LITURGIA

HISTORIA DE LA LITURGIA

  1. Desarrollo Histórico:

a) En la liturgia, parte inmutable y parte sujeta a cambio.

Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo Sacerdote y de su cuerpo, la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, y ninguna otra acción de la Iglesia la supera en eficacia.

Esta acción sagrada ha estado sujeta a cambios; si bien existe una parte de ella que no varía –por ser de institución divina-, otras partes a lo largo del tiempo pueden y aun deben variar.

b) Las diversas fases de la obra de salvación realizada por Cristo y actuada en la Iglesia.

Jesucristo es el centro de todo culto cristiano, es el único mediador entre Dios y los hombres. Toda la historia de la salvación tiende a Él, que es quien lleva a plenitud la obra de la reconciliación.

La obra de la salvación Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual, “del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la iglesia entera.

La misión de la Iglesia es actuar esa obra salvífica; tal es el mandato que Jesús dio a los apóstoles, que los envió no sólo a predicar, sino también a realizar la obra de la salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, ejes de toda la vida litúrgica.

  • Los comienzos.

La verdadera tarea de la liturgia, en adoración y glorificación del Dios vivo y para salvación de todos los hombres, es la realización (representación) del misterio salvífico de la pascua de Cristo. A fin de que esto sea posible, los apóstoles predicaron y reunieron a los fieles para realizar acciones cultuales.

a) En la vida de Jesús.

Podemos hablar de primeras formas cultuales solamente en la edad apostólica. Los documentos al respecto se remontan a una época que dista ya unos decenios de los comienzos. Pero ya en la redacción de los evangelios se refiere que el fundamento y los primeros pasos de esas acciones deben buscarse en la vida de Jesús anterior a la resurrección: es el hijo de una familia que vive según la ley de Moisés; al comenzar la actividad pública, se hace “bautizar” por Juan[1]; enseña en las sinagogas, y participa activamente en el culto sinagogal. Es el gran orante, y enseña a sus discípulos a orar. Celebra las fiestas de Israel, y sobre todo, se señala, celebra con sus discípulos la cena pascual, en la que introduce la nueva acción memorial de la ofenda de su cuerpo y de su sangre bajo las especies del pan y del vino. Hace sentir su crítica y propugna la pureza y sencillez del culto. Finalmente, el evangelio de Juan pone en sus labios palabras relativas al verdadero culto a Dios: “Llega la hora, y ésta es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. Los evangelistas hablan de la explícita institución de acciones cultuales: el mandato de bautizar y el encargo de celebrar la cena: “Haced esto en recuerdo mío”[2].

b) Las primeras realizaciones apostólicas.

Enviados por el Señor, y con la fuerza de lo alto, los apóstoles predicaron la buena noticia de la resurrección, del perdón de los pecados y del don del Espíritu Santo. Administraron el bautismo, y los nuevos discípulos “perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones”. Seguían participando en el culto del Templo: la oración a la hora de nona por ejemplo. En el marco de la comunidad estrechamente unida se bautizaba, se imponía las manos para comunicar el Espíritu Santo; la reunión de la comunidad para una comida de naturaleza especial, tenía una ‘fracción del pan’ acompañada de una ‘eucharistía’, incluyendo todavía ésta en una comida normal, precisamente el “primer día de la semana”. También se practica mucho la oración en común. En caso de enfermedad los presbíteros oran sobre el enfermo y lo ungen con aceite en nombre del Señor[3].

Todo se centra siempre en el Señor Jesús, en él se han cumplido las promesas; esto se ve claramente por el modo diferente de celebrar las fiestas, Cristo mismo es el verdadero Cordero pascual[4]. En esa libertad del Espíritu Santo, en el abandono progresivo de las costumbres sinagogales, en la interpretación que refiere la imagen del tiempo pasado (del AT) a la nueva realidad presente en Cristo, va delineándose un unas pocas formas la liturgia del nuevo pueblo de Dios.

c) El contexto.

Sin embargo, esto no significa que los apóstoles  y sus comunidades no se hayan servido de formas preexistentes, las hayan modificado y después hayan pasado a proponer de manera creativa algo nuevo. Esto era simplemente necesario.

