Viernes de la V Semana de Cuaresma

Jn 10, 31-42

Una de las cosas que causan más asombro en la vida de Jesús es que haya sido tanta la gente que lo rechazó.  Jesús es la personificación de todo lo que es bueno, santo y deseable, y lo que Él desea es atraer a todos los hombres hacia sí, para hacer de ellos seres perfectos y eternamente felices.  No solamente predicó la bondad y el amor de su Padre para con los hombres, sino que Él mismo reveló esta bondad y este amor con sus acciones. 

Cuando los judíos cogieron piedras para apedrearlo, Él les dijo en tono de protesta: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”.  Entonces lo acusaron de blasfemia, porque pretendía ser Dios, y sin embargo, solo les estaba diciendo la verdad, y sus afirmaciones de que era un ser divino, estaban confirmadas por señales y milagros.

Sorprende que Jesús, lo mismo que muchos otros profetas de Israel, haya sido rechazado por un número tan grande de gente, si no hacía más que decir la verdad.  ¿Por qué se le repudiaba?  Eran muchas las razones y muy complicadas, pero una de ellas es que la verdad puede incomodar. 

Cuando la verdad nos coloca frente a nuestros fracasos e incapacidades, el camino más fácil para escapar a nuestras responsabilidades y a la necesidad de tener que cambiar es ignorar o negar la verdad.  Cuando un maestro notifica a los padres consentidores e irresponsables, que su hijo es un problema en la escuela, tanto en los estudios como en la disciplina, el juicio del maestro es, al mismo tiempo, una evaluación del joven estudiante y de sus padres.  Pero éstos, antes de hacer frente a sus propias faltas y a la necesidad de actuar, escogen el camino más fácil y se niegan a aceptar el informe del maestro.

La verdad puede incomodar, aun la verdad predicada por Jesús.  La verdad de Jesucristo nos exige que seamos diferentes de los demás; nos pide que aceptemos el sufrimiento y la auto-renuncia, que abandonemos nuestro egoísmo y que seamos generosos en nuestro amor y nuestro servicio a los demás.  Oremos en esta Misa para que nunca tomemos la salida fácil de rechazar a Jesús y su verdad.

Jueves de la V Semana de Cuaresma

Jn 8, 51-59

Las discusiones entre Jesús y los judíos, están salpicadas de frases con gran contenido teológico. San Juan nos conduce de una manera didáctica a profundizar la persona de Jesús. Retoma hoy conceptos entrañables para el pueblo de Israel: la palabra, la promesa a Abraham, la glorificación y el Nombre del Señor.

Gran escándalo causa Jesús cuando afirma: “Yo os aseguro: el que es fiel a mis palabras, no morirá para siempre”.  La afirmación va más allá de lo que las autoridades religiosas podrían esperar. La única palabra con vida es la de Dios. Ellos conocen al dedillo las Escrituras y son capaces de recordar cómo la palabra de Dios es creadora, es liberadora y es fiel. Lo ha experimentado el pueblo de Israel y lo ha dejado escrito para las generaciones posteriores. Por eso su reclamo a Jesús porque si es así, será mayor que Abraham y que todos los profetas.

Pero nosotros sabemos que Jesús, conforme a lo que nos dice el mismo San Juan, es la palabra de Dios hecha carne, es la palabra que pone su tienda entre nosotros. Al igual que su Padre, cuando habla se actúa, se realiza.

Quizás nosotros hemos perdido mucho de esta apreciación a la Palabra de Dios y a Jesús, palabra hecha carne. El Papa Francisco nos invita a recuperar este sentido de escucha, de respeto y atención a la palabra de Dios. Dios quiere hablar con los hombres, quiere entrar en diálogo con ellos. Y la mejor forma es a través de su Hijo Jesús que le da rostro a esta palabra.

Son ya muy pocos los días que nos restan para entrar de lleno a vivir la  Pascua del Señor. Una manera seria de prepararnos es tomar sus palabras, meditarlas con atención y mirar qué dejan en nuestro interior, a qué nos invitan y cómo nos muestran al Padre. La misión de Jesús es hacernos conocer el gran amor del Padre que nos ama y nos da la vida.

