Sábado de la III Semana del Tiempo Ordinario

Mc 4, 35-41

Hay personas que saben perfectamente lo que “debe ser”, pero no lo hacen.  Hay neuróticos que sabe perfectamente la explicación de sus males, pero no pueden salir de ellos.  No basta con saber las cosas para que éstas se realicen o cambien.  Es necesaria una intervención deliberada y muchas veces un largo proceso de aprendizaje.

La fe es un don de Dios, pero requiere de una respuesta humana que va desarrollándose dentro de la comunidad-Igleisa.  Podemos ser conscientes de las grandes necesidades de nuestro mundo y del egoísmo que está en su raíz, pero no basta para cambiar los males.  La fe no es una virtud pasiva sino activa.  Y nosotros vamos en ese largo proceso de caminar en la fe.

Ante las dificultades del mundo muchas veces nos paraliza el miedo, como cuando los apóstoles estaban en el mar.  Pero Jesús llega a nuestra barca-Iglesia para reclamarnos nuestra falta de fe, precisamente cuando celebramos el “sacramento de nuestra fe”

Viernes de la III Semana del Tiempo Ordinario

Mc 4, 26-34

Alguien me decía que es muy curiosa la vida, que siempre devuelve lo que siembras, y esto lo refería sobre todo a las buenas acciones, a los favores que se hacen en silencio y a escondidas. “Cuando tú haces un favor, la vida siempre te lo devuelve doble”.

Yo diría que Dios es tan generoso que nunca le podemos ganar en bondad y que cuando nosotros multiplicamos nuestras buenas acciones, Él siempre nos da mucho más de lo que nosotros podemos ofrecer. Hay quien llama a esta realidad “cadena de favores”, siempre que se hace un favor, Dios nos lo multiplica y otras personas también hacen favores más adelante. El ejemplo que hoy nos narra Jesús tiene mucho de esta apreciación.

El hombre siembra su semilla, pero él no sabe cómo Dios le va dando crecimiento. Claro que si el hombre no siembra nada, no tendrá esperanzas de cosechar frutos. Todos nosotros podemos platicar experiencias de cómo una buena acción nuestra ha tenido repercusiones que ni nos hubiéramos imaginado.

El Señor da crecimiento a lo que nosotros hemos sembrado. Cada una de nuestras pequeñas acciones, tiene una repercusión y una trascendencia que ni siquiera podemos imaginar. De ahí la importancia de realizar con amor y entusiasmo cada una de nuestras pequeñas acciones, que el Señor se encargará de multiplicarlas. El ejemplo del grano de mostaza lo hace más explícito porque nos enseña que las cosas pequeñas tienen importancia grande.

La formación en la familia, la honradez en casa, la verdad en los trabajos, la justicia entre los cercanos… todas esas pequeñas cosas que están enlazadas con el saludo diario, con la sonrisa, con el entusiasmo y con la verdad, deberán crecer en amor porque Jesús les da crecimiento. ¿No es asombroso lo que podemos hacer aportando nuestro granito de mostaza? Demos ahora, demos con generosidad, demos en silencio.

Jueves de la III Semana del Tiempo Ordinario

Mc 4, 21-25

La Palabra de Dios, que es la luz, no está para ser encerrada en una caja fuerte, está para ser anunciada. Ésta es la responsabilidad de cada uno de nosotros, los cristianos. El cristiano es luz…, el mundo necesita de esa luz. Por eso cada uno de nosotros, con nuestra conducta, debemos ser ejemplo para el mundo. No hay nada que arrastre más que el ejemplo.

Las normas y los principios del evangelio, no debemos solamente conocerlos, y reconocer que son la forma ideal de vida, tenemos que hacerlos vida, ¡sin miedo!. No podemos ocultar la luz del evangelio por cobardía. Jesús insiste a los suyos que deben ser la luz del mundo. Es porque el mundo necesita de esa luz. Y Jesús nos señala una norma de conducta que ayuda a que nosotros podamos ser luz.

