Miércoles de la XVIII Semana Ordinaria

Jer 31, 1-7

El profeta está hablando a un grupo que difícilmente puede ser llamado «pueblo».   No tiene tierra patria, está en el destierro, su capital fue destruida, el Templo, síntesis de su historia, de su tradición, de su culto, había sido echado por tierra.

En este ambiente totalmente obscuro destella esta luz esperanzadora.  De nuevo el principio fundamental de la Alianza: «Yo seré el Dios de todas las tribus de Israel y ellos serán mi pueblo».

El amor infinito, eterno, infalible, de Dios, es el espíritu animador de todo. «Yo te amo con amor eterno».

Cuando cada uno de nosotros entienda esto, cuando mire  a Cristo como la plena realización de ese amor de Dios y lo mire como paradigma de su vida: «Que se amen unos a otros como yo los he amado»,  entonces seremos realmente cristianos.

Mt 15, 21-28

Debemos leer o escuchar la Santa Escritura como quien recibe un mensaje de salvación.

Aparece claramente hoy la universalidad de la salvación, cuya única exigencia es la apertura al don de Dios más allá de cualquier privilegio de raza.

Jesús hace un gran milagro fuera del territorio de Israel, y lo hace a una mujer cananea.

La fe de la cananea nos aparece deslumbrante, va más allá del aparente rechazo de Jesús cuando éste le dice: «No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos».   En el escrito de Mateo, dirigido primeramente a judeo-cristianos, esto aparecía como una reclamación a los judíos que no habían aceptado a Cristo.  Los hijos no quisieron el pan; ahora son otros los que de él se aprovecharán.

Cuando Jesús encuentra un rechazo no hace ninguna obra de salvación.  Cuando encuentra una fe tambaleante, Él se encarga de apuntalarla.  Para el que cree todo es posible.  Y cuando encuentra una fe tan firme como la del ejemplo de hoy, Jesús siempre la alaba y concede la salvación: “Qué grande es tu fe.  Que se cumpla lo que deseas».

Que nuestra respuesta de fe, al don de la luz de la Palabra y de la fuerza del Sacramento sea tal que merezcamos el mismo elogio y la misma seguridad de parte de Jesús.

La Transfiguración del Señor

Mc 9, 2-10

En días pasados, pedí a niños muy pequeños de una comunidad que iluminaran con colores algunas láminas bíblicas. Algunos de ellos son tan pequeñitos que casi no tienen costumbre de usar los colores y para quienes las primeras veces es difícil combinar los colores. Así uno de ellos, tomó un color muy oscuro y empezó a rellenar el rostro de Jesús. Cuando terminó era imposible reconocer el rostro del maestro sentado en medio de sus discípulos. Él lo hacía en su ingenuidad y con orgullo mostraba su trabajo.

Yo me quedé pensando como nosotros, borramos y oscurecemos el rostro de Jesús cuando por nuestras ambiciones y egoísmos lo cubrimos con nuestros propios colores a nuestro capricho.

La Trasfiguración es todo lo contrario: manifestar el verdadero rostro de Jesús para que sus discípulos, que lo verán velado por el dolor y la cruz, no se olviden de ese rostro resplandeciente.

Es difícil reconocer el rostro de Jesús en muchas ocasiones, pero al mismo tiempo que ese rostro resplandeciente se nos manifiesta nos recuerda que sigue presente en el rostro de todos y cada uno de los hermanos.

Los rostros de los campesinos desilusionados con sus labores que no son reconocidas en su justo valor; los rostros de las mujeres despreciadas, abusadas y violentadas; los rostros de los niños que miran con incertidumbre el futuro; los rostros de miles de obreros que han perdido la esperanza; los rostros de las familias destrozadas por la migración y los egoísmos, en fin miles de rostros que hoy nos hacen presente el rostro de Jesús.

La manifestación de Jesús en este día nos dé valor para descubrirlo, limpiarlo y tratarlo con dignidad en esos rostros deformados.

El rostro resplandeciente nos ayude a llenar de luz, la oscuridad de nuestros caminos. El rostro en comunión con la ley y los profetas, nos aliente en nuestra búsqueda de verdadera justicia.

Que la Palabra del Padre que resuena en este acontecimiento: “Éste es mi Hijo, mi escogido, escuchadlo”, nos lleve a descubrir y a escuchar a Jesús en cada uno de los rostros de nuestros hermanos.

