Día VI dentro de la Octava de Navidad

1Jn 2, 12-17.

La lectura de hoy es una exhortación a los miembros de la comunidad cristiana, para que sean coherentes con decisión que han tomado respecto a Dios y respecto al mundo.

A los padres, que han conocido al Hijo desde antiguo, se les pide una fe madura.  A los jóvenes se les pide una fe que venza las dificultades de su edad y los atractivos engañosos del mundo.

A todos se pide que, en virtud de su decisión radical de seguir a Cristo, superen la contradicción que hay en el corazón de cada uno entre el amor equivocado del mundo (entendido como aspecto humano que se opone a la voluntad de Dios) y el amor del Padre.

Las malas inclinaciones que existen en el hombre caído e inclinan al pecado, y la actitud de poner la confianza en las cosas terrenas, pertenecen a los transitorios.  Y el cristiano vive en el mundo, pero sabe que el mundo pasa.

Solo vaciando nuestro corazón del amor desordenado del mundo, del ansia de poseer sus bienes caducos, podemos llenarlo con el amor de Dios y de nuestros hermanos.  El cristiano debe optar continuamente: Dios o el mundo, la luz o las tinieblas, la libertad o la esclavitud.  Muchas veces los desencantos y tristezas que experimentamos tienen como origen ese intento equivocado de conciliar a Dios con el mundo, olvidando que “si uno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”

Lc 2, 36-40

La alegría del nacimiento de Cristo tiene que ser una noticia de salvación para todos los que se encuentran prisioneros por el pecado, la desesperación, la angustia, el temor y el miedo. De la misma manera que Ana, la profetisa, comenzó a hablar de Jesús, nosotros también debemos compartir con los demás la alegre noticia de que Jesús es una realidad en nuestra vida y en nuestro mundo; que Él es la única oportunidad que tiene el hombre para ser feliz, pues solo en Él está la Vida, la paz y la perfecta armonía interior.

No podemos quedarnos con esta noticia solo para nosotros; quien ha conocido a Jesús, debe anunciarlo a los demás. Tú y yo somos los nuevos profetas de Cristo, no tengamos miedo ni vergüenza de hablar de Jesús a nuestros amigos y compañeros.

La profetisa Ana reconoce en Jesús al Mesías, glorifica al Señor y difunde la noticia de su venida entre “todos los que esperaban la redención de Jerusalén”  Que responsabilidad para cada cristiano, llamado a ser testigo de Cristo y portador de su mensaje de libertad, paz, de perdón y de amor al mundo.

Los Santos Inocentes

1 Jn 1, 1-4; Jn 20, 2-8

Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.

A los cuarenta días de haber nacido, María y José llevaron a Jesús al Templo para presentarlo al Señor. En esta ocasión Simeón les dijo: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción”  – y dirigiéndose a María-: “¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!”

Esta profecía, pronto se iba cumpliendo, aquí en particular, por las circunstancias que motivaron la huida de la Sagrada Familia a Egipto. En el corazón de Herodes se habían despertado recelos contra su nuevo contrincante. Es verdad, Jesucristo era un Rey, y vino para reinar. Sin embargo, su estilo de reinar iba a ser muy diferente: vino a reinar sirviendo.


Pero no hubo tiempo para darle explicaciones a Herodes. San José actuó como hubiese actuado todo buen padre de familia: sin vacilar llevó a los suyos hacia un lugar donde estaban seguros. Y ahí los iba manteniendo, cosa que no era fácil, porque todo refugiado suele ser despreciado.


Por otra parte, el corazón de María sufrió una de las primeras heridas que la espada profetizada le iba a deparar. Le debió de haber dolido profundamente este rechazo y esta enemistad a muerte, que desde el inicio se habían desatado en su propio pueblo contra su Hijo divino. Al conocer después el hecho de la matanza de los inocentes Ella habrá ofrecido sus purísimas lágrimas a Dios en reparación por tan grande ofensa. Amor y dolor siempre estaban muy unidos en la vida de María.

