Jueves de la XXI Semana Ordinaria

1 Tes 3, 7-13

Es tanta la alegría del apóstol al saber que a pesar del poco tiempo que estuvo con ellos, la fe en la comunidad no sólo se ha mantenido sino que ha crecido, que inspira al apóstol a hacer una pequeña pero bellísima oración. Y es que no hay premio y satisfacción más grande para quien anuncia la Buena Noticia de Cristo que el ver que ésta da fruto.

Es como el sembrador, que al ver que todo su esfuerzo rinde fruto, ya ni se acuerda de las largas horas que tuvo que pasar bajo el sol para sembrar y cultivar. Así también cuando un padre de familia ve que todo su esfuerzo, sus desvelos y problemas por educar al hijo, maduran en una vida honrada y productiva (y ni que decir cuando además es una vida santa), con cuanta alegría no se elevará una oración para agradecer al buen Dios que ha hecho, con nuestras humildes fuerzas, florecer el campo.

Todos, de una manera o de otra, disfrutamos de esta cosecha, por ello te invito hoy a elevar una oración de agradecimiento por todos aquellos a los que les has compartido el evangelio y sobre todo, por aquellos a quienes el Señor te dio el gran compromiso de educarlos y de formarlos como hijos de Dios, para que como dice el apóstol: «Dios conserve sus corazones irreprochables en la santidad».

Mt 24, 42-51

En este pasaje Jesús nos invita a la vigilancia, y sobre todo a reconocer que todo lo que tenemos, lo tenemos solo en administración, por lo que tenemos el compromiso de cuidar de sus bienes y de administrarlos correctamente.

Es importante notar en esta cita que cuando Jesús habla sobre el servidor fiel, lo pone en relación a sus hermanos; con ello nos indica que todos los que tenemos autoridad sobre otros, debemos reconocer que un día el Señor nos pedirá cuentas de ellos.

De ahí la gran responsabilidad que tienen sobre todo los padres de familia, a los que Dios les ha encomendado el cuidado de sus hijos; de los esposos a quienes les ha encomendado el cuidado de uno y otro; de la alta responsabilidad de los empresarios, patrones, supervisores, etc., quienes tendrán que responder por el bienestar (y diríamos incluso de la santidad) de sus empleados.

Si el Señor te pidiera hoy cuentas de tu administración, ¿te encontraría preparado? Te invito pues, a hacer un breve balance de cómo has administrado lo que el Señor puso a tu cuidado, sobre todo en tu trato con tus hermanos.

Miércoles de la XXI Semana Ordinaria

1 Tes 2, 9-13

Pablo, consciente de la responsabilidad que Dios le ha confiado como mensajero del evangelio, sabe que su misión no termina con el primer anuncio, sino que la vida cristiana, para que llegue a desarrollarse, necesita, como las plantas, de continuo cuidado.

Sabe cuándo actuar con suavidad y cuando con dureza, pero siempre con amor, para que el mensaje del Evangelio no se quede en una bonita idea sino que pase a la vida de cada uno de los cristianos.

Todos los bautizados, cada uno según su vocación y estado de vida particular, hemos recibido del Señor el encargo de ayudar a que el Evangelio se convierta en un verdadero estilo de vida en nuestra sociedad, de manera que todos, vivíamos «de una manera digna de Dios». Por ello, siguiendo el ejemplo de san Pablo debemos, siempre con caridad, exhortar a nuestros hermanos a perseverar en el amor y en la fe.

El silencio de los cristianos no es otra cosa que indiferencia y apatía, falta de compromiso con Cristo y su misión. Seamos pues, solidarios unos con otros en nuestro camino hacia la santidad.

Mt 23, 27-32

Con estas palabras Jesús termina este duro sermón en contra de aquellos que aparentan una cosa y viven de una manera contraria a lo que predican.

No podemos decir que somos cristianos por el hecho de que portamos con nosotros una medallita o un crucifijo, o porque tenemos en nuestras casas u oficinas alguna imagen de Jesús o de la Santísima Virgen.

La vida cristiana es ante todo un estilo de pensar y vivir que se tiene que reflejar en todas las áreas de nuestra vida. Por ello nuestro trato con la familia, con los vecinos, con los empleados y compañeros debe manifestar a los demás, que creemos y amamos a Jesús, que somos auténticamente cristianos.