Lunes de la XVIII Semana Ordinaria

Jer 28, 1-17

Dios nos ha hablado de muchos modos, pero en una forma totalmente cumbre, en su propio Hijo, Cristo Jesús, nos había hablado por medio de los profetas.  Hoy nos habla ante todo, por medio de la Santa Escritura, de su Iglesia, nos habla de muchos otros modos, en los acontecimientos, en las personas; pero no siempre es fácil saber si es verdaderamente Palabra de Dios o meramente humana.

Hoy escuchamos un conflicto semejante, dos personas que se dicen mensajeros de Dios, con unos mensajes totalmente diferentes.  Uno anuncia la vuelta de la paz, la restauración, la tranquilidad; el otro, en cambio, todo lo contrario.

Jeremías da una respuesta a Jananías: «Sólo hasta que se cumpla sus palabras se puede reconocer que es un verdadero profeta, enviado por el Señor».

Jesús va a decir más tarde: «por sus obras los conocerán».

Vimos otro «hecho simbólico».  El yugo que trae al cuello Jeremías es roto por Jananías.  Jeremías replicará, en nombre del Señor, «has roto el yugo de madera, pero yo lo sustituiré por uno de hierro».

«El verdadero profeta es fiel a Dios y a los hombres: dice la palabra de amenaza o de consolación, para salvar, para hacer que se vuelva a Dios, no para dar seguridades alienantes; para responsabilizar y no para acallar conciencias».

Mt 14, 13-21

Aunque hemos oído tantas veces la narración de las multiplicaciones del pan y los pescados, la meditación atenta de este signo nos ilumina siempre más y nos impulsa a una acción cada vez más decidida.

Jesús se ha manifestado como luz y vida nuevas.  El ilumina con sus enseñanzas y ejemplos, da salud a los cuerpos y a los espíritus, y ahora se nos manifiesta como alimento, fuerza, vida y elemento unificador.

El alimento restituye las fuerzas gastadas naturalmente y por el trabajo; previene las enfermedades dándonos vigor, pero la comida también es expresión e instrumento de unidad.  Comer juntos del mismo alimento simboliza y realiza una unidad de vida.

Aunque evidentemente el alimento que Jesús reparte no es la Eucaristía, está apuntando hacia ella; los mismos gestos: tomar, pronunciar la bendición, partir y repartir.  Juan añade en su versión que estaba cerca la fiesta de la Pascua, con lo que la enseñanza es más adecuada.

Jesús se nos muestra como alimento que comunica la vida, pero en alguna forma nos está llevando a la consideración de que también nosotros tenemos que ser alimento vivificante y unificador para los demás.  Tratemos de realizar lo que nos enseña.

Sábado de la XVII Semana Ordinaria

Jer 26, 11-16. 24

Ayer oíamos el discurso lleno de fuerza de Jeremías, en el que profirió amenazas contra el Templo y la ciudad suscitando la indignación de los círculos proféticos y sacerdotales y del pueblo todo.  Hoy comenzó nuestra lectura por la sentencia a muerte del profeta.

Oíamos también su serena autodefensa.  Se ha hecho notar que los tres argumentos que presenta Jeremías son los mismos argumentos con los que Jesús defiende su mensaje cuando entra en conflicto con los dirigentes del pueblo.

1.-«El Señor me ha enviado a profetizar».  Mis palabras son en realidad suyas.  Jesús dirá: «Yo para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37)  «El que ha sido enviado por Dios habla el lenguaje de Dios» (Jn 3, 34).

2.-La finalidad de las amenazas es incitar a la conversión, «corrijan su conducta y su vida… el Señor se retractará de las amenazas».

Jesús dirá: «Si no creen que Yo soy, morirán en su pecado», «Si no se convierten, todos perecerán del mismo modo».

3.-«Si me matan serán responsables de la muerte de un inocente», dice Jeremías.  Con Jesús, aunque Pilato había dicho: «No hallo en El ninguna culpa», la gente clama: «Que caiga su sangre sobre nosotros».

En cambio, en el caso de Jeremías los jefes y el pueblo salvarán al profeta.

Mt 14, 1-2

En otras ocasiones hemos admirado la figura de Juan Bautista, el precursor del Señor.  Hoy, en una curiosa forma literaria, (se llama «flash back», es decir, que se deja el hilo de la narración y se pasa a contar una escena del pasado), se nos cuenta las circunstancias de la muerte de Juan.

