La obra de Trento (s. XVI)
1.- Cultura
La reforma protestante surge por estos dos motivos:
Por no haberse hecho la reforma interna de la Iglesia,
Porque surgió la edad moderna.
No sólo fue un movimiento de renovación espiritual, sino un fenómeno político y económico. En su entramado global, fue un acontecimiento producido y preparado por la disolución de los presupuestos fundamentales que fueron la base de la Edad Media.
El Concilio de Trento estaba dictado de antemano por la situación misma de la Iglesia: problemas internos y por la innovación protestante. Pero además el concilio estaba fuertemente condicionado por las estrategias políticas de las diversas naciones de España, Francia, de los protestantes y de la «política pontificia»: miedo por parte de la curia de que fueran recortados sus derechos. Todo esto condicionó la obra de Trento. No fue un Concilio total o general, sino condicionado por lo que los protestantes negaban. El tema de los sacramentos y de la liturgia tuvo un lugar relevante en sus trabajos. Pero, fijándose sobre todo en aquello que negaban los reformadores protestantes.
Fijándonos en el aspecto litúrgico, los reformadores acusan con razón la decadencia de la liturgia y su falta de espíritu evangélico. Exigen el uso de la lengua del pueblo, la participación del pueblo, la recitación de la plegaria eucarística en voz alta, la simplificación de muchos ritos, es decir, una serie de cosas que la Iglesia católica acabará concediendo en la reforma del Concilio Vaticano II, con cuatro siglos de retraso.
Junto a estas peticiones, había problemas de contenido dogmático sobre la doctrina de los sacramentos: negaban el carácter sacrificial de la misa. El Concilio estudió y aclaró teológicamente este punto, afirmando el carácter sacrificial de la misa y la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La lástima fue que, en el tratamiento teológico de la Eucaristía la doctrina se presentara en tres capítulos diferentes: la presencia real, la comunión y el sacrificio. Esta separación tuvo un efecto distorsionador en la teología sacramental posterior al Concilio de Trento y dificultó la búsqueda de una síntesis armónica de la doctrina eucarística, lo cual repercutió también en la práctica, motivando que, durante mucho tiempo, el pueblo viera como realidades separadas el altar, el comulgatorio y el sagrario.
2.- Abusos en la celebración litúrgica
El estado de postración de la liturgia romana era reconocido por todo aquel que mirase los hechos con objetividad. Aunque nos fijamos en aspectos externos, éstos nos manifiestan el mundo interior. La idea que tenían los clérigos y fieles de la liturgia, revela hasta qué contrasentidos puede llegar la práctica de la liturgia cuando se pierde de vista su verdadera naturaleza. Enumeramos algunos abusos denunciados por el Concilio de Trento:
• En cuanto al sentido comunitario. Dice el Concilio de Trento: «Es un abuso que, los domingos y fiestas no se digan las misas propias ordenadas por la Iglesia, y en su lugar se digan misas votivas o de difuntos. También es un abuso que se celebren simultáneamente dos o tres misas, tan cerca unas de otras que mutuamente se estorben. Otro abuso es que, mientras se canta la misa solemne se celebren al mismo tiempo otras misas privadas. Hay que considerar si no sería mejor celebrar menos misas, ya que la excesiva abundancia hace que los sacerdotes y los sacramentos se envilezcan »
Queriendo actualizar esto a nuestras parroquias citamos a los obispos del País Vasco , que inciden en parecidos abusos: «Es conveniente reunirse habitualmente con la propia comunidad de pertenencia, que de ordinario será la comunidad parroquial » «Se evitará, deforma habitual en domingo, la convocatoria a celebraciones eucarísticas en pequeños grupos o restringidas a unos determinados participantes». «En las circunstancias actuales de sensible escasez de sacerdotes, puede ser exigencia pastoral de graves e importantes consecuencias, revisar el número de las celebraciones eucarísticas de cada parroquia o lugar. Al hacerlo, se tratará de conjugar las verdaderas necesidades de las comunidades cristianas, con las posibilidades reales de los sacerdotes y la misma calidad de las celebraciones» |
• Sobre las fórmulas sacramentales. «Es una abuso que algunos, cuando dicen la misa, no mantienen la gravedad, sino que pronuncian las palabras sagradas de una manera totalmente exagerada y, como si hicieran teatro, algunas veces levantan la voz estertóreamente y otras veces musitan en voz baja, y así recitan a trompicones unas palabras que tendrían que decirse con el mismo tono serio y mesurado. Hay otros que, cuando llegan a las palabras de la consagración acercan la boca a la hostia y al cáliz y, como si echaran el aliento sobre ellos, dicen poco a poco cada una de las palabras de la consagración y hacen con la cabeza la señal de la cruz, como si esos gestos dieran más fuerza consacratoria a las palabras del Señor»