  • El culto judío del s.I: así como Jesús, también los apóstoles y las primeras comunidades judeocristianas asumieron con gran naturalidad unas formas de oración y de culto que les eran familiares: los baños, las inmersiones y emersiones, los bautismos eran conocidos. El bautismo cristiano, la manera de administrar el sacramento ha asumido diversas formas ya habituales, aunque todo recibe una nueva interpretación. La costumbre de “orar sin cesar”,  o sea, varias veces a lo largo del día y la noche, se remite al AT, a la oración del Templo y a la sinagoga. Tienen gran importancia las oraciones de alabanza, que se asumen con un contenido indudablemente nuevo. Todo esto se asume y se utiliza con soberna libertad, en un progresivo y lento alejamiento de la antigua costumbre, evitándose en la composición de nuevas fórmulas de oración lo que refiera directamente a una costumbre cultual veterotestamentaria.
    • Las formas cultuales del helenismo contemporáneo: se trata de los templos y de los múltiples sacrificios ofrecidos a los llamados dioses en el culto al sol, del ‘sol invictus’ y en el culto al emperador. Frente a esto se asume una actitud de total oposición. Al contrario, se practica la adoración espiritual e interior del verdadero Dios invisible en la celebración de la memoria de Cristo y en la unión con él y con su obra a través del bautismo en su nombre o de la comida memorial que proclama su muerte.
  • Las concreciones en el período subapostólico.

En el s. II se desembocó en las primeras formas de liturgia cristiana. La reunión de la comunidad en  el día del Señor para celebrar la memoria del Señor, la eucaristía, es elemento central. En el s. II Justino presenta la primera descripción precisa del culto dominical; se trata de la estructura de la misa que ha permanecido igual hasta hoy a lo largo de los siglos.

Punto central, después de la liturgia de la palabra, es la plegaria eucarística; esto desarrolla el núcleo esencial del NT: la comunidad se realiza al acoger la recomendación apostólica de hacer memoria de la muerte y resurrección de Jesucristo. Todavía no existen textos precisos para ello; el presidente habla libremente, “según sus fuerzas” dice Justino.

El primer texto preciso lo encontramos solamente en la oración de acción de gracias que nos transmite Hipólito Romano, a comienzos del s. III. Se trata de un texto ejemplificativo (no prescrito), que el presiente puede seguir con toda libertad.[5] La celebración del domingo mediante la celebración de la liturgia de la palabra y del memorial del Señor (eucaristía) es la primera y más importante acción litúrgica dela iglesia antigua testimoniada con toda claridad.

A la vez va formándose la celebración de la pascua anual. Un escrito de los años 130-140 habla por primera vez de la existencia de esta fiesta. Su liturgia consiste en una vigilia nocturna, concluida  al canto del gallo con la celebración de la eucaristía.

Hacia fines del s.II la controversia sobre la fecha precisa de la pascua (a saber: si había que seguir la costumbre judía, poniendo el acento en la muerte del Señor, y adoptar por tanto el 14 de Nisán, o bien si se debe elegir como fecha el día del Señor sucesivo al 14 de Nisán, poniendo así el acento en la resurrección). La vigilia es un elemento decisivo; desde bien entrado el s.III, la fiesta de la pascua es solamente el transitus, el ‘paso del ayuno a la fiesta’. Después, poco a poco, toda la vigilia y la eucaristía festiva que la cierra se llamarán pascua.

En el s.IV se coloca delante de la pascua el “tiempo de cuarenta  días de ayuno y penitencia”, y después de ella el “tiempo de cincuenta días” o pentecostés. Esta celebración anual es, en aquella época –y en el fondo hasta hoy- “la fiesta” de la Iglesia, pura y simplemente, “en su conjunto la fiesta de la redención a través de la muerte y glorificación del Señor. En esta santa noche pascual se administra también el bautismo y la sucesiva imposición de las manos y unción para la comunicación del Espíritu Santo.[6] Junto con esta liturgia central, aparecen las primeras alusiones claras ala que será posteriormente la liturgia de las Horas. La Tradición Apostólica, de Hipólito, junto a la cena común, conoce una especie de lucernarium o culto vespertino. Al caer la tarde el diácono lleva la lámpara a la asamblea y se pronuncia sobre ella una oración de acción de gracias. Otros capítulos invitan a orar por la mañana, y que también cada uno debe orar a la hora de tercia, sexta y nona, y antes del descanso nocturno; e incluso los que viven en comunidad conyugal deben levantarse a media noche para orar. Con todo no se trata de un deber en sentido estricto, porque no hay ninguna prescripción solamente se debe orar en todo tiempo y en todo lugar.

