Martes de la I Semana de Cuaresma

Mt. 6, 7-15

Tal vez este pasaje del Evangelio de San Mateo sea uno de los más bellos y más trascendentes para nuestra vida cotidiana. El mismo Cristo nos enseña a hablar con el Padre y sus mismas palabras las repetimos una y otra vez después de 21 siglos ¿Hay herencia más hermosa y perdurable?

Jesús nos aconseja que huyamos de las palabras grandilocuentes, del exceso de verborrea cuando nos dirijamos a Dios y nos enseña una oración que tiene la sencillez del niño que le pide a su padre lo que necesita, que le demuestra su cariño y le solicita su apoyo en los temas realmente importantes: le alaba porque le ama (Santificado sea tu Nombre), le respeta (Hágase tu voluntad) le pide sustento (Danos el pan), le pide perdón de sus faltas (Perdona nuestras ofensas), pide su protección paternal (No nos dejes caer) y finalmente implora su ayuda para los casos desesperados (Líbranos del mal) ¿Existe oración más íntima y completa? Al final Cristo insiste a los Apóstoles en la necesidad de perdonar a los demás si queremos que el Padre nos perdone, digamos que sutilmente nos habla de una misericordia «de ida y vuelta», no podemos presentarnos ante Dios si nuestro corazón guarda rencores, si no hemos sido capaces de perdonar al hermano que nos ha hecho daño ¿con que fuerza podemos pedir perdón al Padre? Recordar la parábola del fariseo que reza en el templo en primera fila contando sus grandezas y buenas obras mientras al fondo, en un rincón, un hombre sencillo no se atreve ni a levantar la cabeza y no deja de pedir perdón: Esa debe ser nuestra actitud, la humildad ante Dios, el dolor por nuestras faltas y el perdón que debemos dar a quienes nos ofenden ¡Si hasta el mismo Cristo imploró el perdón desde la Cruz para sus verdugos!

Acabamos de comenzar la Cuaresma, tiempo fuerte de oración y conversión. Recemos todos los días un «Padre Nuestro con sentido evangélico», desde el fondo de nuestro corazón, como el niño que se refugia entre los brazos de su padre y practiquemos la misericordia, el perdón, con nuestros semejantes. Debemos buscar un momento de recogimiento, de intimidad con nuestro Padre del cielo para abrirle nuestro corazón en la seguridad y confianza de que seremos escuchados.

Lunes de la I Semana de Cuaresma

Mt 25,31-46

Debe haber sido algo maravilloso vivir junto a Jesús.  Pedro, Santiago y Juan tuvieron el privilegio de conocer al Señor personal e íntimamente.  Por supuesto que nosotros deseamos haber vivido con Jesús para ser sus fieles seguidores.

Sin embargo, muchísimos de los hombres y mujeres que vivieron en la época y en los lugares donde estaba Jesús, no lo reconocieron o se negaron a responder a su llamamiento.  Puede ser que ahora también no reconozcamos a Jesús o dejemos de responder a su llamado.  No es necesario desear haber vivido en los tiempos de Jesús, porque ahora El sigue viviendo entre nosotros.  Se halla presente en este mundo, no sólo en la Eucaristía, sino también en las personas con quienes vivimos.  El Señor está entre nosotros.

En el evangelio de hoy, Jesús nos dice que todo lo que hagamos en favor de cualquiera de sus hermanos, lo hacemos en favor de Él.  Advirtamos que no nos dice que es como si se lo hiciéramos a Él, ni que El habrá de considerar lo que hagamos a los demás como hecho a Él.  Lo cierto es que El está viviendo entre nosotros ahora mismo.  Vive con nosotros.  Por eso, lo que hagamos a los demás, se lo hacemos a El mismo.

En la primera lectura se nos ofrecen varios consejos prácticos para nuestro trato con los demás y se resumen en un solo mandamiento: «Ama a tu prójimo como a ti mismo».  En el Antiguo Testamento, la palabra «prójimo» significaba un compatriota israelita.  Pero Jesús le dio a ese mandamiento dos dimensiones nuevas: en primer lugar, el término «prójimo» incluye a todos y cada uno de los hombres; en segundo lugar, Jesús sigue viviendo en los demás seres humanos, nuestros «prójimos».