El Herodes de que se hable es Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, el de la matanza de los inocentes.  Herodes está atormentado por la muerte de Juan, a quien estimaba.  Su muerte le causa tristeza, pero él fue débil y se sometió a la injusticia.  Así, el inocente muere víctima del odio, de la ambición, del cálculo, de la falta de valor, y la opinión pública -los invitados en este caso- asiste impasible, tal vez hasta divertida.

En esto también Juan es precursor de Jesús; también Jesús morirá por su testimonio, víctima del odio de los dirigentes, de la debilidad de Pilato, de la volubilidad del pueblo.

¿Qué me dice este evangelio?  ¿A qué actitud de vida me impulsa?

Homilías diarias Mes de Julio

LUNES XIII SEM. ORDIN.
MARTES XIII SEM. ORDIN.
MIÉRC. XIII SEM. ORDIN.
JUEVES XIII SEM. ORDIN.
VIERNES XIII SEM. ORDIN.
SÁBADO XIII SEM. ORDIN.
LUNES XIV SEM. ORDIN.
MARTES XIV SEM. ORDIN.
MIÉRC. XIV SEM. ORDIN.
JUEVES XIV
SEM. ORDIN.
VIERNES XIV SEM. ORDIN.
SÁBADO XIV SEM. ORDIN.
LUNES XV SEM. ORDIN.
MARTES XV SEM. ORDIN.
MIÉRC. XV SEM. ORDIN.
JUEVES XV SEM. ORDIN.
VIERNES XV SEM. ORDIN.
SÁBADO XV SEM. ORDIN.
LUNES XVI SEM. ORDIN.
MARTES XVI SEM. ORDIN.
MIÉRC. XVI SEM. ORDIN.
JUEVES XVI SEM. ORDIN.
VIERNES XVI SEM. ORDIN.
SÁBADO XVI SEM. ORDIN.
LUNES XVII SEM. ORDIN.
MARTES XVII SEM. ORDIN.
MIÉRC. XVII SEM. ORDIN.
JUEVES XVII SEM. ORDIN.
VIERNES XVII SEM. ORDIN.
SÁBADO XVII SEM. ORDIN.

Viernes de la XII Semana Ordinaria

2 Re 25, 1-12

Hoy escuchamos cómo fue el fin del reino de Judá.  El rey Sedecías estuvo siempre entre los que lo invitaban a la revuelta, y los políticos más realistas, como Jeremías, que veían toda sublevación como una locura.

En ese tiempo, lo político era al mismo tiempo religioso; los que incitaban a la guerra confiaban en Dios pero no en el sentido de confiar en la alianza  viva que tenían con Dios, sino más bien en forma fetichista.

El sitio duró mes y medio, los caldeos dejaron obrar a la peste y el hambre.  Al final el rey Sedecías y los suyos salieron por la puerta sur de la ciudad.  Fue una huida desesperada.

Al poco tiempo el rey fue capturado.  De él decía Ezequiel: «Será capturado en mi red.  Lo llevaré a Babilonia, al país de los caldeos; pero no verá este país y aquí morirá» (12,13)

La ruina del templo, que fue quemado por Nebuzaradán, es el signo supremo del castigo: Dios abandonó provisionalmente a su pueblo, que no quiso optar por la fidelidad y felicidad con Dios.

Mt 8, 1-4

Hoy escuchamos en el evangelio acerca de la curación de un leproso.  La lepra no era vista simplemente como una enfermedad contagiosa, que atacaba la piel.  En el ambiente cultural de entonces, la lepra se consideraba como algo que dañaba a la comunidad, no sólo porque contagiaba, sino también como pecado religioso.

El milagro realizado denota el poder salvífico de Cristo que sana y libera al hombre en sus aspectos personal, social y moral.

La oración confiada del enfermo es todo un modelo: él reconoce la propia miseria pero, ante todo, manifiesta confianza en el poder y en la misericordia de Jesús.

Jueves de la XII Semana Ordinaria

2 Re 24, 8-17

La amenaza cada vez más fuerte de invasión y destrucción de Israel por fin se cumple.  El rey «Joaquín, igual que su padre, hizo lo que el Señor reprueba».  Se podría formular así: injusticias sociales, moral relajada, cultos paganos, política meramente humana, sin referencia a la fe.  Decían los profetas «no se apoya en Dios… sólo cuentan con sus propias fuerzas… en lugar de confiar en el Señor, buscan alianzas humanas y abandonan la Alianza».