No debemos olvidar que nuestra vida diaria será siempre un reflejo de nuestra vida interior. “Quien es cristiano no lo puede esconder y quien no lo es no lo puede fingir….se nota!

Preguntémonos pues ¿cómo es mi vida interior? ¿Tengo realmente una relación profunda y personal con Dios, por medio de la oración? Pues de lo contrario por más esfuerzos que hagas para disimularlo, finalmente se notará si eres o no un discípulo del Señor.

Martes de la XXI Semana del Tiempo Ordinario

1Tes 2, 1-8

A veces tenemos la impresión de que nos formamos una imagen de los apóstoles, especialmente de san Pablo, que los hace aparecer como hombres de presencia imponente y de extraordinarios poderes irresistibles en su apostolado.  Pero no es así.

Pablo alude hoy a su humillante experiencia en Filipos.

Había allí una muchacha esclava, que poseía cierto don de adivinación, por medio del cual proporcionaba considerables ganancias a sus dueños.  Durante varios días fue caminando detrás de Pablo, para burlarse de él.  Pablo muy enojado, le ordenó al espíritu que saliera de ella. 

El espíritu salió y los dueños de la muchacha se quedaron sin su adivina.  Pero ellos no se conformaron con esta intervención de Pablo, que arruinaba sus negocios, se enfurecieron y llenaron a Pablo de acusaciones, lo hicieron azotar y encarcelar. 

¡Dura humillación para Pablo!  Un poco después escapó de la prisión y de la ciudad de Filipos y se dirigió a Tesalónica para predicar allí.

Con esta experiencia, Pablo seguramente aprendió que él debía depender totalmente de Dios y no de sí mismo.  Con esta seguridad, halló valor en Dios para seguir predicando a pesar de cualquier obstáculo.  Se dio cuenta, además de que ese mundo al que había sido llamado a predicarle, no era suyo sino de Dios.

Mt 23, 23-26

El Evangelio de hoy nos enseña que la ley, que es buena, cuando no busca crecer en el amor de Dios, se convierte en un monstruo contra el cual se tiene que estar luchando.

Es importante cumplir la ley, pero este cumplimiento no es un cumplimiento irracional sino que debe llevarnos a lo que inspiró al legislador, que es Amar y tener Misericordia de los demás reconociendo que el único legislador y juez es Dios.

Pensemos pues hoy, ¿cómo estamos viviendo la ley? ¿Vamos a misa el domingo solo porque está escrito en la ley… o porque realmente queremos amar más al Señor?

Lunes de la XXI Semana Ordinaria

1 Tes 1, 1-5.8-10

Hoy comenzamos la lectura del libro más antiguo del Nuevo Testamento, la primera carta de san Pablo a los cristianos de Tesalónica.  Esta carta fue escrita nada menos que unos veinte años antes de que se escribiera el primer evangelio.

Aun en esta breve carta de Pablo, encontramos una profunda y sencilla teología, que destaca las grandes virtudes de la fe, la esperanza y el amor, como las principales características de la vida cristiana auténtica.  Pablo recomienda a los cristianos de Tesalónica, convertidos por él, que vivan en una forma en que puedan manifestar su fe, trabajar con amor y mostrar constante esperanza en Jesucristo.

Muchos siglos después, también nosotros somos llamados a vivir como los tesalonicenses, que fueron unos de los primeros en escuchar el Evangelio de Jesucristo y en responder a él.  En estos dos mil años, los tiempos han cambiado, pero no la esencia de la vida cristiana.  En ella lo primero es la fe, don totalmente gratuito de parte de Dios.  Todo depende de la fe, la cual no consiste solamente en un asentimiento intelectual.  La fe debe modelar toda nuestra conducta, que debe mirar a Dios como la fuente de toda vida y santidad. 

Lo segundo es la esperanza, que es una confianza plena en que Dios nos ama y nos conducirá, a través de este camino, hasta la plenitud de vida que ha planeado para nosotros. 

Lo tercero es el amor, que debe ser el motivo, la guía y la fuerza de todo lo que hacemos en nuestras relaciones con Dios y con los demás.

Mt 23, 13-22

El evangelio de hoy nos presenta una reprimenda dura para aquellos que llevan una fe fingida (fariseos y escribas). Tratan de aparentar ante los demás saber la ley y la anuncian, pero para vivirla le hacen sus propias «acomodaciones».

