
Hech 15, 1-6
En algunos pasajes vemos lo importante que es la Jerarquía de la Iglesia para que el Espíritu pueda construir la Iglesia. En nuestra lectura hemos visto como ha surgido una diferencia en la comunidad: los paganos convertidos ¿se deben circuncidar? ¿Quién ha de decidir esto? ¿qué grupo es el que tiene la razón? Movidos por el Espíritu, deciden no tomar esta decisión por su cuenta sino consultarla con la Jerarquía de la Iglesia.
Hoy en día las decisiones difíciles en materia de fe y costumbres continúan siendo puestas en claro por los obispos, sucesores de los Apóstoles. La obediencia a la jerarquía de la Iglesia es la garantía de la unidad.
Es posible que «nuestra opinión» sea contraria, pero ni aun teniendo una revelación privada podemos ir contra el magisterio de la Iglesia. Si verdaderamente queremos hacer la voluntad de Dios y no vernos envueltos en las mentiras del demonio que se viste de luz, debemos confiar en que el poder de discernir lo dejó el Señor en la Jerarquía Eclesiástica (a pesar de ser como nosotros, hombres pecadores y débiles).
Jn 15, 1-8
Dios nos pide que nos amemos, y nos pide que lo hagamos como el propio Cristo nos amó, esto es, hasta el extremo de dar la vida. Pero ¿resume ese Mandamiento Nuevo todo lo que Dios nos pide?
Para empezar, habría que decir que el Mandamiento Nuevo nos desborda. Todos sabemos lo sencillo que puede ser amar a quien nos ama. Podemos llegar incluso a dar la vida por algunas personas, como muchas madres la darían por sus hijos. Pero amar, como Cristo, a nuestros enemigos… Entregar libremente la existencia por quien nos ha traicionado o por quien nos ha roto el corazón… Perdonar a quien nos hace la vida imposible… Todo eso es superior a nuestras fuerzas humanas. Además, en caso de que llegásemos a cumplirlo, ¿serviría de algo si no amamos a Dios y vivimos a espaldas de su Amor por nosotros? ¿Podría esa entrega salvarnos si se trata de un mero altruismo, de una obra humana realizada al margen de la gracia? No olvidemos que la Ley de Dios se resume en dos mandatos: amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo. Sin cumplir el primero, ¿acaso podrá salvarnos el segundo? Dios nos pide, desde luego, que cumplamos ese Mandamiento Nuevo; pero el Mandamiento Nuevo no resume la Ley de Dios.
Si hubiera que resumir, en una sola frase, todo lo que Dios nos pide, habría que emplear el texto del evangelio de hoy: «permanezcan en mi»… Dios nos pide que nos abracemos a su Hijo Jesús, y no nos separemos de Él jamás. Unidos a Él por la gracia, seremos capaces de amar a nuestros hermanos hasta el punto de entregar la vida por los enemigos. Unidos a Él por la oración diaria, por la comunión frecuente y la renovada confesión sacramental de nuestras culpas, veremos cómo nuestra vida se llena de Dios, cómo nuestras almas se llenan de paz, y cómo nuestros corazones se llenan de una alegría sobrenatural y serena que ningún sufrimiento podrá arrebatarnos. Unidos a Él por la lectura cotidiana del Evangelio, experimentaremos en nuestras vidas una «cristificación» que nos llevará a desaparecer por completo para que sólo Jesús brille en nosotros.