Lunes de la II Semana Ordinaria

1 Sam 15, 16-23

El distanciamiento entre el rey Saúl y el profeta Samuel se fue haciendo cada vez más grande.  En los preparativos de la guerra contra los filisteos, Saúl no esperó al profeta y sacerdote y él mismo ofreció los sacrificios.  Ahora en la guerra contra Amalec no obedeció la orden del profeta de entregar al anatema todo el botín.  El anatema, aunque hoy no embone con nuestros criterios, tenía un sentido religioso: el pueblo, todo es de Dios, sus obras son las obras de Dios, el éxito es de Dios, Dios es el dueño de la vida y la muerte.  Al darse el anatema, todas las personas y animales son muertos, los objetos preciosos van al santuario.  La desobediencia de Saúl al profeta es una desobediencia contra Dios.

Oímos el principio religioso que es muy válido: «La obediencia vale más que el sacrificio.  La rebelión contra Dios es tan grave como el pecado de hechicería».  Y luego, la sentencia: «Por haber rechazado la orden del Señor, Él te rechaza a ti como rey».  En el conflicto anterior, el profeta había añadido: «Yahvé se ha buscado un hombre según su corazón».  Comienza a apuntar la vocación de David.

Mc 2, 18-22

Hay personas que comen menos porque no tienen los suficiente para comer.  Hay otras personas que lo hacen por motivos de salud: excluyen ciertos alimentos y regulan la cantidad de otros.  Otras personas lo hacen por motivos estéticos: hay que guardar la línea.

Los fariseos, la gente más religiosa de Israel, y los discípulos de Juan, ayunaban dos veces a la semana.  Era una forma de pedir la venida del Mesías.

Jesús vuelve a utilizar la comparación esponsalicia para expresar la unidad de amor entre Dios  y su pueblo.

El cristiano ha practicado siempre el ayuno, pero siempre se nos recuerda el porqué de esa práctica.  No es sólo, no puede serlo, meramente legal, porque está prescrito.  Ni dolorístico.  Debe tener siempre el sentido en que se insistió tanto en los principios: el sentido de caridad.  Me abstengo de algo necesario para dar al que no tiene lo necesario; y no como lo hacemos de ordinario, que damos sólo si nos sobra (¿es esto cristiano?).

En esta Eucaristía  -comida del cuerpo y sangre de Cristo, expresión y hechura de unidad-  acordémonos de los que no tienen el alimento del cuerpo y del alma.

Lunes de la II Semana Ordinaria

Mc 2, 18-22

El evangelio viene hoy a reforzar esta presentación de Jesús como la novedad por excelencia.

A partir de una pregunta relacionada con la práctica religiosa del pueblo, Jesús se desmarca totalmente del modo en el que los diferentes grupos religiosos de su tiempo consideraban que era preciso rendir culto a Dios.

El ayuno, una práctica que Jesús recomienda en algunos lugares del evangelio, sirve en esta ocasión para mostrar que la propuesta de Jesús supone una ruptura total con algunos modos de vivir la experiencia de fe y de encuentro con Dios.

Es impensable que los amigos del novio ayunen cuando están con él. De manera similar, Jesús personifica la irrupción de la novedad permanente del Dios Amor, del Dios libre al que no se puede encerrar en un código de normas de conducta.

Seguir a Jesús no consistirá nunca en el cumplimiento de una batería de obligaciones.

Tantos ríos de tinta como se han utilizado para tratar de “explicar” el significado de lo viejo y lo nuevo (el paño, el vino, los odres) y tal vez no sea sino otro modo de decir que no podemos hacer componendas, arreglos… para tratar de hacer compatible a Jesús con nuestras convicciones, costumbres, certezas, estilos…

Él es el Único, el criterio definitivo, la novedad absoluta. Difícilmente le encontraremos tratando de meterlo con calzador en nuestro “universo”. Se trata, más bien, de abrir la mente, el corazón, las entrañas, todo nuestro ser… cada mañana, para acoger con asombro y alegría su novedad, su gracia que nos acoge tal como somos y estamos, y nos alienta para recomenzar, dar pequeños pasos, avanzar.