Sábado de la X Semana Ordinaria

2 Cor 5, 14-21;

Miren qué amor tan grande nos ha tenido el Señor. Sentados a su mesa donde nos ha servido con tan grandes manjares hemos de considerar cuál ha de ser nuestra respuesta, pues hemos de responder en la misma forma en que nosotros hemos sido alimentados.

Dios nos ha amado sin ponerle fronteras a su amor. Cristo clavado en la cruz, habiendo cargado sobre sí nuestros propios pecados, habiéndonos unido a Él como se unen las ramas al tronco para que en Él participemos de la misma vida que Él recibe del Padre, nos ha manifestado el inmenso amor que nos tiene.

Este amor nos apremia a amar como nosotros hemos sido amados por Cristo, de tal forma que viviendo para Aquel que por nosotros murió y resucitó, y transformados en Él seamos embajadores del Señor, que nos envía a hacer un fuerte llamado a la conversión y a la reconciliación con Dios. Nosotros mismos hemos de ser un signo creíble de esa reconciliación.

Si decimos vivir unidos a Cristo y sólo nos conformamos con hablar bellamente sobre la necesidad de volver a Dios, mientras nosotros mismos somos ocasión de división, de sufrimiento, de persecución y de muerte para nuestro prójimo, la verdad no está en nosotros, pues en lugar de ser embajadores de Cristo, seríamos embajadores del autor del pecado y de la muerte, de la rebeldía y del alejamiento del amor que Dios ha depositado en nuestros corazones.

Mt 5, 33-37

La sabiduría popular dice: “al pan, pan y al vino, vino” o “las cosas claras y el chocolate espeso”. Y es que la sabiduría popular tiene mucho de verdadero, pues no hay persona que a uno más le repulse que esas que se guardan las cartas debajo del tapete.

Digamos sí a Dios y no al mal; esto es a lo que se refiere Cristo con las palabras del evangelio. Decir no al pecado, a todo aquello que nos separa de Dios, de su divina gracia, pues si realmente entendemos que Dios es lo más grande que podemos tener en nuestro interior, jamás se nos pasará por la mente el ofenderlo, y mucho menos aún negarlo con nuestras obras.

Pero no seamos negativos; mejor digamos siempre sí a todo aquello que sea bueno, a todo lo que nos acerque a Cristo; porque si comprendemos que estar con Dios nos da la felicidad completa, no buscaremos entonces el no ofenderlo, sino más bien, el hacer todo lo posible por su amor.

“Hágase en mí según tu palabra”; esta es la actitud, que como María, debemos de tener. ¿Cuál es tu voluntad Señor? Pues heme aquí, presente para cumplirla. Sí Señor, yo quiero como María amarte en la vida ordinaria de Nazaret, cuando haga el bien a los demás como en Caná o en el sufrimiento de la cruz. Sí, Señor, cuenta conmigo.

Viernes de la X Semana Ordinaria

2 Cor 4, 6-15

Una de las cosas que más sorprende al mundo es el hecho de que Dios pueda habitarnos; el hecho de que en este cuerpo de barro tan frágil pueda estar contenida toda la fuerza y la gloria de Dios.

Es por ello que podemos enfrentar cada día las dificultades de nuestra vida con un espíritu alegre y tenaz; que podemos mostrar al mundo un nuevo camino de amor y de paz, que ellos no conocen.

La fuerza de Dios, su gloria y su gracia hace del cristiano una persona
diferente que va esparciendo por donde camina, «el grato aroma de Cristo» esto es, la paz, la armonía, la justicia.

No permitas, que la fragilidad de tu barro, oscurezca esta fuerza de Dios, sino que por el contrario, siéntete orgulloso de, a pesar de tu debilidad, sé portador del amor de Dios en tu vida y responde con generosidad a ello.

Mt 5, 27-32

En este pasaje Mateo une dos enseñanzas: una sobre el pecado y otra sobre el adulterio de manera que aprovecha la enseñanza sobre el pecado en general para advertir sobre el pecado de adulterio.

