Viernes de la XVII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 54-58

¿Cómo escuchar la Palabra de Dios? ¿Cómo reconocer que es Él el que nos habla y no dejar desperdiciadas sus palabras?

Hoy la liturgia nos presenta dos pasajes en que se ponen serios cuestionamientos, no tanto sobre la Palabra sino sobre los mensajeros de esa Palabra. Al fin de cuentas, por mirar al mensajero, la Palabra es escuchada.

Jeremías, cumpliendo la misión que Dios le da, va a predicar al Templo y a exigir una conversión. Cuando los sacerdotes, los profetas y el mismo pueblo escuchan, no se ponen a reflexionar sobre su vida, sino que atacan directamente al profeta como si matando al profeta pudieran callar la Palabra, como si matando a sus enviados pudieran callar la voz del Señor.

Las palabras acusadoras del profeta son fuertes porque amenazan con la destrucción del Templo y del pueblo si no se convierten. La respuesta es más dura, y en lugar de mirar la conversión como camino de salvación quieren callar al profeta.

Algo semejante ocurre en el pasaje del Evangelio: Los paisanos de Jesús escuchan admirados la sabiduría de Jesús. No sabiduría de libros, ni de escuelas de su tiempo, sino sabiduría de descubrir a Dios en la vida sencilla del pueblo; sabiduría de encontrar a todos como hermanos; sabiduría de amar y de servir. Y las críticas no se dejan esperar. Lejos de escuchar lo que Jesús dice y de asimilar el mensaje, se ponen a cuestionar el origen de Jesús, a su familia, a sus parientes y a la forma en que lo han conocido. No han escuchado entonces el Mensaje y la realidad queda manifiesta al final: “Jesús no pudo hacer muchos milagros a causa de la incredulidad de ellos”

A una recepción del mensaje a la fe corresponde la posibilidad de efectuar y recibir milagros. A la cerrazón, a la oposición frente a la Palabra, a la negativa para arrepentirse vienen trágicas consecuencias.

Quizás ahora nos pase algo parecido. El Mensaje nos llega por medio de personas sencillas, por sacerdotes, por hombres y mujeres que conocemos, que nos parecen sin mucho poder y entonces los despreciamos. Creemos más en el internet, en la televisión, en los noticieros que en la Palabra de Dios. Esas cosas nos darán una información, quizás dudosa, en cambio, la Palabra de Dios nos dará sabiduría para actuar en la vida.

Dispongamos hoy nuestro corazón a recibir la Palabra, escuchemos la Palabra así se presente el lenguaje sencillo.

Jueves de la XVII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 47-53

Toda nuestra vida es un constante discernimiento. A cada momento debemos decidir si una acción, si un instrumento, si un pensamiento, es bueno o malo.

Lo hacemos muchas veces de modo inconsciente y de manera mecánica. Pero hay momentos en que necesitamos detenernos y juzgar a conciencia si lo que estamos haciendo está de acuerdo con lo que Dios espera de nosotros, o por el contrario nos hemos alejado de sus mandamientos.

Los ejemplos de la Biblia son numerosos y el de este día es muy claro: los pescadores, después de haber pescado, se sientan a escoger los buenos y los malos.

Quienes hemos vivido esta experiencia, o alguna otra parecida por ejemplo al escoger el maíz bueno y separarlo del podrido; igualmente al escoger la fruta y tener que tirar la que no sirve; nos damos cuenta cómo se sufre al descubrir que algo que pudo ser muy bueno, no sirvió para nada.

El dolor de no ver alcanzado un objetivo para lo que fue hecho, el fracaso de haberse quedado a la mitad del camino. Cada acción nuestra, nuestras tradiciones, nuestras fiestas, nuestros propósitos, tendrían que ser evaluados para ver si nos acercan al Reino o estamos muy distantes.

Muchas veces se juzga algo o alguien a la primera y nos podemos equivocar. Jesús nos enseña con sus ejemplos que debemos dar una prioridad muy clara al momento de la elección y de la decisión.

Me impresiona que la parábola de estos pescados termina de una manera muy drástica y condenando los malos peces al horno encendido, sin ninguna oportunidad de cambio o de conversión. Esa será la última y definitiva etapa de nuestra vida. Pero mientras estamos en camino siempre tendremos la oportunidad del cambio y del arrepentimiento.

