Ef 5, 21-33
Hoy hemos escuchado una lectura que se hacía en todas las misas de matrimonio. No era raro que en el momento en que se decía: «las mujeres sean dóciles a sus maridos en todo», el esposo daba un ligero codazo a la esposa y le decía: «Oye bien». Claro que ante la siguiente recomendación: «maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia», esto no sucedía.
Para comprender la lectura que acabamos de escuchar y que revela una situación social muy diferente de la nuestra pero cuya enseñanza básica es muy actual, hay que entender una frase que es difícil: «éste es un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia». Misterio aquí significa la expresión y la manifestación de algo que de otra manera quedaría oculto.
Es decir, el matrimonio, la relación de los esposos en todas sus manifestaciones, tiene que ser expresión, visualización, signo de amor perfecto y de la entrega de Cristo a su Iglesia y de la respuesta fiel y amorosa de ésta a Cristo.
Lc 13, 18-21
Las dos pequeñas parábolas que hoy escuchamos nos pueden llevar a un tipo especial de reflexión acerca de la diferencia inmensa entre cantidad y calidad.
Por una parte, está la semilla de mostaza, pequeñita y, por la otra, la pequeña cantidad de levadura; el dinamismo vital que en ellas se encuentra hace que brote un gran arbusto; toda la masa queda modificada.
Estábamos muy seguros de nuestro porcentaje de catolicismo, según las estadísticas, ¡más del 95%! Este porcentaje va disminuyendo día a día…
Tal vez no nos habíamos inquietado por la calidad, basados en la seguridad de la cantidad.
Podríamos preguntarnos cada uno de nosotros como individuos y como miembros de una comunidad cristiana: parroquia, grupos, movimientos, etc: ¿He aceptado con la mayor plenitud y compromiso posible el Evangelio? ¿Lo expreso con la verdad de mis actos? ¿Proyecto amable y sencillamente lo que creo? ¿Hay coherencia entre mi fe y mi acción?
Sólo así podremos ser masa transformadora, sólo así nuestra comunidad será semilla vivificante.