Siempre ha habido en el mundo todo género de tiranos, que utilizan su poder para oprimir a los pobres, a los sencillos, a los humildes e indefensos.  Pero Dios siempre está atento –aunque de una manera misteriosa—para intervenir a favor de su pueblo, constituido por los pobres de espíritu.

Ninguna persona está tan indefensa como un niño.  Cuando los israelitas vivían en el cautiverio de Egipto, el faraón ordenó que todos los niños varones que nacieran, fueran asesinados.  Y a pesar de aquellas órdenes de asesinato en masa, sobrevivió un héroe, rescatado por la providencia de Dios.  Era Moisés, el salvador de su pueblo.  Herodes, por su parte, decretó que todos los niños varones de dos años para abajo fueran asesinados.  De esta infame matanza se libró el niño Jesús, nuestro Salvador.

Especialmente en esta fiesta de los Santos Inocentes, hemos de pensar en los niños no nacidos, totalmente indefensos, que son víctimas del aborto. 

San Juan, Apóstol y Evangelista

1 Jn 1, 1-4; Jn 20, 2-8

Lo primero que piensan muchas personas, cuando reflexionan en la vida de san Juan, es en que él fue el apóstol del amor.  Por medio de la persona de Jesucristo, él experimentó en forma tan intensa que Dios lo amaba, que verdaderamente ardía en deseos de que todos comprendiéramos la grandeza del amor de Dios. 

De todos los pasajes del evangelio escrito por san Juan, la Iglesia ha escogido para celebrar su fiesta, el momento en que Juan tuvo fe en la resurrección de Jesús.  Se dirigió al sepulcro vacío, vio y creyó

El texto evangélico relata una de las experiencias que los discípulos tuvieron con el Cristo Resucitado. No se trata de un aparición, sino literalmente de una de las “etapas que los discípulos han tenido que recorrer” para comenzar a vislumbrar los nuevos horizontes de esperanza que el hecho de la Resurrección abriría en sus vidas. El acontecimiento se insinuaba ya en la tumba vacía, en las vendas que yacían en el suelo y en el sudario plegado en un lugar aparte. Ante estos hechos San Juan sentía que una certeza se fue apoderando de su corazón, la certeza de la fe: “Jesús está vivo”.

“Jesús está vivo”, esta convicción llena el corazón de todo creyente cristiano. La fe en la Persona viva de Jesucristo tiene el poder de abrir nuestros ojos para reconocerlo operante y presente en los sacramentos de la Iglesia, en los demás hombres, sobre todo en los que sufren y en nosotros mismos. Cristo, a través de su Iglesia, “está vivo” y pone su tienda en medio de nosotros.

Pero así como Jesucristo nació primero en el seno del Padre Eterno y luego en el seno de la Virgen María, así también tiene que nacer en nuestro corazón.

Esto es lo que sucede en cada acto de fe. Por eso tiene también sentido volver a celebrar su nacimiento en estas fechas.

Sí, Belén fue un acontecimiento único, que ocurrió hace más de 2000 años, cuando, en un momento histórico concreto, el Hijo de Dios tomó nuestra carne y nació de la Virgen María. Pero este acontecimiento va teniendo sus repercusiones en la historia de los hombres como una piedra lanzada al centro de un lago, cuyo impacto va provocando ondas que se perciben hasta en los rincones más remotos del lago.

Por eso, Belén no es un acontecimiento aislado. A todas horas Cristo puede nacer en el corazón de cada hombre dispuesto a acogerlo. Con Él nuestro interior se alumbra y esto siempre nos da la certeza de que “está vivo”.

San Esteban Protomártir

Mt 10, 16-23

Después de celebrar la Navidad, la Iglesia nos presenta al primer mártir de la Iglesia, el primero que dio su vida por el Niño que acaba de nacer. Con ello nos recuerda que la cruz está siempre muy cerca de Jesús y de los suyos.