Centramos entonces nuestra atención en la enseñanza del pecado que está a la base de esta enseñanza, pues la del adulterio resulta evidente. El ejemplo que pone Jesús de arrancarse un ojo o una mano, desde luego que no debe ser tomado al pie de la letra pues está ejemplificando la importancia y lo doloroso que a veces puede resultar el apartarse de las ocasiones de pecado.

Compara el dolor y la perdida sustancial de uno de nuestros miembros, que podríamos decir vital, a la del dejar aquello que sabemos que nos lleva al pecado.

Con esto en mente podemos entender que es mejor dejar o alejarse de un amigo(a), de un lugar, de un trabajo, etc., con todo el dolor y la perdida que esto significa, si este amigo(a), lugar, trabajo etc., están siendo la ocasión de pecar.

Ésta quizás es la enseñanza más fuerte y explícita de las consecuencias del pecado y de la lucha y lo doloroso que representa una conversión profunda y total a Jesús como Señor.

Por lo tanto si alguna cosa, persona o lugar te son ocasión de pecar.. ¡Aléjalas de ti!, pues es mejor no tenerlas o mantenerlas, que perder la vida en Cristo.

Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

Jn 17, 1-2. 9. 14-26

Celebramos hoy en la Iglesia la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.

Por una tradición que se pierde en el tiempo, el primer jueves después de Pentecostés se celebra en la Iglesia la función sacerdotal de Cristo, quien ofreciéndose a sí mismo se constituye en Sumo y Eterno Sacerdote.

Es verdad que Cristo nunca se proclamó a sí mismo como sacerdote, no tenía ningún título y no ejerció en el Templo de Jerusalén, pero también es verdad que todas las funciones del sacerdocio las realizó de una manera plena con su vida y con su palabra: Santificar, ofrecer sacrificio, purificar.

Es muy clara su función de santificar, que es la de todo sacerdote durante todo su ministerio, desde la unción en la sinagoga hasta la muerte en cruz, con los mensajes de paz que nos ofrece el resucitado. 

Jesús ofrece el sacrificio pleno de presentarse a sí mismo como víctima y sacerdote.  Establece la Alianza que une en comunión a los hombres con Dios y que realiza perfectamente la misión del sacerdote: ser puente entre los hombres y Dios, y establecer esa relación entre la humanidad y su Señor.

No son los sacrificios rituales que a menudo se ofrecían en el Templo y que terminaban perdiendo su sentido al convertirse en puros ritos sin interioridad.  Es la vida ofrecida en sacrificio.  Un sacrificio que otorga perdón, reconciliación y vida nueva.

Jesús en la última cena, aparece como el sacerdote de la Nueva Alianza, sellada con su sangre para la salvación de todos.

Hoy podemos contemplar, alabar y agradecer  Jesús por ser sacerdote.  Pero también es un día muy propicio para descubrir en cada uno de nosotros, cómo por el bautismo fuimos constituidos sacerdotes en unión con Jesús.

También nosotros tenemos la misión de llevar todas las cosas a su perfección y a su santidad; también nosotros debemos ofrecer el sacrificio de reconciliación y de vida.

Que este día, todos y cada uno de nosotros, recordemos esa misión a la que nos invita a participar Jesús: ser sacerdotes juntamente con Él.

San Bernabé, apóstol

Mc 5, 17-19

El mandado de Jesús es claro: «Id, predicad, haced discípulos». Pero, ¿qué significa de verdad evangelizar? Hoy, que la Iglesia celebra la fiesta del apóstol Bernabé, podríamos decir que la evangelización tiene como tres dimensiones fundamentales: el anuncio, el servicio y la gratuidad.