Hoy en la primera lectura se nos ofrece un pasaje de Jeremías muy enriquecedor. Dios envía a Jeremías a casa del alfarero para que contemple cómo cuando se estropea una vasija, la vuelve a hacer como mejor le parece. Y concluye el Señor diciendo a Jeremías: “¿Acaso no puedo hacer yo con ustedes lo mismo que hace este alfarero? Como está el barro en las manos del alfarero, así ustedes están en mis manos”. No nos da una condena definitiva, siempre nos da la oportunidad para dejarnos modelar por las manos cariñosas de su amor.

Santa Marta

Hoy celebramos a una santa «evangélica», amiga del Señor.  Escuchábamos en la lectura como Santa Marta aparece como ejemplo de vida cristiana.

No podíamos leer todos los momentos evangélicos en los que aparece santa Marta, pero al meditar el que se proclamó hoy podemos recordar los demás.

Vemos a Jesús muy a gusto con la familia de Betania, en un clima lleno de cariño hacia Él.

Marta es la que dirige todo, es «su casa», y se afana en diversos quehaceres.

A veces se ha presentado el contraste Marta- María como una ejemplificación de dos aspectos contrarios de la vida cristiana: el activo y el contemplativo, pero en realidad no se trata de aspectos contrarios sino complementarios; son los dos aspectos de una sola realidad: el amor a Cristo.

Hoy hemos visto en el evangelio un ejemplo de esta entrega al Señor.  Marta cree firme y profundamente en Jesús pues le dice: «estoy segura que Dios te concederá cuanto le pidas», y en medio del dolor por la pérdida de su querido hermano, hace una profesión de fe – que es todo un modelo- en la misión de Jesús y en el centro de esa misión: su misterio pascual de muerte y vida nueva.   Marta le dice: «creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, el que tenía que venir al mundo».

Al celebrar la Eucaristía, presencia de Cristo en su Pascua, conmemoramos a esta gran amiga de Cristo, la vemos como un modelo de servicio a Cristo, modelo aplicable a todas las maneras como Él se nos hace presente hoy.  Su fe firme en la Pascua es también un modelo para la nuestra.

Que de esta Eucaristía saquemos la fuerza y el valor para ser, cada vez más, unos auténticos testigos de Cristo.

Martes de la XVII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 36-43

Hoy escuchamos la explicación que Jesús hace de la parábola de la cizaña.  Los discípulos quieren una explicación más detallada y profunda, y Jesús no deja de iluminar a quien se le acerca en humildad y apertura.

Vimos cómo el mundo aparece dividido en dos bandos: por una parte, el buen sembrador y la buena semilla: el Hijo de Hombre, Jesús mismo y los ciudadanos del Reino.  Por otra parte, el demonio y sus partidarios.  Esta división entre el bien y el mal, entre los seguidores del Señor y los que lo rechazan, está en pugna; sabemos que no sólo existe a nivel mundial, sino también dentro de cada uno de nosotros.

La parábola nos habla de la tolerancia de Dios, de su paciencia, pero nos insinúa también la paciencia y tolerancia que debemos tener nosotros y que debe ser reflejo de la de Dios.  Todo es en vista de la salvación del malo; esta misma paciencia va a estimular a la conversión.

Pero llegará el «tiempo de la cosecha» y allí quedará llanamente determinado lo que es cizaña y lo que es buen grano.  «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre».

Seamos, con la palabra y con el sacramento, buen trigo para nosotros y para los demás.

Lunes de la XVII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 31-35

Cada una de las parábolas de Jesús busca ilustrar por medio de imágenes algo que sobrepasa a nuestro limitado conocimiento. Por ello Jesús siempre dice: «Es semejante a…» y con ello nos da una idea de que es o que significa el Reino. Jesús hoy propone dos ideas que están unidas por el termino: Crecer. El Reino no es algo estático sino es algo vivo y que se desarrolla (imagen del árbol), y al mismo tiempo es algo que tiene que abarcarlo todo (imagen de la levadura). Las dos ideas tienen en común que comienza con algo muy pequeño pero que termina por abarcarlo todo y ser la casa de todos.