Esteban es un hombre lleno de gracia y de Espíritu Santo. Diácono, servidor de sus hermanos y testigo de Cristo resucitado mediante la proclamación de la Palabra por la que pone su vida al servicio de Jesucristo. Y por esta Palabra, por proclamar la verdad, se convierte en testigo fiel hasta la muerte.

En el relato de Lucas vemos el claro paralelismo que hay entre el martirio de Esteban y la muerte de Jesús. San Esteban no sólo muere por Cristo, sino que muere como Él, con Él. Muere, como Jesús, perdonando a sus verdugos, y poniendo toda su confianza en el Señor: “Señor, recibe mi espíritu”.

El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros

En el Evangelio de hoy, Jesús aparece preparando a los discípulos para las dificultades que vendrán. Jesús es realista, no les augura éxitos fáciles, sino que les previene ante las dificultades, las acusaciones, calumnias, persecuciones que sufrirán en todo tiempo. “Todos os odiarán por mi nombre”: La cruz nunca abandonará a los discípulos del Señor; ahora como entonces los cristianos sufrirán la persecución de los poderosos que ni entienden ni quieren entender el mensaje del Evangelio. Por ello es necesario que los discípulos comprendan que el anuncio del Evangelio tendrá que desarrollarse en un clima de oposición y persecución.

Pero Jesús sabe que no todos aguantarán el tipo, no todos somos Esteban, no todos poseemos su fe y su fuerza. Y por eso, las palabras de Jesús son de esperanza y de fortaleza: “No os preocupéis”, porque en las peores circunstancias garantiza a sus discípulos la fuerza del Espíritu Santo. Estas palabras dan confianza a los suyos: ante los enemigos es el “Espíritu del Padre (el que) hablará por vosotros”; el mismo Espíritu suscitará en la mente y en el corazón de los discípulos lo que han de decir y cómo lo dirán. 

El único remedio válido contra el miedo es la fe, la confianza en Jesús, en la fuerza que viene del Espíritu Santo. Quien vive abandonado en las manos de Dios no está especialmente preocupado por una posible persecución, porque sabe que el Espíritu del Padre hablará por él, sabe que el amor que Dios nos tiene es más grande que todo el odio junto de los hombres. Los discípulos que hayan sabido dar testimonio de Jesús ante los hombres escucharán el testimonio de Jesús a favor suyo ante Dios.

Al celebrar la fiesta de San Esteban pidamos al Señor la gracia de no acobardarnos ante las dificultades y persecuciones de todo tipo que se nos presenten, sino renovemos nuestra confianza en que el Señor estará ahí, como nos ha prometido, siendo nuestra guía, nuestra fuerza, nuestro consuelo y nuestra esperanza.

Feria Privilegiada 24 de Diciembre

Sam 7, 1-5. 8-12.14.16

Un día, el rey David le dijo al profeta Natán que él quería edificarle una casa al Señor, es decir, un bello templo.  Dios, a su vez, con un juego de palabras le dijo a David que Él mismo le edificaría una casa, es decir, una dinastía real, a la que nosotros nos referimos como “la casa de David”.  Esta promesa de Dios anunciada por Natán se convirtió en la base de la expectación judía de un Mesías real, hijo de David.  Jesucristo, nacido de la casa de David, en Belén, la ciudad de David, llevó a término en forma eminente esta expectación.

La promesa de Dios contenía la idea de que las personas eran más importantes que un templo, y de que Dios realizaría su plan de salvación por medio de seres humanos que prepararían la venida de Cristo.  Cuando llegó Jesucristo, la preferencia de Dios por las personas no cambió. Las personas son más importantes que la estructura física de una iglesia, por funcional y bella que sea.  Así como Dios eligió personas para preparar la venida de Cristo, así ahora elige personas para continuar la presencia de su Hijo en el mundo.  Esas personas somos todos nosotros, pueblo escogido, sacerdocio real.

