Ntra Sra de los Dolores

María es madre y una madre se preocupa sobre todo por la salud de sus hijos, sabe cuidarla siempre con amor grande y tierno.

La Virgen custodia nuestra salud. ¿Qué quiere decir esto? Pienso sobre todo en tres aspectos: nos ayuda a crecer, a afrontar la vida, a ser libres.

1.- La Virgen nos ayuda a Crecer


Una mamá ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la flojera, que también se deriva de un cierto bienestar, a no conformarse con una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas cosas.

La mamá cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales.

El Evangelio de san Lucas dice que, en la familia de Nazaret, Jesús «iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él”

La Virgen hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto.

2.- La Virgen nos ayuda a afrontar la vida


Una mamá además piensa en la salud de sus hijos, educándoles también a afrontar las dificultades de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuera una autopista sin obstáculos.
La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perderse en ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles, y saberlos superar, en un sano equilibrio que una madre «siente» entre las áreas de seguridad y las zonas de riesgo.

Y esto una madre sabe hacerlo. Lleva al hijo no siempre sobre el camino seguro, porque de esta manera no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el riesgo, porque es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas.

Una vida sin retos no existe y un chico o una chica que no sepa afrontarlos poniéndose en juego ¡no tiene columna vertebral!…

Y como una buena madre está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida, ante nuestra debilidad, ante nuestros pecados: nos da fuerza, nos muestra el camino de su Hijo.
Jesús en la cruz le dice a María, indicando a Juan: «¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!» y a Juan: «Aquí tienes a tu madre».

En este discípulo todos estamos representados: el Señor nos confía en las manos llenas de amor y de ternura de la Madre, para que sintamos que nos sostiene al afrontar y vencer las dificultades de nuestro camino humano y cristiano. No tener miedo de las dificultades. Afrontarlas con la ayuda de la madre.

3.- La Virgen nos ayuda a ser libres


Un último aspecto: una buena mamá no sólo acompaña a los niños en el crecimiento, sin evitar los problemas, los desafíos de la vida, una buena mamá ayuda también a tomar las decisiones definitivas con libertad.

Esto no es fácil. Pero una madre sabe hacerlo, en este momento en que reina la filosofía de lo provisional.

Toda la existencia de María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo.

María es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual.

La Exaltación de la Santa Cruz

Hoy, día 14 de septiembre, celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La cruz de Jesús es exaltada, puesta en alto, levantada… Pero, ¿qué puede tener una cruz para que sea exaltada? ¿No es su símbolo de tormento, de dolor, de muerte…?

En esa cruz está Jesús. «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”. Por eso la exaltamos. Porque los maderos de esa cruz llevaron al Dios con nosotros, al que se acercó a nuestra vida para que nuestra vida pudiera estar cercana a la de Dios.

En esa cruz hay mucho amor entregado. Porque “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Por eso la exaltamos. Porque para nosotros, más allá del dolor y la injusticia que supusieron la crucifixión de Cristo, esa cruz es signo del amor de Dios por la humanidad.

En esa cruz están, junto a Jesús, los crucificados de nuestro mundo. “Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Por eso la exaltamos. “Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo” (Concilio de Quiercy, año 853). Por eso, desde la cruz de Jesús, ninguna soledad, ni oscuridad, ni pecado son la palabra definitiva… sino un momento del camino, que espera la luz de la Pascua.

Cuando un cristiano miramos la cruz, vemos en ella mucho más que un par de palos. Vemos a Cristo, vemos amor entregado… y una llamada a dejarnos amar y llevar amor a los crucificados de nuestro mundo. Por eso la exaltamos… Y al hacerlo, comprendemos algo mejor lo que es la Pascua.

Por su parte, el Papa Francisco dijo: “Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Quisiera que todos… tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará”

Coloca hoy, ante Jesús, las cruces de tu vida. Y pídele que las ilumine con su luz.

