Viernes de la XII Semana Ordinaria

2 Re 25, 1-12

Hoy escuchamos cómo fue el fin del reino de Judá.  El rey Sedecías estuvo siempre entre los que lo invitaban a la revuelta, y los políticos más realistas, como Jeremías, que veían toda sublevación como una locura.

En ese tiempo, lo político era al mismo tiempo religioso; los que incitaban a la guerra confiaban en Dios pero no en el sentido de confiar en la alianza  viva que tenían con Dios, sino más bien en forma fetichista.

El sitio duró mes y medio, los caldeos dejaron obrar a la peste y el hambre.  Al final el rey Sedecías y los suyos salieron por la puerta sur de la ciudad.  Fue una huida desesperada.

Al poco tiempo el rey fue capturado.  De él decía Ezequiel: «Será capturado en mi red.  Lo llevaré a Babilonia, al país de los caldeos; pero no verá este país y aquí morirá» (12,13)

La ruina del templo, que fue quemado por Nebuzaradán, es el signo supremo del castigo: Dios abandonó provisionalmente a su pueblo, que no quiso optar por la fidelidad y felicidad con Dios.

Mt 8, 1-4

Hoy escuchamos en el evangelio acerca de la curación de un leproso.  La lepra no era vista simplemente como una enfermedad contagiosa, que atacaba la piel.  En el ambiente cultural de entonces, la lepra se consideraba como algo que dañaba a la comunidad, no sólo porque contagiaba, sino también como pecado religioso.

El milagro realizado denota el poder salvífico de Cristo que sana y libera al hombre en sus aspectos personal, social y moral.

La oración confiada del enfermo es todo un modelo: él reconoce la propia miseria pero, ante todo, manifiesta confianza en el poder y en la misericordia de Jesús.

Viernes de la XII Semana Ordinaria

Mt 8, 1-4

El episodio de la curación del leproso se desarrolla en tres breves pasajes: La invocación del enfermo, la respuesta de Jesús y las consecuencias de la curación prodigiosa.

El leproso suplica a Jesús de rodillas y le dice: «si quieres, puedes limpiarme». Ante esta oración humilde y confiada, Jesús reacciona con una actitud profunda de su alma: la compasión, y compasión es una palabra muy profunda: compasión significa: «padecer-con-el otro».

El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios por aquel hombre, acercándose a él y tocándolo. Este detalle es muy importante. «Jesús extendió la mano y lo tocó… y en seguida la lepra desapareció y quedó limpio»

La misericordia de Dios supera toda barrera y la mano de Jesús toca al leproso. Él no se coloca a una distancia de seguridad y no actúa por poder, sino que se expone directamente al contagio de nuestro mal; y así precisamente nuestro mal se convierte en el punto del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros nuestra humanidad enferma y nosotros tomamos de Él su humanidad sana y sanadora.

Esto ocurre cada vez que recibimos con fe un Sacramento: el Señor Jesús nos «toca» y nos dona su gracia. En este caso pensamos especialmente en el Sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra del pecado.

Una vez más el Evangelio nos muestra qué cosa hace Dios frente a nuestro mal: Dios no viene a dar una lección sobre el dolor; tampoco viene a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a cargar sobre sí el peso de nuestra condición humana, a llevarlo hasta el fondo, para librarnos de manera radical y definitiva.

Hoy, la curación del leproso nos dice que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, estamos llamados a convertirnos, unidos a Él, en instrumentos de su amor misericordioso, superando todo tipo de marginación.

Para ser imitadores de Cristo frente a un pobre o a un enfermo, no debemos tener miedo de mirarlo a los ojos y de acercarnos con ternura y compasión, y de tocarlo y de abrazarlo.

Las personas que ayudan a los demás, deberían hacerlo mirándolas a los ojos, no tener miedo de tocarlos; que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación: también nosotros tenemos necesidad de ser acogidos por ellos. Un gesto de ternura, un gesto de compasión…

Yo les pregunto: ustedes, cuando ayudan a los demás, ¿los miran a los ojos? ¿Los acogen sin miedo de tocarlos? ¿Los acogen con ternura?