Feria Privilegiada 20 de Diciembre

Lc 1, 26-38

María es figura principal y signo en el Adviento. Ella, igual que preparo su vientre y el pesebre para recibir a Jesús, nos prepara a cada uno de nosotros. Hoy, podemos acercarnos a María para que junto con ella sensibilizarnos a recibir al Mesías.

¿Quién es María? Nosotros estamos acostumbrados a contemplarla, pero muchas veces la imaginamos como nos han acostumbrado a verla: con grandes ropajes, con grandes coronas, con tronos, como una princesa de cuentos y castillos. La realidad de María debía de ser muy distinta, hasta el punto de que muchos dicen que sería una mujer marginada de acuerdo a las tradiciones judías, hasta por 4 motivos: por ser pobre, por ser mujer, por ser joven y por ser Galilea.

Pero es ella a la que con su fe, ahora hace actual la profecía de Isaías y es ella la que recibe el anuncio del ángel. Dios rompe todos los esquemas humanos y sigue sus propios caminos. Nos enseña que la salvación llega por medios sencillos y humildes.

Pero aún a esta muchachita insignificante del pueblo de Nazaret se le pregunta si acepta ser la madre del Salvador. Dios es el único que respeta la libertad y los derechos aún de los más pequeños y olvidados.

Se sorprende María, pero se atreve a preguntar cómo será posible ser madre permaneciendo virgen. Su diálogo tiene respuestas y explicaciones e imaginando todos los riesgos se atreve a dar un sí lleno de fe que hace realidad el proyecto de Dios y que introduce a Jesús en la historia. Un si pleno y comprometido, un sí desde su pequeñez y sencillez.

Hoy contemplemos a María, junto a ella, miremos cómo se desarrolla la historia de nuestro tiempo, con María dialoguemos sobre la necesidad de Cristo entre nosotros y con ella hablemos si somos capaces también nosotros de dar un sí comprometido, sin condiciones, un sí que haga presente a Jesús en nuestro tiempo, un sí capaz de romper todos los esquemas y todas las adversidades.

FERIA PRIVILEGIADA 19 DE DICIEMBRE

Lc 1, 5-25

El evangelio de Lucas nos presenta a un sacerdote (Zacarías) y a su esposa una descendiente de Aarón (Isabel). Fieles a los mandamientos y preceptos de la ley, sin hijos porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada. Humanamente hablando el entorno y las personas menos apropiadas para que se manifieste la fuerza y la presencia de Dios.

Estamos acostumbrados a buscar a un Dios “milagrero”, de varita mágica y resuelve problemas. El gran milagro de Dios es la fe de su pueblo. “No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo y tú te llenarás de alegría”. La idea central del evangelio es clara: “tu ruego ha sido escuchado”. La fe de un hombre anciano, con una mujer estéril, que confía en su Dios. El ángel le anuncia que el hijo de la promesa “será grande a los ojos del Señor, se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor su Dios, irá delante del Señor con el espíritu y poder de Elías”.

Y resulta que Zacarías se queda mudo, porque ha dudado que Dios pueda hacer mucho más de lo que pensamos o pedimos. La voluntad de Dios pasa también por la confianza ilimitada en EL. A Zacarías le falló entender que lo incomprensible del ser humano es lo comprensible de Dios. “¿Cómo estaré seguro de eso?, porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada”. Es decir, sintió miedo del proyecto de Dios.    La fe es la puerta que nos abre el Espíritu, que es el espejo de la historia, donde su presencia se vuelve tan nítida como la vida. Esa vida que Isabel sintió en sus entrañas transformándola en un seno habitado, en un seno embellecido y dignificado: “Así me ha tratado el Señor cuando se ha dignado quitar mi afrenta ante los hombres”.

FERIA PRIVILEGIADA 17 DE DICIEMBRE

Mt 1, 1-17

San Mateo inicia su Evangelio con la Genealogía de Cristo para indicarnos que Él es el Mesías anunciado desde Abraham y que es verdaderamente humano.

Cada periodo de 14 años nos presenta una etapa de la historia de la salvación en medio de la cual Dios fue construyendo esta misma historia. Dios se mete en nuestra historia de manera total, se hace hombre, se encarna para tomar parte de las realidades humanas (menos del pecado) y desde ahí proponer un estilo de vida.