Para hacer posible estas celebraciones los apóstoles habían establecido ancianos, o sea, presbíteros. Al comienzo del s.II, ya en Ignacio de Antioquia encontramos plenamente desarrollado el ministerio de los obispos, de los sacerdotes y de los diáconos.

Al principio del s.III es otra vez Hipólito de Roma el primer testigo de las acciones cultuales por las que se transmite solemnemente este poder ministerial[7].

Finalmente debemos recordar que, ya a partir de la segunda mitad del s.II y después a lo largo del s.III, se celebran las memorias de los mártires en sus dies natalis, con una celebración de la eucaristía sobre las tumbas.

Hasta aquí el reflejo parece ser sobre todo de las iglesias de Roma y del África latina; pero encontramos en otros escritos que las estructuras fundamentales son iguales por todas partes.

  • Las grandes familias litúrgicas.

La herencia apostólica, materializada y estructurada concretamente con gran libertad, es sinónimo de pluralismo. Encontramos una pluralidad de formas, y no una forma única y obligatoria para todos.

La primitiva comunidad de Jerusalén constituye el punto de partida. Aquí ya encontramos los judeocristianos y los helenizantes. Se forman nuevas comunidades en Samaría, en Cesarea, Damasco, Antioquia, Chipre, y luego en toda Asia menor y en Grecia y, finalmente en Roma y España. Las diferencias de idiomas es un hecho evidente, se distinguen la biblia hebrea-aramea de la de traducción griega de los Setentas.

Las primeras iglesias se concentraron sobre todo en las grandes metrópolis del mundo. Esto lo conocemos por lo referido a las liturgias típicas formadas efectivamente en las grandes metrópolis: en Jerusalén, Antioquia, Alejandría, Roma y el norte de África latina (Cartago). Allí había puesto las bases los apóstoles; sus sucesores fueron frecuentemente grandes obispos. Lo que propusieron y ordenaron, lo que ellos formularon en momentos de las celebraciones festivas guiados por el Espíritu Santo, todo eso se puso por escrito, se coleccionó y de nuevo fue empleado. Comunidades más pequeñas adoptaron esto y se fueron formando liturgias típicas.

Al crecer el número de cristianos, hacia el final del período de las persecuciones y después del Edicto de Milán del 313, la lengua griega koiné, cede el paso poco a poco al latín. En un primer momento se había mantenido el griego en la celebración del culto. Pero para bien de los fieles era necesario cambiar. En la iglesia romana, el paso del griego al latín en la liturgia tuvo lugar con el papa Dámaso (366-384).

En este clima se producen abundantes textos nuevos; hay una multiplicidad de plegarias: oración colecta, sobre las ofrendas, prefacios, la plegaria eucarística (el Canon Romano), breves oraciones conclusivas.

Estas creaciones fueron coleccionadas, conservadas en el archivo, repetidas; luego las adoptaron las iglesias más cercanas después de copiarlas en los libelli sacramentorum que contenían lo necesario para la digna celebración de la eucaristía, que posteriormente se unieron en los sacramentarium. Un primer ejemplo es el Sacramentarium Veronense (llamado también Leonianum por contener algunas oraciones compuestas por San León Magno).

Igualmente va sucediendo en distintos lugares. En el s.IV y siguiente se forman en Oriente, la liturgia siro-antioquena del s.IV, que se remite a la siríaca del s.III, y la liturgia alejandrina. En Occidente se formaron la liturgia (latino africana) romana, la milanesa (o ambrosiana), la hispana antigua, y la galicana.