Partiendo de las lecturas de la misa de hoy queda claro que el Espíritu Santo es el auténtico protagonista del anuncio, y que no se trata de una simple prédica o de la trasmisión de unas ideas, sino que es un movimiento dinámico capaz de cambiar los corazones gracias a la labor del Espíritu. Hemos visto planes pastorales bien hechos, perfectos, pero que no eran instrumentos de evangelización, porque simplemente estaban enfocados en sí mismos, incapaces de cambiar los corazones. No es una actitud “empresarial” la que Jesús nos manda hacer, no. Es con el Espíritu Santo. Dice la primera lectura: «Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado». ¡Ese es el valor! La verdadera valentía de la evangelización no es una terquedad humana. No. Es el Espíritu quien te da el valor y te lleva adelante.

La segunda dimensión de la evangelización es la del servicio, ofrecido hasta en las cosas pequeñas. Nos dice el Evangelio: «Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios». Es equivocada la presunción de querer ser servidos después de haber hecho carrera, en la Iglesia o en la sociedad: “trepar” en la Iglesia es señal de que no se sabe qué es la evangelización: «el que manda debe ser como el que sirve», advierte el Señor en otro momento. Nosotros podemos anunciar cosas buenas, pero sin servicio no sería anuncio; lo parece, pero no lo es. Porque el Espíritu no solo te lleva adelante para proclamar las verdades del Señor y la vida del Señor, sino que te lleva también a los hermanos y hermanas para servirles. ¡El servicio! También en las cosas pequeñas. Es malo encontrar evangelizadores que se dejan servir y viven para dejarse servir. ¡Qué feo! ¡Se creen los príncipes de la evangelización!

Finalmente, la gratuidad, porque nadie puede redimirse gracias a sus propios méritos. «Lo que habéis recibido gratis –nos recuerda el Señor–, dadlo gratis». Todos hemos sido salvados gratuitamente por Jesucristo y, por tanto, debemos dar gratuitamente.

Así pues, los agentes pastorales de la evangelización deben aprender esto: su vida debe ser gratuita, para el servicio, para el anuncio, y llevados por el Espíritu. Su propia pobreza les empuja a abrirse al Espíritu.

Martes de la X Semana Ordinaria

2Cor 1, 18-22

Algo que llama la atención es el hecho de que algunos hermanos puedan decir: “yo hago con mi vida lo que quiero”. Y llama la atención por el hecho de que la vida no es nuestra, mucho menos si hemos sido bautizados, ya que Jesús pagó con su propia sangre por nosotros, de manera que le pertenecemos.

Por esta razón Pablo dice que “hemos sido marcados y hemos recibido el Espíritu santo”. Esta señal hecha en nuestro Corazón nos identifica como cristianos y como propiedad de Cristo. Es más, no sólo nos marcó, sino que nos “dio el Espíritu Santo” para que toda nuestra vida sea conducida por Él mismo.

De manera que lo que hacemos siempre debe ser para dar gloria a Dios, de la misma manera que lo hizo Jesús.

Cuida tu vida, no la expongas ni al daño físico, ni al daño espiritual, has de
ella una verdadera ofrenda y alabanza al Señor, a quien perteneces en el amor.

Mt 5, 13-16

¡Cuántas veces ponemos sal a los alimentos para darles más sabor! Jesucristo usa los hechos de la vida común para darnos una enseñanza. En esta ocasión, Jesús habla con comparaciones a sus seguidores. Los compara con la sal y con la luz.

Ser sal es dar sabor, es cambiar el gusto a las cosas que normalmente pasan o que no podemos evitar, como el dolor físico o moral. Cosas que a veces hasta nos hunden en un vacío de amargura tan desabrido como la sal que ha perdido su sabor. Darle sabor a la vida es cambiar el vinagre en vino dulce.

Cuando el sufrimiento nos aflige debemos ponerle un poco de esa sal que cambia ese mal rato en algo mejor. La sal es el amor. Sólo el amor tiene las cualidades de la sal que da sabor a nuestras angustias más íntimas. El amor pone sabor a todo. Amor que es la característica del cristiano. Amor que se traduce en caridad, perdón, servicialidad con mi prójimo.

