Jueves de la XXVIII Semana Ordinaria

Ef 1, 1-10

Desde hoy y hasta dentro de ocho días, leeremos páginas escogidas de la carta de san Pablo a la comunidad cristiana de Éfeso.  Esta carta, junto con la de los filipenses, colosenses y Filemón son llamadas «cartas de la cautividad», por haber sido escritas desde la cárcel.

Esta carta fue muy probablemente escrita en Roma, durante los dos años de cautividad romana (61-63).  Esta carta ha sido considerada la más profunda de las epístolas paulinas.

Desde el principio, Pablo se «lanza» en un magnífico himno de alabanza trinitaria.  Este himno, completo lo deberíamos meditar, y reflexionar en oración.  En él, Pablo nos expresa la dinámica del plan de Dios, dinámica a la que nos ha llamado, dinámica que debemos agradecer y… vivir.

Lc 11, 47-54

Seguimos oyendo las invectivas del Señor contra los fariseos y los doctores de la ley, es decir, la gente más religiosa por su conocimiento y su apego a las disposiciones judías.  El peligro para nosotros sería el oír todo esto como una realidad del pasado y aplaudiendo al Señor por haberles «cantado sus verdades» a los dirigentes del pueblo y no escuchar todo como Palabra de Dios que es, es decir, palabra para nosotros hoy.

Nosotros también podemos «matar y perseguir» a los profetas que Dios nos manda hoy; tal vez no matándolos en el sentido biológico, pero también hay muertes y persecuciones ideológicas…

Nosotros también podemos, como los doctores de la ley del tiempo de Jesús, «guardar la llave de la puerta del saber».  No entrar y no dejar entrar, sobre todo con nuestro ejemplo.  Tal vez con la palabra construyamos, pero con nuestro testimonio destruyamos.

La Palabra nos ha cuestionado, el Sacramento nos vivificará.

Jueves de la XXVIII Semana Ordinaria

Lc 11, 47-54

Sigue Jesús descubriendo la verdad, más bien la mentira, de los fariseos y de los juristas, con dos nuevos “ayes”. Se lamenta Jesús que levanten mausoleos a los profetas cuando fueron sus padres quienes les mataron… aprobando así lo que ellos hicieron. Por desgracia, la muerte de los profetas, de los que hablan en nombre de Dios, por parte del pueblo a quienes se dirigen, es una constante en la historia religiosa, que llega su punto culminante cuando las autoridades judías matan a Jesús, al mismo Hijo de Dios, el que vino a ofrecernos las palabras de Dios sobre cómo vivir nuestra vida humana, y alcanzar la salvación.

También se lamenta Jesús, en un nuevo “ay”, de que los juristas no quieran trasmitir la verdad, encerrándola, quedándose con la lleve del saber, sin dejar que llegue a sus destinatarios. Una advertencia para todos los cristianos, para todos los predicadores cristianos que hemos de transmitir el evangelio de Jesús tal como él nos lo predicó, su verdad, la verdad que salva, libera y da sentido a nuestra vida. 

Jueves de la XXVIII Semana Ordinaria

Lc 11, 47-54

En el Evangelio de hoy, escribas y fariseos se consideran justos y Jesús les hace ver que solo Dios es justo, porque los doctores de la ley se han “quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar”. Ese apoderarse de la capacidad de comprender la revelación de Dios, de entender el corazón de Dios, de comprender la salvación de Dios –la llave del saber–, podemos decir que es una grave omisión: se olvida la gratuidad de la salvación, se olvida la cercanía de Dios y se olvida la misericordia de Dios. Y los que olvidan la gratuidad de la salvación, la cercanía de Dios y la misericordia de Dios, se apoderan de la llave del saber.

Así pues, se olvida la gratuidad. Es la iniciativa de Dios la que nos salva, pero estos se inclinan por la ley: la salvación está ahí, para ellos, y llegan a un montón de prescripciones que, de hecho, para ellos se convierten en la salvación. Pero así no reciben la fuerza de la justicia de Dios. La ley, en cambio, siempre es una respuesta al amor gratuito de Dios, que tomó la iniciativa de salvarnos. Y cuando se olvida la gratuidad de la salvación se cae, se pierde la llave del saber de la historia de la salvación, perdiendo el sentido de la cercanía de Dios. Para ellos Dios es el que ha hecho la ley. Y ese no es el Dios de la revelación. El Dios de la revelación es el Dios que empezó a caminar con nosotros, desde Abraham hasta Jesucristo, Dios que camina con su pueblo. Y cuando se pierde el trato cercano con el Señor, se cae en esa mentalidad obtusa que cree en la autosuficiencia de la salvación con el cumplimiento de la ley.

Cuando falta la cercanía de Dios, cuando falta la oración, no se puede enseñar la doctrina ni hacer teología, mucho menos teología moral. La teología se hace de rodillas, siempre cerca de Dios. Y la cercanía del Señor llega a su punto más alto en Jesucristo crucificado, habiendo sido nosotros justificados por la sangre de Cristo, como dice San Pablo. Por eso, las obras de misericordia son la piedra de toque del cumplimiento de la ley, porque se va a tocar la carne de Cristo, tocar a Cristo que sufre en una persona, sea corporal o espiritualmente.

Además, cuando se pierde la llave del saber, se llega también a la corrupción. Pienso en la responsabilidad de los pastores de la Iglesia hoy: cuando pierden o se apoderan de la llave del saber, cierran la puerta a nosotros y a los demás. Me tocó oír varias veces a párrocos que no bautizaban a los hijos de las madres solteras, porque no habían nacido en el matrimonio canónico. Cerraban la puerta, escandalizaban al pueblo de Dios. ¿Por qué? Porque el corazón de esos párrocos había perdido la llave del saber. Sin ir tan lejos en el tiempo y en el espacio, hace un tiempo, en un pueblo, en una ciudad, una madre quería bautizar al hijo recién nacido, pero estaba casada civilmente con un divorciado. El párroco le dijo: “Sí, sí. Bautizo al niño. Pero tu marido está divorciado. Que se quede fuera, no puede estar presente en la ceremonia”. ¡Esto pasa hoy! Los fariseos, los doctores de la ley no son de aquellos tiempos, también hoy hay muchos. Por eso es necesario rezar por los pastores. Rezar para que no perdamos la llave del saber y no cerremos la puerta a nosotros y a la gente que quiere entrar.