Martes de la XXXII Semana Ordinaria

Tito 2, 1-8. 11-14

Escuchábamos las recomendaciones pastorales que san Pablo hace a su discípulo Tito para la consolidación de las comunidades cristianas en Creta.

Oímos las cualidades que debe tener el apostolado de Tito, dirigido a todos, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres.

Deben tener los dos indispensables ingredientes: la teoría y la práctica.

La enseñanza oral debe ser «con lenguaje sano e irreprochable»; pero ante todo son indispensables los signos, el ejemplo: «Cuando enseñes, hazlo con autenticidad», «dales tú mismo buen ejemplo».

Todas estas enseñanzas están dirigidas también a todos nosotros pues cada uno, según su propia vocación, se debe siempre a los demás.  El mejor modo de evangelizar es con el testimonio de vida.

¿Somos conscientes de esta nuestra responsabilidad evangelizadora?

Lc 17, 7-10

Al oír la lectura de hoy tal vez sentimos una molestia muy justa, proveniente de nuestra visión de las relaciones sociales.  Pero Jesús habla a gente de su tiempo y parte de una situación real para llevarnos a una posición de relación con Dios.

Este relato no es pues, como se ha dicho, una lección de buenas maneras sociales.  El Señor pregunta: «¿quién de ustedes?»  Y no parece que alguno lo haya contradicho.  Este relato nos lleva a reflexionar sobre nuestra actitud con Dios.

¿No es verdad que muchas veces le hemos presentado a Dios nuestros méritos para decirle lo que está obligado a hacer por nosotros?

Decía San Agustín que cuando Dios premia nuestros esfuerzos no hace sino coronar sus dones.

Sin Dios nada podemos hacer.

Martes de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17,7-10

Los hombres tendemos a convertir en “heroico” las cosas más ordinarias de nuestro deber. Nos llegamos a considerar “héroes” por llegar puntuales al trabajo o por respetar las señales de tráfico.

Los niños creen que se merecen un premio por cumplir con sus deberes escolares… Sólo estamos haciendo lo que debíamos hacer.

 Jesús habla de este siervo que después de haber trabajado durante toda la jornada, una vez que llega a su casa, en lugar de descansar, debe aún servir a su señor.

Alguno de nosotros aconsejaría a este siervo que vaya a pedir algún consejo al sindicato, para ver cómo hacer con un patrón de este tipo.

Pero Jesús dice: «No, El servicio es total», porque Él ha hecho camino con esta actitud de servicio; Él es el siervo. Él se presenta como el siervo, aquel que ha venido a servir y no a ser servido: así lo dice, claramente.

Y así, el Señor hace sentir a los apóstoles el camino de aquellos que han recibido la fe, aquella fe que hace milagros. Sí, esta fe hará milagros por el camino del servicio.

Un cristiano que recibe el don de la fe en el Bautismo, pero que no lleva adelante este don por el camino del servicio, se convierte en un cristiano sin fuerza, sin fecundidad.

Y al final se convierte en un cristiano para sí mismo, para servirse a sí mismo. De modo que su vida es una vida triste, puesto que tantas cosas grandes del Señor son derrochadas.

El Señor nos dice que el servicio es único, porque no se puede servir a dos patrones: «O a Dios, o a las riquezas». Nosotros podemos alejarnos de esta actitud de servicio, ante todo, por un poco de pereza. Y ésta hace tibio el corazón, la pereza te vuelve cómodo.

La pereza nos aleja del servicio y nos lleva a la comodidad, al egoísmo. Tantos cristianos así son buenos, van a Misa, pero el servicio hasta acá.

Y cuando digo servicio, digo todo: servicio a Dios en la adoración, en la oración, en las alabanzas; servicio al prójimo, cuando debo hacerlo; servicio hasta el final, porque Jesús en esto es fuerte: «Así también vosotros, cuando halláis hecho todo aquello que se os ha sido ordenado, ahora decid somos siervos inútiles». Servicio gratuito, sin pedir nada.

Martes de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17, 7-10

Mateo reúne en este capítulo una serie de recomendaciones de Jesús a sus discípulos en el marco de la vida comunitaria. El evangelio de hoy recoge una última recomendación: que seamos conscientes de que todo es gracia, todo es don de Dios.

Nos pone delante una escena conocida por sus oyentes: después de una jornada de trabajo en el campo, los criados de una finca, antes de sentarse a la mesa, deben servir la cena a su señor y sólo después podrán cenar ellos. De manera semejante, nosotros, como servidores de Dios, dependemos de su voluntad.

Sin embargo, no somos esclavos o criados de Dios, como si estuviéramos privados de libertad o viviéramos a las órdenes de alguien que limita nuestra legítima autonomía. Dios nos ha hecho libres, respeta nuestra autonomía y cuenta con nosotros para que libremente colaboremos con él en la historia del mundo. Y nos quiere activos en esa necesaria tarea.

Pero la autonomía humana no es independencia con relación al proyecto de Dios. Nuestro trabajo y nuestro esfuerzo están al servicio de la construcción de su reino. La voluntad del Señor ha de presidir siempre nuestras iniciativas, y su designio salvífico es la perspectiva que debe orientar todas nuestras empresas. Él nos hizo porque nos amó y él ha decidido para nosotros un destino de felicidad. Todo cuanto hacemos está dentro de este misterio de amor gratuito y pide de nosotros no una reivindicación de derechos, sino una colaboración generosa y un reconocimiento agradecido.

Mi conducta ¿es un estímulo para mis hermanos? Mi trabajo ¿lo realizo con generosidad y sin reclamar ninguna recompensa?