No vale la pena soñar o ilusionarnos sobre lo mucho que amamos a Jesucristo, ni imaginarnos las grandes cosas que podríamos hacer por El.  Hacemos bien buscándolo en la Eucaristía, pero hace falta más.  Lo tenemos alrededor de nosotros, en la gente con la que vivimos y con la que nos encontramos cada día.  Al llegar la hora de nuestro juicio, Jesús querrá saber si lo hemos amado, no sólo por nuestro culto de alabanza y de adoración en la liturgia, sino también por haberlo buscado y servido en las personas que nos rodean.

Sábado después de Ceniza

Lc 5, 27-32

En el comentario del evangelio de san Lucas que hoy meditamos, descubrimos varios signos que nos hablan de conversión.

“Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos”. Sabemos, por otros pasajes de la Escritura (recordemos a Zaqueo), que los publicanos cobraban al pueblo los impuestos determinados por los invasores romanos, por lo que se los consideraba “colaboracionistas”. Además, se ocupaban de cobrar los impuestos al pasar las mercaderías de un pueblo a otro, los que los hacía impuros, con el agravante de que fijaban los cobros según les interesaba. Eran calificados de pecadores.

En los evangelios de Lucas y Marcos, al narrar el mismo episodio, el publicano, recibe el nombre de Leví; en el de Mateo, este escribe su propio nombre. Porque el publicano, al escuchar al Maestro, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió”. Ante la mirada de Jesús, mirada adorable, vivificadora, mirada amorosa y transformadora, Leví se convirtió en seguidor de Dios, en el apóstol Mateo.

La Caridad es una virtud teologal que Dios infunde en nuestra voluntad para que lo amemos sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por amor suyo. La caridad nos transforma la vida, dándonos la prontitud, el ánimo, la generosidad, las fuerzas para realizar la voluntad divina. El amor de caridad nos convierte en los apóstoles que nuestros ambientes y el mundo necesitan.

Otro signo de conversión es la escena en la casa del antiguo publicano. En efecto, Leví, lleno de alegría, ofreció un banquete en honor de Jesús, banquete del que participaban sus amigos, publicanos y pecadores como él. Y con esa participación en la fiesta, Jesús y sus discípulos, escandalizaron nuevamente a los fariseos. “¿Cómo es que coméis con publicanos y pecadores?”.

Qué maravillosa respuesta les da el Señor. ¡Viene a llamarnos a nosotros, a los pecadores para que nos convirtamos, viene a llamarnos a nosotros, los enfermos, para curarnos!  ¡Qué infinita es su misericordia!  Su Amor es incansable. Una y otra vez, nos mira y nos llama: “Sígueme”.

Contemplando esa mirada y escuchando su llamada… ¿cómo le responderemos hoy, en esta Cuaresma que recién se inicia?

Viernes después de Ceniza

Mt 9, 14-15

¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?

Jesús sabe responder con inteligencia y rapidez a las preguntas insidiosas de los fariseos y de los discípulos de Juan, que aún vivían con mentalidad veterotestamentaria. Les costó cambiar, muchos no lo hicieron. ¿Qué necesidad hay de tales ayunos y tristezas y quebrantos quijotescos mientas Él, Jesús, el novio, el amigo, está con ellos en el festín de la vida? Ya habrá tiempo para tomar conciencia de la necesidad de ayuno/oración cuando Él no esté físicamente con ellos. Ya llegará el momento de la persecución y de las estrecheces y cárceles por causa de su nombre; pero de momento… disfrute de la amistad.

En tiempos de Jesús el ayuno/privación estaba centrado en la comida, escasa en general. Había que privarse de pequeñas cosas o caprichos (pocos tendrían) comestibles para educar la voluntad y ofrecer su esfuerzo al Señor como símbolo de agrado, pero a sabiendas de que el ayudo que pedía el Señor -Jesús lo recuerda a menudo- es lo que ya desde el profeta Isaías se les venía diciendo: Todo aquello que supusiera una relación más sincera, justa, pacífica y cordial con los demás. El ayuno exterior podría degenerar en el mero aparentar y figureo farisaico.

El dominico fray Luis de Granada nos dice: “Así como las embarcaciones que llevan menores cargas navegan con mayor velocidad, y las que van muy cargadas avanzan con mayor peligro. Así las almas despojadas con el ayuno están más ligeras para navegar por el mar de esta vida y para levantar los ojos al cielo y despreciar desde allí- como sombra- todas las cosas presentes”.