Muchas veces juzgamos severamente la forma de obrar de los otros…, juzgamos los móviles y las intenciones que los otros tienen para obrar de esta o de aquella forma. Pedimos a los demás…, aquello que nosotros mismos no somos capaces de dar. En cambio…, somos “muy tolerantes” con nosotros mismos…, frecuentemente encontramos infinidad de justificativos para nuestra forma de obrar. Jesús nos llama en este evangelio a que reflexionemos, porque, así como nosotros juzguemos…, seremos juzgados.

Si queremos que el Señor perdone nuestras faltas, entonces aprendamos a perdonar nosotros. Si queremos que nos comprendan, tratemos de entender a los demás.

Si queremos que nos amen a nosotros, debemos amar primero. Jesús con sus enseñanzas, va modelando el estilo de sus discípulos y también el nuestro. Y es el amor, la base de toda comunidad cristiana. Un amor que no deforme la realidad, pero que acepte al hermano con sus fallas y también con sus virtudes. Un amor que intente comprender siempre.

Miércoles de la III Semana del Tiempo Ordinario

Mc 4, 1-20

Jesús hablaba frecuentemente en parábolas, exponiendo el Reino de Dios a la gente. El Señor iba abriendo poco a poco la mente de sus discípulos y preparándoles el corazón, para que fueran recibiendo el mensaje de salvación. Algunas veces, los discípulos le pidieron explicaciones de por qué a ellos les hablaba más claro que al resto de la gente. Aunque los discípulos tampoco lo entendían todo, y tenían la mente llena de falsas ideas, estaban más cerca de Jesús y entendían mejor su manera de vivir y de hablar.

El Reino de Dios, les dice el Señor en esta parábola, es como un sembrador que sale a sembrar, y la semilla va cayendo en diversos terrenos, y va produciendo frutos de distintas formas, o se pierde entre espinas, o se ahoga entre las piedras. La semilla es la palabra de Dios; o también son las mismas personas que oyen esa Palabra.

Estas parábolas tienen hoy gran importancia para nosotros, y tenemos que agudizar los oídos y la mente para saber escucharlas y asimilar sus lecciones. Cuando leemos y meditamos estas parábolas del Reino, no debemos hacerlo en forma apresurada y sin detenimiento. Debemos preparar la tierra de nuestro corazón con el riego de la oración, y la apertura al Espíritu Santo fecundador. Es el Espíritu Santo, que nos enseña a orar y a captar las riquezas del Reino.

También podemos preparar nuestro corazón saliendo al encuentro de Jesús, que nos sigue hablando con aquel deseo, con el mismo afán con que iba a escucharlo la gente del pueblo. Sigue en el mundo de hoy la siembra de la Palabra. Hay mucha semilla que se desperdicia, pero hay también mucha que va cristalizando en buena cosecha.

La semilla del Reino crece donde hay esperanza, donde hay sed de justicia, donde hay compromiso con el prójimo, donde se lucha por la paz. Pero la semilla tiene su tiempo para ser fecundada, para convertirse en espiga, y luego en pan. Por eso también el Señor quiere que pensemos con la necesaria esperanza, es necesario no dejarse abatir, por no obtener frutos inmediatos. Nosotros sembramos y otros cosecharán.

Martes de la III Semana del Tiempo Ordinario

Mc 3, 31-35

Detrás de esta escena que a primera vista parecería un desprecio a la familia de Jesús, se encierra una gran enseñanza. La familia judía, como muchas de las familias tradicionales del ambiente rural, al mismo tiempo que fortalece y anima, también encierra y condiciona. En este aspecto la familia judía encerraba mucho más y aunque ciertamente proporcionaba seguridad al ser tan amplia, también limitaba la actuación.

Ahora Jesús inicia una nueva familia y amplía los márgenes de aquella pequeña célula. Quienes hemos vivido y compartido experiencia con familias numerosas pero en cierto sentido aisladas, hemos experimentado los fuertes lazos que hacen crecer a la persona, pero que también en muchos sentidos la restringen y condicionan. Jesús quiere que su familia vaya más allá de los lazos de carne y de sangre. Es más, lo que ya resulta más problemático para el pueblo judío, abre los horizontes a todos los pueblos y a todas las naciones. Su única condición es que cumplan la voluntad de Dios. Y la voluntad del Buen Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos, es que todos los hombres y mujeres, hechos a su imagen y semejanza, formen una sola familia.

