Lc 21,20-28
Al igual que en nuestros tiempos, aunque muchos traten de disimularlo con aparente indiferencia, en tiempos de San Lucas las gentes se cuestionaban sobre el fin del mundo.
En este pasaje, llamado discurso apocalíptico, San Lucas distingue, mucho más claramente que Mateo y Marcos, aquello que se refiere a la destrucción de Jerusalén y lo que se refiere a la destrucción del mundo.
La primera es una condenación para Jerusalén y los cristianos que no participaron en esta guerra, pues su misión era radicalmente distinta. De ahí ese sentido de huida que nos ofrece el texto. En la segunda parte de este pasaje se nos presentan las señales de la manifestación del Hijo del Hombre. Jesús instaura “el Reino de Dios” sobre la tierra; identifica el fin del mundo con su venida en medio de nosotros, que provoca un grito de esperanza: “la hora de la liberación está cerca”. La aparición majestuosa del Señor al fin de los tiempos es la salvación y la liberación definitiva de los hombres.
Así el fin del mundo, para los discípulos de Jesús, es el momento del encuentro personal con el Señor glorioso. Entonces Jesús volverá y se mostrará a cada uno de nosotros, cara a cara.
Las catástrofes, y la conmoción del universo, se refieren quizás no tanto a los acontecimientos físicos y meteorológicos, sino a un cambio profundo de estructuras y formas de vivir, frente a la venida del Señor. Así, quien lo haya buscado en el hermano, quien lo haya amado en el pobre, quien haya cumplido su palabra, lo encontrará como amigo y salvador. Por el contrario, si lo hemos ignorado, herido o despreciado en los hermanos, será un encuentro de temor y de temblor.
Hoy el Señor Jesús nos ofrece la oportunidad para ir “armando” y construyendo ese día de Juicio final. ¿Cómo lo estamos haciendo? ¿Descubriremos hoy al Señor en medio de nosotros? ¿Lo reconoceremos en cada uno de los hermanos?
Porque al final de los tiempos la decisión será tomada en base a que “lo que hiciste con uno de estos más pequeños, conmigo lo hiciste”.