¿Cuáles serían en la actualidad nuestros “ayunos” necesarios…? Ayunar de tanto móvil y whatsaapp; ayunar de tantas horas de televisión; ayunar de tantas dependencias tecnológicas; ayunar de esas obsesiones por el correo electrónico, por la avidez de noticas repetitivas fraudulentas; ayunar de tantos encuentros baladíes; ayunar de pequeños caprichos como si nos fuera la vida en ello; ayunar de gastos superfluos y de la adquisición de cosas innecesarias…

No ayunar de generosidad con los demás, no ayunar de ratos dedicados a la oración o lectura meditativa, no ayunar de visitar a alguien que vive en soledad; no ayunar de compartir bienes y limosnas en silencio que ayuden a otros; no ayunar de una cara más alegre y unas actitudes más esperanzadas y optimistas; no ayunar de buscar momentos de silencio y paz que redundará en beneficio de los más cercanos; no ayunar en los deseos de búsqueda y encuentro con Dios; no ayunar del pan de la Eucaristía…

Así la cuaresma recién iniciada tendrá sentido pleno de preparación a la Pascua cambio en nuestro corazón que se manifieste en nuestra relación con el hermano.

Jueves después de Ceniza

Lc 9, 22-25

Iniciando la cuaresma, los textos litúrgicos nos presentan a Jesús anunciando su trayectoria: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumo sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Y así fue en verdad. Jesús traía un mensaje para toda la humanidad, el mensaje del amor, de la entrega, el mensaje de ser hijos del mismo Dios. Pero este mensaje no fue aceptado por las autoridades religiosas de su tiempo. Le pidieron que se callase, pero Jesús no se calló. Siguió predicando su mensaje de amor hasta el final. Y fue ejecutado. Pero su final no fue la muerte en la cruz, sino que su Padre le resucitó al tercer día. Su vida de amor venció a la muerte. 

Jesús nos pide: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con la cruz de cada día y se venga conmigo”. Hay que aclarar que la cruz con la que nos pide que carguemos es su misma cruz, es decir, la cruz del amor, la cruz del “amaos unos a otros como yo os he amado”. El que vive como Jesús, el que pierda y entregue su vida por su causa, la salvará, se encontrará con la resurrección a una vida de total felicidad.

Miércoles de Ceniza

Mt 6, 1-6.16-18

Con el rito litúrgico de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas, en señal de penitencia, empezamos este tiempo de Cuaresma.  La Cuaresma es un camino que nos recuerda los 40 días que estuvo el Señor en el desierto.

Miércoles de ceniza encierra un profundo significado.

Con frecuencia lo hemos tomado solamente como el recuerdo de que somos mortales y que algún día nuestra vida terminará y deberemos entregar cuentas, pero hay mucho más: es recordar nuestro origen y nuestro destino: el polvo… ¿solamente polvo? No, es un polvo con un soplo divino y con un destino divino, pero polvo. Polvo que depende en todos sentidos de Dios.

El gran error del hombre es llenarse de orgullo y vanidad, olvidarse de que depende de Dios y querer ser como Dios: poner sus leyes, ocupar su lugar, buscar su felicidad lejos de Dios, y el hombre sin Dios queda vacío. Ése es el gran pecado y el peor error del hombre.

Por eso la invitación de este día es “volverse a Dios”, “convertirse”, es decir, mirar el rumbo hacia donde nos estamos dirigiendo y corregir la dirección.

Y es una gran verdad que cuando el hombre se dirige a Dios se encuentra a sí mismo. Por eso la ceniza no es sólo un signo externo ni un rito mágico, sino encierra este bello gesto de retornar al amor de Dios.

Su manifestación más clara, según nos dicen los profetas, será que teniendo el amor de Dios en nosotros también nosotros amemos a nuestros hermanos.

Hoy debemos clamar misericordia porque realmente hemos pecado y nos hemos desviado. Hemos errado el camino y en lugar de poner a Dios en nuestro corazón, hemos puesto nuestras pasiones, nuestra ambición y nuestro egoísmo. Y entonces nos hemos quedado convertidos sólo en polvo.

Miércoles de Ceniza, día de conversión y retornar al corazón de Dios. Día de ayuno y oración, día de silencio y respeto, día para vivir el amor de Dios.