Por medio de la fe y la gracia de Dios, Jesucristo está presente entre nosotros, pero su presencia puede crecer.  O quizás es mejor decir que nosotros podemos crecer en nuestra apertura para aceptarlo. 

Lc 1, 67-69

Dios, nos dice hoy en la Escritura por boca de Zacarías, que ha visitado y redimido a su pueblo.

De nuevo este cántico nos invita a reflexionar en lo importante que es la consciencia histórica de la salvación. Pensemos por unos momentos que el mismo Dios ha visitado nuestra tierra, nuestra vida, nuestras propias casas.

La Navidad no es simplemente una fiesta sino un acontecimiento salvifico de Dios, que tiene que ser parte de nuestra propia historia. Dios nos visita, para darnos el verdadero sentido de la vida, del amor, del trabajo… para sacarnos de las tinieblas del pecado, del consumismo, de nuestro propia egoísmo que nos cierra y que nos impide darnos cuenta de lo importante que es aquel que también camina conmigo.

La Navidad es la celebración de la luz que hoy hay en nuestros corazones, y que hace que la vida sea totalmente distinta. Dentro de lo agitado que puede ser este día, démonos unos momentos para hacer consciente en nosotros, este paso de Dios en nuestra vida, busquemos en nuestro corazón esta luz, démonos cuenta que Dios verdaderamente a lo largo de nuestra vida, ha hecho historia en nosotros y en nuestra familia.

Feria Privilegiada 23 de Diciembre

Mal 3, 1-4. 23-24

El ambiente en que profetizó Malaquías es muy especial.  Es el siglo V antes de Cristo, es el período de la restauración del pueblo de Dios después del destierro.  Se preveía una restauración no sólo política, sino también espiritual.  La realidad es decepcionante.  El profeta habla muy duramente contra los guías espirituales de Israel.  Se revuelve el profeta contra los abusos religiosos, especialmente los derechos del santuario, los matrimonios mixtos y los divorcios.

Pero el profeta también anuncia una restauración espiritual.  El Señor renovará todo por medio de un fuego purificador y antes del juicio del Señor mandará un mensajero, un nuevo Elías.

Sabemos cómo san Lucas aplicó estas palabras al precursor, Juan el Bautista, con las palabras del ángel Gabriel. 

Lc 1, 57-66

El evangelio de hoy nos presenta la gran alegría que trajo para toda la comarca el nacimiento de Juan el Bautista, el Precursor.

Muchas veces nos parece que Dios nos tiene olvidados. Le pedimos montones de cosas y no recibimos respuesta. Como si fuese sordo a nuestras peticiones.

Isabel sufría la vergüenza de la esterilidad. Pedía a Dios con insistencia que le diese la gracia de traer un hijo al mundo, aunque ya era avanzada en edad.

Pero para Dios no hay nada imposible. Isabel concibió y dio a luz a un hijo varón. Ella recordó todas las veces que había pedido a Dios que le concediese el don de ese hijo sin perder la esperanza. Y ahora lo estaba acunando entre sus brazos. Ese pequeño ser le llenó el corazón de alegría. Y al venir al mundo no sólo colmó de gozo su corazón como madre. Ese bebé era también la confirmación de que Dios les había estado escuchando.

Tantos años de súplicas aparentemente estériles. Todas las veces que les habían dicho que Dios nunca les escucharía. Ahora sabía que Dios siempre había estado junto a ellos. Que era Él quien les había dado las fuerzas para seguir pidiendo sin desesperar. Y ellos no se olvidaron de dar gracias abundantes a Dios.

No hay que perder la esperanza. Dios escucha siempre. ¿Cuándo llegará la hora de Dios? No lo sabemos, pero nuestras oraciones no van a parar a un saco roto. Él las recibe y las guarda delicadamente, con amor de Padre. No estamos solos.