Hoy día destacamos más la efusión y la fuerza del Espíritu Santo para que el pan y el vino «sean el Cuerpo y Sangre de Cristo «. |
• Sobre supersticiones. «No está bien que sobre la hostia consagrada se hagan más cruces y signos de los que están establecidos, como si faltara algo a la consagración. Además, algunos, las cruces que deben hacerse sobre la hostia y el cáliz, las ejecutan de tal manera que más que hacer la señal de la cruz, parece que gesticulan, provocando así la risa de los asistentes. Otros, después de la consagración, cogen con ambas manos la hostia y, manteniendo la cabeza inclinada, la alzan llevándola hasta la nuca, tocando muchas veces los cabellos «
No es que hayan llegado hasta nosotros todos estos abusos, pero sí hemos recibido una situación fruto de esta época. Por ello, entre los principios para la reforma de la Liturgia el Concilio Vaticano II nos señaló ésta: «los ritos deben resplandecer con una noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones» (SC 34). |
Por lo que hemos leído nos damos cuenta de la situación de esta época. Por ello, una frase repetida constantemente en los siglos XIV y XV era éste: sin concilio, no hay reforma. Es decir, la reforma de la Iglesia no se puede esperar del Papa solo, ni se debe dejar en sus manos. La reforma sólo puede hacerla el concilio general, y partiendo del supuesto de que el concilio es el «órgano supremo» de la Iglesia, que puede obligar al Papa.
3.- La obra litúrgica de Trento
El Concilio de Trento, intentó poner remedio, pero se fijó más en el terreno dogmático que en lo práctico. No se reformaron muchas desviaciones, que tan sólo necesitaban una reforma disciplinar y, litúrgica naturalmente, no produjeron todos los buenos efectos deseados. El cambio del mundo exterior, muchas veces, es una catequesis para cambiar el mundo interior.
Por otro lado, el Concilio no quiso ceder a una serie de reivindicaciones de los reformadores protestantes, y así mantuvo el latín, continuó prescribiendo la recitación de la plegaria eucarística en secreto y no favoreció la participación del pueblo. Se quedó en buenos deseos, que no llegaron a ponerse en práctica. He aquí uno: «Aunque la misa contiene una buena instrucción para el pueblo fiel, no ha parecido oportuno a los Padres que se celebre ordinariamente en la lengua del pueblo. Pero, para que las ovejas de Cristo no pasen hambre, el Concilio manda que los pastores, durante la celebración de las misas, expliquen alguna de las cosas que se leen en la misa especialmente los domingos y días festivos»
El Concilio, pues, se centró sobre todo en aclaraciones de tipo dogmático: el carácter de sacrificio de la misa y la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Resumiendo, podemos decir que la obra del Concilio fue positiva para las aclaraciones de tipo dogmático; negativa por no aceptar muchas reivindicaciones de los protestantes y, ambivalente por reservar al Papa toda decisión en materia litúrgica: esto era una solución de emergencia en aquel caos, pero mantendrá durante cuatro siglos petrificada la liturgia romana.
Dejó en manos del Papa la publicación de los nuevos libros litúrgicos. Y Pío V editó el Breviarium romanum, (la Liturgia de las Horas) (1568), y el Missale romanum (1570). Paulo V el Rituale romanum (1614). En estos libros se ve la buena intención de volver a las fuentes genuinas de la liturgia, pero, debido a la falta de medios técnicos adecuados, lo único que la reforma tridentina hizo fue purificar el rito romano de acuerdo con la forma que tenía en tiempos de Gregorio VII (1073-1085), que como hemos dicho anteriormente no era el rito romano puro, sino el rito romano con las incorporaciones de la liturgia franco-germánica.
La gran novedad del Concilio de Trento es la uniformidad que se impone a toda la Iglesia latina. Uniformidad acompañada de una rígida fijación de fórmulas y ritos y, en adelante, no se podrá introducir en ella ninguna modificación. Y para vigilar esta liturgia fija e inalterable, el Papa Sixto V crea, el año 1588, la Sagrada Congregación de Ritos. El mismo nombre nos señala que no es para continuar con la reforma sino para guardar el cumplimiento de todas las normas establecidas. Estamos ante la «era de las rúbricas».