Junto con el desarrollo de los escritos para el culto, también se desarrolló el complejo del culto divino con la construcción de los edificios necesarios y su decoración. Tras haberse reunido en casas espaciosas[8], ahora surgen nuevas construcciones destinadas expresamente al culto divino. La basílica, nacida de la unión de elementos de la domus ecclesiae cristiana y la basílica romana profana, es una obra muy lograda, con sencillez exterior, tiene un interior sereno y festivo. También hay que recordar otras construcciones para las celebraciones cultuales: el baptisterio, las iglesias sepulcrales edificadas sobre las tumbas de los mártires, los cementerios romanos con sus capillas.

A lo largo del s.IV se abre camino una nueva forma de celebración del misterio de Cristo, su encarnación, su epifanía, su revelación como luz del mundo, como señor poderoso. Se desarrolla también la veneración de los mártires.

  • La liturgia romana clásica.

Sus comienzos hay que ubicarlos en la situación general de libertad que se instauró después del Edicto de Milán; ofreció posibilidad de  crecimiento, por ejemplo en las construcciones: surgen la iglesia catedral de Letrán y las basílicas sobre las tumbas de los apóstoles.

En el ámbito de las liturgias, la romana se distingue por el canon romanus único, inmutable para todos los días del año y con pocos textos intercambiables.

Aunque hayan sido puestos por escrito en un momento posterior, hay toda una serie de documentos que testifican como se celebraba el culto central; son: el Sacramentarium, que contiene todas las oraciones del sacerdote que celebra la misa (y los otros grandes sacramentos); el Lectionarium, con los textos del AT y NT; el Liber antiphonarius, con los textos y melodías de la schola cantorum; el Ordo, el libro que describe la manera de ejecutar las acciones sagradas.

En este marco se debe ver la celebración festiva de los Missarum Sollemnia, culto practicado por el obispo de Roma en su catedral, en comunión con todo el pueblo de Dios, y el empleo de los libro antes mencionados; sirve de modelo para todas las celebraciones que los presbyteri realizan en las tituli (o sea, en las iglesias parroquiales) de la ciudad y en reuniones menos numerosas.

Con respecto a la celebración de las solemnidades: después de la celebración de la navidad y la epifanía, de las memoriae  de los mártires, y particularmente de los grandes apóstoles, así como de las solemnidades de María, Madre de Dios, está la gran celebración de misterio pascual, preparada por la quadragesima y prolongada por la quinquagesima pascual (pentecostés), que concluye el día cincuenta con el domingo de Pentecostés. En este espacio festivo se inserta de manera elocuente la celebración de la iniciación cristiana.

Acerca del officium divinum, la liturgia de la Horas de aquellos siglos, es poco lo que sabemos.

La peculiaridad formal de la liturgia­ romana puede caracterizarse así: ‘Una sencillez precisa, sobria, breve, sin palabrerías, poco sentimental; una disposición clara y lúcida; grandeza sagrada y humana a la vez, espiritual y de gran valor literario’. Es más importante la peculiaridad teológica: las oraciones siempre al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. Tiene gran valor la piedad eucarística. Las celebraciones son siempre de toda la ecclesia, que se reúne para la statio en un determinado día litúrgico para la celebración de habitual (del domingo) en los tituli.

  • Las transformaciones de la liturgia romana al encontrarse con el genio franco-germánico.

Es un dato histórico que la liturgia romana emigró hacia el norte. En esa emigración se adaptó, bajo múltiples aspectos, a las nuevas situaciones y se modificó para, a continuación, cambiada y enriquecida, volver a Roma como fundamento de la liturgia romana de la edad media. Primeramente fueron peregrinos que llenos de admiración la dieron a conocer con sus relatos, y posteriormente con los textos. Así, se acoge esta liturgia monumental en el seno de una rica tradición típica, con un lenguaje sentimental, cálido, conmovedor, y por la acción dramática. Un primer resultado de la fusión de las dos formas son los Sacramentaria Gerasiana del s.VIII.

