusticias y desordenes morales que vienen por la falta de conversión de muchos de aquellos que dirigen nuestra sociedad. Hagamos público el Evangelio, busquemos los medios para que todos, sobre todo los que están en nuestra esfera social, conozcan y amen a Jesús.

Jn 21, 15-19

¿Me amas más que estos? ¿Cuántas veces tendría que preguntárnoslo el Señor, si con cada pregunta quisiera purificarnos de cada una de nuestras faltas y traiciones? Dios nos ha amado a cada uno de nosotros con un amor exclusivo; es verdad que ha dado su vida por todos nosotros; pero esto no podemos aceptarlo de un modo generalizado sino personal. Pues en verdad que a nadie más en la historia amará como te ama a ti con amor exclusivo y personal. El mundo no podrá tener la oportunidad en ningún otro momento de la historia de contemplar otra persona como tú.

La iglesia no tendrá otra persona que algún día cumpla con la misión que a ti se te confió. Tú eres único e irrepetible en la historia, con tus cualidades, con tu vocación y con la misión que Dios te ha confiado.

¡Así te ha amado Dios! Si tú lo amas ese amor a Él no puede manifestarse sino en el amor a tu prójimo, velando por él como el pastor vela por sus ovejas. Es verdad que somos frágiles; y que muchas veces nuestro amor a Dios ha sido como el rocío y como nube mañanera.

A pesar de todo eso Dios nos sigue llamando para que colaboremos con Él en la construcción del Reino de Dios entre nosotros. ¿Por qué no decirle, Señor, tú lo sabes todo; pero a pesar de todo tú bien sabes que te amo? Y ojalá y nuestro amor no se nos quede en una vana palabrería, o en promesas de pocos días.

Jueves de la VII Semana de Pascua

Hch 22, 30; 23, 6-11

Ya Jesús había anunciado en el momento de la Ascensión, que el evangelio habría de ser anunciado a todo el mundo. Pablo, que ha sido llamado por el Señor a ser su testigo, tendrá ahora que ir hasta la cuna del Imperio para ahí, delante del emperador, dar testimonio de Jesús.

Es importante en este pasaje el darnos cuenta, que si en principio Pablo evangelizaba por iniciativa propia e iba a donde él quería, ahora es el mismo Señor, quien valiéndose de las circunstancias, lo envía a Roma.

Pensemos cuántas veces, Dios nos envía a diferentes ciudades, trabajos, ambientes y nos desestabiliza, para con ello llevarnos a una nueva oportunidad de predicar y de ser sus testigos. Lo que muchas veces consideramos una «tragedia» o una situación desagradable, puede ser o convertirse en la ocasión que Dios nos propone para que nuestro testimonio se haga visible y de esta manera atraer hacia Él a otras personas, que de otra manera posiblemente nunca lo hubieran conocido.

Sepamos descubrir en todo incidente la mano amorosa de Dios que nos invita a ser sus testigos, hasta los últimos confines del mundo.

Jn 17, 20-26

Nos gustan los «tiangis». Es fácil encontrar de todo y más barato. Pero, curiosamente, somos compradores exigentes. Sometemos a múltiples exámenes los artículos que nos ofrecen. Buscamos el holograma que me asegure que estos lentes son auténticos «Ray Ban» o que este reloj tan llamativo sea «Casio» original, con banco de datos y calculadora para los exámenes…

Y si nos gusta poseer cosas auténticas, más nos agrada encontrar la autenticidad encarnada en las personas con quienes convivimos. No nos gustan las hipocresías, ni los dobleces y las mentiras.

Lo que no es auténtico no convence, ni da pruebas de garantía o confianza. Por eso Cristo pidió a su Padre que los suyos se distinguieran por dos características inequívocas: la unidad y el amor.

Con estos dos rasgos es fácil discernir quién sí es de Cristo, y quien, por el contrario no lo es. ¿Eres verdadero cristiano? Será porque vives el amor y tratas de crear a tu alrededor un ambiente de unidad, a pesar de las diferencias que todos tenemos. Si no… lo serás sólo de nombre. Pero no te preocupes, que para eso se adelantó Jesús rogando por ti.

Pídele que te ayude, para que seas un cristiano auténtico según su corazón y no sólo de etiqueta.