Feria Privilegiada 21 de Diciembre

Sof 3, 14-18

Una característica del cristianismo y concretamente del cristiano debe ser la alegría. Hoy en nuestras lecturas bíblicas oiremos esa palabra o sinónimos, nada menos que siete veces.  Y cómo no, si Dios ha sido definido Amor, y ese amor se expresa en forma cumbre en Cristo.  Es claro que el resultado tiene que ser gozoso.  Creer real y profundamente en el amor de Cristo nos hará tener una serena alegría aun en momentos muy difíciles y obscuros.  Hoy hemos escuchado ese himno consolador, animador y entusiasta del profeta Sofonías.

Ojalá lo hayamos escuchado como dirigido a nosotros: “No temas… que no desfallezca tus manos”, “canta, da gritos de júbilo… gózate y regocíjate…”  Esta debe ser la tónica de nuestras celebraciones litúrgicas natalicias; hoy, en la espera, pronto en la realización.

Lc 1, 39-45

El evangelio de San Lucas nos narra el Anuncio del ángel a María como “de puntillas”, con gran respeto, venerando a los protagonistas de este diálogo único. Hoy, sin embargo, asistimos a aquella “segunda anunciación”. La que el Espíritu Santo revela a santa Isabel en el momento de reconocer en María a la Madre de su Señor. Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres, y lo hacen con una naturalidad sorprendente. Por su parte, María, la llena de gracia, no sólo no se queda ociosa en su casa. Ser Madre de Dios no desdice un ápice de su condición de mujer humilde, de modo que va en ayuda de su prima. Isabel, por su parte, anuncia, inspirada por el Espíritu, una gran verdad: la felicidad está en el creer al Señor.

Cuando alguien se profesa cristiano, su fe y su vida; lo que cree y cómo lo vive, son dos esferas que están íntimamente unidas. Quien piense que “creer” es sólo profesar un credo religioso, adherir a una religión o a unos dogmas, quizás tiene una pobre visión del término. Porque cuando se cree de verdad se empieza a gustar las delicias con que Dios regala a las almas que le buscan con sinceridad. La pedagogía de Dios es tan sabia que sabe impulsarnos, dándonos a saborear su felicidad, -que es inmensa e incomparable-, cuando somos fieles. Es un gozo que, sin casi quererlo, nos lleva a más, nos invita a entregarnos con más generosidad a la realización de un plan que va más allá de nuestra visión humana. Isabel reconoce en su prima esa felicidad porque ha creído, pero además porque en consecuencia, su vida ya no respondía a un plan trazado por ella, sino por su Señor. Ella estaba también encinta ¿por qué era necesario un viaje en las condiciones de aquel tiempo…?

Preguntémonos, si hoy queremos ser felices, ¿cómo va mi fe en la presencia de Dios en mi vida? Si lucho por aceptarla y vivirla ya tengo el primer requisito para mi felicidad. Aunque tenga que trabajar y sufrir, sabré en todo momento que Dios está a mi lado, como lo estuvo de María y de Isabel.

Feria Privilegiada 20 de Diciembre

Is 7, 10-14

Un rey de Judá, llamado Ajaz, estaba jugando un peligroso juego con el profeta Isaías.  Ajaz quería aliarse con Asiria para defenderse de los reyes vecinos.  Cuando Isaías escuchó el plan, insistió en que Ajaz debía poner su confianza en Dios y no en fuerzas militares extranjeras, y hasta le prometió una señal de la fidelidad de Dios.

Ajaz rechazó el ofrecimiento diciendo: “No tentaré al Señor”.  En realidad, Ajaz temía que, si recibía una señal, tendría que abandonar sus planes de alianza con Asiria.  La verdad era que tenía más confianza en el poder de Asiria que en el poder de Dios.

Isaías, rehusándose al juego, de todos modos le dio la señal a Ajaz: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo”.  Este niño, garantía de que el reino de Judá sobreviviría por medio de un descendiente de David, era la señal de la presencia y protección continuas de Dios.  Esta profecía de Isaías, tal como la lee la Iglesia y la entiende a la luz de una revelación posterior, se considera plenamente realizada en el hijo de la Virgen María, que es verdaderamente Emmanuel, es decir “Dios con nosotros”.