Pero la admiración por Roma empujaron todavía más a los nuevos pueblos. Repetidamente Carlomagno pide al papa textos romanos puros. Quizá le movían también razones políticas: quería reforzar los lazos entre las diversas regiones de su reino occidental mediante la unificación de la liturgia, sobre la base de la liturgia romana. El papa Adriano le envió un sacramentario gregorianum, que no bastaba por estar incompleto y por no responder a las nuevas situaciones. Por tanto, los ministros del rey lo completaron. Así, se adopta en la capilla del rey-emperador y sirve para todo el país de los francos y para el imperio romano de occidente, como base para una liturgia enriquecida con elementos indígenas.[9]

El carácter comunitario queda marcadamente en segundo plano; el pueblo creyente toma parte menos activa en el culto,  con frecuencia es sólo un espectador mudo en la liturgia clerical. El sacerdote está de pie, espaldas al pueblo, ante el altar; al ir asumiendo prácticamente lo que antes se asignaba a varios ministros, con un solo libro basta. Aquí nace el Missale plenarium, en el que se recogen a la vez antífonas, oraciones, lecturas, prefacios, canon y toda la ordenación de la misa. De la misma manera se van juntando las rúbricas y los textos necesarios para las celebraciones de los obispos, y hacia el 950, en Maguncia,  todo se sintetiza en el Pontificale Romano-Germanicum. Lo mismo sucede en otras ciudades.

Un elemento importante de la liturgia modificada es la multiplicidad de las misas.

También en este caso, conocemos en cierta medida el ambiente en el que se desarrolló la liturgia por los monumentos conservados. Sobre el modelo romano se construyeron en los ss. VIII y IX las iglesias de planta circular de la capilla palatina de Carlomagno en Aquisgrán. También la construcción alargada de forma basilical, junto con formas más sencillas. Encontramos las iglesias románicas que pretenden exponer el misterio de Cristo, hasta ahora ‘escondido en el interior’.[10]

  • Transformaciones, desarrollos, reformas.

a) La liturgia de la Curia.

Todo el material elaborado en este período de transformación necesitaba una maduración y codificación para poder convertirse en la base de la celebración litúrgica de los siglos sucesivos. Esto sucedió por un acto de Roma y su irradiación, sobre todo por los franciscanos.

Es mérito del clero de la curia romana de los ss.XII y XIII haberla adaptado y hecha prácticamente accesible incluso a comunidades más pequeñas. El resultado fue la liturgia de la curia romana, consistente de un Misal, un Breviario y un Pontifical.

La joven comunidad franciscana adoptó esa liturgia, y así se difundió por todo el Occidente; eso significó un paso importante hacia la uniformidad centralizada de la liturgia occidental, con fuente en un patrimonio romano y con la fuerza revolucionaria franciscana. Naturalmente la difusión manuscrita dejaba campo abierto a nuevos cambios y enriquecimientos, bajo los cuales la actitud espiritual siguió siendo la misma.

En el 1285 Guillermo Durando, obispo de Mende (Francia), modificó el Pontifical de acuerdo a las exigencias de un obispo que vivía fuera de Roma, con costumbres propias no romanas.[11]

La celebración litúrgica es el elemento central de un período vitalísimo. Pese a todas las modificaciones en los detalles, el Ordo Missae toma una firme estructura. Afloran aspectos nuevos, como el que subraya la presencia eucarística del cuerpo del Señor[12]. A los fieles les gustan cada vez más ‘el espectáculo’, con frecuencia centran su interés en elementos secundarios; la comunión se hace cada vez más rara; aumenta la distancia entre el sacerdote y los fieles.

Se asumen nuevas fiestas: la de la Santísima Trinidad y del Cuerpo de Cristo. El crecimiento de la piedad acarreo una participación menos activa, orientada hacia formas periféricas de piedad; el individualismo en la oración, junto con la recitación aislada de las Horas, las construcciones de múltiples y desarticuladas de capillas en el contexto de las catedrales y monasterios va mostrando lo que se ha llamado “otoño de la edad media”.

b) El breviario de Quiñones.