Hemos sido llamados en Cristo para apoyarnos y estimularnos unos a otros, no para destruirnos.  En la Cruz de Cristo quedaron destruidos nuestros traumas y nuestras rivalidades. No podemos celebrar la Eucaristía y continuar atacándonos mutuamente.  Desarrollemos actitudes positivas, y estimulantes, actitudes de triunfadores, que impulsen la superación de todos.

Preguntémonos hoy si nosotros, en algunos momentos, no buscamos acomodar el evangelio a nuestra «propia conveniencia» a fin de llevar una vida más cómoda.

Sábado de la XX Semana Ordinaria

Rut 2, 1-3.8-11; 4,13-17

Continuamos escuchando la historia de Rut la moabita, presentada como ejemplo de bondad y servicio familiar.  Oíamos ayer cómo ella no quiso de ninguna manera abandonar a su suegra Noemí, sino que tomó para sí su patria y su religión.  Hoy vemos premiada abundantemente su generosidad.

La ley del Levirato, del latín levir= cuñado, expresa una institución muy antigua del derecho israelita, según la cual una viuda, sin hijo varón toma como esposo a su cuñado (Deut 25, 5 ss).  La finalidad de esto era perpetuar la descendencia, asegurar la estabilidad de los bienes familiares y mantener a la viuda en el círculo familiar.  Como en el caso de Rut, se extendía a un círculo más amplio de parientes del difunto.

Noemí, la suegra de Rut, usa todas las finuras de su astucia para relacionar a Rut con Booz, el pariente rico.

«Booz se casó con Rut» y tuvieron un niño.  Y así Rut llegó a ser la bisabuela del rey David y antepasada del Señor Jesús.

Mt 23, 1-12

“Ser el más popular, salir en televisión, que todos me conozcan y saluden por la calle”. Es una gran aspiración de hoy. A los fariseos también les gustaba verse importantes, aparentar una conducta intachable, causar la admiración de todos.

Es una actitud que se nos cuela secretamente en nuestro corazón: “Ya que me esfuerzo en esto, que se vea, que me lo reconozcan”. Es muy sacrificado trabajar para los demás y percibir que ellos ni se dan cuenta, ni abren la boca para decir gracias. De esto saben mucho las amas de casa, que lo tienen todo a punto y nadie se acuerda de reconocérselo.

Pero el cristianismo no consiste en actuar de cara a los demás. No somos actores, sino hijos de Dios. Él ya lo ve, y sabrá valorarlo. Es más, el mérito se alcanza cuando hemos sido más ignorados por los hombres. Si hoy he puesto la vajilla en casa y nadie me ha dado las gracias, mejor. Dios tendrá toda la eternidad para hacerlo.

Servir de oculto, sin buscar un premio inmediato, da gloria a Dios. Y al mismo tiempo, nos abre los ojos ante la calidad de una obra hecha por puro amor a Dios y experimentamos un gozo interior, una paz que nos eleva y nos hace ver la grandeza del hombre.

Por eso Jesús repite que el primero no es el que recibe las alabanzas, sino el que sirve.

Viernes de la XX Semana Ordinaria

Rut 1, 1. 3-8. 14-16. 22

En esta lectura, usada por la liturgia en la celebración del sacramento del matrimonio, ilumina con mucha claridad lo que significa el verdadero amor, el amor que sabe ser fiel «en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad». Las dos muchachas podrían haber regresado a la casa paterna y volverse a casar con gente de su mismo pueblo. Una de ellas lo hace, pero Rut, que sabe que su nuera está sola, decide acompañarla y permanecer con ella en toda circunstancia.

En nuestros días, que importante es que volamos a valorar la verdadera fidelidad y la amistad. Acostumbrados en nuestro mundo consumista a cambiar frecuentemente de todo, en una cultura del «úsese y tírese», no es fácil tener amistades estables, verdaderos amigos que lo acompañen a uno, sobre todo en los momentos difíciles de la vida. Ciertamente no es fácil establecer lazos duraderos y raíces profundas con nuestros vecinos, compañeros, etc. Sin embargo, esta es la enseñanza de la Escritura, es lo que nos mostró Jesús al hacerse uno con nosotros y recorrer nuestro mismo camino, incluso hasta la muerte.

Aprendamos de Rut que el verdadero amor se muestra ante todo en la fidelidad y en el saber acompañarnos unos a otros, en comprometer toda nuestra existencia con alguien más. Inténtalo… verás que no te arrepentirás.

