1Jn 2, 12-17.
La lectura de hoy es una exhortación a los miembros de la comunidad cristiana, para que sean coherentes con decisión que han tomado respecto a Dios y respecto al mundo.
A los padres, que han conocido al Hijo desde antiguo, se les pide una fe madura. A los jóvenes se les pide una fe que venza las dificultades de su edad y los atractivos engañosos del mundo.
A todos se pide que, en virtud de su decisión radical de seguir a Cristo, superen la contradicción que hay en el corazón de cada uno entre el amor equivocado del mundo (entendido como aspecto humano que se opone a la voluntad de Dios) y el amor del Padre.
Las malas inclinaciones que existen en el hombre caído e inclinan al pecado, y la actitud de poner la confianza en las cosas terrenas, pertenecen a los transitorios. Y el cristiano vive en el mundo, pero sabe que el mundo pasa.
Solo vaciando nuestro corazón del amor desordenado del mundo, del ansia de poseer sus bienes caducos, podemos llenarlo con el amor de Dios y de nuestros hermanos. El cristiano debe optar continuamente: Dios o el mundo, la luz o las tinieblas, la libertad o la esclavitud. Muchas veces los desencantos y tristezas que experimentamos tienen como origen ese intento equivocado de conciliar a Dios con el mundo, olvidando que “si uno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”
Lc 2, 36-40
La alegría del nacimiento de Cristo tiene que ser una noticia de salvación para todos los que se encuentran prisioneros por el pecado, la desesperación, la angustia, el temor y el miedo. De la misma manera que Ana, la profetisa, comenzó a hablar de Jesús, nosotros también debemos compartir con los demás la alegre noticia de que Jesús es una realidad en nuestra vida y en nuestro mundo; que Él es la única oportunidad que tiene el hombre para ser feliz, pues solo en Él está la Vida, la paz y la perfecta armonía interior.
No podemos quedarnos con esta noticia solo para nosotros; quien ha conocido a Jesús, debe anunciarlo a los demás. Tú y yo somos los nuevos profetas de Cristo, no tengamos miedo ni vergüenza de hablar de Jesús a nuestros amigos y compañeros.
La profetisa Ana reconoce en Jesús al Mesías, glorifica al Señor y difunde la noticia de su venida entre “todos los que esperaban la redención de Jerusalén” Que responsabilidad para cada cristiano, llamado a ser testigo de Cristo y portador de su mensaje de libertad, paz, de perdón y de amor al mundo.