El representante más típico de la situación litúrgica de la primera mitad del s.XVI quizá sea el cardenal Fr. Quiñones, OFM. La evolución ha hecho tomar conciencia de las debilidades y defectos de la liturgia, y la necesidad de reforma. Así, el Quiñones, en el Breviarium  S. Crucis  reduce la extensión de la recitación a proporciones  razonables y practicables, presenta una buena subdivisión de la Sagrada Escritura –renunciando a lecturas de textos fragmentados, y de origen dudosos-, todo ello en un libro para el orante particular.

Aparecen otras figuras que emprenden a su manera una reforma de la liturgia. Hasta que la acción revolucionaria emprendida por el monje W. Martín Lutero, con sus reformas radicales, obligó también a la gran iglesia a poner mano a una reforma real.

c) La reforma de Trento y de Pío V.

Las reformas de Lutero y otros, tenían sin dudas importantes elementos positivos: celebración en lengua vulgar, comunión bajo las dos especies, supresión del carácter excesivamente privado de la misa, entre otros. Pero, pese a esto, los reformadores eliminaron demasiadas cosas del genuino patrimonio de la tradición y, al par que la unión con la gran iglesia.

La verdadera reforma fue misión del concilio de Trento. Afectó también al campo de la liturgia: se redactó un “catalogus abusuum”,  prohibió el Breviarium S. Crucis de Quiñones por oponerse al carácter de la oración comunitaria, entre otras medidas; la tarea quedó encomendada al Papa. Frutos del concilio se vieron en un tiempo relativamente corto: se tomaron medidas prácticas: el Breviaruim Romanum en 1568; el Missale Romanum en 1570, por obra de san Pío V; el Pontificale Romanum en  1596, el Ceremoniale episcoporum en 1600, por obra de Clemente VIII; el Rituale Romanum en 1614; la Sacra Congregatio sacrorum Rituum, fundada en 1588 por Sixto V para asegurar la obra de la reforma. Quedan libres de adoptar  la nueva norma vinculante sólo aquellas iglesias que desde doscientos años antes posean una forma propia.

 Se eliminaron los desarrollos indebidos, se pasaron por el tamiz y se reestablecieron todas las partes de la misa tomando como base el Missale secundum usum Curiae del s.XIII, proporcionando una base a la liturgia universal con una de sus múltiples variantes (ciertamente una de las mejores), o sea, la liturgia de la curia.

Esta reforma libró a la iglesia de la crisis del s.XVI y le dio unas bases válidas para un culto genuino; su núcleo encerraba las el patrimonio esencial de la antigua liturgia romana[13]. A causa de la exigencias por la lucha con los reformadores protestantes no se hizo caso de las instancias positivas de la reforma cismático-herética. Se consolidó así una férrea liturgia, tendiente a la unidad necesaria, pero quedando como al margen de la vida religiosa del momento, que debió recurrir a nuevas formas de piedad popular también en la cultura.[14]

d) La reforma inspirada en el movimiento litúrgico.

Se trata de un proceso cultural y espiritual complejo, de amplísimo alcance. El movimiento litúrgico se basa en las intenciones más profundas de san Pío V acerca de la liturgia, que desarrolla y que, a través de Pío X, Malinas y la Mediator Dei, de Pío XII, desembocará en el Vaticano II y en su reforma litúrgica.

1- Pío X: sin dudas hay muchos elementos que confluyen a fines del s.XIX[15], pero hay que remitirse al primer decenio del s.XX como arranque del movimiento litúrgico moderno, con las palabras del motu proprio de Pío X sobre la restauración de la música sagrada (‘Tra le sollecitudini’[16]). Esta declaración no tuvo repercusiones inmediatas. Se aumentó la frecuencia de la comunión favorecida por decreto del papa.

2- Malinas / L. Beauduin: el congreso de Malinas de 1909 da un impulso notable al movimiento litúrgico. Se edita mucho material que tienden a valorar y aprovechar las fuentes de piedad auténtica descubiertas en la liturgia romana, en una atmósfera de centralización y sumisión a la norma de la iglesia de Roma[17]. Se propone la recta celebración de los sacramentos, y se retoma el carácter comunitario de la liturgia.