A veces, pensando en nuestros ambientes poco cristianos, podríamos sentir la tentación de decir: «Todo mi esfuerzo por instaurar los valores del Reino en mi medio (escuela, oficina, barrio, etc.) es tan poco… soy el único.., etc. Jesús te dice; tú eres ese grano de mostaza, tu acción en tu propio ambiente es la levadura… si eres fiel y constante, el grano crecerá y la levadura terminará por fermentar a toda la sociedad. La obra de Dios siempre empieza con poco. Nuestra evangelización empezó con solo 12 hombres que actuando como levadura llagaron a impregnar a toda la sociedad con los valores del Reino.

Tú y yo, a pesar de nuestra pequeñez y miseria, podemos ser también los elementos para que el Reino llegue a abarcarlo todo. ¡Animo!

Viernes de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 18-23

Son muchos, miles los que cada domingo (al menos), escuchan la palabra de Dios durante la Misa dominical, son muchos los que reciben la semilla del Evangelio. Sin embargo es triste constatar que en nuestro mundo no se ven muchos frutos evangélicos.

Para muchos de nuestros cristianos, se aplica la primera parte de esta parábola, pues son muchos los que no ponen atención en la misa, que van a misa solo «por cumplir», que no se toman la molestia de leer la hojita o el libro para reflexionar en la Palabra; son muchos los que aun habiéndola escuchado, no les interesa vivirla; otros más son los que quisieran vivirla pero las invitaciones de los amigos, las tentaciones del confort, los puestos superiores y otras vanidades del mundo, impiden que den fruto.

Son verdaderamente pocos a los que se aplica hoy en día el final de la parábola; son pocos los que abren totalmente su corazón al evangelio y que buscan encontrar la manera de hacerlo vida, que buscan comprenderlo, más que con la cabeza, con el corazón.

Dios nos ha llamado a dar fruto, la tierra de nuestro corazón, es tierra buena, apartemos de nuestra vida todo aquello que pueda impedir que la semilla del Evangelio dé fruto…

Esforcémonos por ser de los que llenan de fruto la vida, y más aún, de los que hacen que este fruto permanezca.

Jueves de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 10-17

Al leer este pasaje, las palabras de Jesús nos podrían hacer pensar: ¿Es que Dios hace diferencias? ¿Es que, como decían algunas herejías, Dios ha elegido a unos para el cielo y a otros para el infierno? La respuesta definitivamente es no. No es que Dios haya cerrado los ojos y los oídos sino, como el mismo Jesús lo dice: Su corazón se ha hecho insensible, no tienen deseos de convertirse. La realidad que vivimos de comodidad y las exigencias que presenta el evangelio pueden hacer que poco a poco nuestro corazón se vaya haciendo insensible a la palabra de Dios.

Hoy en día vemos, como lo dice el Papa, que la realidad del pecado se ha diluido… el hombre se ha hecho insensible a la maldad. Ya no es extraño en nuestra vida el oír sobre el divorcio por lo que para muchos de los jóvenes, ya desde el inicio de su matrimonio está ya en germen, al menos, la posibilidad de divorciarse y volver a comenzar.

Es tanto lo que el mundo nos ha metalizado que el matrimonio cristiano no se diferencia mucho más que el matrimonio civil… no deja de ser un contrato más.

El corazón se hace insensible y deja de escuchar la palabra de Dios: «Lo que Dios unió que no lo separe el hombre». Por ello bienaventurados los ojos que ven y los oídos que no se cierran a la palabra de Dios pues en ello está la verdadera felicidad.

Santa María Magdalena

San Lucas nos presenta a María Magdalena entre las mujeres de Galilea que seguían a Jesús y lo servían con sus bienes (8,2).  Los evangelios la mencionan entre las mujeres que están al pie de la cruz, y hoy hemos escuchado la experiencia que ella tuvo del Señor resucitado y su misión ante los Apóstoles.

María Magdalena es aquella que, en la mañana del día de Pascua, corrió sola hacia la tumba, la encontró vacía, y suplicó al supuesto jardinero que le dijera dónde había puesto el cadáver de su Señor.  Después, el que había tomado por el jardinero se dio a conocer como Cristo resucitado.  Ella misma, como tocada por un rayo, cayó a sus pies, para levantarse luego llena de júbilo e ir a anunciar a los Apóstoles el increíble mensaje.