Señor Jesús, Palabra del Padre hecha carne en medio de nosotros, que has venido a manifestarnos y a revelarnos su Gloria, ven a sembrarte en nuestros corazones y en nuestras vidas para que, conforme a tus palabras, nos conceda la gracia de vivir y ser hijos de Dios.

Miércoles de la V Semana de Cuaresma

Jn 8, 31-42

Jesús, con sus palabras y con sus hechos, propone un camino de libertad. Es un camino que nace en su persona y ayuda a conocer la verdad que es la que puede convertirnos en personas libres.

En nuestro mundo abundan las ofertas de libertad. Desde las más ramplonas, por ser puramente materialistas, hasta las que, so capa de liberar, hacen más esclavos a los hombres. No faltan, tampoco, invitaciones sanas que buscan apoyar el camino hacia la libertad verdadera. Esa que abarca a toda la persona.

Y es que, en el fondo, en toda persona subyace un deseo profundo de vernos liberados de tanta esclavitud que percibimos en nosotros mismos. El evangelio es una llamada a huir de todo lo que ata y crea dependencias malsanas que nos impiden vivir el amor. Esclavitudes tenemos muchas. La Cuaresma podemos entenderla como momento para descubrir todo aquello que nos ata y nos impide caminar hacia la libertad de Jesús. Él es el hombre absolutamente libre. Y es libre porque nada le impide cumplir la voluntad de Dios. Por eso es nuestro modelo.

Hay que identificar nuestras esclavitudes y sacudirnos el polvo que crean en nuestra vida. Seguramente que, a todos, la fe en Jesús nos ha hecho más libres. Pero un buen ejercicio consistiría preguntarnos sobre la calidad de nuestra libertad. Porque la libertad es un proceso que, en el fondo, nos habla de nuestra madurez humana y cristiana. Nunca seremos absolutamente libres, pero mantener el deseo de luchar por sentirnos y ser cada vez más libre, es un buen indicativo de por dónde anda nuestra condición de cristianos.

Ante tanta oferta confusa que llega hasta nosotros, Jesús invita a mantenernos en él, a guardar su palabra, porque ahí nos convertimos en sus discípulos. Discípulos para aprender de su palabra, sí, pero para entrar en un estilo de vida caracterizado por reflejar conductas propias de quien tiene a Jesús como principio y norma en su actuar.

“Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres”. Es la oferta de Jesús. Por eso, para seguir el camino de la libertad, su palabra no puede dejarnos indiferentes. No se puede escuchar y conformarnos solo con oírla. Pide y exige que la llevemos a la práctica.

Para todo cristiano permanecer en Jesús debe convertirse en un objetivo imprescindible. Y no se permanece por puro voluntarismo. Precisa la coherencia de una vida que nace en Él y busca seguirle con autenticidad.

Él ofrece su ayuda. Aceptémosla y asumamos los compromisos que de ella dimanan. No olvidemos que somos portadores de un mensaje de libertad.

Solo quien es libre puede ofrecer libertad.

Martes de la V Semana de Cuaresma

Jn 8, 21-30

En este fragmento de Juan, seguimos percibiendo el desencuentro de Jesús con los fariseos. Son dos visiones contrapuestas de entender el destino de Jesús y el mensaje de Dios. No podemos acercarnos a la salvación de Dios desde una visión mundana y terrena de la vida. Si no nos entregamos al sentir de Dios no somos capaces de vencer el pecado y la muerte. Por eso Jesús les dice: si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados. Yo comunico al mundo lo que he aprendido de Él. Esta es la clave del misterio de Jesús. Toda su vida está en función de la voluntad del Padre, hasta su final cuando sea levantado en la cruz. Y desde esa cruz cobra sentido la misión de Jesús y toda nuestra existencia de cristianos. Como Jesús hemos de volcarnos en cumplir la voluntad del Padre, asumiendo cada uno su propia cruz así como Jesús la llevó a su cumplimiento. La cruz es signo del amor de Dios al hombre, que al entregar a su Hijo en la cruz, es fuente de vida y liberación total de nuestros pecados. Quien se encierra en sus criterios y no mira por encima del saber mundano, no puede llegar a comprender el verdadero sentido de la vida desde Dios. Si no superamos el egoísmo de nuestra perspectiva miope, no podremos ver al otro como alteridad salvada gratuitamente en Cristo. La cruz nos hermana como hijos de Dios. Hacer la voluntad de Dios supone estar en la perspectiva de la cruz, del anonadamiento personal para llevar a cabo la misión salvadora con Cristo. Entramos en la dinámica del amor de Dios que nos amó primero, y somos capaces de amar al prójimo, porque es el mandamiento y modelo que Dios nos pide ¿Pero qué significa este mandamiento del amor desde la perspectiva de la cruz? Solidarizarse con todos estos hermanos nuestros victimas del desprecio y marginación del mundo que habitan las fronteras del hambre, la enfermedad, la miseria o la marginación. En ellos, y con ellos sufre la pasión Jesús, y sufrimos nosotros el desprecio hacia el amor de Dios. Optar por la salvación de los marginados es fortalecer nuestra fe en Jesús y realizar el Reino de Dios en este mundo.