Lunes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 7, 1-10

Así como un foco necesita de la electricidad para encender y un motor de combustión necesita de la gasolina para funcionar, así la gracia de Dios necesita ser alimentada por nuestra fe para poder obrar milagros y maravillas.

Esta es la lección de este Evangelio. Jesús, por compasión y buena voluntad, se levanta y va a curar al siervo del centurión, pero cuando llega a casa de éste, salen los amigos con su recado: “No soy digno…” y “…con una palabra tuya…”  Fe y humildad. La combinación perfecta para que Dios otorgue sus más hermosas gracias a la gente que se las pide.

Fe, porque el centurión creyó con todo su corazón que Jesús podía curar a su siervo. No dudó del poder de Jesús en su corazón. Porque de otra manera no hubiera podido arrancar de su Divina misericordia esta gracia.

Humildad, porque siendo centurión y romano, que tenían en ese tiempo al pueblo judío dominado, no le ordenó a Jesús como si fuera un igual o una persona de menor rango. Todo lo contrario. Se humilló delante de Él y despojándose de su condición de dominador de las gentes, reconoció su condición de hombre necesitado de Él.

Imitemos la actitud del centurión cada vez que acudamos a Dios. Si rezamos con fe y humildad, seguro que nos concederá lo que pidamos.

Sábado de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 43-49

Las enseñanzas evangélicas de las dos pequeñas parábolas que hoy hemos escuchado son muy claras.  La primera denuncia el peligro de la hipocresía, habla de cuando la conducta exterior no coincide con la interior.   La segunda denuncia una fe a la que no corresponde una vida.

Hay frutos buenos, es decir, comestibles, aprovechables, y hay otros que no lo son, no pueden servir de alimento o más aún, son dañinos.  Jesús aclara dónde está la bondad o maldad, que se traducirá en frutos buenos o malos: en lo más interior y radical, en el corazón mismo.  «La boca habla de lo que está lleno el corazón», lo acabamos de escuchar.

Puede existir otra fractura o distanciamiento entre nuestra teoría y nuestras praxis, entre lo que conocemos y tal vez predicamos y lo que realmente hacemos, entre la fe como iluminación recibida y la caridad como realidad que se expresa.  El Señor lo expresó como la distancia entre decir: «Señor, Señor” y el no hacer lo que Él nos dice.

Esta posibilidad hay que revisarla continuamente.  La palabra ilumina, el sacramento vivifica, no lo olvidemos.

Viernes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 39-42

Hoy tenemos una doble enseñanza.

La primera estaría referida a descubrir nuestros propios errores.

Somos humanos y como tales tenemos fallas, debilidades. Es pues necesario descubrirlas. Pero ¿cómo podremos descubrirlas si no nos ayudan? O ¿cómo podremos superarlas sin la ayuda de los demás?

He aquí la segunda enseñanza: No es fácil ayudar al hermano a salir adelante de sus debilidades. Requiere, como cuando hay que sacar una paja del ojo, mucho cuidado, mucho cariño, mucho amor y atención.

De esta manera se completa la enseñanza: Somos débiles y estamos llenos de imperfecciones, no debemos cerrarnos a esto; pero al mismo tiempo debemos, por un lado permitir al hermano que nos ayude a superarlos, y por otro, ayudar con ternura a los demás a superar sus imperfecciones.

¿Serías capa de hacer esto en tu propia vida?

Natividad de la Virgen María

Hoy celebramos el nacimiento de la Virgen María, y esto nos llena de alegría.

La devoción cristiana quiere celebrar y alabar a María por su presencia en medio de nosotros. Pero no nos podemos quedar solo en celebraciones externas, sino que este acontecimiento nos lleva a reconocer el camino que ha seguido Dios para preparar a su pueblo. Dios escoge a los pequeños y sencillos, en el anonimato, pero les pide una especial entrega, cómo María.

El camino de Dios va en la misma senda del camino de los hombres, y a veces por caminos que nos parecen oscuros y olvidados.  Si pensáramos en las dificultades que tuvieron que pasar para que naciera María, según la tradición de Joaquín y Ana, y en el camino sencillo que fue recorriendo María, tendríamos que reconocer la presencia amorosa de Dios.