La luz y la oscuridad nunca se juntan, es imposible unir el día con la noche. Debemos ser para los demás, alzándonos del polvo de la tierra que son la concupiscencia de la carne y la soberbia del espíritu. Debemos levantar la antorcha de luz, nuestra fe. Sin miedo, orgullosos de ser cristianos. El que lleva la luz de la fe no puede ir con la cabeza agachada, sino con una sonrisa en el rostro. La alegría de ser sal y ser luz para el mundo está en Cristo que murió y resucitó por cada uno de nosotros.

BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA

Jn 19, 25-34

La Iglesia hace memoria hoy de la Virgen María, bajo la advocación de Madre de la Iglesia. Así la declaraba San Pablo VI al final del Concilio Vaticano II. Sin embargo, fue el Papa Francisco quien ha querido que el lunes siguiente a Pentecostés se celebre esta memoria obligatoria en toda la Iglesia. Por eso, en las lecturas de este día María tiene un relieve especial. Su presencia es discreta, como es toda su presencia en el evangelio. Se la cita como de pasada, pero tiene contenido suficiente para ayudarnos a reflexionar sobre la presencia de María en la Iglesia y en nuestra vida de cristianos.

La primera lectura nos recuerda cómo la comunidad cristiana primitiva va tomando forma alimentada en la celebración del pan, la escucha de la Palabra y la oración. En esa comunidad está presente María. Es una más en el grupo, pero su estar en el grupo es un elemento alentador. ¿Quién puede hacer más viva la presencia de Jesús si no es su Madre? Por eso es significativa esa sencilla alusión a que en el grupo está María compartiendo la oración con todos los demás.

¿Se puede vivir cristianamente sin la presencia de María? No lo sé, pero es claro que si alguien puede conducirnos y acompañarnos a Jesús es, sin duda, su Madre. Ella que sigue estando en la Iglesia animando y alentando el caminar de sus hijos; ella conoce muy bien la senda que conduce a Jesús y, seguro, se presta a realizar esta labor con todos sus hijos.

Ahí tienes a tu hijo

El Evangelio de hoy acentúa la condición de María Madre, al recordar las palabras de Jesús en su agonía: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Es curioso que Jesús no dice ahí tienes a Juan. El discípulo amado ha adquirido la condición de hijo y en él nos ha incluido a todos. Esas palabras, “ahí tienes a tu hijo” son sorprendentes. María no tiene otro hijo que Jesús y, sin embargo, es como si Juan se convirtiera por las palabras de Jesús en hijo. Al dirigirse a su madre y decirle “ahí tienes a tu hijo”, es como si la condición de María, como madre, se ampliara y acogiera en Juan a todos los hombres. Y ahí está la Iglesia, asamblea de creyentes, de la que ella se convierte en Madre. 

El discípulo la recibió en su casa

Juan nos representa a todos y acogiendo a María en su casa cumple el deseo de Jesús. En este mundo donde prevalece la orfandad espiritual es bueno recordar que fuimos entregados a María, como hijos, en la figura de Juan. Contamos con ella. Hoy la invocamos como Madre de la Iglesia queriendo señalar que, como toda buena madre, alienta, cuida y acompaña a los seguidores de su Hijo. Es bueno para todos escuchar con el corazón las palabras de Jesús: “Ahí tienes a tu madre”. Es una invitación que se extiende a todos los creyentes. ¿Cuál ha de ser nuestra respuesta a esa propuesta de Jesús? La misma de Juan: recibirla en nuestra casa, hacerla parte de nuestra familia, incorporarla a nuestra vida cristiana, no como elemento decorativo inerte, sino como miembro vivo que quiere ayudarnos a vivir fielmente el seguimiento de Jesús. Hemos de ser conscientes de que es la recomendación que nos hace Jesús. Además de valorarlo, hemos de sentirlo y hacerlo realidad todos los días.