Cristo viene a renovar los lazos de la familia original de Dios: toda la humanidad. Hoy asistimos a fenómenos contradictorios: por una parte nos sentimos como la aldea global donde un “estornudo” se escucha y repercute en todo el planeta, pero por otra parte nos encerramos tras trincheras e ideologías que nos apartan de “los otros”, y nos hacen sentir exclusivos. Nunca como en este tiempo se experimentó la necesidad de formar una sola familia y arriesgarse a construir un mundo para todos; pero nunca como en este tiempo se experimentó el individualismo y la lucha feroz que aniquila a los otros y no los contempla como hermanos.

Jesús nos propone en este día no un desprecio a la familia de sangre, sino una apertura y un cariño a toda la humanidad como nueva familia. Si a cada hombre y a cada mujer los contemplamos como hermanos podremos hacer de toda la humanidad la nueva familia de Dios, así cumpliremos la voluntad del Padre. Así, lejos de un desprecio a María, es una alabanza a la que desde el inicio dijo: “´Hágase en mí, según tu palabra”

Conversión de San Pablo

Recordamos la figura de Pablo de Tarso. Una figura sin detalles precisos como sucede con todos los personajes de aquella época.

Era “ciudadano romano”, pero griego en su personalidad y cultura; se expresaba en griego con corrección y agilidad ya que era la lengua que se hablaba en Tarso.

Y era un fariseo apegado fuertemente a las tradiciones de sus mayores. Y junto a ello podemos decir que era un verdadero «buscador de la verdad». De ahí que fuera un estudioso profundo.

San Pablo es modelo, en muchos sentidos, para el cristiano.  Es el audaz apóstol que no se atemoriza ante las dificultades, es el visionario que abres las posibilidades del Evangelio hasta otras fronteras, es el servidor capaz de llorar por una comunidad o el maestro que regaña y corrige con dolor a sus discípulos. Todo parte del gran acontecimiento que ha vivido: encontrarse con Jesús.  Y su encuentro, que a muchos nos parece maravilloso y espectacular, no debió ser sencillo, sino traumático y trastornante.

Todavía cuando Pablo narra su vida, su educación y su linaje, descubrimos rastros de ese orgullo de ser judío, fariseo, educado a los pies de Gamaliel, orgulloso de su religión. No le importa derramar sangre, no le importa destruir personas.  Por encima de todo está la Ley y su religión.

Cuando cae por tierra, la visión que le produce ceguera, puede ser el descubrimiento más grande, pero le hace cambiar totalmente su vida.  Descubrir a Jesús resucitado, vivo y presente en los hermanos que antes quería matar, viene a cambiar radicalmente su percepción, su vida y sus opciones.  Es una verdadera conversión. Los relatos bíblicos nos lo cuenta en unas cuantas palabras, pero todo el proceso debe ser lento, doloroso y con mucha conciencia.

Convertirse implica dar un cambio total a las decisiones, a los amigos, a las costumbres.  Conversión significa un cambio de mentalidad, una trasmutación de valores, un nacer nuevo por la presencia del Espíritu.  Es el pasar de las tinieblas a la Luz.  No es el cambio con nuevas promesa que nunca se cumplen.  No es el cambio externo de colores y de formas.  Es el cambio interior que nos llevará a una nueva visión.  Es dejar al hombre viejo y convertirse en un hombre nuevo. No son los propósitos fáciles, sino la verdadera transformación interior. Dejarse tocar por Jesús cambia de raíz toda nuestra vida.  En Pablo lo podemos constatar de una manera radical.

¿Cómo es nuestra conversión? ¿En qué ha cambiado nuestra vida en el encuentro con Jesús resucitado? 

