Jueves de la XXXII Semana Ordinaria

Filemón 7-20

Hoy escuchamos la parte central de la carta a Filemón.

Pablo se dirige a un cristiano a quien él convirtió, a un hombre rico de Colosas.  Pablo aboga en favor de un esclavo de este hombre: Onésimo.  Onésimo significa «útil», por eso Pablo hace un juego de palabras: «el que en otro tiempo te fue inútil  -se había escapado- pero ahora es muy útil para ti y para mí».  Onésimo había buscado refugio junto a Pablo y allí se convirtió a la fe cristiana.

Oímos la forma tan delicada e ingeniosa como Pablo le pide no castigue al prófugo sino que, al contrario, lo reciba como a un hermano.

Pablo dice algo que en su ambiente sonaría como una cosa super-enorme: le pide que lo reciba como a un hermano, pues: «Cuánto más habrá de serlo para ti, no sólo por su calidad de hombre, sino de hermano en Cristo».

Lc 17, 20-25

La pregunta que los fariseos hacen a Jesús: «¿Cuándo llegará el Reino de Dios?», expresa el ansia esperanzadora de Israel; los apóstoles mismos la hacen: «¿Es ahora cuando vas a restaurar el Reino?»

Esta fórmula expresaba todos los anhelos del pueblo, pero la mayoría esperaba un reino material, de fuerza, de poder, de ejércitos, de revancha de las humillaciones de Israel, de predominio sobre los otros pueblos.

Jesús los decepciona sin duda, al presentarles otras perspectivas: «El Reino de Dios no llega aparatosamente».  No está localizado, el Reino de Dios es ante todo interior: «Ya está entre ustedes».

Jesús presenta en perspectiva el día del cumplimiento del Reino, pero antes hay que trabajar por él, sufrir rechazo y persecuciones.  Habrá muchos que intentarán aparecer como el Mesías que viene; no traerán sino decepción y destrucción.  En nuestros días los hemos visto.

¿Oramos con fe comprometida: «Venga a nosotros tu Reino»?

¿Vamos tratando de que ese Reino sea real en nuestro corazón, en nuestra familia, en toda nuestra comunidad?

Jueves de la XXXII Semana Ordinaria

Lucas 17, 20-25

Unos fariseos se acercan a  Jesús para preguntarle cuándo va a llegar el reino de Dios. El reino de Dios es esa sociedad de hombres y mujeres que nombran a Dios como el Rey y Señor de sus vidas. Ese reino de Dios ya ha empezado en nuestra travesía terrena, pero al lado de Dios hay otros reyes que llaman a la puerta de los corazones humanos para reinar en ellos, como el dinero, el prestigio, el placer… y de hecho reinan en bastantes corazones humanos, pero llegará un día en que solo existirá el reinado de Dios, lo que llamamos cielo. Todos los otros reyes desaparecerán de la esfera humana. En ese reino, en su segunda y definitiva etapa, solo reinará el Amor, solo reinará Dios. “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte, ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado”.

Lo cierto es que Jesús no responde con claridad a la pregunta de los fariseos: “Como el fulgor del relámpago brilla de un horizontes a otro, así será el Hijo del Hombre en su día”. Nos basta saber la promesa de Jesús de que el reino de Dios en su plenitud existirá. 

Jueves de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17, 20-25

El relato del evangelio está situado en la segunda parte de la obra, en el que Lucas nos narra el recorrido de Jesús en el camino de Galilea hacia Jerusalén (9,51).

Los fariseos, piadosos y cumplidores de la Ley, se acercan a Jesús a preguntarle por el horizonte de la esperanza judía: ¿Cuándo será la restauración del Reino de Dios por intervención del Mesías?  El Reino de Dios formaba parte de la esperanza mesiánica.  Dios va a reinar y trae con Él un reino diferente al de los hombres, es un Reino de justicia, de paz y de fraternidad (Is 52,7-12). Los fariseos que conocen bien la Escritura no solo le preguntan por el momento en que llegará el Reino sino por los signos que le precederán y anunciarán su venida.

Jesús afirma que el Reino no va a llegar y menos con signos espectaculares y terribles, porque el Reino “ya está en medio de nosotros”. El Reino no va a irrumpir con señales aparatosas y catastrofistas, celestes o terrestres, como creía el judaísmo de la época, sino que manifiesta su presencia con otras señales, como ya ha dicho a los enviados de Juan Bautista: los ciegos ven, los cojos oyen, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan se anuncia a los pobres la buena noticia… (Lc 7,22). El Reino trasciende todo lugar y todo momento porque no es algo externo, sino que es una experiencia interior: “esta entre vosotros”.

Con su paso por la tierra, Jesús ha inaugurado el Reino. Descubrirlo y hacerlo visible depende de nosotros, sus seguidores. Para ello hemos de hacer patentes sus señales. Estamos llamados a realizar los signos del Reino para que realmente otros perciban que ya está “en medio de nosotros”. En este tiempo de pandemia, en que nuestra vulnerabilidad humana se ha puesto “a flor de piel,” se nos invita especialmente a hacer esos signos acompañando y dando consuelo y esperanza a aquellos que están sufriendo, y compartiendo solidariamente con los que se han quedado en la cuneta de la sociedad en estos momentos. Como nos ha dicho el papa en “Un plan para resucitar”: Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia. ¿Qué voy a aportar para impulsar dinámicas que sean signos del Reino ya presente en medio de nosotros?