El Papa Francisco hace una descripción muy gráfica del papel de María con estas palabras: “En el Gólgota no retrocedió ante el dolor, sino que permaneció ante la cruz de Jesús y, por su voluntad, se convirtió en Madre de la Iglesia; después de la Resurrección, animó a los Apóstoles reunidos en el cenáculo en espera del Espíritu Santo, que los transformó en heraldos valientes del Evangelio. A lo largo de su vida, María ha realizado lo que se pide a la Iglesia: hacer memoria perenne de Cristo. En su fe, vemos cómo abrir la puerta de nuestro corazón para obedecer a Dios; en su abnegación, descubrimos cuánto debemos estar atentos a las necesidades de los demás; en sus lágrimas, encontramos la fuerza para consolar a cuantos sufren. En cada uno de estos momentos, María expresa la riqueza de la misericordia divina, que va al encuentro de cada una de las necesidades cotidianas.

Sábado de la VII Semana de Pascua

Hech 28, 16-20. 30-31

Nuevamente antes que nadie más el pueblo de las elecciones. A ellos hay que anunciar en primer lugar el cumplimiento de las promesas divinas en Cristo Jesús. Pablo ama entrañablemente a los de su raza y por ellos, con tal de salvarlos, estaría dispuesto incluso a ser un anatema, separado de Cristo. Y esto porque, se pregunta Pablo: ¿Habrán tropezado los israelitas de manera que caigan definitivamente? ¡De ninguna manera! Por el contrario, con su caída ha llegado la salvación a los paganos provocando así los celos de Israel. Y si su caída y su fracaso se han convertido en riqueza para el mundo y para los paganos, ¿qué no sucederá cuando lleguen a la plenitud? Pablo, preso, anuncia a los Judíos, residentes en Roma, que él lleva esas cadenas a causa de la esperanza de Israel, llegada a su fiel cumplimiento en Jesús.

Con absoluta libertad hace este anuncio, durante dos años, ante un auditorio más benigno y más capaz de abrir su corazón a la fe en Jesús. De Pablo aprendemos el ejemplo de amar entrañablemente a nuestro prójimo, de tal forma que podamos, junto con Cristo decir comprometidos: Padre, eran tuyos, tú los pusiste en mis manos; y yo no voy a perder nada de lo que tú me encomendaste.

No defraudemos la confianza que Dios nos ha tenido; proclamemos su Nombre de tal manera que sea cada día más conocido, más amado y más testificado por las buenas obras de todos, hasta que su Reino alcance el corazón de todas las personas.

Jn 21, 20-25

Sígueme. En la fidelidad al Evangelio uno es el que importa. En el anuncio del Evangelio el que importa es el prójimo, que, además de recibir el anuncio de salvación, se ve fortalecido con el testimonio del enviado. Sígueme. No condiciones tu seguimiento del Señor a la respuesta de los demás. Cada uno es responsable de sí mismo ante Dios. Ante los demás nuestra única responsabilidad es el anuncio fiel del Evangelio. Pablo nos ha dicho en estos días: yo no soy responsable de la suerte de nadie, porque no les he ocultado nada y les he revelado en su totalidad el plan de Dios. Si alguien se opone a la verdad, ese mismo dará cuenta de su actuación a Dios. ¿Qué será de los demás? Eso sólo lo sabe Dios. ¿Qué será de nosotros mismos? Eso lo vislumbramos por nuestra fidelidad, o por nuestra infidelidad a Dios; por nuestro amor o por nuestra falta de Él. ¿Hacia dónde se encamina nuestra vida? Ojalá y permanezcamos en el amor hasta que Él vuelva, siendo así sus discípulos amados.