Mt 22, 34-40

Siempre me ha parecido interesante que siendo el primero y el más importante de los mandamientos el «amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente» sean muy pocas las personas que acuden al sacramento de la reconciliación a reconocer que han fallado a este mandamiento. Ciertamente como dice Jesús, al fallar a cualquiera de los otros mandamientos estamos fallando a estos dos, sin embargo esto puede ser un indicativo de qué lugar ocupa Dios en nuestro corazón y la relación que llevamos con Él.

Si haces un recuento de las últimas veces en que has acudido al sacramento, te darás cuenta de que la mayoría de las veces este está ocupado con alguna «falta recurrente», que es el pecado que está distrayendo tu atención de la santidad, además habrás expuesto una serie de imperfecciones relacionadas con tu carácter y con el trato con los demás… pero no sería bueno que tu próxima reconciliación sacramental la iniciaras diciendo: «Padre me arrepiento de no amar a Dios con todo mi corazón, por ello no he orado lo suficiente, y esto ha hecho que mi vida no se transforme… esto me ha llevado a pecar contra…»

Cuando reconocemos que nuestra principal falta es no amar lo suficiente a Dios, inmediatamente nos daremos cuenta de cual o cuales son las causas de esto. Si nos ponemos a trabajar en ellas veremos que nuestras demás faltas irán desapareciendo de nuestra vida.

Jueves de la XX Semana Ordinaria

Jue 11, 29-39

Este es uno de los pasajes más controvertidos de la Sagrada Escritura, pues nos presenta un sacrificio humano. Para poder entenderlo, debemos, situarnos históricamente y ver qué es lo que el escritor sagrado busca decirnos, pues en ello está la instrucción de Dios para el pueblo.

Este pasaje lo podemos situar alrededor del s XII o XIII a.C., es decir hace unos 3,000 años. En la cultura del tiempo, este tipo de sacrificios era común aun dentro del pueblo de Dios (baste ver que el mismo Abraham estaba por sacrificar a su propio hijo). Solo muchos años después se irá purificando el Pueblo en cuanto a los sacrificios que habrían de ofrecer a Dios, llegando a ser parte de la ley la prohibición de inmolar a los hijos, como lo hacen los paganos.

Teniendo esto claro, vemos como lo que el Autor sagrado busca no es resaltar un sacrificio, sino el ser fiel a lo que ofrecemos al Señor, aun cuando esto sea tan querido como un hijo… y de manera particular el único hijo. Por otro lado, este pasaje nos enseña, si es que hemos de ser fieles al Señor, el pensar bien qué es lo que ofrecemos al Señor, pues lo que ofrecemos, debemos cumplirlo.

Por ello es mejor el evitar el «chantaje» espiritual con el Señor al decirle: si tú me das, entonces yo haré lo siguiente. Recordemos que el Señor sabe lo que es bueno para nosotros y que no necesita de nuestras «ofertas» para realizarlo. Ofrezcamos al Señor nuestra vida, no porque Él nos vaya a dar algo sino, como Él lo hace: Solo por amor a Él.

Mt 22, 1-14

Dios nos ha invitado de muchas maneras a participar del Reino, de la vida en Abundancia pensada por Dios para el hombre desde toda la eternidad, la cual habíamos perdido por el pecado. Sin embargo aceptar o no depende de cada uno de nosotros. ¿Excusas? ¡Muchas! Pero como vemos en este pasaje, ninguna cuenta, ni para no asistir ni para presentarnos indignamente a la mesa del Señor.

Y digo para presentarnos dignamente a la fiesta, pues un detalle que no se conoce y que a veces hace que se juzgue duramente al Rey que exige a un pobre el llevar vestido de fiesta, es que el traje de fiesta en este tipo de eventos era proporcionado por el mismo que hacia la invitación por lo que no había excusa para no tenerlo.

Lo mismo pasa con nosotros. Dios nos ha hecho la invitación sin pensar si somos buenos o malos, pobres o ricos… nos ama y nos ha invitado así como somos. Además nos ha llenado de gracias, sobre todo de la gracia santificante, que es el vestido para la fiesta del Reino. Por ello no hay excusa para no asistir, para no vivir en el reino del amor, la justicia y la paz en el Espíritu Santo… en una palabra no hay excusa para no ser santo.