Se forma así una nueva conciencia de la iglesia, del sacerdocio de los bautizados llamados a “celebrar”, no sólo en el recogimiento mudo,  sino sobre todo en la participación activa en la acción sagrada. Se abre paso el deseo de ver cambiadas cosas no tan perfectas.

3- Pío XII: “Mediator Dei” y vigilia pascual: lo dicho precedentemente llevó a una declaración del papa en la que llama a guardarse de las desviaciones y exageraciones, pero a la vez reconoce las instancias auténticas del movimiento litúrgico. Su intervención culminante es el pedido en 1948 a la Congregación de ritos de preparar una reforma general de la liturgia, que dará su primer fruto en la reintroducción de la vigilia pascual y la reforma de la semana santa. El camino va haciéndose por numerosos congresos internacionales, entre los que se destacan el litúrgico-pastoral de Asis de 1956 y el congreso eucarístico de Munich, que llevará al Concilio Vaticano II.

4- Concilio Vaticano II: SC y reforma pos-conciliar: fue convocado por Juan XXIII, verdaderamente bajo la guía del Espíritu Santo. Fue providencial que el primer documento conciliar fuera la constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium [18]; en ella se manifiesta que el concilio se interesa especialmente por la reforma e incremento de la liturgia porque se propone “incrementar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio…” (SC 1). Aprobada por Pablo VI, hacía clarificaciones de fondo sobre lo que es la liturgia como culto de la iglesia; indicaciones de las normas directivas de una reforma real. Se dice que toda celebración litúrgica “ es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia… no la iguala ninguna otra acción de la iglesia” (SC 7). La acción de la iglesia no se agota, obviamente, en la liturgia, aunque ésta, de todas formas, sigue siendo cumbre y fuente (SC 10). Se busca la participación plena, activa y conciente de los fieles en las celebraciones, por lo que se hacen necesarias algunas reformas. La iglesia no impone una “rígida uniformidad”, aunque todas las decisiones deban llevar el sello de la autoridad episcopal y de la autoridad papal (SC 37; 32; 43ss.).

En lo que hace a la celebración de la misa se insiste en la proclamación de la palabra de Dios también en lengua vernácula, el reestablecimiento de una genuina “concelebración” (SC 47-58). También se hace renovación de la liturgia bautismal y el período del catecumenado. Con respecto a la liturgia de las Horas se destacan las horae cardinales, el carácter comunitario, la recitación del salterio en un ciclo más largo que el de una semana, y la posibilidad de recitarlo en lengua vernácula. Lo relativo al año litúrgico señala la centralidad de la fiesta de pascua y del domingo. También hay disposiciones sobre: la música sagrada, el arte y los objetos sagrados, el diálogo con los hermanos separados.

Lo que se ha dicho del concilio, deja nuevamente en manos del papa la ejecución. Pablo VI puso rápidamente manos a la obra, con el motu proprio Sacram Liturgiam, de 1964. Sin embargo, el ingente trabajo de la reforma posconciliar –de magnitudes desconocidas hasta entonces- se llevó a cabo en un período de quince años: reestructuración de casi todos los ritos y composición de los textos correspondientes en lengua latina (luego su traducción en los distintos idiomas). Con la publicación en 1984 del Ceremoniale episcoporum puede considerarse concluida sustancialmente al más alto nivel.

Los protagonistas y los responsables de la reforma –concilio, papa y el consilium encargado por él- salvando el núcleo esencial establecido por Cristo y los apóstoles, han tratado de volver a las formas originales de la liturgia romana clásica y de tener en cuenta a la vez la situación actual.

Se logró, entre otras disposiciones, con la reordenación del año litúrgico, tal y como nos la ilustra el pequeño documento Calendarium Romanum, de 1969; el nuevo Missale romanum, de 1969-70, y la nueva Liturgia horarum, de 1970-71. El punto central es la celebración del triduo pascual; con la celebración pascual prolongada a lo largo del año en 34 domingos. Se da una gradación inteligente y práctica de las fiestas (solemidad, fiesta, memorias de diversos tipos) que permite celebrar a los santos sin grandes dificultades. En este marco todos están invitados a participar activamente de la celebración comunitaria del sacrificio eucarístico –y también en el rezo de la liturgia de la Horas-. Estas acciones cultuales contienen la mayor parte del patrimonio tradicional de oración de la iglesia romana. Un gran número de oraciones tomadas de los antiguos sacramentarios romanos, numerosos prefacios y, junto con el canon romano, otras plegarias eucarísticas con riquezas antiguas de la liturgia romana y de las iglesias de oriente.

