Mc 2, 1-12
El Evangelio de Marcos presenta un episodio de curación realizada por Jesús a un paralítico. Jesús está en Cafarnaúm y la muchedumbre se agolpa a su alrededor. A través de una apertura hecha en el techo de la casa, algunos le llevan a un hombre en una camilla. Esperan que Jesús cure al paralítico, pero Él descoloca a todos diciéndole: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Solo después le ordenará levantarse, tomar la camilla y volver a casa. Con sus palabras, Jesús nos permite ir a lo esencial. Él es un hombre de Dios: curaba, pero no era un curandero, enseñaba pero era más que un maestro y, ante la escena que se le presenta, va a lo esencial: mira al paralítico y le dice: “tus pecados te son perdonados”. La curación física es un don, la salud física es un don que debemos cuidar. Pero el Señor nos enseña que también la salud del corazón, la salud espiritual debemos cuidarla.
Jesús va a lo esencial también con la mujer pecadora, cuando ante su llanto le dice: “Tus pecados quedan perdonados” (Lc 7,48). Los demás se escandalizan cuando Jesús va a lo esencial; se escandalizan, porque ahí está la profecía, ahí está la fuerza. Del mismo modo, “Ve y no peques más” (Jn 5,14), dice Jesús al hombre de la piscina que nunca llega a tiempo para meterse en el agua y ser curado. Y a la Samaritana, que le hace tantas preguntas –ella hacía un poco la parte de la teóloga–, Jesús le pregunta por su marido. Va a lo esencial de la vida, y lo esencial es tu trato con Dios. Y muchas veces olvidamos esto, como si tuviésemos miedo de ir justo allí donde está el encuentro con el Señor, con Dios.
Nos preocupamos tanto por nuestra salud física, nos damos consejos sobre médicos y medicinas, y es algo bueno, pero ¿pensamos en la salud del corazón? Estas palabras de Jesús quizá nos ayuden: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. ¿Estamos acostumbrados a pensar en esa medicina del perdón de nuestros pecados, de nuestros errores? Preguntémonos: ¿Tengo que pedir perdón a Dios de algo? “Sí, sí, sí, en general, todos somos pecadores”, y así la cosa se diluye y pierde fuerza, esa fuerza de profecía que Jesús tiene cuando va a lo esencial. Y hoy Jesús a cada uno nos dice: “Yo quiero perdonarte los pecados”.
Quizá alguno no encuentre pecados para confesarse porque le falta la conciencia de los pecados, de pecados concretos, de las enfermedades del alma que deben ser curadas, y la medicina para curar es el perdón. Es algo sencillo, que Jesús nos enseña cuando va a lo esencial. Lo esencial es la salud, toda: del cuerpo y del alma. Cuidemos bien la del cuerpo, pero también la del alma. Y vayamos a aquel Médico que puede curarnos, que puede perdonar los pecados. Jesús vino para esto, ¡dio la vida para esto!