Esta experiencia de María Magdalena de ver a Cristo resucitado, es la misma que tuvieron los discípulos de Emaús, y luego la de todos los Apóstoles.  Primero no reconocen a Cristo.  La Magdalena creía que era el jardinero, los discípulos de Emaús creían que era un caminante más, y los apóstoles pensaron que era un fantasma.  Luego viene un signo material por el que reconocen a Cristo: la palabra «María», la fracción del pan.  Con los apóstoles fue algo más difícil: «Vean mis manos y mis pies, tóquenme, traigan algo de comer…» Y por último el testimonio.  Jesús les dice a los apóstoles: «Ustedes son testigos de esto».  Los discípulos de Emaús se regresan a Jerusalén, a unos 11 kms y de noche; pero es que no les cabe en el corazón el gozo y van a anunciar la Buena Nueva.  A María Magdalena el Señor mismo le ordena: «Ve a decir a mis hermanos…»  Los Padres antiguos hacían notar que la Magdalena había sido testigo de la resurrección para los mismos testigos oficiales.  Por eso se le llegó a llamar «apóstol de los apóstoles».

María Magdalena llegó a ser la discípula más fiel del Señor, la mujer que cuidaba de Él durante sus peregrinaciones.  Por el Señor abandonó su casa y su tierra; por Él se separó de amistades y parientes y se unió a los apóstoles, pescadores de lago de Genesaret, aceptando todas las inclemencias de los viajes, sirviéndolos a todos con verdadera humildad.  Así como el Señor se había mostrado magnánimo con ella, su respuesta no se queda atrás.

Pediremos en esta Eucaristía por intercesión de Santa María Magdalena seguir el mismo proceso: Que reconozcamos siempre a Cristo en todas las formas en que se nos hace presente; que de ese contacto vital con el Señor saquemos siempre vida nueva y entusiasmo nuevo, y lo proyectemos en nuestro ambiente familiar, de trabajo, de comunidad.

Martes de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 12, 46-50

Este pasaje es conocido como «la verdadera familia de Jesús».

Algunas interpretaciones equivocadas buscan ver en este pasaje un rechazo de Jesús hacia María y hacia su familia.

La verdad es que Jesús aprovecha la visita de su Madre y de sus parientes (en otra oportunidad hablaremos de la palabra hermanos en la Biblia) para instruir a sus discípulos: La verdadera familia de Jesús no es únicamente la que lo une por los lazos de sangre, pues esto se rompen con la muerte e incluso puede haber algunos que aun teniendo la misma sangre decidan no seguir la voluntad del Padre.

La verdadera familia es la que vive conforme al evangelio, es la que ha sido adoptada por el Padre como hijos por medio del Espíritu Santo. Él como Hijo del Padre, ve que sus hermanos deben de ser también hijos de Dios.

Esto de ninguna manera es un desprecio ni para sus parientes y mucho menos para su madre, la cual si por algo se distinguió en la vida fue por hacer la voluntad de Dios.

De acuerdo a esto nuestro parentesco con Jesús se refuerza en la medida en que nos aplicamos en hacer la voluntad del Padre, que no es otra que la de vivir conforme al Evangelio.

Recordemos que en otro pasaje ya nos había dicho: «No todo el que me dice: Señor, Señor se salvará sino el que hace la voluntad del Padre». Apliquemos pues hoy todo nuestro día en vivir de acuerdo al Evangelio.

Lunes de la XVI semana del Tiempo Ordinario

Mt 12, 38-42

Hoy en día todavía nuestra generación busca de Jesús una señal prodigiosa para creer: «Señor sana a mi hijo»; «Señor, que consiga un buen trabajo»; «Señor,…».

Lo triste del asunto es que después de recibir la señal, no bastándonos la prueba y señal de su resurrección, la respuesta de fe de muchos de nuestros cristianos es insignificante.

¿Cuántas veces hemos recibido lo que hemos pedido? Y ¿cómo ha sido nuestra respuesta después de haberlo recibido? Después de que Jesús nos ha dado la muestra de su amor, la fe no se desarrolla.

Por unas semanas vamos a misa o hacemos algo más de lo que hacíamos, pero rápidamente se nos olvida y la conversión no crece, no madura.

No seamos de los que buscan a Jesús por sus milagros y las muestras de su amor, sino más bien de los que buscan al Señor de los milagros para rendirle nuestro amor.

Estamos llamados a corresponderle por amor a Dios, por todo el amor que Él nos ha demostrado.