Se ha enriquecido de manera semejante la celebración de los sacramentos de la “initiatio”[19], de la penitencia, de la unción de los enfermos, del matrimonio y el orden jerárquico (acentuando los grados clásicos de diaconado, presbiterado  y episcopado). Se ha reordenado también lo correspondiente a los sacramentales, y lo que toca a la consagración de la iglesia, los ritos de la vida religiosa, la consagración del abad o abadesa. Es misión de las iglesia particulares la difícil tarea de traducción de los textos latinos oficiales a las lenguas particulares.

Una reforma tan amplia posibilita celebrar comunitariamente la acción salvífica pascual de Cristo, y así hacer de ella realmente la cumbre y la fuente de la vida cristiana en el seguimiento del Señor, y en la conformación a él. La vida cristiana se plasmará a partir de la liturgia, “por cuyo medio, opus nostrae salutis exercetur, sobre todo en el divino sacrificio de la eucaristía”, de manera que “los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo” (SC 2).  

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[1] Mateo 3, 13;  Marcos 1, 9 ss.

[2] Lucas 22, 19

[3] Santiago 5, 14-15

[4] 1Corintios 5, 7 ss.

[5] El texto corresponde sustancialmente, con excepción del Sanctus y algunos pequeños cambios, a la actual Plegaria Eucarística II.

[6] Estamos bien informados sobre la celebración de la liturgia de estos sacramentos de la iniciación a través de la Didajé, de Justino (Apología I), de Tertuliano y, al principio del s. III, nuevamente de Hipólito (Tradición Apostólica).

[7] Tradición Apostólica 2s; 7-13.

[8] El ejemplo de las domus ecclesiae primitiva, que de ser propiedad privada pasa a ser de la comunidad, es la de Doura Europos (poco después del 200). Al final del s.III se podían encontrar ya por todas partes muchos edificios.

[9] Algunos ejemplos: se añade la espléndida consagración del cirio, misas votivas, oraciones más marcadamente personales, oraciones en silencio del sacerdote.

[10] Ejemplos clásicos posteriores serán la iglesia abacial de Cluny y las catedrales renanas, así como, aunque de diversa manera, las iglesias románicas de Colonia o el arte románico-bizantino de Sicilia.

[11]  La liturgia descrita por este libro muestra la mentalidad de fondo sobre la que se formó la cristiandad medieval: comunidad de fieles ordenados jerárquicamente, capaz de asegurar la salvación de todos sus miembros ordenados en torno al obispo, que tiene el poder de instituir al clero y santificar a los laicos, de consagrar al mismo emperador, los reyes y los caballeros: todo esto en tiempos y lugares sagrados.

[12]  Tras la controversia de Berengario y la clarificación del concepto de  transubstanciación.

[13] Proporcionó una fuente de vida espiritual, y un punto de partida para el movimiento litúrgico de los siglos venideros, que se había de basar precisamente en esta liturgia romana de san Pío V y sus sucesores.

[14] Por ejemplo: el barroco cristiano.

[15] El trabajo de Solesmes, con Guéranger; Beuron, con M. Y Pl. Wolter; el Vat. I, con sus estímulos a la renovación y profundización de la vida eclesial bajo la guía del papado; el florecimiento de una renovada teología; los intentos de renovación de la música sagrada, etc.

[16] 22 de noviembre de 1903; Cardenal José Sarto (Pío X).

[17] Abriendo los libros y celebrando como se debe, se “halla el fundamento objetivo de la construcción individual de la propia vida religiosa”.

[18] Se aprobó el 4 de diciembre de 1963, con 2147 placet y cuatro non placet.

[19] Conjunto formado por el bautismo, confirmación y la primera participación activa en la eucaristía.