En la Eucaristía Dios ha incoado en nosotros la vida eterna. Su presencia en nosotros es para seguir las huellas de su Hijo. Dios no sólo nos encomienda el anuncio del Evangelio. Antes que nada nos pide que lo sigamos. Si no lo conocemos y aceptamos personalmente en nuestra vida, pronunciaremos tal vez muy hermosos discursos, armados magistralmente, pero no seremos sus testigos por no conocerlo, por no tenerlo, por no estar comprometidos personalmente con Él

Viernes de la VII Semana de Pascua

Hech 25, 13-21

Pablo ha pedido ver al «César», es decir ha pedido ver al máximo gobernante para exponerle la fe en Cristo, como se lo pidió el mismo Señor.

Que importante es que nuestros gobernantes, no solo conozcan a Jesús, sino que busquen vivir de acuerdo a su evangelio. Recientemente se estuvo promoviendo en México la posibilidad de despenalizar el aborto, cosa que en un país cuyo censo revela que el 96 % de la población es «cristiana» no debería haber existido ni siquiera como iniciativa de ley. Si esto ocurre es porque muchos de los gobernantes (no solo en México sino en la mayoría de los países) no han sido profundamente evangelizados.

Ciertamente no es fácil llegar a esas cúpulas, pero es deber de nosotros procurar los medios (aunque sea con nuestra oración diaria), para que el Evangelio toque sus corazones y así evitar todas las injusticias y desordenes morales que vienen por la falta de conversión de muchos de aquellos que dirigen nuestra sociedad. Hagamos público el Evangelio, busquemos los medios para que todos, sobre todo los que están en nuestra esfera social, conozcan y amen a Jesús.

Jn 21, 15-19

¿Me amas más que estos? ¿Cuántas veces tendría que preguntárnoslo el Señor, si con cada pregunta quisiera purificarnos de cada una de nuestras faltas y traiciones? Dios nos ha amado a cada uno de nosotros con un amor exclusivo; es verdad que ha dado su vida por todos nosotros; pero esto no podemos aceptarlo de un modo generalizado sino personal. Pues en verdad que a nadie más en la historia amará como te ama a ti con amor exclusivo y personal. El mundo no podrá tener la oportunidad en ningún otro momento de la historia de contemplar otra persona como tú.

La iglesia no tendrá otra persona que algún día cumpla con la misión que a ti se te confió. Tú eres único e irrepetible en la historia, con tus cualidades, con tu vocación y con la misión que Dios te ha confiado.

¡Así te ha amado Dios! Si tú lo amas ese amor a Él no puede manifestarse sino en el amor a tu prójimo, velando por él como el pastor vela por sus ovejas. Es verdad que somos frágiles; y que muchas veces nuestro amor a Dios ha sido como el rocío y como nube mañanera.

A pesar de todo eso Dios nos sigue llamando para que colaboremos con Él en la construcción del Reino de Dios entre nosotros. ¿Por qué no decirle, Señor, tú lo sabes todo; pero a pesar de todo tú bien sabes que te amo? Y ojalá y nuestro amor no se nos quede en una vana palabrería, o en promesas de pocos días.

Jueves de la VII Semana de Pascua

Hch 22, 30; 23, 6-11

Ya Jesús había anunciado en el momento de la Ascensión, que el evangelio habría de ser anunciado a todo el mundo. Pablo, que ha sido llamado por el Señor a ser su testigo, tendrá ahora que ir hasta la cuna del Imperio para ahí, delante del emperador, dar testimonio de Jesús.

Es importante en este pasaje el darnos cuenta, que si en principio Pablo evangelizaba por iniciativa propia e iba a donde él quería, ahora es el mismo Señor, quien valiéndose de las circunstancias, lo envía a Roma.

Pensemos cuántas veces, Dios nos envía a diferentes ciudades, trabajos, ambientes y nos desestabiliza, para con ello llevarnos a una nueva oportunidad de predicar y de ser sus testigos. Lo que muchas veces consideramos una «tragedia» o una situación desagradable, puede ser o convertirse en la ocasión que Dios nos propone para que nuestro testimonio se haga visible y de esta manera atraer hacia Él a otras personas, que de otra manera posiblemente nunca lo hubieran conocido.