El Papa Francisco decía: “Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: “Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9)” Así, iniciemos nuestro camino de conversión recordando a Cristo que se hace don para nosotros y nos enriquece.

Además hoy vamos a hacer un gesto que marca el comienzo de nuestra andadura cuaresmal: vamos a dejar que impongan sobre nuestras cabezas un poco de ceniza. Lo haremos con sencillez, con humildad, pero también con alegría. La ceniza quiere ser la señal externa y comunitaria de nuestro pecado, de nuestra fragilidad humana; pero también quiere expresar nuestro deseo de conversión, nuestra confianza en el Dios de la misericordia, que todo lo puede.

Que este gesto sea como un estímulo para recorrer con alegría el camino que hoy comenzamos de conversión y de escucha a la Palabra de Dios y también a las necesidades de los hermanos.

Dejemos que el gozo y la alegría inunden nuestros corazones, porque si grande es nuestro pecado, mayor es el amor y el perdón de nuestro Padre-Dios que nos dice una vez más: “¡Animo! Hoy, puedes empezar de nuevo”.

Martes de la VII Semana Ordinaria

Mc 9, 30-37

Es muy bella la frase que aparece en muchos carteles sobre todo de grupos juveniles y asociaciones de servicio: “El que no vive para servir no sirve para vivir”. Sí, es muy bella, pero a veces se queda en eso: palabras bonitas que no llegan a la práctica.

Todos los servidores públicos en sus promesas de campaña expresan ese deseo de servir al pueblo. Las grandes y pequeñas empresas nos lo repiten hasta la saciedad… y todos comprendemos que en el fondo no buscan el servicio, sino su propio provecho, su ambición de poder y sus ganancias económicas.

En los discípulos de Jesús, aunque muchas veces disfrazado, también entra el deseo de poder, de autoritarismo, de ganancia. Ya decía el Papa Francisco que en medio de la Iglesia también se encuentran “arribistas” que buscan escalar posiciones y obtener beneficios propios. Jesús invita al servicio desinteresado y generoso.

Es muy claro que en todos los grupos y en la sociedad tiene que haber líderes y personas que asuman la autoridad, pero una cosa es el autoritarismo y otra el servicio de la autoridad. A todos se nos puede “subir” el puesto y actuar de manera arrogante y déspota olvidándonos de las necesidades de aquellos a quienes debemos servir. Quien encuentra en el servicio un camino de alegría y felicidad, está muy cerca del Reino.

No debemos confundir con servilismo y adulación, ni disfrazar de servicio las propias ambiciones. El mismo Jesús rechaza esa ambición de los Apóstoles y pone en medio de ellos a un niño para significar la pureza y la sencillez del servicio.

Hoy hemos perdido esta noción de servicio y consideramos humillante estar a disposición de los demás. No se trata esclavizar a las personas, sino de reconocer en cada una de ellas a un hermano digno de ser servido. El servicio, bien entendido, en lugar de rebajar, hace crecer; en lugar de humillar, enaltece; en lugar de empobrecer, enriquece.

Hoy miremos cómo estamos realizando nuestros servicios: de papá, de mamá, de hermanos, de servidores públicos, de catequistas, de maestros… ¿Nos parecemos a Jesús que vino no a ser servido sino servir?

Lunes de la VII Semana Ordinaria

Mc 9, 14-29

El dramatismo con que nos narra San Marcos la situación de aquel joven que está poseído por un espíritu maligno que lo atormenta, la angustia del padre que suplica primero a los apóstoles y después a Jesús que sanen a su hijo, reflejan las angustias de los padres actuales que no aciertan a encontrar soluciones ante una juventud que también es zarandeada por las situaciones que no les permiten “hablar, realizarse y los hacen caer por tierra”. Lo más grave es que se pierde la fe al no encontrarse soluciones.

¿No se tiene fe? También a nosotros nos puede hacer Cristo la misma pregunta sobre nuestra fe y nuestra confianza en su poder: “¿Qué quieren decir con eso de ‘si puedes’? Todo es posible para el que tiene fe”

¿Tenemos fe?  Los graves problemas que estamos enfrentando nos exigen una fe que sea capaz de movernos a nosotros mismos en busca de soluciones. Si no hay fe no podremos confiar en una nueva y mejor educación, si no tenemos fe nos atascaremos en quejas y reclamos inútiles. Si nos falta la fe nos hundiremos en las soluciones aparentes y fáciles que prometen las drogas, los vicios y los falsos placeres.

