Jueves de la V Semana Ordinaria

1Re 11, 4-13

Los días pasados admirábamos la cumbre del esplendor de Salomón, hoy vemos su caída.  En aquel tiempo, él tenía muchas mujeres, era un signo de riqueza y de poder más que de depravación de costumbres.  los reyes solían unirse con muchas mujeres provenientes de distintas naciones, para hacer alianzas con esos pueblos.

Lo que el autor reprocha a Salomón no es su poligamia sino su idolatría.  Sus mujeres seguían dando culto a sus ídolos originales y Salomón cedió.  Se hace especial mención de Molok, a este ídolo se le sacrificaban niños que eran quemados.

Salomón finalmente es infiel a Dios y es rechazado por Dios, como lo había sido antes Saúl.  Escuchamos la amenaza de los castigos y su atenuación: «por consideración a David, tu padre».

El reino será dividido de nuevo.

Hoy podríamos pensar en las modernas idolatrías, la adoración de la riqueza, del poder, de los placeres, el egoísmo, a cuyos ídolos se sacrifican tantos valores.  Hoy se siguen sacrificando innumerables niños y esto llega a ser defendido y legalizado (Aborto).

Mc 7, 24-30

El hecho de que el milagro se realice en territorio no judío, la región de Tiro, y en favor de una persona pagana, una fenicia, no es meramente geográfico o anecdótico.  Es signo de universalidad; Cristo salva a quien se abre a Él desde la fe.

El aparente rechazo de la mujer por parte del Señor, la comparación entre perritos e hijos, que en un aspecto podría parecer denigrante, pone más de relieve la firmeza de la fe de la mujer, por la que su hija recibe la salud.

De nuevo nos aparece la fe de una pagana contraposición al rechazo o al escepticismo de miembros del pueblo escogido, sobre todo de sus dirigentes.

Todo esto es para nosotros una nueva llamada a la fe, a la apertura sencilla y total al Señor y a los hermanos.

Jueves de la V Semana Ordinaria

Mc 7, 24-30

La verdad es que el pasaje evangélico de hoy, las palabras que Jesús dirige a la madre pagana que le pide que cure a su hija poseída por un espíritu inmundo… nos resultan duras y sorprendentes y dan pie para pensar que Jesús, en un primer momento, sólo quería predicar al pueblo judío. Pero, siguiendo adelante en esta escena, caemos en la cuenta que atedió el ruego insistente y confiado de esta madre afligida: “Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija”.

Por todo lo que sabemos de la vida de Jesús, es claro que quiso predicar su buena noticia a todos y nos pidió a sus seguidores que la divulgásemos por las cuatro esquinas del universo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. El sublime tesoro que él nos trajo de parte de Dios no podía quedar reducido a su pueblo. Estaba destinado a toda la humanidad. El amor de Dios, la luz de Dios, el perdón de Dios, la bondad de Dios, las promesas de Dios, las curaciones de Dios, el cielo de Dios… están destinados a todos los hombres de todas las épocas.