Miércoles de la XXVII Semana Ordinaria

Gál 2, 1-2. 7-14

Seguimos escuchando la apología de Pablo.  Recordemos que algunos cristianos judaizantes contradecían fuertemente a Pablo en la legitimidad de su misión apostólica y en la ortodoxia de su doctrina.

Pablo recurre a la Iglesia Madre de Jerusalén y a los apóstoles, «columnas de la Iglesia», como les llama Pablo para recibir de ellos como un sello de aprobación de su doctrina y de su misión.  Pablo dice: «Todos reconocieron que yo había recibido la misión de predicar el Evangelio a los paganos», «reconocieron la gracia que Dios me había dado y nos dieron la mano, a Bernabé y a mí, en señal de perfecta unión».

Las presiones de mentalidad y costumbres, eran muchas.  El mismo Pablo, en circunstancias parecidas, mandó circuncidar a su discípulo Timoteo, «a causa de los judíos que había en aquellos lugares»,  nos dice los Hechos de los Apóstoles (16, 3).

Lc 11, 1-4

«Jesús estaba orando», nos dice el evangelio.  Jesús es el orante modelo, usa todas las oraciones litúrgicas, las del templo y las familiares y ora en los momentos más importantes de su vida.  Los evangelios nos dicen que con frecuencia «se apartaba a orar»,  que «pasaba la noche en oración».  La vida de oración de Jesús es modelo, base y aliento para nuestra vida de oración.  La actividad ministerial del Señor aparece fluyendo de su vida de oración.  Este tendrá que ser nuestro ideal y nuestra meta.

Los discípulos conocían muy bien la vida oracional del Señor y la respetaban: «Cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: enséñanos a orar».

En la oración del Padrenuestro, la petición del perdón de parte de Dios aparece condicionada al perdón que nosotros demos.

Se puede decir que el Padrenuestro, además de ser fórmula oracional muy venerada y practicada, es modelo de lo que debe ser toda nuestra oración.

Miércoles de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 11, 1-4

Esta oración, a pesar de parecer tan simple es la oración más perfecta que existe. Sobre todo porque nos revela que Dios es un Padre y que se comporta como tal. Por ello nos podemos acercar con toda confianza sabiendo que no fallará.

Jesús nos da inmediatamente un consejo en la oración, a saber, «no derrochar palabras, no hacer rumor», «el rumor de carácter mundano, los rumores de la vanidad«. Y advirtió que la «oración no es una cosa mágica, no se hace magia con la oración».

Alguien me dice que cuando uno va a ver a un brujo éste le dice tantas palabras para curarlo. Pero ese es un pagano. A nosotros, Jesús nos enseña que no debemos ir a Él con tantas palabras, porque Él sabe todo. La primera palabra es «Padre», ésta es la clave de la oración. Sin decir, sin sentir esta palabra no se puede rezar.

¿A quién rezo? ¿A Dios Omnipotente? Demasiado lejano. Ah, esto yo no lo siento. Ni siquiera Jesús lo sentía. ¿A quién rezo? ¿Al Dios cósmico? Un poco habitual, en estos días, ¿no?… rezar al Dios cósmico, ¿no? Esta modalidad politeísta que llega con esta cultura «Light»… Tú debes rezar al Padre.

Padre es una palabra fuerte. Tú debes rezar al que te ha generado, al que te ha dado la vida. No a todos: a todos es demasiado anónimo. A ti. A mí. Y también al que te acompaña en tu camino: al que conoce toda tu vida. Todo: aquel que es bueno, aquel que no es tan bueno. Conoce todo.

Si nosotros no comenzamos la oración con esta palabra, no dicha por los labios, sino dicha de corazón, no podemos rezar en cristiano.

Padre es una palabra fuerte pero abre las puertas. En el momento del sacrificio Isaac se da cuenta de que algo no iba, porque faltaba la ovejita, pero se fía de su padre y su preocupación la dejó en el corazón de su padre. «Padre», es la palabra que ha pensado decir aquel hijo que se fue con la herencia y después quería volver a su casa.

Y aquel padre lo ve llegar y sale corriendo a su encuentro, se le tira al cuello, para caer sobre él con amor. Padre, he pecado: es ésta la clave de toda oración, sentirse amados por un Padre.

Todos estos afanes, todas estas preocupaciones que nosotros podemos tener, dejémoselos al Padre: Él sabe de qué cosa tenemos necesidad

De este modo se explica el hecho de Jesús, después de habernos enseñado el Padrenuestro, subraye que si nosotros no perdonamos a los demás, ni siquiera el Padre perdonará nuestras culpas.

Es tan difícil perdonar a los demás, es verdaderamente difícil, porque nosotros siempre tenemos ese pesar dentro. Pensemos: «Me la hiciste, espera un poco… para volver a darle el favor que me había hecho»…

No se pude rezar con enemigos en el corazón, con hermanos y enemigos en el corazón: no se puede rezar. Esto es difícil: sí, es difícil, no es fácil…

Pero Jesús nos ha prometido al Espíritu Santo: es Él quien nos enseña, desde dentro, del corazón, como decir «Padre» y como decir «Nuestro»

Pidamos hoy al Espíritu Santo que nos enseñe a decir «Padre» y a decir «Nuestro», haciendo la paz con todos nuestros enemigos.