Cristo hoy nos ofrece su fuerza y su poder, pero necesitamos tener fe en su persona. Y tener fe en Cristo no es una profesión oral, un decir “yo creo”, sino un ponernos en sus manos, confrontar nuestros criterios con su vida y asumir sus mismos principios y opciones.

La conclusión de este pasaje no deja lugar a dudas: para salir adelante tenemos que ponernos en manos de Jesús, hacer oración y ayuno y vivir de acuerdo a lo que Jesús nos propone.

Los discípulos ya habían visto muchas veces actuar a su maestro, sin embargo, se confían y no son capaces de expulsar el demonio porque no tienen la fe puesta en su Señor.

Las situaciones de muerte que ahora estamos atravesando parecerían insuperables, pero no para quien tiene una verdadera fe, una fe sólida, coherente y viva.

Que hoy igual que aquel padre de familia que temía y se estremecía al ver a su hijo, también nosotros digamos: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”

Sábado de las VI Semana Ordinaria

Mc 9, 2-13

Hemos llegado a uno de los pasajes donde Cristo nos muestra más claramente a través de sus discípulos la gloria que había recibido de su Padre. Seis días después de hablar de esta gloria, Jesús va a mostrar a sus más íntimos amigos un anticipo de esta gloria con la que volverá al final de los tiempos.

Este momento será para los suyos una confirmación más de la fe antes de los acontecimientos de su Pasión y muerte. De igual manera Cristo al regalarnos las circunstancias favorables, nos alienta a permanecer fieles ante las dificultades de la vida.

La felicidad que da la experiencia de Cristo no puede compararse a la felicidad pasajera. Tanta es la fuerza sentida por los discípulos que hace exclamar al mismo Pedro “que bien se está aquí” y, olvidándose de sí mismo, se ofrecerá para albergar a Moisés, Elías y a Jesús edificando tres tiendas.

Si bien los discípulos no comprendieron en el momento el significado de la transfiguración, después lo iban a comprender mejor hasta tal punto de dar su vida por Él ¿Tú qué vas a hacer por él hoy?

Viernes de la VI Semana Ordinaria

Mc 8, 34-9,1

Hay personas que tienen un gran miedo al dolor.  Es natural que todos tengamos un miedo racional al dolor, pero hay quien se angustia y sufre por males y enfermedades que aún no le han llegado.  La nueva cultura buscando que estemos mejor y más confortables nos ha hecho más débiles y menos resistentes al dolor.

Las nuevas generaciones fácilmente desisten de sus propósitos porque conllevan riesgo, sacrificios, perseverancia y dolor.  Muchos hermanos evangélicos se asustan de la cruz de Jesús, no quieren que se le reconozca, predican una religión solamente de la prosperidad, del estar bien y de vivir en paz.  Pero no es el camino de Jesús, aunque sus discípulos se escandalizaban en un principio de las propuestas de Jesús, Cristo no disminuye ni un ápice de su decisión: el que lo quiera seguir que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que lo siga.

Los modernos psicólogos ponen a la persona como el único referente de todas las cosas y todo debe encaminarse a su felicidad, de tal forma que si hay algo que nos les guste o que le haga sufrir debe dejarlo a un lado, ignorarlo o destruirlo.  Y no es que Jesús proponga que vivamos sumidos en complejos, sino que nos propone la única y verdadera forma de ser felices: amando y sirviendo.

Quien pone su felicidad en los bienes, tarde o temprano se encuentra vacío.

Las palabras que hoy escuchamos de Jesús “¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su vida?, han sido causa de muchas conversiones, de grandes heroísmos de los santos.  Hoy también tendrían que hacernos pensar mucho.

Las desviaciones del corazón, cuando lo ponemos en las cosas terrenales, están a la vista: el narcotráfico, la prostitución, la trata de personas, las violaciones, la violencia, etc., todo esto es producto de darle primacía a las cosas sobre las personas, y a los bienes sobre Dios.

Que las palabras de invitación de Jesús calen hondo en nosotros y aceptemos cargar su cruz y buscar más los bienes duraderos que los bienes efímeros.