Aliviemos el dolor y descontento que nos rodea, para acercar la salvación de Dios a nuestro mundo.

Lunes de la V Semana de Cuaresma

Jn 8, 1-11

En el evangelio de hoy Jesús da un salto mortal en relación con el texto de la primera lectura, para mostrarnos el rostro del Dios compasivo y misericordioso.

Aquí ya no se trata de una mujer inocente, sino de una mujer pecadora, adúltera (es curioso el silencio en este tema respecto al varón que “acompaña” a cada mujer). Los fariseos creen tener una ocasión de poner en un aprieto a Jesús y no tienen problema en utilizar para ello a una mujer sorprendida en adulterio.

Ellos argumentan desde “fuera”, desde la Ley, Jesús deja de lado la Ley para remitirles “adentro” y enfrentarlos consigo mismos. Y han de renunciar a tirar sus piedras, porque son pecadores como lo somos todos.

¡Qué momento indescriptible para la mujer que espera la muerte! El “yo tampoco te condeno” de Jesús la devuelve a una vida totalmente nueva, tras experimentar la compasión y la misericordia de Dios en su fragilidad y su pecado.

El texto deja muy claro que Jesús no está aprobando el adulterio (“Vete y no peques más”) sino mostrando el amor de Dios, que nos permite ir comprendiendo y eliminando de nuestras vidas aquellas conductas que nos hacen daño a nosotros mismos y a los demás. Pues no son otra cosa lo que llamamos mandamientos. Aunque a veces seamos tan simples como para caer en la tentación de pensar en un Dios dedicado a ponernos trabas, a exigirnos cosas que nos cuestan, pero que en el fondo no estarían mal. ¡Un Dios empeñado en impedirnos disfrutar de las buenas cosas de la vida, cuando lo que nos está ofreciendo es la posibilidad de descubrir las verdaderas buenas cosas de la vida!

La Anunciación del Señor

Lc 1, 26-38

María recibe la noticia más importante de toda la historia de la humanidad. La noticia de que Dios, por amor, va a enviar hasta nosotros, a nuestra tierra, a su Hijo Jesús. Quiere que llegue a modo humano, concebido en el seno de una mujer y por obra del Espíritu Santo. Y Dios elige a María para ser la madre de Jesús. En un primer momento, como no podía ser menos, María se llenó de un gran asombro, de un asombro positivo. Dios le pedía, ni más ni menos, que ser la madre de su Hijo. María, ante las explicaciones del ángel Gabriel, aceptó la oferta de Dios. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Durante nueve meses tuvo la ilusión de dejar nacer en su seno a su propio hijo, al hijo de Dios. Durante el resto de la vida de su Hijo, siempre, como buena madre, le llevó en su corazón. Cuando Jesús fue presentado en el Templo, les recibió Simeón y dijo a María, su madre: “Está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; una espada atravesará tu alma, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones”. Cuando Jesús empezó su vida pública, a predicar su buena noticia del reino de Dios, se cumplieron las palabras de Simeón. Ciertamente una espada atravesó el alma de María, al ver que su Hijo era signo de contradicción, al ver que algunos le rechazaban y que su rechazo fue tan fuerte que le clavaron en la cruz. Cran dolor para María. Pero María siempre disfrutó del cariño, del amor de su Hijo, a la vez que Hijo de Dios. Su corazón se ensanchaba cuando veía que también mucha gente aceptaba a su Hijo, le escuchaba, le seguía… y le reconocían como su Salvador.

