
2 Cor 5, 14-21;
Miren qué amor tan grande nos ha tenido el Señor. Sentados a su mesa donde nos ha servido con tan grandes manjares hemos de considerar cuál ha de ser nuestra respuesta, pues hemos de responder en la misma forma en que nosotros hemos sido alimentados.
Dios nos ha amado sin ponerle fronteras a su amor. Cristo clavado en la cruz, habiendo cargado sobre sí nuestros propios pecados, habiéndonos unido a Él como se unen las ramas al tronco para que en Él participemos de la misma vida que Él recibe del Padre, nos ha manifestado el inmenso amor que nos tiene.
Este amor nos apremia a amar como nosotros hemos sido amados por Cristo, de tal forma que viviendo para Aquel que por nosotros murió y resucitó, y transformados en Él seamos embajadores del Señor, que nos envía a hacer un fuerte llamado a la conversión y a la reconciliación con Dios. Nosotros mismos hemos de ser un signo creíble de esa reconciliación.
Si decimos vivir unidos a Cristo y sólo nos conformamos con hablar bellamente sobre la necesidad de volver a Dios, mientras nosotros mismos somos ocasión de división, de sufrimiento, de persecución y de muerte para nuestro prójimo, la verdad no está en nosotros, pues en lugar de ser embajadores de Cristo, seríamos embajadores del autor del pecado y de la muerte, de la rebeldía y del alejamiento del amor que Dios ha depositado en nuestros corazones.
Mt 5, 33-37
La sabiduría popular dice: “al pan, pan y al vino, vino” o “las cosas claras y el chocolate espeso”. Y es que la sabiduría popular tiene mucho de verdadero, pues no hay persona que a uno más le repulse que esas que se guardan las cartas debajo del tapete.
Digamos sí a Dios y no al mal; esto es a lo que se refiere Cristo con las palabras del evangelio. Decir no al pecado, a todo aquello que nos separa de Dios, de su divina gracia, pues si realmente entendemos que Dios es lo más grande que podemos tener en nuestro interior, jamás se nos pasará por la mente el ofenderlo, y mucho menos aún negarlo con nuestras obras.
Pero no seamos negativos; mejor digamos siempre sí a todo aquello que sea bueno, a todo lo que nos acerque a Cristo; porque si comprendemos que estar con Dios nos da la felicidad completa, no buscaremos entonces el no ofenderlo, sino más bien, el hacer todo lo posible por su amor.
“Hágase en mí según tu palabra”; esta es la actitud, que como María, debemos de tener. ¿Cuál es tu voluntad Señor? Pues heme aquí, presente para cumplirla. Sí Señor, yo quiero como María amarte en la vida ordinaria de Nazaret, cuando haga el bien a los demás como en Caná o en el sufrimiento de la cruz. Sí, Señor, cuenta conmigo.