Jesús no fue una teoría sino una instrucción práctica del amor de Dios. Dios está en nuestra historia personal. El problema es que algunos no le permitimos actuar con libertad y por ello nuestra vida se complica. Dios no es una idea es una persona encarnada, por ello el cristianismo no es una filosofía sino un estilo de vida. Vivámoslo esta Navidad y siempre.

Viernes de la III Semana de Adviento

Jn 5, 33-36

La relación entre Juan el Bautista como precursor y Jesús el Mesías, hoy nos aparece clara.  Juan es llamado el precursor, es decir, un heraldo que va delante del rey manifestándolo y predisponiendo su llegada.

Juan es lámpara que brilla anunciando el sol definitivo.

Juan ha dado un testimonio muy verdadero y venerable, pero aun con su grandeza no es el testimonio definitivo o básico.  Cristo recibe el testimonio todavía más grande y fundamental de Dios mismo.  La fuerza y la verdad de Dios se manifiestan en las obras de Cristo, en su doctrina y en sus milagros.  Estas cosas son, como oímos decir al Señor, las que «dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre».

Igualmente podríamos decir, lo que nos acredita como cristianos no serán ni nuestros títulos y pertenencias a grupos, o nuestro cumplimiento meramente legal o tradicional, sino las obras que realicemos.

Jueves de la III Semana de Adviento

Lc 7, 24-30.

Inmediatamente después que los discípulos de Juan Bautista cumplieron la misión que les había encomendado de encomendada de averiguar sobre la identidad de Jesús, el Señor invita a sus oyentes a reflexionar sobre la persona del bautista y su sobre su misión.

¿“Qué salieron a ver en el desierto”?, pregunta Jesús. ¿Una caña agitada por el viento”? No; él no es una veleta que se mueve al capricho de los hombres. El es un valiente, que con gran firmeza, habla a humildes y poderosos, condena lo que había que condenar y enderezar lo que estaba torcido, sin miedo a las represalias. Él cumplía la misión encomendada por Dios, aún a riesgo de su vida. Esa firmeza de carácter y esa lealtad a su misión, era lo que arrastraba a las multitudes al desierto.

¿“Era un hombre vestido fastuosamente”? Era un hombre del desierto, un asceta, vestido como el más pobre entre los pobres, alimentado con lo que encontraba en el campo: saltamontes y miel silvestre. El era un profeta.

El pueblo tenía a Juan por profeta y su padre Zacarías predijo que sería profeta del altísimo. Como tal, anuncia el castigo de Dios si no hay una conversión radical. Y Jesús mismo dice que es mucho más que profeta. Él es el que porta la salvación de los últimos tiempos, que prepara la venida del Señor. Él cierra la serie de los profetas y los supera a todos pues inaugura el evangelio. Vivió la tragedia de los precursores, que nunca alcanzan la meta a la que han dedicado toda su vida, como Moisés.

Aun los publicanos y prostitutas oyeron y aceptaron su mensaje, se convirtieron y bendijeron a Dios. Pero los fariseos y letrados, no lo aceptaron y frustraron el designio divino. Ellos se cerraron al plan de Dios. Pero no solamente se hicieron sordos a su predicación, sino que también lo persiguieron y lo llevaron a la muerte. Al rechazar a Juan se opondrían también a la predicación de Jesús, que correría la misma suerte de su precursor.

Miércoles de la III Semana de Adviento

Lc 7, 19-23.