Miércoles de la XX Semana Ordinaria

Jue 9, 6-15

Este pasaje es una de las críticas más fuertes que se han escrito contra los oportunistas, con aquellos que sin importarles la voluntad de Dios, buscan su propio provecho.

Al leer el libro de los jueces nos encontramos con que el pueblo fiel a Dios, no reconocían a ningún otro rey que no fuera Yahavé, pues recordaban bien que la alianza decía: «Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios». Sin embargo otra parte del pueblo buscaba ser como «los demás pueblos» y tener un rey humano.

Con una serie de figuras, el autor nos muestra cómo el pueblo, con tal de «ser como los demás pueblos» ha escogido lo peor como rey (que de hecho llevará a Israel a la secularización y a la idolatría). Esto puede pasar también en nuestras vidas cuando buscamos hacer nuestra vida al margen de Dios, cuando nos olvidamos que nosotros somos cristianos y que por lo tanto no somos como el resto del mundo aunque vivamos en el mundo.

Oportunidades no nos faltan, el mundo nos ofrece, fama y prestigio si aceptamos «cobijarnos bajo su sombra». El resultado siempre será el mismo: Tristeza, soledad, angustia, miedo. Dios quiere reinar en nuestras vidas, quiere ser el centro de nuestra existencia, no por que necesite de nuestra alabanza o nuestro servicio, sino porque cuando Él es Rey puede darnos la verdadera paz y la alegría del Reino en el cual «Él Reina». No nos dejemos engañar… La verdadera felicidad sólo está en Dios.

Mt 20, 1-16

Esta parábola de Jesús tiene un profundo significado y pueden sacarse diversas enseñanzas de él. Entre otras cosas quiere mostrarnos lo que significa tener «absoluta confianza en la Palabra del Señor». Si nos fijamos veremos que solo a los primeros les dijo cuanto les iba a pagar… esto es un denario (es decir lo que un jornalero ganaba en aquel tiempo, cerca de $80); a los demás les dijo: «les daré lo que sea justo». Con esta promesa se fueron a trabajar.

Hoy en día cuando alguien nos contrata lo primero que se pregunta es ¿cuánto voy a ganar?, pues qué tal si lo justo para el señor es solo € 50.00 o 100.00 por el trabajo de 8 horas. Los trabajadores confiaron totalmente en la palabra dada… nos dará lo justo. Y sin embargo se llevaron la sorpresa de que les dio lo mismo que a los primeros. La primera enseñanza de este pasaje es que la Justicia de Dios no es matemática y va mucho, pero mucho más allá de nuestra pobre justicia humana y que su palabra es de fiar, mucho más allá de lo que nosotros pudiéramos pensar.

Cuando leemos las promesas hechas por Jesús, debemos siempre pensar que la realidad es mucho, pero mucho más grande de lo que la palabra expresa. Con este Dios, como no vamos a entregarle toda nuestra vida y a trabajar sin descanso por el Reino, si lo que nos ha prometido es mucho, pero mucho más de lo que jamás pudiéramos haber pensado… no importa que solo hayamos trabajado una hora.

Martes de la XX Semana Ordinaria

Jue 6, 11-24

Cuantas veces nos hemos dicho: «Realmente este proyecto es más grande que mis fuerzas». Ciertamente que es importante, como dice Jesús, ver si nuestros recursos, nuestros dones son suficientes para afrontar tal o cual reto. Sin embrago habría que distinguirse de la generalidad de los casos uno en particular, y es cuando es el mismo Dios quien nos lo pide.

En el pasaje que hemos leído, Dios le dice a Gedeón que vaya a salvar a su pueblo, y si Dios es el que pide, el dará todos los recursos para que podamos hacer lo que Él mismo nos está pidiendo. Por ello es que en nuestros deberes de estado no podemos decir que ya no podemos pues el mismo Dios nos ha dado todos los dones y las gracias que necesitamos para salir adelante y para ser victoriosos en esta empresa.

Lo mismo podemos decir de la vida cristiana, sobre todo en relación a la santidad. No podemos decirle al Señor: No puedo ser santo, ya que Dios al darnos la presencia viva del Espíritu Santo nos ha dado todo lo que necesitamos para alcanzar esta meta. Si Dios te llama respóndele con generosidad, como María, y ábrete a la acción de su Espíritu… verás que con Él todo es posible.

