Decíamos en la oración colecta de la misa: “Padre de Misericordia, que has puesto a este pueblo tuyo bajo la especial protección de la siempre Virgen María de Guadalupe”. Así es, Dios nos ha querido poner bajo la protección de la Virgen de Guadalupe y ella quiere conducirnos, quiere llevarnos a quien tenemos que poner como el centro de nuestra vida, es decir a su Hijo Jesucristo.
Hoy más que nunca hemos de acudir a la Virgen de Guadalupe para que ella nos evangelice, para que ella dé respuesta a todos los interrogantes de los hombres de nuestro tiempo. Hoy más que nuca hemos de acudir a la Virgen de Guadalupe para que haga desaparecer las tinieblas de la idolatría de este tiempo: el dinero, el sexo, el materialismo, porque cada vez la sociedad mexicana es más permisiva y se va alejado más día a día de los valores del evangelio.
Si María de Guadalupe ocupa un lugar importante en nuestra vida religiosa, Jesucristo debe estar en el centro y continuar siendo el eje de toda nuestra vida de fe.
Hoy queremos decirle a nuestra Madre de Guadalupe que reciba nuestro saludo y nuestra ofrenda, pero sobre todo que reciba el amor de nuestros corazones. Hoy, ante nuestra Madre, hemos de sentirnos como San Juan Diego, “pequeños, escalerillas de tabla, gente menuda, sin importancia”, pero sabiendo que somos sus hijos que hemos sido redimidos por la sangre de su Hijo Jesús y que buscamos también, como tantas otras personas en nuestra patria, la felicidad verdadera.
El Evangelio llegó a México, gracias a los misioneros y se dejó ver una gran señal en nuestro pueblo: la Madre de Dios por quien se vive y selló con su presencia una alianza y un modo especial de evangelización. Todo México, indígena y pobre, el indio humillado e indefenso fue levantado de su postración, fue escogido por nuestra Madre de Guadalupe. Una vez más se hizo realidad las palabras de Cristo: “los pobres son evangelizados”.
En el Tepeyac en aquel día de encuentro del indio Juan Dios con María se descubre nuestra vocación a la fraternidad, es decir, estamos llamados a ser hermanos, a todos nos dice la Virgen: “Hijo mío el más pequeño de mis hijos…no estoy aquí que soy tu Madre”. Por lo tanto hemos de quitar todas las barreras que nos dividen, porque el mensaje de María es una proclamación del amor de Dios por todos los hombres, nuestros hermanos. En María se descubre el rostro maternal del Evangelio, el rostro de la misericordia.
Desde entonces el mexicano comprendió y pidió otras formas de vida y sabía que tenía que dejar ciertas costumbres opuestas a la Revelación de Dios como eran los sacrificios humanos.
Hagamos nuestro este mensaje de Santa María de Guadalupe, por eso el Tepeyac es signo de unidad nacional: Espiritual mariano y elemento vital de nuestra fe.
Hemos de apoyarnos en María de Guadalupe para que las espinas que azotan a México desaparezcan. Esas espinas que son hoy la falta de empleo, la pobreza, la enfermedad y la miseria. Vemos injusticias, vemos hermanos nuestros destrozados por la droga o el alcohol, vemos el número creciente de hermanos nuestros que buscan una mejor vida, porque los salarios ya no son suficiente, porque con lo que ganan no pueden darle una mejor educación a sus hijos, e intentan pasar al otro lado para buscar esa mejor vida y, frecuentemente se encuentran con la muerte; constatamos que la familia se va desintegrando y que no encontramos los camino para comprender la necesidad y la urgencia de salvarla.
En definitiva, vemos un México con mucha miseria material y esto hace que aumente el número de hermanos que no puede asistir a la escuela y formarse para la vida. Podemos decir que no hemos sabido poner todas nuestras fuerzas y todo nuestro ser para el servicio del bien y, quizás hemos colaborado en ocasiones a que crezca la fuerza del mal y nos hemos involucrado en esa corriente de mal.
Dios ha bendecido a México con muchas riquezas materiales, pero esos bienes que Dios quiere que sirvan para todos y que sean para todos, se van quedando en manos de unos pocos; no hemos encontrado aún las formas más adecuadas para gobernarnos y las personas que deberían de verdad preocuparse por el pueblo van buscando sus intereses personales y así aumenta la miseria y la pobreza. Los desastres naturales también nos afectan y dañan cada año una parte de nuestro pueblo.
Por todo esto, tenemos necesidad de sentir la urgencia de pedir a Dios nuestro Padre, que por intercesión de nuestra Madre de Guadalupe nos ayude a mejorar la calidad de vida de este nuestro México; que nuestra fe impacte en la vida política y la vida social para que, todos juntos, ayudemos al desarrollo y al progreso de México. Un México donde todos los hombres y mujeres podamos vivir con el sueño de la Virgen de Guadalupe: paz, progreso, una mejor vida para todos, donde todos trabajemos para el bien común y el desarrollo de nuestra nación.
Pidamos, con mucha fe, a la Virgen de Guadalupe el pan de cada día para todos, que no nos falte lo necesario para nuestro vivir diario, que no le falte el trabajo a nadie, que nadie tenga que emigrar a otros países donde ni siquiera los reciben o lo exponen a mil peligros y persecuciones nada más por el hecho de ir a buscar trabajo. Ojalá nuestra patria diera trabajo digno a todos.
Que la Virgen de Guadalupe ilumine nuestra vida y nos dejemos siempre conducir por ella por caminos de paz, progreso y bienestar para todos.