María, también nuestra madre, da un paso en favor nuestro. Nos ofrece que también nosotros, como ella, dejemos nacer en nuestros corazones a Jesús. Porque Jesús ha venido hasta nosotros para eso, para adentrarse y adueñarse de nuestro corazón, por lo que podemos decir con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.  

En este día especial, alegrémonos con María porque el Señor ha hecho maravillas en ella, la ha hecho Madre de su Hijo. Y demos gracias a Dios porque Jesús, el Hijo de Dios, también quiere nacer en nuestros corazones. Nadie mejor que él que sea el Dueño de nuestro corazón.

Viernes de la IV Semana de Cuaresma

Jn 7, 1-2. 10.25-30

Hay sentencias en nuestro pueblo llenas de sabiduría, pero a veces parecen también llenas de fatalismo. Si alguien se libró de un fuerte peligro y logró salir con vida, decimos: “Es que aún no le había llegado su hora”; por el contrario, si alguien aparentemente estaba libre del peligro, pero a pesar de todo fallece, afirmamos: “Es que nadie puede pasar de la raya que le tienen señalada”. 

Son formas de hablar en las que se entremezcla la libertad y la responsabilidad de la persona y el sentido de la providencia y de la dependencia de Dios que tenemos todos los hombres y los acontecimientos.

Hoy San Juan nos habla de la “hora de Jesús”. Pero no lo habla en el sentido determinista y que no tiene escapatoria. Habla en el sentido de una entrega plena, consciente y libre para ponerse en manos de su Padre y entregarse al sufrimiento por amor a los hombres.

Es curioso la forma en que lo hace San Juan: la hora de Jesús, aun en los peores sufrimientos, aparece como una hora de glorificación y de reconocimiento. Así une la entrega y la glorificación.

La fiesta de los Tabernáculos o de los Campamentos, es una de las más populares que se celebraban en Jerusalén y recordaba el paso del pueblo de Israel por el desierto. Jesús se presenta en la fiesta, aunque ya iniciada la fiesta y con una prudencia lógica frente a las hostilidades de los judíos. Pero Jesús no se calla sino que predica abiertamente escudado en la multitud que lo escucha y lo atiende.

No se arriesga imprudentemente pero tampoco elude sus compromisos. Se muestra abiertamente como el enviado del Padre aunque los judíos afirmen que no saben de dónde viene. Así es Jesús libre y profético. Así nos enseña también no sólo su misión sino también la actitud prudente pero comprometida.

No es el miedo a lo que han de decir, pero tampoco son las bravuconerías o los riesgos innecesarios. Es saber que cada momento y cada instante se debe vivir plenamente en presencia del Padre pero sin hacer los alardes providencialistas que a nada llevan.

Descubramos hoy también nuestro tiempo como la hora y el momento que Dios nos regala para  con esperanza y responsabilidad llenarlo de sentido.

Jueves de la IV Semana de Cuaresma

Jn 5, 31-47

¿Quién puede testificar que Jesús, es el Hijo de Dios, el Mesías, como él asegura y que, por lo tanto, su mensaje es verdadero? El evangelista Juan en este pasaje nos presenta varios testimonios a favor de Jesús. Empieza por Juan el Bautista: “Tras de mí viene uno más fuerte que yo, ante quien no soy digno de soltarle la correa de sus sandalias”. El mismo Jesús nos dice: “El testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: “las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí”. También las Escrituras hablan de él y “ellas están dando testimonio de mí”. Un nuevo testimonio, quizás el más fuerte: “El Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí”. A lo largo de su vida terrena, el Padre siempre estuvo con él. En el momento de su muerte también estaba a su lado, como lo prueba que al tercer día le resucitó. El Padre Dios testifica así a favor de Jesús, su Hijo y de que su manera de vivir es la mejor manera de vivir la vida humana, que vence a la muerte y nos lleva a la resurrección de una vida de total felicidad.

A pesar de estos testimonios, en su tiempo y en nuestro tiempo, hay personas que no creen en Jesús y no siguen su mensaje de vida. En este evangelio hay una frase que Jesús pronunció seguramente con dolor: “No queréis venir a mí para tener vida”. Los misterios de nuestra libertad humana.