Mt 19, 23-30

Este pasaje, es continuación del que empezamos ayer, nos podría dar la impresión de que Jesús tiene algo contra los ricos. Sin embargo nada más lejano que esto. La Escritura es testigo de que el mismo Jesús tenía entre sus seguidores amigos (algunos eran incluso discípulos) muy ricos. José de Arimatea quien le regaló la tumba y Nicodemo que le llevó los perfumes (que eran muy caros) para la sepultura… Esto sin contar al mismo Mateo y a Zaqueo, quien solo dio la mitad de sus bienes y del que Jesús dijo: «Ahora ha llegado la salvación a esta casa».

Lo que impide que un hombre pueda disfrutar del Reino es la esclavitud, la falta de libertad sobre los bienes (o sobre cualquier cosa… incluso nuestros propios pensamientos). Cuando el hombre se aferra a los bienes, como el joven del pasaje, no es libre pues es esclavo de lo que posee.

Jesús nos quiere libres… el Reino es para la gente libre, para aquellos que como Nicodemo, José de Arimatea y tantos más, son capaces de tener sin retener. De aquellos que reconocen que los bienes creados son de y para todos; que la acaparación solamente empobrece y esclaviza.

Ante esto, ¿qué tan libre eres con respecto a tus bienes… pues de esto depende que puedas disfrutar la vida del Reino?

Lunes de la XX Semana Ordinaria

Jue 2, 11-19

Un santo sacerdote decía en una ocasión, refiriéndose a nuestra naturaleza caída: «Pobrecito ser humano». Con ello iluminaba la miseria de nuestra condición, que como dice san Pablo, «está vendida al pecado».

En este pasaje vemos al pueblo de Dios, al pueblo que ha visto los prodigios y las maravillas de Dios, cometer toda clase de maldades. La causa: Han abandonado al verdadero Dios y se ha postrado ante dioses falsos, dioses que ofrecen paraísos «artificiales», dioses a los que se les puede servir con comodidad y sin compromiso, dioses que se acomodan a nuestros deseos, dioses que no exigen renuncia y que permiten la acaparación, el lucro, la venganza, dioses que conducen la vida hacia el abismo. Esto ocurrió con Israel y continúa sucediendo con todos aquellos que en lugar de seguir al único y verdadero Dios, al Dios del amor, de la salvación y del perdón, van en busca de los dioses falsos, de ídolos inertes que solo terminan por destruir la vida.

Nosotros, cristianos, no somos inmunes a la seducción de los «dioses modernos» y de hecho si nuestra sociedad que decimos «cristiana» padece de esta perversión es porque muchos de los cristianos han volteado sus ojos, si no totalmente, si con cierta aceptación, hacia los falsos dioses. Tengamos cuidado… los dioses falsos, los ídolos ofrecen un falso bienestar que tarde o temprano se convertirá en sufrimiento y soledad. Centremos nuestros ojos en Jesús y busquemos con todo nuestro corazón vivir conforme a su evangelio.

Mt 19, 16-22

A la pregunta que le hace este joven a Jesús sobre qué cosa es necesaria para alcanzar al vida eterna (que puede ser traducida como: «entrar en el Reino» esto es: para ser feliz), él le responde: «cumple los mandamientos». No le pide otra cosa. Es decir lo mínimo que necesitamos para que nuestra vida se desarrolle dentro del Reino es ser fieles a nuestros compromisos bautismales.

Hoy en día, como seguramente lo fue en tiempos de este Joven, la gente no es feliz, pues no vive de acuerdo, ni siquiera a estos simples principios establecidos por Dios y que tienen como objeto advertirnos de todo aquello que es dañino para nuestra vida. La ley, podríamos compararla al aviso que le da la mamá al niño para que no se coma el pastel caliente, que aunque se presenta muy sabroso, sabe bien que le hará mal, lo enfermará del estómago. Dios nos ha instruido sobro todo aquello que nos destruye y nos roba la felicidad, por eso Jesús le dice: «Cumple la ley». Si queremos que nuestra vida tenga las características del Reino, que se desarrolle en la alegría y la paz de Dios, que pueda ser plenamente feliz, debemos empezar por cumplir los mandamientos. ¿Por qué no haces hoy una pequeña revisión de cómo estás viviendo esta enseñanza de Jesús? Pregúntate si en realidad ¿estás buscando vivir los mandamientos?