La misión de Juan el Bautista había sido magnífica: descubrir entre quienes le seguían al Mesías; afirmar su grandeza, muy superior a la suya. Sin embargo, su idea del Mesías era algo distinta de la que mostraba Jesús. Juan creía que Jesús pronto pondría las cosas en su punto. Para lo que había que cortar el árbol seco o inútil, sin frutos, sin dilación. Entendía la misión de Jesús como la de quien impone la justicia. Una justicia justiciera. Mientras que la justicia de Jesús es llevar a todos la salvación. Que implica el perdón, la misericordia, desde el afecto. Esa salvación que, como se indica en la primera lectura, solo puede venir de Dios. Como solo la fuerza de Dios puede realizar lo que Jesús realiza cuando logra la liberación de diversos males físicos y espirituales: ceguera, enfermedades, malos espíritus…

Juan Bautista, al ver el modo de actuar de Jesús, dudó si había acertado al proclamar a Jesús como el verdadero Mesías. Su duda, se alimentaba de su prisa por ver que el mundo, el ser humano cambiaba de raíz; y percibir que no era así. Se sentía defraudado por Jesús. Algo muy duro para él. Vivía en la duda, y quiere que el mismo Jesús le resuelva. Jesús acude, no a teorías, sino a hechos: ¿qué ser humano puede hacer lo que él hace, si Dios no está con él, y tiene el poder que sólo Dios tiene?

También a nosotros nos puede defraudar Jesús, cuando, a pesar de que creemos que llevamos una vida digna, de proclamarle ante los demás, a veces jugándose la consideración social, vemos como la vida se complica: nos quedamos sin poder ante el mal que nos atropella…y Cristo no viene en nuestra ayuda. ¿Habremos apostado por confiar en alguien, que se despreocupa de nosotros? Tiene que resonar con fuerza lo que Jesús dice que digan a Juan los enviados para plantearle sus dudas sobre él: “Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”.

Martes de la III Semana de Adviento

Mt 21, 28-32

En el evangelio de Mateo, en este capítulo, Jesús acaba de expulsar del templo a los vendedores y cambistas, unos fariseos le hostigaron preguntándole que con qué autoridad hacía eso, y Jesús les responde con otra pregunta, pues les inquiere sobre si el bautismo de Juan era obra del cielo o de los hombres, y estos fariseos no quisieron contestarle, entonces Jesús tampoco les responde a la pregunta que le habían hecho, pero, sin embargo, les pone el ejemplo de los dos hijos a quienes el padre les pide que vayan a trabajar a la viña, el primero dijo “no quiero” pero luego se arrepintió y fue, y el segundo repuso “si padre, descuida que voy” pero no fue.

Les pregunta quien ha cumplido la voluntad del padre y ellos contestaron que el primero, entonces Jesús les recrimina diciéndoles que aquellos que son considerados impuros (publicanos y prostitutas), van por delante de ellos en el Reino de Dios, pues creyeron en las enseñanzas de Juan el bautista, sin embargo, los que os consideráis puros y fieles cumplidores de la ley, no creísteis en el camino de la justicia que os intentó enseñar Juan.

Esta actitud es tremendamente actual, ¡cuántos de los considerados “oficialmente buenos” en su interior no son como lo que pretenden aparentar!, son como los define Jesús, “lobos cubiertos con piel de cordero”.

El saber popular los define como “fariseos” pues dicen una cosa y actúan totalmente al contrario. ¡Qué extendido está esto en nuestro mundo! ¡Cuántos falsos profetas! ¡Cuántos se aprovechan de la buena intención de los inocentes para engañarlos y esquilmarles lo poco que tienen!

¿Nos consideramos pobres y humildes en nuestra relación con Dios?

¿Somos lobos con piel de carnero?¿Realmente somos lo que aparentamos?

Lunes de la III Semana de Adviento

Mt 21, 23-27

Son muchas las posibilidades que la Palabra nos ofrece para que nuestros pies “hagan suelo” y nos situemos frente a la vida y los dilemas desde la experiencia de la fe. En realidad, es en esas situaciones, que podemos contemplar si la experiencia de Dios está arraigada en el corazón o si se encuentra en un periodo de fragilidad.

El evangelio de hoy nos presenta la confrontación y el cuestionamiento que Jesús recibe por parte de los sumos sacerdotes y ancianos: ¿con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado tal autoridad? No es de desperdiciar el espacio en el cual ocurre: el templo.

Jesús no entra en el juego fácil. Con inmensa habilidad responde con otra pregunta, que les obliga a pensar. Jesús les da la oportunidad de “caer en la cuenta” de lo qué es más importante para ellos. Expresar ignorancia es el “camino del medio” que no compromete. Sí, afirmar que no saben, no les responsabiliza frente a las personas que escuchan, pero sus corazones ya están enredados: se hacen conscientes que es mejor no responder porque lo que les mueve son intereses mezquinos.