Miércoles de la IV Semana de Cuaresma

Jn 5, 17-30

Tras la curación del impedido de la piscina de Betesda, lo que molesta a los judíos es que siga el mandato de Jesús y no respete el sábado al cargar con la camilla. Por eso las primeras palabras que Jesús dirige a los judíos acusadores se refieren al trabajo, prohibido en sábado. Dios descansó tras la creación, dice el Génesis. De ahí los judíos concluían el concepto del “Dios ocioso”. Esa idea de Dios, dicen los historiadores de la religión, determinó que se abandonara el monoteísmo y se buscaran dioses que atendiera a las diversas necesidades humanas. Jesús les dice que Dios sigue trabajando, “mi Padre sigue actuando y yo también actúo”.

La expresión “mi Padre” genera la segunda razón por la que quieren matarle. Los judíos no lo pueden aceptar, quieren matarlo, “… porque llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios”

La respuesta a la cuestión del sábado aparece en cap.7,22-23, Jesús dice a los judíos: “Si se circunda a un hombre en sábado para no quebrantar la ley de Moisés, ¿os irritáis contra mí porque he curado a un hombre entero en sábado? No juzguéis por apariencias, sino juzgad según un juicio justo”.

Más complicado era responder a la identificación de Jesús con Dios. Algo inasumible -hemos de comprenderlo- por los judíos. No podemos decir que las palabras de Jesús que aparecen en el texto sean argumentos. Juan no mantiene esa ilación lógica entre pregunta y respuesta. Son palabras esenciales para comprender a Jesús, su autoconciencia, que reafirman esa identificación con el Padre. Identificación en las obras, identificación en el juicio, identificación en las palabras. Como resumen, identificación en disponer de la vida. En fin, identificación con la voluntad del Padre, “porque el Padre ama al Hijo”. Un amor que une.

¿Qué pensar ante ese amplio y tan denso texto del evangelio? Podemos quedarnos con el valor de la persona humana, de su vida -ahora en tiempo de amenaza generalizada-, que está por encima del respeto al sábado.  Eso sí, una vida que se pueda llamar “eterna”, porque están lo eterno del ser humano: el amor, la búsqueda de la verdad, la intimidad con Dios. Lo que es más fuerte que la muerte. Tras ella alcanza la plenitud.

Martes de la IV Semana de Cuaresma

Jn 5, 1-3. 5-16

Jesús cura al paralítico en un lugar tradicionalmente milagroso. Por eso impresiona más la soledad de este hombre. Lleva enfermo treinta y ocho años y nadie se ocupa de él. El gran milagro del cristianismo es la caridad. Que los hombres lleguen a preocuparse unos de otros y se amen realmente como Dios los ama.

Pero Jesús realiza la curación en un sábado. La obligación de guardar el descanso del sábado era sagrada para un judío. Le recordaba el descanso de Dios en la creación. Y más aún, la liberación de Egipto. Con el tiempo los judíos habían llegado a exageraciones ridículas: estaba prohibido llevar cualquier carga, e incluso, que los médicos ejerciesen su función. De ahí el escándalo y la irritación de los judíos por la conducta de Jesús: quebrantaba una tradición santa.

Jesús, en realidad, quiere enseñarles un cumplimiento menos literal y vacío del descanso en día de sábado. El descanso no consiste simplemente en “no hacer nada”. Hay que hacer el bien, acudir en ayuda de los demás, y sobre todo en “´sábado”. Porque el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Jesús recuerda al paralítico, que en adelante debe alejar de su vida el pecado, puesto que ha desaparecido de él la enfermedad que es su signo.

La obra del Padre es la creación. Cuando en el relato del Génesis se nos dice que Dios descansó, no debemos interpretarlo literalmente en el sentido de que Dios interrumpe su actividad creadora. De ser así, el mundo dejaría de existir. El Padre sigue creando y conservando el universo y la vida. Ni por un momento se desentiende del mundo al que ama y quiere salvar. Y el Hijo, enviado por el Padre, viene a mostrar con sus signos, de modo evidente y palpable, la constante acción salvadora de Dios, la continua creación que culminará en la Nueva Creación. Con Jesús resucitado empieza la nueva y definitiva Creación.

¿La confianza en el Señor, te hace vivir con más tranquilidad los acontecimientos mundiales?

¿Te preocupas por el bien del prójimo como Jesús lo hace con el paralítico?

¿También los fines de semana?

¿Lo haces por el qué dirán?