Así termina la vida independiente del pueblo de Israel.  Viene la catástrofe, el Templo saqueado, la ciudad desmantelada, toda la gente deportada.

Parecía que todo ha terminado, la herida es mortal.  Sin embargo, de este terrible mal saldrá un gran bien: una purificación profunda, una comprensión de los reales valores; fue un doloroso período de reflexión profunda que va a llevar a luces y designios renovadores.

«Dios escribe derecho en renglones torcidos»

Mt 7, 21-29

Todos queremos construir nuestra casa en una base firme de roca, es decir, queremos que nuestra vida cristiana sea verdadera y no apariencia.  Tenemos pues que revisar que los cimientos de esa nuestra casa no tengan bases de arena y para evitar que una de esas súbitas corrientes de agua la destruya, es decir, las tentaciones, la contradicción, la flojera.

Nosotros  podríamos decir: “Señor yo estoy bautizado, estoy confirmado.  He comulgado muchas veces, mira Señor cuantas medallas tengo, pertenezco a muchos grupos, cofradías, movimientos; mira soy religioso, mira soy ¡sacerdote!»  y tal vez podríamos recibir la terrible repuesta de Dios:  «Nunca los he conocido, aléjense de mí».

Recibamos esta advertencia del Señor, construyamos la casa de nuestra vida cristiana sobre la roca firme del cumplimiento serio, cotidiano, sencillo, de la voluntad de Dios en obras de servicio y caridad.

Miércoles de la XII Semana Ordinaria

2 Re 22, 9-13; 23, 1-3

La «Alianza» -esta palabra tal vez no nos diga mucho hoy-  Pero Dios la toma muy en serio, Él es fiel absoluto; su pueblo la ha roto muchas veces, pero El la mantiene.

Oímos la narración, el año 622, bajo el rey Josías unos obreros que trabajaban en las reparaciones del templo «descubren» el libro de la ley, se trata del libro del Deuteronomio.  Se trataba de la ley sagrada del Templo de Jerusalén, escondida, perdida, olvidada durante el reinado del impío rey Manasés.

De aquí viene la renovación de la Alianza hecha por todo el pueblo, ancianos, sacerdotes y el rey.

La Alianza ciertamente era con una persona, pero el libro codificaba esa alianza, la hacía presente, la recordaba y estimulaba.

Nuestro amor a la Santa Escritura y a los evangelios, serán nuestro estímulo, luz y aliento en el seguir al Señor, comparar sus enseñanzas y ejemplos con nuestra vida, estimularnos en nuestros desalientos y alimentarnos en nuestras debilidades.

Mt 7, 15-20

El evangelio nos habló de los falsos profetas.  Profeta es el que habla en nombre de Dios.

Profeta tenemos que ser todos los cristianos, puesto que debemos dar testimonio de nuestra fe, dado que el cristianismo no es sólo una doctrina que hay que conocer, sino es, ante todo, una vida que se tiene que manifestar en obras.

Por esto el Señor nos previene de los falsos profetas que pueden intentar engañarnos y nos previene también de ser falsos profetas.

¿Cómo conocerlos, si parecen realmente ovejas?

«Por sus frutos los conocerán».  Un árbol bueno podría dar accidentalmente un fruto malo: podrido, no madurado.  Pero el Señor se refiere a una clase de fruta buena o mala.

¿Qué testimonio de Cristo y de la Iglesia estamos dando?  ¿En casa, en el trabajo, en la comunidad?  ¿Frutos de Cristo o del maligno?

Martes de la XII Semana Ordinaria

2 Re 19, 9-11. 14-21. 31-35.36

El reino de Israel se dividió en dos reinos: el reino del Norte y el reino del Sur.  El reino de Norte cayó y su gente fue deportada.

Hoy escuchábamos la temible carta de amenaza de Senaquerib.  El rey había ido en campaña contra Palestina en el año 701 A.C.  Había ido tomando una a una las fortalezas de Judá y había ya mandado un ultimátum al rey Ezequias.  Este consultó al profeta Isaías y su respuesta fue: «Esto dice Yahvé: no tengas miedo por las palabras que has oído, con las que me insultaron los criados del rey de Asiria.  Voy a poner en él un espíritu, oirá una noticia y se volverá a su tierra y en su tierra yo le haré caer a espada».

