Jueves de la XVIII Semana Ordinaria

Jn 12, 24-26

La Caridad es uno de los pilares del cristiano. El mismo Jesús a lo largo de los Evangelios nos lo dice varias veces. Y en esta ocasión San Pablo nos lo recuerda. Y también nos recomienda que seamos generosos en nuestra entrega porque… «el que siembra con mezquindad, con mezquindad cosechará».

El auxilio al que lo necesita, la atención al hermano, el estar atento para socorrer al que sufre, esa es nuestra siembra. Dios nuestro Padre nos da la semilla, pone en nuestras manos todo lo necesario pero depende de nosotros como lo administremos. Debemos ser generosos en extremo, porque en el dar está la felicidad. Y alegres de corazón, con la certeza de que hacemos la voluntad de nuestro Padre.

El que tiene mucho que ofrecer y lo guarda para sí no puede ser feliz. Su corazón será un corazón triste, sombrío y eso trascenderá a su alrededor. Tenemos que ser conscientes de que somos «la sal de la tierra», la «levadura» que Dios reparte en el mundo para que su Palabra crezca y fructifique. Y no hay que ser santo, ni teólogo, ni un gran pensador: en la sencillez, en el amor al prójimo, está la clave. Seamos como los primeros cristianos «que lo compartían todo». Pongamos nuestro grano de trigo en el surco para que al amanecer de un nuevo día surja una espiga rica en fruto. Practiquemos la Caridad como Amor a nuestros hermanos.

«El que quiera servirme, que me siga»

Morir para dar fruto abundante como el grano de trigo. Despreciar las glorias del mundo para alcanzar la vida eterna. Abandonarnos en manos del Dios con la confianza del niño que está en los brazos de su madre. Entregarnos sin pensar en las consecuencias. Tener Fe ciega en el Señor. Estas son algunas de las claves que nos da Cristo en este hermoso pasaje del Evangelio. A veces pensamos demasiado, nos preocupamos sin deber, no tenemos la suficiente confianza en nuestro Padre del Cielo.

Somos humanos y titubeamos, es natural. Pero no debemos dejarnos llevar por nuestros miedos, debemos fijar la vista en el Madero de la Cruz, ver el ejemplo de entrega absoluta que nos da Jesús y seguir sus pasos. En el Evangelio de hoy Jesús, una vez más, nos marca el camino a seguir. Debemos estar dispuestos a ello, como lo estuvieron los Apóstoles y tantos santos a lo largo de la Historia de la Iglesia.

Hoy recordamos a San Lorenzo, mártir por no renunciar a Cristo ni bajo las más terribles amenazas y torturas. Su corazón permaneció fiel a la Palabra y su recompensa fue la Gloria del Cielo. En plena persecución de los cristianos en la Roma del siglo III supo dar testimonio de fe, de amor a Jesús, de fidelidad al Evangelio y hoy, casi 18 siglos después, le seguimos recordando como ejemplo de entrega y sacrificio. Él fue como el grano que cae en la tierra, muere y da fruto abundante. Sirva su ejemplo para todos nosotros y que su memoria nos anime a ser fieles seguidores de Cristo Jesús.

San Lorenzo, diácono y mártir

Jn 12, 24-26

La Caridad es uno de los pilares del cristiano. El mismo Jesús a lo largo de los Evangelios nos lo dice varias veces. Y en esta ocasión San Pablo nos lo recuerda. Y también nos recomienda que seamos generosos en nuestra entrega porque… «el que siembra con mezquindad, con mezquindad cosechará».

El auxilio al que lo necesita, la atención al hermano, el estar atento para socorrer al que sufre, esa es nuestra siembra. Dios nuestro Padre nos da la semilla, pone en nuestras manos todo lo necesario pero depende de nosotros como lo administremos. Debemos ser generosos en extremo, porque en el dar está la felicidad. Y alegres de corazón, con la certeza de que hacemos la voluntad de nuestro Padre.

El que tiene mucho que ofrecer y lo guarda para sí no puede ser feliz. Su corazón será un corazón triste, sombrío y eso trascenderá a su alrededor. Tenemos que ser conscientes de que somos «la sal de la tierra», la «levadura» que Dios reparte en el mundo para que su Palabra crezca y fructifique. Y no hay que ser santo, ni teólogo, ni un gran pensador: en la sencillez, en el amor al prójimo, está la clave. Seamos como los primeros cristianos «que lo compartían todo». Pongamos nuestro grano de trigo en el surco para que al amanecer de un nuevo día surja una espiga rica en fruto. Practiquemos la Caridad como Amor a nuestros hermanos.

Morir para dar fruto abundante como el grano de trigo. Despreciar las glorias del mundo para alcanzar la vida eterna. Abandonarnos en manos del Dios con la confianza del niño que está en los brazos de su madre. Entregarnos sin pensar en las consecuencias. Tener Fe ciega en el Señor. Estas son algunas de las claves que nos da Cristo en este hermoso pasaje del Evangelio. A veces pensamos demasiado, nos preocupamos sin deber, no tenemos la suficiente confianza en nuestro Padre del Cielo.