Una vez que los ancianos y sumos sacerdotes se posicionaron desde sus intereses, Jesús tomó las riendas del diálogo y, con una autoridad que brota del amor, utiliza las mismas reglas del juego. Y es interesante percibir como Jesús no opta por el “camino del medio”, sencillamente les dice: “Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”.

Jesús sí sabe y es consciente. Sencillamente no se deja enredar por intereses mezquinos que pretenden confundir a las personas que buscan, que procuran el sentido de sus vidas, que se aproximan del deseo más profundo de Dios. El Maestro nos muestra el camino: una creativa audacia que favorece el posicionarnos personalmente para ni ser objeto de manipulación ni permitir que otras personas sean víctimas de los intereses de otros.

Sábado de la II Semana de Adviento

Mt 17, 10-13

Este pasaje está ubicado cronológicamente tras la transfiguración. En ese momento, Jesús habla con sus discípulos sobre una de las personas que aparecieron en la visión del monte Tabor: Elías. Admite, como decían los maestros de la ley, que Elías tenía que venir antes del juicio pero advierte que eso ya ha sucedido sin que ellos se dieran cuenta. De este modo; invita a los discípulos a discernir el plan de Dios que está ante sus ojos.

El tiempo de la conversión, la curación de las relaciones humanas y de la relación con Dios ha llegado. Para que entiendas su urgencia, el Maestro identifica a Elías con Bautista. Este misterio se revela a los que, por su docilidad de fe están dispuestos a acoger la predicación de Juan con su invitación a convertirse y prepararse para el encuentro del que viene, de hecho, los discípulos lo entienden. Sin embargo, al poco caen en la terquedad y la incredulidad.

Como puntos capitales para nuestra vida destacan especialmente dos aspectos. Uno de ellos es mi relación con Dios, que me pide volver a Él. El otro es el de sanar mis relaciones con el prójimo. Debemos dejarnos interpelar por el Bautista que invita a una unir nuestra vida a la alianza con el Señor y a rechazar el pecado. Observemos qué obstáculos ponemos al camino de la palabra divina, a veces incómoda, pero que si nos dejamos impregnar por ella supera con mucho nuestras flaquezas. Por eso, siempre sale victoriosa.  Tenemos un Dios que nos da el don del perdón por medio de su Hijo. Sólo así sabremos reconocerlo.

¡Demos gratis lo que gratis hemos recibido!

Viernes de la II Semana de Adviento

Mt 11, 16-19

El Evangelio de Mateo nos sitúa ante las personas que nunca están contentas con nada. Todo les parece insuficiente, detestable, ni son capaces de reír con los que están alegres, ni son capaces de llorar con los que sufren: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado.

Así es la dureza del corazón cuando se vuelve insensible, nada les conmueve a las personas ingratas. Son incapaces de la empatía, incapaces de aceptar los cambios que regeneran la vida, incapaces de dejarse moldear por la ternura que la infancia puede hacernos despertar.

Es la comparación que Jesús hace en el Evangelio con respecto a la generación de su tiempo, que no escuchó a Juan el Bautista, ni su mensaje de conversión, ante el cual todos pensaban que tenía un demonio. Y tampoco escucharon a Jesús, que invitaba a la alegría, al compartir, su mensaje era de amor y reconciliación, compartía su intimidad con Dios y sus hermanos los hombres. Tampoco fue suficiente para ablandar los corazones de los hombres de su pueblo. Era un comilón y un borracho.

Ni reír, ni llorar son los hechos frente a la promesa y sabiduría de Dios.

La insatisfacción generalizada y la ingratitud muestran una generación con un corazón de piedra. El reír y el llorar muestran al hombre sabio, abierto a la Palabra de Dios y al sentido de felicidad que ofrece, abierto al compartir la vida que conmueve mi interior porque la fe me permite una cercanía a los sufrimientos y a las alegrías de los hermanos. La fe no puede hacernos insensibles a nuestra realidad.

Los hechos dan la razón a la sabiduría de Dios