Miércoles de la VI Semana Ordinaria

Gén 8, 6-13.20-22

Después de los días de lluvia –el cuarenta es un número clásico en la Biblia que se presenta antes de una manifestación de Dios – aparece la figura de la paloma con el brote de olivo en el pico, que atestigua el término de la prueba y la seguridad de que hay una vida nueva.  Este será para nosotros el símbolo de la paz, pero sobre todo la señal indicadora de la presencia del Mesías recién salido del agua purificadora.  Él es señalado por el mismo Espíritu en forma de paloma como el purificador.  Al modo de Noé, jefe de la nueva humanidad, Jesús aparece como la cabeza del pueblo definitivo.  El sacrificio del Señor Jesús será recibido definitivamente como la suprema ofrenda de “suave fragancia”.  En Él se hace la alianza definitiva, alianza que se expresará infinitamente mejor con su cruz que con el arco iris, como oiremos mañana.

Recordemos la enseñanza de Pedro: “Noé construyó el arca en la que un pequeño número de personas, ocho, se salvaron.  Era una imagen del bautismo que los salva a ustedes”  (1Pe 3, 20-21)

Mc 8, 22-26

Hoy Jesús aparece curando a un ciego.  Esto es signo de que el mesianismo ha llegado a su cumplimiento, tal como lo había anunciado el profeta.

El ciego no comienza a ver inmediatamente y Jesús le vuelve a imponer las manos.  Los cristianos primitivos, al escuchar este evangelio pensarían muy naturalmente en su proceso bautismal, llamado también «iluminación»,  en el que el obispo les imponía las manos repetidamente.  La conversión a Jesús es un proceso.  Aunque se dé la gracia de la transformación inicial, se requiere luego un avance a base de pasos sucesivos.

Muchos piensan que la conversión es algo que sucede de manera instantánea y para siempre. Sin embargo la conversión es un proceso que se inicia cuando uno se encuentra con Jesús y que va progresando en la medida que permanecemos en él. Esta curación de Jesús nos ilustra muy bien este proceso. Cuando estamos lejos de Jesús somos como el ciego: no somos capaces de ver la realidad y por eso dependemos de los demás y con mucha frecuencia nos tropezamos.

En el primer encuentro con Jesús se inicia el proceso, pero esto no es total. Empezamos a ver, pero no con claridad y esto hace que las cosas se vean como no son. Ya vemos pero todavía podemos caer, sobre todo porque es fácil confundir el camino en la vida espiritual y ver las cosas como no son. Finalmente llega el momento en que se ve todo con claridad y será ahora mucho más difícil el tropezar. El mundo entonces se nos presenta con toda la belleza con la que Dios lo creo y somos capaces de ver la maldad del pecado que es capaz de destruir nuestra vida. ¿En qué etapa de la vida espiritual estás tú?

Miércoles de la VI Semana Ordinaria

Mc 8, 22-26

Hoy Jesús aparece curando a un ciego.  Esto es signo de que el mesianismo ha llegado a su cumplimiento, tal como lo había anunciado el profeta.

¿Ves algo? Es la pregunta que Jesús hace al ciego que acaba de tocar. Y el antes ciego, empieza a ver “algo”, pero Jesús vuelve a imponer sus manos en los ojos y aquel hombre comenzó a ver perfectamente bien. Es el proceso que lleva el evangelio de Marcos en cada una de sus curaciones: incredulidad, cercanía, signo de Jesús, visión nueva de la realidad, fe. 

Es el mismo proceso que cada uno de nosotros debería llevar al encontrarse con Jesús: dejarse tocar, empezar a ver las cosas de forma distinta.  Para después asumir una nueva visión del mundo y de los hombres. Distinguir perfectamente los árboles de las personas.

Nuestro hombre moderno tan dado a confundir a los hombres con máquinas, con mercancías, con números, o con deshechos que estorban al progreso y desarrollo de unos cuantos. Mirar la humanidad de cada una de las personas, sus sentimientos, su dolor, sus aspiraciones. Jesús nos hace ver diferentes todas las cosas. Entonces es cuando verdaderamente se tiene fe y se puede decir que se es discípulo y aunque Jesús indique que no se anuncie, los hechos y testimonios proclaman que el Salvador ha llegado a nosotros. 

Este evangelio nos permite descubrir a Jesús como el vencedor de las tinieblas. La oscuridad del hombre al que le restablece la vista, nos permite descubrir a Jesús muy cercano a nosotros a pesar de nuestra ceguera, nos infunde su fuerza en los signos de su saliva y ordena que desaparezca de nosotros toda ceguera.

La ceguera de egoísmo provoca los peores desastres de hambre, de desnutrición, de soledad y de abandono, y es la misma ceguera que provoca la incapacidad del hombre para actuar en comunión y lo deja en su aislamiento y su egoísmo.

Hoy acerquémonos a Jesús, también nosotros dejémonos tocar con su mano, dejémonos levantar, y permitamos que nos ayude a descubrir verdaderamente a los hombres. Que no se desdibuje su rostro y lo veamos con signos de intereses o de negocios; que no sean solamente utilizados, sino que verdaderamente sean respetados como personas y como hijos de Dios.

Que no confundamos a nadie con árboles, con cosas, con peldaños para subir. Que se abran muy claro nuestros ojos y podamos descubrir en cada rostro un hermano que nos acompaña en el camino que nos lleva al Señor.