Lunes de la X Semana Ordinaria

1 Re 17, 1-6

Hoy la primera lectura nos presentaba la figura de un personaje muy singular: el profeta Elías, él, de hecho, encarna en sí, en forma única, la figura del profeta.  Es simplemente «el profeta», recordemos que el pueblo lo esperaba como anunciador de la venida inmediata del Mesías.  Recordemos también cómo Elías aparece, en la transfiguración, al lado de Cristo, junto con Moisés.  Este representa la ley, Elías representa los profetas y, juntos, todo el tiempo de la espera.

Hacia el año 935 se habían separado los dos reinos, estamos en tiempos del rey Acab (874-853), un jefe nefasto, personificador de la tiranía y la impiedad, a él se enfrentará la fuerza de Dios expresada en la debilidad de Elías.

Mt 5, 1-12

Hoy iniciamos la lectura de páginas escogidas del evangelio de Mateo; iniciamos con el capítulo 5, dado que las páginas que tratan de la infancia de Jesús, el inicio de su ministerio con el bautismo, las tentaciones y la vocación de los primeros discípulos, ya las meditamos en el tiempo litúrgico propio.

Las bienaventuranzas han sido llamadas el código fundamental de la Nueva Ley; Jesús, el nuevo Moisés, lo proclama en el monte.

Este es el criterio de Jesús sobre la felicidad verdadera.  ¿Se parecen nuestros criterios al suyo?  Tal vez nosotros decimos: dichosos los ricos, dichosos los que ríen siempre, dichosos los que dominan, dichosos los que todo lo tienen, dichosos los que son alabados por todos, dichosos los famosos y los que dictan criterios y modas.

Las primeras cuatro bienaventuranzas y la octava nos dicen que el Mesías ha venido para los pobres, para los que sufren, para los que sólo cuentan con Dios.  Para ellos se ofrece el consuelo y la alegría definitivos.

De la quinta a la séptima, se invita a colaborar con Dios, a imitar su misericordia, su pureza, su construcción de la paz.

En un clima de oración meditativa, démonos tiempo de confrontar los criterios de Cristo con nuestros criterios prácticos y veamos qué hay que cambiar, qué hay que intensificar.

Lunes de la X Semana Ordinaria

Mt 5, 1-12

No hay que citar a un profundo pensador, a un gran filósofo para afirmar que el deseo más fuerte de la persona humana es el deseo de felicidad. Así lo experimentamos todos. Jesús, que nos conocía y nos conoce bien, también nos habló de este nuestro anhelo más profundo, en sus bienaventuranzas, el camino con ocho vías para alcanzar la felicidad. Las bienaventuranzas no son un código moral de leyes desvinculadas de la persona de Jesús. Las bienaventuranzas se mueven en otro plano. En el plano del “seguidor de Jesús”. Se trata, en primer lugar, de seguir a una persona que te ha seducido, encandilado… Y desde ahí, las bienaventuranzas nos dicen cuál es el estilo de vida, cuál es el espíritu que ha de animar a este seguidor. Y prometen lo que más anhela nuestro corazón: felicidad.

Bien poco se parecen las bienaventuranzas de Jesús a las bienaventuranzas de nuestra sociedad. Nuestra sociedad proclama felices a los que tienen mucho dinero, a los que ocupan los primeros puestos, a los triunfadores, a los guapos, a los que disfrutan de la vida sin escrúpulos… ¿Quién acierta? Cristiano es el que experimenta en su vida que Jesús tiene razón y da en el clavo siempre. Se adentra por el camino que Jesús vivió y predicó y experimenta, por sí mismo, la verdad de la vida y de las palabras de Jesús… también de sus bienaventuranzas.