A diferencia de Ajaz, en medio de todas las dificultades, fracasos y peligros de la vida hemos de aprender a confiar exclusivamente en Dios.  El nacimiento de Jesús, de la Virgen María, es una señal que nos indica la presencia y la protección continuas de Dios.  Ya muy pronto celebraremos la Navidad, que es una fiesta muy rica en significado.  Jesucristo, Dios con nosotros, es la señal de que Dios sigue estando con nosotros.

Lc 1, 26-38

Cuando pensamos en el “Sí” de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar en un ambiente casi de novela “romántica”, y olvidar que con ese “Sí”, toda su vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o “lógico”. María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado… y sin embargo, dice que “Sí”. Además, la fe de María será puesta a prueba cada día.

Ella quedará encinta. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por una luz especial. Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta abandono total a su voluntad.

María se dejó guiar por la fe. Ésta la llevó a creer a pesar que parecía imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical que se podía imaginar. Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la palabra de Dios. María también supo esperar, ¿cómo vivió María aquellos meses, y las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una idea de lo que ella vivió en su interior. También María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó toda su existencia de manera radical. Ella dijo “Sí” y engendró físicamente al Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe. Estas son experiencias que contrastan con nuestro mundo materialista, especialmente en la cercanía de las fiestas de Navidad. Por ello, como cristianos, ¿cómo no centrar más nuestra vida al contemplar este Misterio inefable? ¿Cómo no dar el anuncio de la alegría de la Navidad a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor?

No olvidemos que un día ese Dios creció en el seno de María, y también puede crecer hoy en nuestros corazones, si por la fe creemos, y si en la espera sabemos dar sentido a toda nuestra vida mirando con valor al futuro.

Feria Mayor 19 de Diciembre

Jueces 13, 2-7. 24-25

Ordinariamente pensamos que los celos son un vicio y un defecto de carácter.  Y así, hablar de Dios como de un ser celoso nos parece impensable.  Y sin embargo, Dios es celoso y en Él los celos son una virtud.  Dios “pecaría” contra la justicia y la verdad, si permitiera que se le atribuyera a un “rival” aquello que sólo Él puede realizar.  Y Dios debe ser justo y veraz.

La lectura de hoy nos presenta un ejemplo de los celos de Dios celoso, o más bien dicho, de su justicia y veracidad.  El pueblo israelita necesitaba un jefe como Sansón, que los librara de los filisteos.  Necesitaban un salvador.  El nacimiento de Sansón de una mujer naturalmente estéril era una señal de la intervención de Dios.  El Señor era el verdadero salvador de su pueblo.  Vemos la misma señal en la narración evangélica de la concepción de Juan el Bautista en el vientre de Isabel, que había sido estéril y era de edad avanzada.  Esta señal de la intervención de Dios alcanza su más bella expresión en María, que, muy jovencita, concibió a Jesús sin intervención humana.

Lc 1, 5-25

“No temas Zacarías, no tengas miedo”. Por más que el ángel se esfuerza por tranquilizarle no lo logra. Y la historia que le cuenta sobre su futuro hijo aún le pone más nervioso y acaba reaccionando como quien no se la cree del todo. A Zacarías Dios le ha “tomado” desprevenido. Hasta cierto punto es un contrasentido que esto le ocurra a un sacerdote en el momento en que se dispone a ofrecer el sacrificio en el Templo. Y entonces, el mensaje de Dios en vez de alegría provoca desconfianza.

Los mensajes de Dios son motivo de paz y serenidad. Es verdad que en determinados casos, puede costar aceptar su voluntad, pero siempre al fin se dará la paz. Por eso, cuando hay temores y desconfianza, nos cerramos a la voz de Dios y la paz se “termina”. Entonces entra en juego el “yo” que nos exige su contrapartida, o sea, pasar por el rasero de la inteligencia lo que Dios quiere o dispone. Nos cuesta ser humildes y entender que el designio de Dios no obedece a nuestra lógica. Porque ¿en qué lógica humana cabe este anuncio del nacimiento de Juan, sino es desde Dios? Para Él no hay nada, absolutamente nada imposible.