San Pablo puede afirmar posteriormente “todo lo puedo en Aquel que me conforta” o bien “para mí la vida es Cristo y todo lo demás lo considero como basura”

¿Nosotros, cómo manifestamos nuestra conversión? ¿Hemos cambiado radicalmente y encontrado al Señor?

Sábado de la II Semana del Tiempo Ordinario

Mc 3, 20-21

A primera vista parece que este Evangelio habla mal de Cristo en vez de hablar bien.

Pero si leemos entre líneas encontraremos que no es así. Cristo se consagró al Padre para cumplir una misión dada, concreta e importantísima, que era precisamente la salvación de todos los hombres.

Y Cristo, sabiendo la responsabilidad que tenía y teniendo un amor infinito hacia el Padre, no dudaba en sacrificar nada para cumplir su misión, por amor al Padre y a los hombres.

Si tenía que predicar todo el día, lo hacía, aunque esto implicara quedarse sin comer, aunque no durmiera, aunque apenas tuviera tiempo para descansar. Hasta cierto punto, es normal que sus parientes, al verle, dijeran “está fuera de sí.” Y claro, una persona apasionada por llevar el Evangelio a todas las gentes no puede hacer otra cosa que aparecer como un loco delante de los hombres. Pero delante de Dios, es un héroe, pues su principal motivación es el amor.

Contemplemos el ejemplo de Cristo e imitémosle en esa locura por hacer el bien a los que nos rodean, por amor a Cristo y su Reino.

Viernes de la II Semana del Tiempo Ordinario

Mc 3, 13-19

Este pasaje del Evangelio nos nuestra el momento en que Jesús eligió a los doce, a quienes lo acompañaran. El evangelio nos dice que Jesús llamó a los que Él quiso.

Dios llama a quien quiere, y no hay obstáculo de ninguna índole que impida que Jesús nos llame. No importa nuestra profesión, no importa nuestra vida pasada. En algún momento de nuestras vidas, Jesús, puede llamarnos. El Señor no se guía con criterios humanos para elegir a sus apóstoles. Por eso cuando el Señor llama a cada una a ejercer algún tipo de apostolado, nunca podemos pensar, yo no puedo, yo no estoy capacitado…

Estos son los nombres de las columnas de la Iglesia. Ellos aprendieron del Maestreo y una vez que descendió el Espíritu Santo, se dedicaron a predicar y a expulsar a los demonios (forma genérica en que Marcos presenta la misión de Cristo) es decir a continuar la labor que el Maestro había iniciado.

No fue, no ha sido y no será tarea fácil hacer una realidad el Reino de los cielos pues hay todavía muchos a quienes es necesario predicar, y hay todavía muchos demonios que hay que expulsar: es mucho el trabajo por hacer.

Por ello la Iglesia sigue necesitando hombres y mujeres, que estén dispuestos a dejarlo todo para consagrar su vida a estar con el Maestro para luego continuar su misión entre los hombres.

Si aun no has decidido el futuro de tu vida, ¿has pensado que tú pudieras ser uno de estos llamados? Al menos tenlo como una posibilidad.

Jueves de la II Semana del Tiempo Ordinario

Mc 3, 7-12

Al inicio de este año tendremos que descubrir cuáles son las razones que sostienen nuestra fe. Indudablemente que, como primera respuesta, diríamos que es el amor de Jesús. ¿Por qué nos ama tanto Jesús? ¿Por qué se ofrece por nosotros para lograr nuestra salvación?

La carta a los Hebreos nos muestra a Jesús que se ofrece a sí mismo en sacrificio por todos los hombres. Un sacrificio muy diferente a todos los sacrificios de la antigua alianza. Un sacrifico del Sumo Sacerdote que es santo, inocente, inmaculado y que se entrega para el perdón de los pecados de todos los hombres.

Jamás podremos imaginar siquiera el gran amor que Jesús, sacerdote, tiene por todos los hombres. Hoy te invita la palabra de Dios a contemplar a Jesús, a reconocerlo como sacerdote y víctima que lava tus pecados, que se ofrece por ti y que te eleva a la dignidad de hijo de Dios. Necesitamos hablar con Jesús y acercarnos a Él para sentir todo este amor.