La verdadera devoción a María conduce siempre a Jesús y celebrar estos acontecimientos, que se quedan perdidos en la historia personal de unos cuantos, nos hace captar la importancia de cada instante y de cada acción a los ojos de Dios.

Contemplemos hoy a María, naciendo pequeñita y desconocida que no nació ni como una princesa ni como una reina, ni como los poetas y pintores la han querido adornar para manifestar la importancia de su nacimiento.

Hoy podemos ver a la Virgen, elegida para convertirse en la Madre de Dios y también ver esa historia que está detrás, tan larga, de siglos, y preguntarnos: “¿Cómo camino yo en mi historia? ¿Dejo que Dios camine conmigo? ¿Dejo que Él camine conmigo o quiero caminar solo? ¿Dejo que Él me acaricie, me ayude, me perdone, me lleve adelante para llegar al encuentro con Jesucristo?”. Este será el fin de nuestro camino: encontrarnos con el Señor.

Y traigamos también hoy a la memoria todos los nacimientos de hombres y mujeres que hoy mismo están aconteciendo y que son muestras del amor creador de Dios.

Reconozcamos la presencia de Dios en nuestras vidas y tomemos conciencia de la importancia de vivir cada momento como tiempo de gracia y salvación.

Con María, hoy alabemos al Señor por la vida, por la gratuita, por el camino de la salvación que desde los pequeños va haciendo.

“Jesús es el sol, María es la aurora que preanuncia su salida”.

Celebremos la adhesión fidelísima de María al plan de la Redención: “Yo soy la humilde sierva del Señor, hágase….”

Martes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 12-19

Jesús compone su equipo y luego se encuentra rodeado por una gran multitud de gente que llegada para escucharlo y ser curada porque de Él brotaba una fuerza que sanaba a todos. Son las tres relaciones de Jesús: Jesús con el Padre, Jesús con sus apóstoles y Jesús con la gente. Jesús oraba al Padre por los Apóstoles y por la gente.

Nosotros nos llamamos católicos, nos decimos cristianos, y a veces asumimos actitudes de orgullo y vanagloria como si fuera una proeza lo que estamos haciendo.

¿Por qué el Señor nos ha llamado a seguirlo y nos consideras sus discípulos?  Siempre ha sido un gran misterio, pues descubro que hay otros mejores que yo, más dedicados, más inteligentes, más generosos y a ellos, aparentemente, no los ha llamado por este camino.

El texto de San Lucas, no nos ayuda mucho a descubrir este misterio. Jesús antes de escoger a sus amigos más cercanos, se pasa la noche oración para indicarnos la importancia de estos elegidos, pero después se pone a llamar a personas comunes y corrientes, nada extraordinarios. Unos, pescadores, otros hombres del campo que apenas saben hablar, algún cobrador de impuestos y hasta algunos extremistas llamados zelotes.

Toda una gama de personajes considerados no propiamente extraordinarios, si no, como diría después San Pablo: » los pequeños, la escoria, los despreciables»

Por alguna razón, solo podemos decir que en esta decisión se encuentra la locura de amor y el deseo de enseñarnos cómo se construye su Reino: Con los pequeños, con los olvidados, con los despreciados.  Y desde ese momento de la elección, tendrá un particular acercamiento a ellos para enseñarles cómo se construye el Reino.

El pasaje de San Lucas, continúa mostrándonos un breve resumen de lo que era la vida de Jesús: Oración, oración continua y constante, cercanía con las multitudes que venían de lejos a buscarlo,  curación de enfermos, expulsión de demonios y manifestación de poder. Como si quisiera dar a sus apóstoles una primera enseñanza de lo que espera que ellos continúen.

San Lucas insistirá en que el apóstol, el discípulo de Jesús, deberá ser alguien que lo haya acompañado, que haya recorrido todo el camino con Él, que suba a la cumbre del Calvario, que sea testigo de la resurrección.