Somos humanos y titubeamos, es natural. Pero no debemos dejarnos llevar por nuestros miedos, debemos fijar la vista en el Madero de la Cruz, ver el ejemplo de entrega absoluta que nos da Jesús y seguir sus pasos. En el Evangelio de hoy Jesús, una vez más, nos marca el camino a seguir. Debemos estar dispuestos a ello, como lo estuvieron los Apóstoles y tantos santos a lo largo de la Historia de la Iglesia.

Hoy recordamos a San Lorenzo, mártir por no renunciar a Cristo ni bajo las más terribles amenazas y torturas. Su corazón permaneció fiel a la Palabra y su recompensa fue la Gloria del Cielo. En plena persecución de los cristianos en la Roma del siglo III supo dar testimonio de fe, de amor a Jesús, de fidelidad al Evangelio y hoy, casi 18 siglos después, le seguimos recordando como ejemplo de entrega y sacrificio. Él fue como el grano que cae en la tierra, muere y da fruto abundante. Sirva su ejemplo para todos nosotros y que su memoria nos anime a ser fieles seguidores de Cristo Jesús.

Lunes de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Celebra la Iglesia el día de hoy la fiesta del diácono y mártir San Lorenzo.

Este famoso diácono, miembro de la Iglesia de Roma, realmente llevó a plenitud lo que significa la palabra diácono, esto es, servidor.

Cumplió su servicio haciendo bien a los pobres, cumplió su servicio atendiendo al altar, cumplió su servicio exponiendo la Palabra y cumplió su servicio entregando su propia vida en un martirio cruel: fue asado vivo. De esta manera, Lorenzo es como una imagen completa de los que significa el servicio en la Iglesia.

Las autoridades del Imperio, ávidas de riqueza, sospechaban de este hombre. Y una vez apresado, le pidieron que entregara los tesoros de la Iglesia; Lorenzo no se resistió, condujo a los que tales improperios e imprecaciones le decían, a una sala donde se encontraba un buen número de pobres de los que él atendía diariamente, y les dijo: «Estos son los tesoros de la Iglesia». La respuesta es infinita en su sabiduría a poco que uno la piense.

Pero no bastó y no gustó a sus detractores que, añadieron este motivo a los otros que tenían para enemistarse con él, y lo condujeron finalmente a la horrible muerte que nos recuerda la historia. Y sin embargo, era Cristo a quien servía en la persona de esos pobres, y era el pobre entre los pobres Aquel que por nosotros se hizo pobre para enriqueciéramos con su pobreza; era a ese Pobre al que Lorenzo ofrecía, cuando daba la Sagrada Comunión, y era de ese Pobre de quien hablaba cuando exponía la Escritura.

De esta manera, Lorenzo, siendo de todos, era sólo de Cristo, y siendo sólo de Cristo, era servidor de todos. En realidad, él se había hecho esclavo de Cristo, y por eso no podía alejarse de los pobres, que son como un sacramento permanente de Jesús en la sociedad.

Se había hecho servidor de Cristo, y no podía entonces apartarse de la Eucaristía en la que Cristo presta el mayor servicio al corazón humano y a la vida del Universo; se había hecho esclavo y servidor de Cristo, y entonces no podía apartarse de la Palabra porque, aunque no lo supiera, ya él cumplía lo que después dijo San Jerónimo: «Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo».

Lorenzo, siervo y esclavo de Jesucristo, siguió tan de cerca a su Señor, que lo mismo que le pasó al Señor, le pasó a su siervo. Y así como Jesús entregó su vida para la salvación del mundo, Lorenzo, unido a Cristo, sepultó con su terrible martirio la vida de la Iglesia.

Llena de admiración la Iglesia de Roma reconoció prontamente la inmensa santidad de este hombre y quiso que fuera incluido en el cánon de la Santa Misa. De este modo, los cristianos de Roma de aquella época, pero todos los cristianos de todas las épocas también, reconocemos que siempre que se celebra este Sacrificio hay un diácono quizá invisible, un diácono que sigue ofreciendo a Cristo, sigue ofreciéndose con Cristo, sigue siendo, en Cristo y para Cristo, oblación grata al Padre.

Sé entonces que Lorenzo está concelebrando en esta celebración, sé que su servicio diaconal nos ayuda a entender la Escritura, y que sus manos santísimas, consagradas por el martirio, ofrecerán al Padre la Hostia Santa, y la presentarán también a nuestros corazones, para que sean altares de alabanza a Dios.

Bendito seas, Lorenzo, que celebras con nosotros este Santo Sacrificio; bendito tú, que has sido consagrado Eucaristía en tu martirio.