Sepamos descubrir en todo incidente la mano amorosa de Dios que nos invita a ser sus testigos, hasta los últimos confines del mundo.

Jn 17, 20-26

Nos gustan los «tiangis». Es fácil encontrar de todo y más barato. Pero, curiosamente, somos compradores exigentes. Sometemos a múltiples exámenes los artículos que nos ofrecen. Buscamos el holograma que me asegure que estos lentes son auténticos «Ray Ban» o que este reloj tan llamativo sea «Casio» original, con banco de datos y calculadora para los exámenes…

Y si nos gusta poseer cosas auténticas, más nos agrada encontrar la autenticidad encarnada en las personas con quienes convivimos. No nos gustan las hipocresías, ni los dobleces y las mentiras.

Lo que no es auténtico no convence, ni da pruebas de garantía o confianza. Por eso Cristo pidió a su Padre que los suyos se distinguieran por dos características inequívocas: la unidad y el amor.

Con estos dos rasgos es fácil discernir quién sí es de Cristo, y quien, por el contrario no lo es. ¿Eres verdadero cristiano? Será porque vives el amor y tratas de crear a tu alrededor un ambiente de unidad, a pesar de las diferencias que todos tenemos. Si no… lo serás sólo de nombre. Pero no te preocupes, que para eso se adelantó Jesús rogando por ti.

Pídele que te ayude, para que seas un cristiano auténtico según su corazón y no sólo de etiqueta.

Miércoles de la VII Semana de Pascua

Hech 20, 28-38;

La última recomendación de Pablo para la comunidad de Efeso, sería: «Los encomiendo a Dios y a su Palabra salvadora, la cual tiene fuerza para que todos los consagrados a Dios crezcan en el espíritu y alcancen la herencia prometida».

Pablo sabe bien que nuestra fuerza, como ya lo había dicho el Señor, no está en nuestros razonamientos, sino en su Palabra, la cual es «viva y eficaz». Es pues necesario mis amados hermanos, que si realmente queremos crecer en el Espíritu y alcanzar la estatura de Cristo, nos demos tiempo para la lectura de la Sagrada Escritura, en ella está la fuerza que construye una nueva sociedad, una sociedad no regida por los criterios humanos, sino por la caridad del Espíritu.

En la Sagrada Escritura encontrarás los criterios con los que se debe guiar la vida del Cristiano, consejos para los amigos, instrucción para los hijos, consuelo para los afligidos, y sobre todo la feliz noticia, que se repite a cada momento: Dios te ama, te ha amado y te amará siempre.

Jn 17, 11-19

Jesús, el Buen Pastor, antes de comenzar el drama de su pasión, encomendó a los suyos a quien sabía que velaría por ellos con tanto amor como Él lo había hecho: a su Padre. «Padre santo, cuida a los que me diste. Voy a ti y los dejo solos, cuida de ellos».

El amor de Cristo es eterno, supera la barrera del tiempo y del espacio. Su amor está presente siempre y en todo lugar. Ésta debe ser la principal alegría de un cristiano: saberse amado por Jesús y por su Padre. Con un amor más fuerte que el odio del mundo.

Este amor de Cristo es nuestra insignia, nuestro escudo y nuestra arma de lucha. No puede concebirse un cristiano que huya de la lucha, que se oculte cobardemente tras un árbol quitándose una espina cuando sus pastores y tantos hermanos son atacados por los enemigos del rebaño de Cristo.

Por eso Cristo no pidió al Padre que nos apartara del mundo y nos encerrara en un «mundo perfecto», sino que nos santificara (que nos fortaleciera con su gracia) para vencer el mal y extender su Reino.

No tengamos temor de vivir como auténticos cristianos en medio del mundo, esta es nuestra misión; si nos persiguen, Dios estará para fortalecernos, defendernos y rescatarnos. Su Espíritu nos acompaña hasta el final de los tiempos.