Basílica de Letrán

Jn 2, 13-22

Se ha considerado siempre en la exegética cristiana este texto de Ezequiel como una especie de alegoría del Cuerpo de Cristo, que es Templo por antonomasia. El agua que brota limpia, pura es la que auténticamente da Vida y la hace renacer cuando desemboca en otras aguas corrompidas y sucias: las limpia, genera un nuevo entorno de Salvación.

Para nosotros, cristianos, Jesús es el Señor de la Gracia, que llega hasta nosotros y nos otorga la Vida con mayúsculas. Aun en las situaciones más difíciles, cuando el pecado con su poderosa inercia de mal y hediondez nos envuelve, el Señor viene a nosotros, nos limpia y nos convierte en verdaderos templos donde Él se hace presente por el Bautismo.

Tendríamos que valorar, más allá de los signos y las celebraciones anejas al sacramento, la importancia de nuestro bautismo y como el Señor nos hace “nacer de nuevo” con su gracia. El bautizado es otro Cristo y el agua recibida está llamada a ser torrente que genere vida donde solo aparece sequedad, indiferencia, podredumbre entre nuestros hermanos los hombres.

Destruid este templo y en tres días lo levantaré

Vivimos unos momentos en que la Iglesia se encuentra sometida a continuas críticas sobre distintas acciones u omisiones respecto a temas como el de los abusos a menores, corrupciones e incluso continuas diatribas respecto a los divorciados vueltos a casar, el papel de la mujer… Lo más significativo es que todo ello se enfoca hacia el 1% de la Iglesia, que es el clero, mientras que el resto de la comunidad permanece en una pasmosa pasividad unida a los meros espectadores o lectores de estas noticias que se difunden en los medios de comunicación.

También los laicos somos Iglesia, somos ese Templo donde se comercia con animales y que más parece “una cueva de ladrones”. El Evangelio de San Juan nos muestra a Jesús realmente indignado, escandalizado, que sorprende por su vehemencia incluso a los suyos. Es este mismo Jesús que dice a la Samaritana que ha llegado ya el día en que a Dios se le adore en espíritu y verdad, que el verdadero templo son los corazones de las personas, de la comunidad donde Él se sigue haciendo presente con su Espíritu.

Dijimos ya en el comentario a la primera lectura que el cristiano es otro Cristo y, como Él, tenemos que ser y sentirnos responsables del Templo, de la Iglesia, exigiendo, pero también comprometiendo nuestra vida para que la Gracia realmente llegue como agua limpia fresca y pura al corazón de los hombres. Es el agua de la Pascua, que nada ni nadie podrá destruir jamás.

Se celebra hoy la Dedicación de la Basílica Mayor de San Juan de Letrán en Roma, la Catedral o cátedra de su primer obispo, San Pedro, que dio testimonio de la fe con su propia vida. Fue propiamente la primera iglesia cristiana tras el Edicto de Milán en que se autorizó por el Imperio el culto público.

“Para comprender bien el episodio evangélico de hoy, debemos subrayar un detalle importante. Los cambistas estaban en el patio de los paganos, el lugar accesible a los no judíos. Este mismo patio se había transformado en un mercado. Pero Dios quiere que su templo sea una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56,7). De ahí la decisión de Jesús de derribar las mesas de cambio de moneda y expulsar a los animales. Esta purificación del santuario era necesaria para que Israel redescubriera su vocación: ser una luz para todos los pueblos, un pequeño pueblo elegido para servir a la salvación que Dios quiere dar a todos. Jesús sabe que esta provocación le costará cara… Y cuando le preguntan: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?» (v. 18), el Señor responde diciendo: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (v. 19).”

Basílica de Letrán

Basílica significa: «Casa del Rey».

En la Iglesia Católica se le da el nombre de Basílica a ciertos templos más famosos que los demás. Solamente se puede llamar Basílica a aquellos templos a los cuales el Sumo Pontífice les concede ese honor especial. En cada país hay algunos.

La primera Basílica que hubo en la religión Católica fue la de Letrán, cuya consagración celebramos en este día. Era un palacio que pertenecía a una familia que llevaba ese nombre, Letrán. El emperador Constantino, que fue el primer gobernante romano que concedió a los cristianos el permiso para construir templos, le regaló al Sumo Pontífice el Palacio Basílica de Letrán, que el Papa San Silvestre convirtió en templo y consagró el 9 de noviembre del año 324.

Esta basílica es la Catedral del Papa y la más antigua de todas las basílicas de la Iglesia Católica. En su frontis tiene esta leyenda: «Madre y Cabeza de toda las iglesias de la ciudad y del mundo».

La festividad de la dedicación de la Basílica de Letrán, nos da la oportunidad de reflexionar en los diferentes sentidos que ha tomado la palabra Templo, de mucha importancia para nuestra vida espiritual y comunitaria.

El pueblo de Israel tenía un solo Templo y en él se congregaba toda la nación.  Era único y no solamente se apreciaba por su gran construcción, sino que se tenía como un signo verdadero de la presencia de Dios.  Al Templo debían de acudir todos los israelitas a presentar sus ofrendas, a hacer sus oraciones y promesas.  Así se percibe como una fuente de salvación en la primera lectura de Ezequiel. “del Templo brota el agua viva que sostiene al pueblo”

Tanta importancia adquirió el Templo que fue desplazando su verdadero sentido y se volvió en una fuente de poder tanto económico como político, manipulando su sentido religioso.

San Juan nos narra los continuos enfrentamientos de Jesús con quienes ostentaban la autoridad en el Templo y sus críticas duras a las actitudes de quienes, por una parte, se aprovechaban del Templo, pero por otra lo desprestigiaban.

El evangelio de este día nos muestra a Jesús expulsando a los mercaderes, volcando las mesas, regañando a los vendedores de palomas, la profanación que se ha hecho del Templo al convertirlo en mercado.  Pero al mismo tiempo se presenta Cristo como el nuevo Templo, desplazando el lugar de la presencia de Dios hacia su propia persona, y con otros pasajes manifestándonos que a Dios se le puede encontrar en todos sitios donde se le adore en espíritu y verdad.

Así pues, tenemos en Cristo un nuevo Templo a dónde acudir para encontrarnos con Dios.  Pero también nosotros somos templos de Dios y también en nosotros se hace presente.  También para nosotros pueden ser las palabras de Jesús de que hemos pervertido nuestro cuerpo y nuestra persona transformándolo en mercado cuando estaba destinado para ser Casa de Dios.

Nosotros, todos, somos piedras vivas que hacemos la construcción de la Casa de Dios, la Iglesia.

Hoy reflexionemos en esos diferentes sentidos que puede tener la palabra Templo: Casa de Dios, el mismo Jesús, la Iglesia y la persona de cada uno de nosotros.

Nuestra persona, ¿La hemos conservado como Casa de Dios?