Lunes de la XXX Semana Ordinaria

Rm 8,12-17

Uno de los capítulos más esperanzadores de la Sagrada Escritura, podría ser el que estamos leyendo, pues en él san Pablo nos presenta como el antídoto a la acción del pecado, la gracia que nos viene por la inhabitación del Espíritu Santo. Es en realidad Él, quien siendo Dios, tiene la fuerza para vencer nuestras debilidades y con ello mantenernos en total comunión con el Padre.

Es el Espíritu Santo quien, por otro lado, testifica desde lo más profundo de nuestro Corazón que somos hijos de Dios, lo que nos hace sentirnos amados aún en las circunstancias más difíciles de nuestra vida. Este Espíritu lo hemos recibido todos los bautizados, pero desafortunadamente no todos lo hemos dejado desarrollarse en nuestra vida.

La falta de oración y de contacto con la Escritura, la poca o apresurada practica de los sacramentos van causando un anquilosamiento del Espíritu, lo que provoca una grande debilidad espiritual que no resiste los embates del pecado y que en las circunstancias difíciles de nuestra vida, no permite que nos sintamos amados lo que provoca, en no pocas ocasiones, angustia y soledad.

Es momento de ir tomando más gusto por una vida espiritual más profunda enraizada en la oración, la palabra de Dios y los sacramentos. Dale lugar al Espíritu y tu vida estará llena de felicidad.

Lc 13,10-17

Siempre me he preguntado si la caridad tiene un tiempo para realizarse. Más bien me parece, como nos lo muestra Jesús, que todo momento y toda circunstancia es apropiada para hacer la caridad… es más, que la caridad está incluso por encima de la ley, sobre todo cuando ésta es usada para beneficio personal.

Pensemos ¿cuántas oportunidades tenemos diariamente de hacer caridad, de hacer un favor y preferimos nuestra comodidad, la cual disfrazamos con «el lugar» o el «tiempo» (no es el lugar o no es tiempo)?

O ¿cuántas veces nos escudamos tras reglamentos (principalmente en nuestros centros de trabajo y en las organizaciones a las que pertenecemos) para no ayudar a quien verdaderamente está necesitado.

Se nos olvida con frecuencia que ninguna ley puede condicionar la ayuda al prójimo. Por ello, dejemos que la caridad se convierta más que un lugar o tiempo, o en un reglamento, en un estilo de vida.

Lunes de la XXX Semana Ordinaria

Lc 13, 10-17

El milagro de la curación de la mujer encorvada solamente lo encontramos en el Evangelio de Lucas. Esta curación tiene un pequeño matiz que no debemos pasar por alto: Jesús vio a la mujer, la llamó y la curó.

Sí, Jesús tomó la iniciativa, no esperó a que ella le pidiera ser sanada de su enfermedad. Seguramente ella no lo hubiera hecho nunca, porque después de 18 años ya habría perdido la esperanza. Además, su enfermedad la tenía encorvada, como si quisiera expresar con su propio cuerpo que vivía replegada sobre sí misma, incapaz de ver más allá de ella misma.

Vemos aquí un rasgo de Jesús que no hemos de olvidar nunca, el Señor no es ajeno a nuestro sufrimiento, Él escucha hasta nuestros gritos silenciosos y nos sana de nuestras heridas más profundas. Claro que en ocasiones la curación se realiza después de muchos años.

También llama la atención que la mujer quedó curada en el acto, y enderezándose alababa a Dios. Su cuerpo y su espíritu sanaron simultáneamente. Y alababa a Dios porque al desencorvarse pudo mirar al Cielo y abrir su corazón a Dios. Si miramos a Dios siempre vamos a encontrar motivos para la alabanza.

En estos tiempos de pandemia que estamos viviendo, muchas personas se cuestionan sobre el poder y la misericordia de Dios ante la enfermedad y la muerte. Ante esto los cristianos tenemos que dar una palabra de esperanza a nuestro mundo, porque sabemos que Dios está cerca del que sufre, que no le es indiferente el dolor de sus hijos… pero Él tiene un tiempo y un plan de salvación para cada uno. No lo olvidemos.