¿HIPER COMUNICADOS?
Imaginemos el mapa de cualquier país desarrollado. Tracemos unas líneas imaginarias que señalen, además de carreteras y autopistas, las centrales de correo convencional y telégrafos, las redes telefónicas, la telaraña de servidores de Internet, los puntos de difusión de telefonía celular y los cables de fibra óptica. Nos encontraremos ante una tupidísima red de comunicación a través de los más variados artilugios; un tejido más espeso que nunca antes en la Historia. El teléfono celular se ha convertido en un artículo casi de primera necesidad, y no es extraño ver a los niños en el camión entretenidos en largas pláticas.
Quizá por eso es difícil explicarse algo que está sucediendo actualmente. Un programa televisivo deseaba ofrecer un rato de entretenimiento a los espectadores a base de visitar pequeñas ciudades y pueblos del país, y dar la oportunidad a los jóvenes de gritar desde las partes altas del pueblo, delante de las cámaras, aquello que les saliera de dentro. Imaginaban los productores que los muchachos y muchachas gritarían con frases ingeniosas su hastío por la escuela o las prohibiciones paternas, o quizá pidiendo al ayuntamiento más espacios de diversión, o más oportunidades de trabajo. Para sorpresa de los adultos, los jóvenes de ambos sexos, puestos de cara al paisaje y sin prestar atención a los camarógrafos, se expresaron a gritos en términos como éste: «¡Mamá, háblame! No sé cómo decírtelo, pero sé que estás sufriendo, puedes contar conmigo»; o bien: «¡Anna, te amo!, no me atrevía a expresarlo, pero te quiero mucho». «¡Julio, perdóname, no quise ofenderte; sigamos siendo amigos!», etc. Uno tras otro, la mayoría de los protagonistas del programa utilizaron el medio televisivo y el grito para decirse cosas personales que no habían sabido comunicarse cara a cara, ni a través de ninguno de los medios de comunicación con que hoy cuentan.
Este hecho puede ilustrar más, si cabe, una evidencia: no basta saber hablar; el ser humano necesita aprender a comunicarse. En el transcurso de tres generaciones hemos pasado de contar sólo con la carta y el telégrafo a disponer de todo tipo de mediaciones para comunicarnos. Pero en esas mismas tres generaciones nadie se ha preocupado de ofrecer a los nuevos ciudadanos las herramientas para comprender su propia necesidad de expresarse, el valor de la comunicación para el desarrollo humano, las diversas modalidades de mensajes que la persona genera, los vicios en la comunicación y las mejores maneras para saber qué quieren decir, cómo escuchar y comprender los mensajes del otro, cuándo, cómo y con qué lenguaje pueden expresarse de modo que el destinatario reciba y comprenda su mensaje. Es necesario empezar por el principio y educar a niños, jóvenes y adultos en los dinamismos básicos que supone toda comunicación humana. De este modo, si se comprenden mejor ellos mismos, serán personas más sanas, capaces de dialogar, y de usar acertadamente los artilugios de la técnica como auxiliares en el hermoso ejercicio de la comunicación.