La Transfiguración del Señor

Lc 9, 28b-36

En días pasados, pedí a niños muy pequeños de una comunidad que iluminaran con colores algunas láminas bíblicas. Algunos de ellos son tan pequeñitos que casi no tienen costumbre de usar los colores y para quienes las primeras veces es difícil combinar los colores. Así uno de ellos, tomó un color muy oscuro y empezó a rellenar el rostro de Jesús. Cuando terminó era imposible reconocer el rostro del maestro sentado en medio de sus discípulos. Él lo hacía en su ingenuidad y con orgullo mostraba su trabajo.

Yo me quedé pensando como nosotros, borramos y oscurecemos el rostro de Jesús cuando por nuestras ambiciones y egoísmos lo cubrimos con nuestros propios colores a nuestro capricho.

La Trasfiguración es todo lo contrario: manifestar el verdadero rostro de Jesús para que sus discípulos, que lo verán velado por el dolor y la cruz, no se olviden de ese rostro resplandeciente.

Es difícil reconocer el rostro de Jesús en muchas ocasiones, pero al mismo tiempo que ese rostro resplandeciente se nos manifiesta nos recuerda que sigue presente en el rostro de todos y cada uno de los hermanos.

Los rostros de los campesinos desilusionados con sus labores que no son reconocidas en su justo valor; los rostros de las mujeres despreciadas, abusadas y violentadas; los rostros de los niños que miran con incertidumbre el futuro; los rostros de miles de obreros que han perdido la esperanza; los rostros de las familias destrozadas por la migración y los egoísmos, en fin miles de rostros que hoy nos hacen presente el rostro de Jesús.

La manifestación de Jesús en este día nos dé valor para descubrirlo, limpiarlo y tratarlo con dignidad en esos rostros deformados.

El rostro resplandeciente nos ayude a llenar de luz, la oscuridad de nuestros caminos. El rostro en comunión con la ley y los profetas, nos aliente en nuestra búsqueda de verdadera justicia. Que la Palabra del Padre que resuena en este acontecimiento: “Éste es mi Hijo, mi escogido, escuchadlo”, nos lleve a descubrir y a escuchar a Jesús en cada uno de los rostros de nuestros hermanos.

La Transfiguración del Señor

Mc 9, 2-10

Dicen los entendidos que el cuerpo de una persona cambia constantemente y que en pocos años casi todos sus componentes son nuevos. Claro hay algunos elementos que nunca cambian. Sin embargo, este cambio del cuerpo nos puede hacer pensar en la transformación que interiormente debemos tener.

Si con el paso de los años nos vamos transformando física, emocional y espiritualmente, tendremos que tener muy en cuenta lo que en este día nos ofrece el Señor Jesús.

Sus discípulos no acaban de entender la gran misión que tienen, mucho menos pueden entender que Cristo les empiece a hablar de sacrificios, de sufrimiento y de muerte.

Para alentarlos, Cristo toma a tres de ellos, los lleva aparte y sube al monte con ellos. Entonces se transfigura en su presencia. Vestidura blanca, rostro resplandeciente y Moisés y Elías conversando con Él. Todo tiene su gran símbolo y para los discípulos es una belleza que nunca podrían imaginar. Además, los dos grandes “personajes” del pueblo de Israel vienen a dar testimonio de Jesús. Por eso, Pedro puede exclamar: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí” y propone hacer tres tiendas, olvidándose por completo de hacer una para ellos.

Pero falta lo mejor: la voz del Padre que dice: “Este es mi Hijo, mi escogido; escuchadlo”. Así a los testimonios del resplandor y de los personajes se añade la voz del Padre, pero con una clara indicación, escuchar a Jesús. Es la clave para superar las dificultades en su seguimiento, es la fortaleza para continuar en su camino.

La transfiguración da aliento a los apóstoles para poder seguir a Jesús. También nosotros debemos mirar a Jesús y escuchar su palabra. Si lo contemplamos en lo que hace, en lo que dice, en su muerte, pero sobre todo en su resurrección, encontraremos motivos de esperanza para continuar en el camino.

La contemplación de Jesús nos debe alentar y abrir los ojos para poder también nosotros transformarnos y transformar nuestro mundo. Pero no podemos quedarnos en contemplación. Jesús baja con sus discípulos del monte y les habla de su muerte y resurrección, que también nosotros, junto con Cristo caminemos en la vida diaria hacia la muerte y resurrección del Señor.

¿Qué cosas debemos transformar? ¿Cómo nos alienta Jesús? ¿Cómo sentimos sus palabras: “Yo estoy contigo”?