Martes de la XXXIII Semana Ordinaria

Apoc 3, 1-6. 14-22

Hoy hemos escuchado los mensajes a los «ángeles» encargados de dos de las comunidades cristianas de Asia Menor.

No sabemos si los «retratos espirituales» son de los jefes de las comunidades o de la comunidad toda.

El sentido ejemplar es evidente: «El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las comunidades cristianas».

Los mensajes de hoy hablan de dos situaciones espirituales que nos ayudan a hacer un examen de conciencia.

Una situación extrema es la de apariencia de vida pero que en realidad es muerte, «reaviva lo que queda», «enmiéndate».

La otra situación, tal vez más común, es la de la tibieza: «no eres ni frío ni caliente», y aparece la amenaza: «estoy a punto de vomitarte».  Escuchamos la recomendación, llena de amorosa premura: «Mira que estoy aquí tocando la puerta; si alguno escucha mi voz y me abre, entraré a su casa y cenaremos juntos», repitámosla y meditemos sus consecuencias.

Lc 19, 1-10

Hoy hemos escuchado un milagro mayor.  Una conversión, un cambio total de vida.

Podemos ver tres puntos de reflexión sobre la lectura evangélica proclamada.

1° Zaqueo quería conocer a Cristo, ¿simple curiosidad?  ¿Algo más profundo?  El va y vence los obstáculos, sube al árbol.

Cuántos de nuestros buenos deseos se quedan en eso, en meros proyectos, todos hemos oído la frase: «el camino al infierno está empedrado de buenos deseos».

2° Zaqueo «trataba de conocer» a Jesús, pero Jesús va más allá: se hace invitar, convive con él.

Si nosotros damos un paso hacia Dios, Dios corre infinitos kilómetros hacia nosotros…

3° Todo encuentro con Jesús es salvífico en su doble vertiente: lucha contra el mal: «si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más…» y actuación positiva del bien: «voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes».

Que la palabra nos ilumine y el Sacramento nos vivifique.

Martes de la XXXIII Semana Ordinaria

Lucas 19, 1-10

Hoy Lucas nos presenta en este relato como, lo que se pudiera considerar como una dificultad, resulta ser la catapulta para conseguir la salvación.

Jesús llega a Jericó y atraviesa la ciudad, y Zaqueo, jefe de publicanos y rico, o sea, oficialmente pecador para los judíos, al ser de estatura baja, se sube a un sicomoro para poder ver pasar a aquel de quien tanto hablan.

Al llegar el Maestro a su altura, se detiene, y le dice que baje rápido pues se tiene que hospedar en su casa.

Los puristas murmuraban diciendo: ha entrado a hospedarse en casa de un pecador, esto era motivo de escándalo para escribas y fariseos, que se consideraban fieles cumplidores de la ley.

Pero Zaqueo, poniéndose en pie, reconoce que ha podido obrar mal, y se compromete a dar la mitad de sus bienes a los pobres y, si de alguien se ha aprovechado, le restituirá hasta cuatro veces más.

Vemos como la mirada de Jesús, es capaz de convertir a un pecador en hombre misericordioso y bueno, por eso el Maestro declara: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”, y, dirigiéndose a los murmuradores manifiesta que Él ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Con qué facilidad somos capaces de descartar a aquellos cuya manera de ser o actuar, no es acorde con nuestros criterios, y somos incapaces de intentar entender por qué actúan así, y acompañarles en su proceso de conversión, porque, simplemente, “no son de los nuestros”.

Si Dios nos quiere tal como somos, con nuestras virtudes y nuestros defectos, ¿cómo podemos nosotros descartar al diferente?, ¿cómo podemos negarnos a asumir que la lluvia que Dios nos regala, es para todos, buenos y malos?

Si Jesús fue motivo de conversión, esforcémonos a abrirnos a los otros, con el ánimo libre de prejuicios, e intentemos ser auténticos “prójimos” de los que nos rodean.

Martes de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19, 1-10

El texto evangélico nos presenta a alguien que sintió la llamada de Jesús y le abrió sus puertas y le sentó a su mesa. Y no era el modelo reconocido de judío. Por el contrario, quien estaba al servicio del poder opresor, de los romanos: pecador público.

Para ese encuentro con Jesús, es imprescindible sentirse atraído por él. Al menos hacerse preguntas sobre él. Que no pase por nuestros caminos, por nuestra historia desapercibido. Y, aunque el discurrir de las circunstancias, otras preocupaciones puedan ocultarlo, como la gente a Zaqueo, porque somos cortos de estatura o de vista, buscar la atalaya desde donde podemos encontrarnos con su mirada. Un lugar distinto de aquel en el que el discurrir de personas y asuntos de cada día no nos permiten divisarle. Dicho al modo del texto evangélico, colocarnos donde Jesús ha de pasar. Verlo, por ejemplo, en el sencillo, el necesitado, en el orante sincero, en la celebración eucarística, en la escucha su palabra… No solo verlo, dejarse ver por él. El también mira, porque busca, quiere compartir mesa, que dice el texto del Apocalipsis de la primera lectura.

La presencia de Jesús es salvadora. No es un premio a quien la “merece”, responde a la búsqueda de quien no la “merece”, del pecador. De quien necesita salvación. Del pecador que intenta, como Zaqueo, superar su pecado, atendiendo, por ejemplo, al pobre.

Como resumen de las lecturas de la eucaristía de hoy, podíamos preguntarnos: ¿Nos gusta sentar a nuestra mesa a Dios, a Jesús; aunque nos reprenda, porque sabemos que la salvación está en él?