El pasaje del evangelio nos presenta como en un resumen la actividad de Jesús que se dirige a todos los pueblos y que encuentra respuesta en todas las regiones vecinas. Se despierta un interés grande por conocer a este Jesús que puede liberar y salvar.

Es curioso el dato que nos presenta San Marcos al señalarnos que los espíritus inmundos gritaban que Jesús era el Hijo de Dios. Sin embargo, aunque lo conocían, no se puede decir que creían en Él. A nosotros puede pasarnos lo mismo, saber todo de Jesús, conocer su historia, admirar su vida, elogiar su doctrina, pero seguir nosotros en nuestro mismo pecado.

Hoy contemplemos a Jesús y descubrámoslo como el único y verdadero sacerdote que ofrece el sacrifico capaz de limpiar nuestros pecados y hacernos ofrenda agradable al Señor. Pero al contemplarlo hagamos nuestra oración, así como nos dice San Marcos que Jesús la hacía al ponerse en manos de su Padre y después se volvía hacia las multitudes ofreciendo curación y liberación. Y aceptemos su presencia dinámica en nuestra vida: una presencia que nos llena de amor y de fe, y que exige de nosotros una verdadera conversión.

Nuestra fe en Jesús no consistirá ya sólo en conocimientos, sino que se volverá también dinámica, creativa y muy firme.

Miércoles de la II Semana del Tiempo Ordinario

Heb 7, 1-3. 15-17; Mc 3, 1-6

La carta a los Hebreos, que estamos leyendo como primera lectura estos días, nos invita a descubrir a Jesús sumo sacerdote. Si bien, no es un título que se le haya dado durante su vida, toda su obra refleja la actividad salvadora de un sacerdote. Un sacerdote que consagra, un sacerdote que ofrece y se ofrece en sacrificio, un sacerdote que da vida.

Cristo es el sacerdote eterno, Cristo es el sacerdote de la Nueva Alianza. Quizás, solo así podremos entender cómo Cristo rompe con esquemas que para los judíos eran tan estrictos y provocaban fuertes discusiones.

El Evangelio nos presenta uno de estos casos con una de esas expresiones que quizás suenen muy fuertes referidas a Jesús. ¿Cómo nos imaginamos a Jesús mirándolos con irá y con tristeza? Es fácil imaginar a Jesús que se pone triste porque no somos capaces de escuchar y vivir su palabra, pero, ¿con ira? Pues es lo que afirma el Evangelio de este día, y no solamente en este pasaje se muestra este aspecto de Jesús. Siempre que se utiliza como pretexto la Ley o el servicio a Dios, para negar el servicio a los hermanos, siempre provocamos la ira de Jesús.

Jesús no es un sacerdote atado a las leyes que esclavizan, por eso les plantea muy claramente la dificultad: “¿se le puede salvar la vida a un hombre en sábado, o hay que dejarlo morir?”

Esa misma pregunta nos la deberíamos de hacer nosotros y plantearnos si estamos realmente haciendo el bien o nos escudamos en normas y leyes religiosas que nos permiten dejar a un lado las obligaciones hacia el hermano.

Basta pensar en las guerras que actualmente azotan a la humanidad. Todas las partes justifican su acción y se disculpan e incluso algunos argumentan motivos religiosos, y se están cometiendo gravísimas injusticias. Pero esto sucede también en nuestro pequeño entorno, en nuestras comunidades.

La pregunta de Jesús hoy nos tiene que cuestionar también a nosotros: “¿está permitido hacer el bien o el mal el sábado?”

Cambiemos un poco las circunstancias y preguntémonos si estamos haciendo el bien o estamos haciendo el mal. No hay disculpas, es muy claro lo que tenemos que responder a Jesús. Él, el sacerdote eterno, más allá de los sacrificios y de las leyes ofrece vida eterna.

Acerquémonos a Cristo Sacerdote.