Lunes de la XV Semana Ordinaria

Mt 10, 34-11, 1

El texto del evangelio de hoy nos puede parecer fuerte, incluso un poco duro: ¿Qué es eso que Jesús ha venido a traer espada? ¿No es Él “el príncipe de la paz”? ¿Cómo va a venir a enemistar al hombre con su padre, y la hija con su madre, no ha venido a traer el amor para todos?, ¿o es que la familia está excluida de ese amor?

Mateo afirma el amor a la familia (15, 3-6; 19,9), y no deja de lado el “antiguo” precepto de honrar a los padres, sin embargo, este es relativizado en caso de conflicto con el seguimiento de Jesús. El evangelista, al situar estas palabras al final del discurso de la misión está estableciendo el valor absoluto de la relación de Jesús con sus discípulos. Lo decisivo es la adhesión a su persona, y en caso de conflicto entre los propios vínculos familiares y el seguimiento de Jesús, la opción ha de estar clara (10,37). Hay que tener en cuenta que la familia no implicaba solo el núcleo de relaciones afectivas, sino la identidad social y económica. El optar por Jesús en detrimento de la familia, constituía renunciar a un estatus socioeconómico, y con ello, no hacer de este la clave de la identidad de la persona. La identidad del discípulo de Jesús va a ser precisamente esa “ser discípulo”.

Junto a ello, no podemos obviar que el compromiso del anuncio del reinado de Dios por sendas y caminos, en no pocas ocasiones hace incompatible la vinculación efectiva y permanente a la familia. Los discípulos al igual que el Maestro han de aceptar que la itinerancia forme parte de su existencia (Mt 4,22; Mt 8, 21-22).

“Tomar la cruz” será otra de las condiciones para ser discípulo (cf. 10,38; Mt 16,24). Este ha de asumir las dos dimensiones que implica: por un lado, el conflicto con las realidades humanas: familia, poder político o económico; y, por otro, el riesgo de perder la vida por la causa de Jesús (Mt 10, 17-25). Así la relación del discípulo con el Maestro le llevará a vivir paradojas: “quien pierda la vida por Jesús, la encontrará”.

El seguimiento de Jesús, aunque conlleva haber descubierto el gran tesoro de la VIDA y disfrutarlo, nos exige desprendernos de muchas realidades para caminar ligeros de equipaje tras el Único Maestro. ¿Estamos dispuestos a ello?