Cuando el rey recibió el nuevo mensaje, llevó el texto al templo e hizo la oración llena de confianza que escuchamos.

Oímos igualmente la esperanzadora respuesta del Señor dada por boca de Isaías.  Cuando se pone toda la confianza en Dios, hay repuestas sorprendentes.

Ahora, Jerusalén fue salvada por la llegada de un ejército egipcio y por una epidemia de peste que diezmó a los hombres de Senaquerib y le obligó a levantar el sitio.

¿Tenemos esa confianza en el Seño?                 ‘

Mt 7, 6. 12-14

Con frecuencia encontramos en los evangelios pequeñas enseñanzas, pequeñas en su tamaño, no en su importancia.

Tal vez nos parece un poco cruda la comparación con perros y cerdos.  Jesús nos enseña la prudencia y la discreción en la presentación de las cosas santas ante aquellos que no las entenderían o que, necesitarían una gradualidad, una dosificación, pues la presentación inmediata de la cumbre desanima.

Nos repite Jesús la «regla de oro del trato común»: «traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes».  Luego vendrá el mandato supremo: «como yo los he amado a ustedes».

La tercera enseñanza: «puerta estrecha», «camino angosto»; Jesús es muy realista, la entrega que El pide es exigente.  Pero… no hay otra puerta de salvación no hay otro camino de vida; la anchura y la amenidad de otras puertas y de otros caminos, es engañosa.

La palabra nos marca la vía, el sacramento nos da la fuerza para recorrerla…

San Juan Bautista

Celebramos hoy el nacimiento de San Juan Bautista. Celebrar a un santo es oportunidad para recordarnos que la santidad es posible y que a cada uno de nosotros nos toca hacerla realidad.

Con el nacimiento de San Juan también nosotros descubrimos el gran regalo de la vida que el Señor nos ha otorgado y la misión específica que cada uno de nosotros tenemos.

El profeta Isaías en la 1ª lectura nos dice que la vida es un don, un regalo, un misterio que sólo el amor grande de Dios nos puede dar. “El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre”.

No es cierto que valemos poco, no es cierto que, como pretenden las economías, la persona sólo tiene valor comercial, es mucho más grande su valor. Cada hombre y cada mujer son designio amoroso de Dios y su imagen y semejanza.

Cada uno de nosotros debemos descubrirnos como hijos muy amados de Dios. Cada uno de nosotros también somos un regalo y una bendición para los demás.

Pero además, cada uno de nosotros, al ser hechos a imagen y semejanza de Dios, hemos recibido la misión de parecernos a Él en todas nuestras actividades y en todo nuestro ser. Isaías comprende que el Señor lo ha llamado no sólo para que sea su siervo, sino para que sea luz para las naciones y la salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra.

También nosotros debemos comprender nuestra dignidad y nuestra misión en función de lo que somos y para lo que fuimos hechos. Debemos descubrir que nuestra causa está en manos del Señor y que nuestra tarea no puede hacerla nadie más que nosotros mismos. Otros tendrán grandes cualidades y realizarán grandes empresas, pero la misión confiada a cada uno, sólo la podemos realizar nosotros.

Estamos llamados a ser luz de las naciones, a llevar a los demás alegría y paz.  San Juan, en su mismo nombre, encuentra su misión: “Dios es gracia, Dios tiene misericordia”. El nombre, más que un gusto de los padres, como sucede entre nosotros, representa una misión. Y la misión de Juan es hermosa pero muy riesgosa: “Es el hombre enviado por Dios para dar testimonio de la luz, y prepararle al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo”.

Cada uno de nosotros tenemos que ser luz que alumbre, fuego que caliente, lucero que oriente en el camino. Pero, esta luz debe brotar de dentro de nosotros mismos. De lo contrario corremos el riesgo de ser solamente candil de la calle y oscuridad de la casa.

“¿Qué será de este niño?”. También el nacimiento de cada uno de nosotros es un milagro. Cada nacimiento es un milagro de Dios y para cada uno de nosotros es también la misma pregunta: “¿Qué será de este niño?”.

Como Juan estamos llamados a ser luz y profetas. No tengamos miedo a los problemas y a los obstáculos que se oponen a la misión. No nos pongamos metas mezquinas, condicionadas por valores de mercado, por cadenas egoístas o por miradas miopes. Con Juan Bautista hoy demos gracias a Dios por nuestro nacimiento, recordemos la grandeza de nuestra misión.