Zacarías estaba en la Casa de Dios, en el lugar más sagrado del Templo, donde la intimidad con Él debía ser mayor, y sin embargo, quizás su corazón no estaba preparado en aquel momento. A nosotros Jesús nos ha invitado a orar en nuestra habitación, a cerrar la puerta de nuestro espíritu para estar con Él. No tengamos miedo de “abrir de par en par las puertas a Cristo” como ha repetido tantas veces el Papa Juan Pablo II. No importa donde estemos o qué hagamos. Lo que sí importa es la actitud de nuestro corazón: abierta, confiada y dispuesta a recibir con gratitud las inspiraciones de Dios. Y, eso sí, invitando al egoísmo a hacerse a un lado para que Dios no nos “agarre” desprevenidos y podamos acogerle con la misma sencillez de María.

Feria Privilegiada 18 de Diciembre

Jr 23, 5-8

Antes de la venida de Cristo, el profeta Jeremías acusó a los reyes de Judá de no haber sabido guiar al pueblo y, por consiguiente, de ser responsables de que el pueblo hubiera sido desalojado de la tierra prometida.  Si Jeremías hubiera vivido entre nosotros, no habría echado la culpa a los gobernantes por nuestra falta de armonía.  En cambio, nos hubiera dicho: “Miren: Viene un tiempo, dice el Señor, en que haré surgir un renuevo del tronco de David: será un rey justo y prudente y hará que en la tierra se observen la ley y la justicia”.

Nos habría recordado que tenemos a Jesucristo, el Rey-Mesías, presente entre nosotros, no sólo para guiarnos en la vida, sino también darnos los medios de obtener la verdadera unidad por medio de la Eucaristía.  Jeremías nos hubiera predicado la misma doctrina que san Pablo: “El pan es uno, y también nosotros, aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, pues participamos de un solo pan”.  Si no vivimos en paz y armonía los unos con los otros, no podemos culpar a nadie sino a nosotros mismos, porque en la Eucaristía tenemos los medios para lograr vivir en paz y armonía.

Mt 1, 18-24

Si no puedes ser una estrella en el firmamento, sé al menos una lámpara en tu casa. San José, sin duda, no era alguien importante en la sociedad de su tiempo. Sí es verdad, era descendiente del Rey David pero en aquel entonces ser descendiente del rey David no significaba absolutamente nada. Pero San José sí era una lámpara en su casa. Y por eso Dios lo eligió para ser el padre putativo de su Hijo y el esposo de la Santísima Virgen. No todos podemos ser estrellas de nuestro mundo pero sí podemos ser lámparas de nuestra casa, de nuestros hogares.

Muchas veces pensamos que a san José todo le salía a flor de piel, que él no tenía dificultades y sin embargo el evangelio comienza presentándonos a san José metido en un problemón. Se va a casar con María, que según las últimas noticias ya está embarazada. Ponte en el lugar de san José, ¿qué harías?

También nosotros nos encontramos con frecuencia con problemas y siguiendo el ejemplo de san José tenemos que aprender a esperar. A ver todo con buenos ojos. Pero sobre todo pidiendo a Dios la luz para salir bien de ellos. Ojalá que también nosotros como san José sepamos ver los problemas y dificultades, a la luz de Dios, y no tirar la toalla a la primera.

Cuántas veces en nuestras vidas no vemos claro, nos falta luz. Y sin embargo, Dios está ahí, como estuvo hace dos mil años en la vida de la Sagrada Familia de Nazaret. Unámonos en familia en torno a ella y pidámosle que nos ayude a descubrir siempre la mano de Dios en nuestra vida. Que al igual que María y José, sepamos confiar en la Providencia buscando en todo servir y agradar a Dios.