No importa mucho los nombres o las posiciones, importa aprender de la cercanía de Jesús, por eso sí ahora nosotros nos decimos cristianos, tendremos que imitar a Jesús en todo su recorrido: Su oración, su lucha por la vida, su entrega plena, su alegría de vivir, su aceptación de la Cruz, su resurrección.

¿Realmente somos discípulos de Jesús?

Lunes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 6-11

En nuestro mundo moderno, en donde las «agendas» van guiando el rumbo y el orden de nuestro día, se puede caer también en la tentación de programar la caridad.

Jesús en este pasaje es criticado por sanar a un hombre en el día de reposo.

¿Cuántas veces nosotros, en nuestras mismas familias, en nuestro trato con los hijos, con el esposo o la esposa, o con los padres, ponemos también esta excusa, para no servir, para no hacer la caridad?

Es triste que esto suceda y que muchas veces la caridad tome el lugar de «cuando haya tiempo», que el servicio a nuestros hermanos tenga que tomar también su turno, máxime cuando se refiere a una situación de apremio como puede ser la salud.

Es triste que la esposa o los hijos tengan que «tener cita» para ser atendidos y escuchados.

No dejes que tu agenda gobierne tu vida, sé tú, como Jesús, dueño de tu tiempo, especialmente en tu relación con tus seres queridos.

Sábado de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 1-5

Lo que hoy escuchamos en el Evangelio lo hemos ya oído muchas veces; pero la palabra de Dios, escuchada sincera y humildemente, aunque sea muy sabida, siempre nos dirá algo nuevo y vital.

A los fariseos les parecía que los discípulos habían fallado seriamente a la ley de Dios que prohibía ejercer un oficio en sábado, el día de Yahvé.  Hoy esto nos parece ridículo, sólo se trataba de unos cuantos granos arrancados y comidos.  Pero nosotros podríamos caer también en actitudes muy similares.  Por ejemplo, antes había discusiones sobre si la gotita de agua que habíamos pasado al lavarnos la boca o que había entrado en ella cuando veníamos, bajo la lluvia, a la Iglesia; se cuestionaba si esto impedía o no la comunión, porque así se rompía el ayuno eucarístico.

Jesús da dos respuestas, una que habla de que la ley no es absoluta ni cerrada, para hacer notar que en la ley hay un espíritu y una letra; aquél no se debe dañar cambiándolo o disminuyéndolo; la letra está al servicio del espíritu.

Y, sobre todo, un segundo argumento muy importante principalmente para los primeros cristianos que habían crecido en el judaísmo: Jesús es «dueño del sábado».  Y hay una nueva ley.  Ahora está el día del Señor, el domingo y ya no el sábado, el sábado de la antigua ley.

Viernes de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 5, 33-39

Esta parábola llena de significado nos presenta por un lado el hecho de que el cristiano, una vez que ha decidido vivir de acuerdo al evangelio no puede ya tener los mismos patrones de vida, pues en muchas ocasiones estos serán incompatibles con el mensaje de Jesús.

Por ello muchas veces hay que cambiar de ambientes, de lecturas, de conversaciones, incluso de amistades.

Por otro lado nos hace ver como el cristianismo, visto desde afuera, es decir desde el lado del mundo, de la banalidad de la vida cómoda, puede parecer no solo «extraño» sino incluso falto de vida y sabor.

No faltan los comentarios en los cuales se critica a los cristianos como personas aburridas y sin gozo (la verdad quien da esta impresión no está viviendo realmente la vida cristiana). Sin embargo, la vida cristiana es el vino añejo, nadie piensa que pueda ser bueno, pero una vez que se prueba no se quiere dejar.

Quien ha tenida la experiencia de dejarse llenar por Dios no querrá nunca más experimentar la vaciedad del mundo.

Pídele a Jesús que llene tu vida con su amor… ¡no te arrepentirás!